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Authors: Charlaine Harris

Más muerto que nunca (13 page)

BOOK: Más muerto que nunca
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Sondeé cabezas, intenté sorprender a gente en momentos desprevenidos, traté incluso de pensar en los candidatos más prometedores para el papel de posible asesino a fin de no perder tiempo escuchando, por ejemplo, las preocupaciones de Liz Baldwin sobre su nieta mayor.

Daba por sentado que, con casi toda probabilidad, el atacante era un hombre. Conocía a muchas mujeres que cazaban y muchas más con acceso a rifles. Pero ¿verdad que los francotiradores siempre eran hombres? A la policía le desconcertaba la selección de objetivos del asesino porque desconocía la verdadera naturaleza de sus víctimas. Y los cambiantes encontraban obstáculos a su investigación porque buscaban solamente entre los sospechosos locales.

—Sookie —dijo Sam cuando pasé por su lado—. Ven aquí un momento.

Me agaché a su lado doblando una rodilla para que pudiera hablarme en voz baja.

—Sookie, no me gusta nada tener que volver a pedírtelo, pero el armario del almacén no es lo más adecuado para Charles. —El armario de la limpieza del almacén no estaba hecho para que quedase herméticamente cerrado, pero en su interior no entraba luz del día, lo que ya era algo. No tenía aberturas y estaba en el interior de una habitación sin ventanas.

Me llevó un momento dejar de divagar y concentrarme en lo que me decía.

—No vas a decirme ahora que no ha podido dormir —respondí con incredulidad. Los vampiros podían dormir durante el día bajo cualquier circunstancia—. Y estoy segura de que habrás colocado un candado también por la parte de dentro de la puerta.

—Sí, pero el interior del armario está lleno de bultos y dice que huele a fregona vieja.

—Normal, es donde guardamos las cosas de la limpieza.

—Lo que intento preguntarte es si de verdad te vendría tan mal alojarlo en tu casa.

—Dime cuál es el verdadero motivo por el que quieres que lo aloje en mi casa —respondí—. Tiene que haber un motivo más convincente que la comodidad diurna de un vampiro desconocido cuando, de todos modos, está muerto.

—¿Verdad que somos amigos desde hace mucho tiempo, Sookie?

Aquello empezaba a olerme mal.

—Sí —admití, incorporándome para que Sam tuviera que levantar la vista para mirarme—. ¿Y?

—He oído rumores de que la comunidad de Hotshot ha contratado a un hombre lobo para que vigile la habitación de Calvin en el hospital.

—Sí, a mí también me parece extraño. —Reconocí su preocupación, aunque no lo mencionase—. De modo que supongo que has oído lo que sospechan.

Sam movió afirmativamente la cabeza. Sus ojos azules se encontraron con los míos.

—Tienes que tomarte este asunto en serio, Sookie.

—Y ¿qué te hace pensar que no me lo tomo así?

—Que hayas rechazado a Charles.

—No veo qué tiene que yo no quiera a Charles durmiendo en mi casa con mi preocupación por Jason.

—Creo que te ayudaría a proteger a Jason, si hubiera necesidad. Yo estoy de baja con lo de la pierna... y no creo que fuera Jason quien me disparara.

El nudo de tensión que tenía en mi interior se relajó en cuanto Sam dijo eso. No me había dado cuenta de que estaba preocupada por lo que pudiera pensar él, pero así era.

Me ablandé un poco.

—Bien, de acuerdo —dije—. Puede quedarse en mi casa. —Me fui de su lado malhumorada, sin saber aún muy bien por qué había accedido.

Sam llamó a Charles y habló brevemente con él. Más tarde, mi nuevo invitado me pidió prestadas las llaves del coche para guardar su bolsa en el maletero. Pasados unos minutos, estaba de vuelta en el bar y me indicó que había guardado las llaves en mi bolso. Le hice un ademán de reconocimiento con la cabeza, tal vez un poco seco. No me sentía feliz, pero ya que me tocaba cargar con un huésped, me alegraba de que al menos fuese uno educado.

Aquella noche Mickey y Tara aparecieron por el Merlotte's. Como ocurrió la otra vez, la oscura intensidad del vampiro excitó levemente a todos los presentes en el bar, que empezaron a hablar más alto. Los ojos de Tara me siguieron con una especie de triste pasividad. Tenía ganas de poder hablar con ella a solas, pero no vi que abandonara la mesa con ninguna excusa. Aquello me pareció un motivo más de alarma. Siempre que acudía al bar en compañía de Franklin Mott, encontraba un momento para darme un abrazo, para charlar conmigo sobre la familia y el trabajo.

Vi de reojo en el otro extremo de la sala a Claudine, el hada, y pensé que tenía que llegar hasta allí para hablar un momento con ella. La situación de Tara me preocupaba. Como era habitual, Claudine estaba rodeada de un tropel de admiradores.

