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Authors: Charlaine Harris

Más muerto que nunca (14 page)

BOOK: Más muerto que nunca
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—¿Qué es? —pregunté en una voz que esperaba fuera prácticamente inaudible.

—Está demasiado oscuro para saberlo. —Si un vampiro no lograba verlo significaba que estaba oscuro de verdad—. Saldré a averiguarlo.

—No —dije enseguida, pero ya era demasiado tarde.

¡Por todos los santos! ¿Y si el merodeador era Mickey? Mataría a Charles..., seguro.

—¡Sookie! —Lo último que esperaba (aunque, en realidad, fuera incapaz de poder esperar alguna cosa) era que Charles me llamara—. ¡Sal, por favor!

Me puse mis zapatillas de color rosa y corrí por el pasillo hacia la puerta de atrás; me pareció que la voz venía de allí.

—Voy a encender la luz de fuera —grité. No quería cegar a nadie encendiéndola sin previo aviso—. ¿Estás seguro de que no pasará nada si salgo?

—Sí —respondieron dos voces casi de forma simultánea.

Le di al interruptor con los ojos cerrados. Los abrí transcurrido un segundo y crucé la puerta con mi pijama y mis zapatillas rosa. Crucé los brazos sobre el pecho. Aunque la noche no era gélida, hacía frío.

Intenté asumir la escena que estaba presenciando.

—Lo que faltaba —dije muy despacio. Charles estaba en la zona de suelo de gravilla donde solía aparcar y tenía el brazo cruzado sobre el cuello de Bill Compton, mi vecino. Bill es un vampiro, lo es desde que finalizó nuestra Guerra Civil. Estuvimos saliendo. Seguramente nuestra historia no fue más que un insignificante guijarro en la larga vida de Bill, pero en la mía supuso toda una roca.

—Sookie —masculló Bill entre dientes—. No quiero causarle ningún daño a este desconocido. Dile que me quite las manos de encima.

Reflexioné sobre aquello a toda velocidad.

—Charles, creo que puedes soltarlo —dije, y en un abrir y cerrar de ojos Charles estaba a mi lado.

—¿Conoces a este hombre? —me preguntó Charles fríamente.

Y con la misma sequedad, fue Bill quien respondió:

—Por supuesto que me conoce, incluso íntimamente.

Oh, mierda.

—¿Te parece educado decir eso? —Es posible que mi voz sonara también algo hiriente—. Yo no ando por ahí contándole a todo el mundo los detalles de nuestra antigua relación. Y esperaba lo mismo de un caballero.

Para mi satisfacción, Charles miró de reojo a Bill, levantando una ceja con aires de superioridad.

—¿De modo que es éste quien ocupa tu cama ahora? —Bill inclinó la cabeza hacia el vampiro de menor altura.

Si hubiese dicho cualquier otra cosa, me habría reprimido. No suelo perder los nervios con frecuencia, pero cuando lo hago, los pierdo de verdad.

—¿Te importa acaso? —le pregunté, escupiendo cada palabra—. ¡No es asunto tuyo si me acuesto con un centenar de hombres o con un centenar de ovejas! ¿Qué haces merodeando por mi casa en plena noche? Me has dado un susto de muerte.

Bill no parecía en absoluto arrepentido.

—Siento que te hayas despertado y asustado —dijo con poca sinceridad—. Velaba por tu seguridad.

—Estabas paseando por el bosque y has olido a otro vampiro —dije. Siempre había tenido muy buen olfato—. Y has venido hasta aquí para ver quién era.

—Quería asegurarme de que no te hubieran atacado —dijo Bill—. Me ha parecido captar también el olor de un humano. ¿Has tenido hoy algún visitante humano?

Ni por un instante me creí que Bill estuviera únicamente preocupado por mi seguridad, pero tampoco quería aceptar que se hubiera acercado a mi ventana por celos, o por pura curiosidad. Respiré profundamente durante un minuto, tratando de calmarme y de pensar.

—Charles no me ha atacado —dije, orgullosa de hablar de un modo tan pausado.

Bill sonrió socarronamente.

—Charles —repitió con cinismo.