Finalmente, empecé a agobiarme tanto que decidí agarrar al vampiro por los colmillos y acercarme a la mesa de Tara. El peligroso Mickey miraba fijamente a nuestro llamativo nuevo camarero y apenas si me miró cuando me aproximé. Tara parecía tan esperanzada como asustada. Me coloqué a su lado y le posé la mano en el hombro para poder leer mejor sus pensamientos. Tara ha sabido salir tan bien adelante que apenas me preocupa su única debilidad: siempre elige al hombre equivocado. Me acordé de cuando salía con «Huevos» Benedict, que al parecer murió en un incendio el otoño pasado. Huevos bebía mucho y era de personalidad débil. Franklin Mott, al menos, trataba a Tara con respeto y la había inundado de regalos, aun cuando la naturaleza de los regalos sirviese para pregonar «Soy su amante» y no «Soy su novia con todas las de la ley». ¿Cómo se lo había hecho para estar ahora en compañía de Mickey? ¿De Mickey, cuyo nombre hacía temblar incluso al mismísimo Eric?

Me dio la sensación de haber estado leyendo un libro al que alguien hubiera arrancado algunas páginas.

—Tara —dije en voz baja. Levantó la vista, mostrando sus grandes ojos marrones soñolientos y mortecinos: más allá del miedo, más allá de la vergüenza.

Para quien no la conociera bien, su aspecto era prácticamente normal. Iba bien peinada y maquillada, iba vestida a la moda y estaba atractiva. Pero, interiormente, Tara vivía atormentada. ¿Qué le pasaba a mi amiga? ¿Por qué no me había dado cuenta antes de que algo la consumía por dentro?

Me pregunté qué hacer a continuación. Tara y yo nos habíamos quedado mirándonos, y aunque ella sabía que yo leía su interior, no respondía.

—Despierta —dije, sin siquiera saber de dónde me surgieron aquellas palabras—. ¡Despierta, Tara!

Una mano blanca me agarró en aquel momento del brazo y me obligó a retirar la mano del cuerpo de Tara.

—No te pago para que toques a mi chica —dijo Mickey. Tenía los ojos más fríos que había visto en mi vida. Eran fangosos, recordaban a los de un reptil—. Sino para que nos traigas las bebidas.

—Tara es mi amiga —contesté. Él seguía apretándome el brazo, y si es un vampiro quien lo hace, lo notas de verdad—. Estás haciéndole alguna cosa. O estás permitiendo que alguien le haga daño.

—Eso no es asunto tuyo.

—Claro que es asunto mío —dije. Sabía que mis ojos revelaban mi dolor y por un momento me atacó la cobardía. Con sólo mirarle a la cara sabía que podía matarme y salir acto seguido del bar sin que nadie pudiera detenerle. Que podía llevarse a Tara con él, como si fuese una mascota, o una cabeza de ganado. Antes de que el miedo se apoderara de mí, dije—: Suéltame. —Lo pronuncié de forma clara y precisa, aun sabiendo que su capacidad auditiva le permitía incluso detectar una aguja que cayera al suelo durante una tormenta.

—Tiemblas como un perro enfermo —dijo sarcástica- mente.

—Suéltame —repetí.

—O... ¿qué me harás?

—No puedes permanecer despierto eternamente. Si no soy yo, será cualquier otro.

Mickey recapacitó. No creo que fuera por mi amenaza, aunque hablaba completamente en serio.

Miró a Tara y ella empezó a hablar, como si él acabara de darle cuerda.

—Sookie, no hagas una montaña de un grano de arena. Mickey es mi novio ahora. No me pongas en una situación incómoda delante de él.

Volví a posar la mano en su hombro y me arriesgué a apartar la mirada de Mickey para girarme hacia ella. Era evidente que quería que me fuera, lo decía con total sinceridad. Pero el porqué de sus motivos estaba curiosamente turbio.

—De acuerdo, Tara. ¿Queréis tomar alguna cosa más? —pregunté sin prisas. Estaba introduciéndome en su cabeza, pero me topaba con un muro de hielo, resbaladizo y prácticamente opaco.

—No, gracias —respondió con educación Tara—. Mickey y yo tenemos que irnos ya.

Me di cuenta de que las palabras de Tara pillaron a Mickey por sorpresa. Me sentí un poco mejor; Tara era responsable de sus actos, al menos hasta cierto punto.

—Te devolveré el traje de chaqueta. Ya lo he dejado en la tintorería —dije.

—No hay prisa.

—De acuerdo. Hasta luego. —Mickey sujetaba con fuerza el brazo de mi amiga y los dos se abrieron paso entre la multitud.

Recogí los vasos vacíos de la mesa, le pasé el trapo y regresé a la barra. Charles Twining y Sam estaban en estado de alerta. Habían observado el pequeño incidente. Me encogí de hombros y se relajaron.

Después de cerrar el bar, el nuevo gorila se quedó esperándome junto a la puerta trasera mientras yo me ponía el abrigo y buscaba las llaves en el bolso.

Abrí la puerta del coche y Charles entró.

—Gracias por acceder a alojarme en tu casa —dijo.

Le repliqué con la misma educación. No tenía ningún sentido ser descortés.

—¿Crees que a Eric le importará que me hospede aquí? —preguntó Charles mientras circulábamos por la estrecha carretera local.

—No ha dado su opinión al respecto —respondí secamente. Me molestaba que automáticamente se hubiese preguntado por Eric.