—Charles Twining —dijo mi invitado, e hizo una reverencia, si es que puede llamarse así a una leve inclinación de su rizada cabeza.

—¿De dónde has sacado a éste? —La voz de Bill había recuperado la calma.

—Pues, en realidad, trabaja para Eric; igual que tú.

—¿Eric te ha puesto un guardaespaldas? ¿Necesitas un guardaespaldas?

—Escúchame bien, estúpido —dije apretando los dientes—, mi vida ha continuado mientras tú no estabas. Y lo mismo le sucede a la ciudad. Hay gente que ha sido atacada, entre ellos Sam. Necesitábamos un camarero que lo sustituyese en la barra, y Charles se ha prestado voluntario para ello. —Tal vez el relato no fuera completamente exacto, pero en aquel momento la precisión me traía sin cuidado. Lo que me importaba era dejar las cosas claras.

Al menos Bill se quedó sorprendido con la información.

—Sam. Y ¿quién más?

Estaba tiritando, pues no hacía tiempo para andar por ahí con un pijama rosa de nailon. Pero no quería que Bill entrara en casa.

—Calvin Norris y Heather Kinman.

—¿Han muerto?

—Heather sí. Calvin está muy mal herido.

—¿Ha arrestado a alguien la policía?

—A nadie.

—¿Sabes quién lo hizo?

—No.

—Estás preocupada por tu hermano.

—Sí.

—¿Se transformó por luna llena?

—Sí.

Bill me lanzó una mirada que bien podría ser de lástima.

—Lo siento, Sookie —dijo, y esta vez hablaba en serio.

—No sirve de nada que me lo digas a mí —le espeté—. Díselo a Jason..., es él quien se vuelve peludo.

La expresión de Bill se tornó fría y rígida.

—Disculpa mi intrusión —dijo—. Me marcharé. —Y desapareció en el bosque.

No sé cómo reaccionó Charles a este episodio, porque di media vuelta, entré en la casa y apagué la luz. Volví a meterme en la cama y permanecí despierta, rabiosa e inquieta. Me tapé incluso la cabeza para que el vampiro comprendiese que no me apetecía comentar el incidente. Se movía de forma tan silenciosa que ni siquiera sabía si estaba en la casa; creo que se detuvo en la puerta un segundo y luego siguió caminando.

Permanecí despierta al menos cuarenta y cinco minutos y luego caí dormida.

Entonces alguien me sacudió por el hombro. Olí un perfume dulzón y algo más, algo horroroso. Estaba terriblemente grogui.

—Sookie, la casa está ardiendo —dijo una voz. —No puede ser —dije—. No he dejado nada encendido.

—Tienes que salir ahora mismo —insistió la voz. Un chillido persistente me recordaba los simulacros de incendio del colegio.

—De acuerdo —dije, con la cabeza embotada por el sueño y el humo que vi en cuanto abrí los ojos. Lentamente me di cuenta de que el chillido de fondo era el sonido del detector de humos. En mi dormitorio amarillo y blanco se alzaban espesas columnas de humo gris que parecían genios malvados. Según Claudine, yo no estaba actuando con la rapidez suficiente, por lo que me arrancó de la cama y me arrastró hacia la puerta de entrada. Jamás me había cogido una mujer en brazos, aunque Claudine, claro está, no es una mujer normal y corriente. Me depositó sobre la hierba helada del jardín. La sensación de frío me despertó de repente. Aquello no era una pesadilla.

—¿Cómo que mi casa se incendia? —Empezaba a recobrar mis sentidos.

—Dice el vampiro que ha sido ese humano, el que está allí —dijo Claudine, señalando hacia la parte izquierda de la casa. Pero permanecí durante un largo rato con los ojos clavados en la terrible visión de las llamas y en el resplandor del fuego que iluminaba la noche. El porche trasero y parte de la cocina estaban ardiendo.

Me obligué a mirar hacia una forma acurrucada que yacía en el suelo, cerca de una forsitia en flor. Charles estaba arrodillado a su lado.

—¿Habéis llamado a los bomberos? —les pregunté a los dos mientras empezaba a caminar descalza para echar un vistazo a la figura yacente. En la penumbra, examiné la cara del hombre muerto. Era de raza blanca, iba bien afeitado y probablemente tendría unos treinta años. Las condiciones del momento dejaban bastante que desear, y no lo reconocí.