—¿Te viene a visitar a menudo? —preguntó Charles con una insistencia poco normal.

No le respondí hasta que aparcamos detrás de mi casa.

—Mira —dije—. No sé lo que habrás oído, pero no es mi..., no somos... eso. —Charles se quedó mirándome y fue lo suficientemente inteligente como para no decir nada más hasta que abrí la puerta trasera—. Inspecciona tú mismo —le indiqué, después de invitarle a cruzar el umbral. A los vampiros les gusta saber dónde están las entradas y las salidas—. Después te mostraré dónde vas a dormir. —Mientras el gorila observaba con curiosidad la humilde casa donde mi familia llevaba tantos años viviendo, colgué el abrigo y guardé el bolso en mi habitación. Me preparé un bocadillo después de preguntarle a Charles si le apetecía un poco de sangre. Siempre guardo alguna botella del grupo cero en la nevera, y vi que se sentía encantado de poder sentarse en el sofá y beber un poco después de haber examinado la casa. Charles Twining era un tipo tranquilo, teniendo en cuenta que era vampiro. No me atosigaba y no parecía querer nada de mí.

Le enseñé el panel que se levantaba en el suelo del vestidor de la habitación de invitados. Le expliqué el funcionamiento del mando a distancia de la tele, le mostré mi pequeña colección de películas y le enseñé los libros que tenía en las estanterías de la sala de estar y de la habitación de invitados.

—¿Se te ocurre cualquier otra cosa que pudieras necesitar? —le pregunté. Mi abuela me había educado muy bien, aunque no creo que nunca llegara a imaginarse que acabaría ejerciendo de anfitriona de unos cuantos vampiros.

—No, gracias, Sookie —respondió educadamente Charles. Sus largos y blancos dedos acariciaron el parche que le cubría el ojo, una curiosa costumbre que me ponía los pelos de punta.

—Entonces, si me disculpas, yo ya me voy a la cama. —Estaba cansada y me resultaba agotador tener que mantener una conversación con un desconocido.

—Por supuesto. Que descanses, Sookie. ¿Si me apetece pasear por el bosque...?

—Como quieras —dije enseguida. Tenía una copia de la llave de la puerta de atrás y la saqué del cajón de la cocina donde la guardaba. Este llevaba siendo el cajón de sastre de la casa desde que se montó la cocina, quizá hacía ochenta años. En su interior había tal vez un centenar de llaves. Algunas, las que ya eran viejas cuando se montó la cocina, tenían un aspecto verdaderamente extraño. Yo había etiquetado las de mi generación, guardando la de la puerta de atrás en un llavero de plástico de color rosa que me había regalado el agente de seguros de State Farm—. Cuando entres ya para dormir, cierra con el pestillo de seguridad, por favor.

Asintió y cogió la llave.

Sentir compasión hacia un vampiro suele ser un error, pero no podía evitar pensar que Charles estaba envuelto por cierto halo de tristeza. Me parecía un ser solitario, y la soledad siempre tiene algo de patético. Yo misma la había experimentado. Siempre negaría con energía ser una persona patética, pero cuando veía la soledad en los demás, no podía evitar sentir lástima.

Me lavé la cara y me puse un pijama de nailon de color rosa. Me cepillé los dientes ya medio dormida y me acosté en la vieja cama que había utilizado mi abuela hasta su muerte. Mi bisabuela había tejido el edredón que me cubría, y mi tía abuela Julia había bordado el cubrecama. Por muy sola que estuviera en el mundo —con la excepción de mi hermano Jason—, dormía rodeada de toda mi familia.

Habitualmente duermo con mayor profundidad alrededor de las tres de la mañana, y fue durante ese periodo cuando me despertó la sensación de una mano en el hombro.

Volví a la consciencia de golpe, como si me hubiesen echado en una piscina de agua fría. Para combatir el susto que amenazaba con paralizarme, intenté lanzar un puñetazo. Algo gélido me lo agarró.

—No, no, ssshhh. —Era un susurro punzante en la oscuridad. Acento inglés. Charles—. Hay alguien por ahí fuera, Sookie.

Mi respiración parecía un acordeón. Me pregunté si estaría a punto de sufrir un infarto. Me llevé la mano al corazón, con la intención de sujetarlo cuando saliera disparado de mi pecho.

—¡Acuéstate! —me dijo al oído, y entonces noté, entre las sombras, que se agachaba al lado de la cama. Me tumbé de nuevo y cerré los ojos. El cabezal estaba situado entre las dos ventanas de la habitación, de manera que quienquiera que estuviese dando vueltas a la casa no podía ver bien mi cara. Intenté quedarme lo más quieta y relajada que me fue posible. Traté de pensar, pero estaba demasiado asustada. Si quien estaba fuera era un vampiro, no podría entrar... A menos que fuera Eric. ¿Había rescindido la invitación de entrada de Eric? No conseguía recordarlo. «Ése es precisamente el tipo de cosas de las que debería estar al tanto», me dije.

—Acaba de pasar —dijo Charles, con un hilo de voz tan débil que parecía casi la voz de un fantasma.

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