—Pues no, no se me había ocurrido. —Charles levantó la vista. En su época el cuerpo de bomberos no existía.

—Y yo me he olvidado el móvil —dijo Claudine, que era decididamente moderna.

—Entonces tengo que volver a entrar para llamar, si es que el teléfono todavía funciona —dije, dando la vuelta. Charles se levantó y se me quedó mirando.

—Tú no vuelves a entrar ahí —me ordenó Claudine—. A ver, tú, el nuevo; tú corres mucho más y puedes lograrlo.

—El fuego —replicó Charles— es fatal para los vampiros.

Y era verdad; prendían como antorchas. Egoístamente, insistí un instante; quería mi abrigo, las zapatillas y el bolso.

—Ve a llamar por el teléfono de Bill —dije, señalando en la dirección correcta, y Charles salió corriendo como una liebre. En cuanto desapareció de la vista, y antes de que Claudine pudiera impedírmelo, entré otra vez en la casa y corrí hacia mi habitación. El humo era mucho más espeso y desde el vestíbulo se veían llamas en la cocina. En cuanto las vi supe que había cometido un error enorme al entrar de nuevo en la casa y tuve que dominarme para no caer presa del pánico. El bolso estaba donde lo había dejado y el abrigo sobre la sillita, en una esquina de la habitación. No conseguía encontrar las zapatillas y sabía que no podía quedarme más rato allí. Hurgué en un cajón en busca de un par de calcetines, pues sabía seguro que los encontraría allí y salí a toda velocidad, tosiendo y medio ahogada. Por puro instinto, me volví un instante hacia mi izquierda para cerrar la puerta de la cocina y eché a correr hacia la entrada. Tropecé con un sillón de la sala de estar.

—Ha sido una estupidez —dijo Claudine, el hada, y me puse a chillar. Me agarró por la cintura y, como si transportara una alfombra, me sacó de nuevo de la casa.

La combinación de gritos y tos fastidió mi aparato respiratorio durante un par de minutos, tiempo que Claudine aprovechó para alejarme de la casa. Me sentó en la hierba y me puso los calcetines. Después me ayudó a levantarme y a ponerme el abrigo. Me envolví en él, agradecida.

Era la segunda vez que Claudine aparecía de la nada cuando estaba a punto de meterme en graves problemas. La primera fue cuando caí dormida al volante después de una jornada agotadora.

—Me lo estás poniendo muy difícil —dijo. Su voz seguía sonando alegre, aunque quizá no tan dulce.

Algo había cambiado en la casa, y me di cuenta de que la luz del vestíbulo se había apagado. Podía ser que se hubiera apagado la electricidad o que, desde la ciudad, los bomberos hubieran cortado la línea.

—Lo siento —dije, pensando que era apropiado decirlo, aunque no tenía ni idea de por qué Claudine estaba allí cuando era mi casa la que estaba quemándose. Hice el ademán de echar a correr hacia el jardín trasero para ver mejor lo que sucedía, pero Claudine me sujetó por el brazo.

—No te acerques —dijo simplemente, y no conseguí soltarme—. Escucha, ya llegan los camiones.

Oí los coches de bomberos y bendije interiormente a todos los que acudían en mi ayuda. Sabía que todos los buscapersonas de la zona se habían activado y que los voluntarios habían salido de la cama para ir directamente a bomberos.

Catfish Hunter, el jefe de mi hermano, bajó de su coche. Corrió directamente hacia donde estaba yo.

—¿Queda alguien dentro? —preguntó enseguida. El camión de bomberos de la ciudad llegó tras él, echando a perder mi nuevo camino de gravilla.

—No —respondí.

—¿Tienes algún tanque de?

—Sí.

—¿Dónde?

—En el jardín de atrás.

—¿Dónde tienes aparcado el coche, Sookie?

—Detrás —dije, y me empezó a temblar la voz.

—¡El tanque de propano está detrás! —vociferó Catfish por encima de su hombro.

Hubo un grito de respuesta, seguido por una actividad frenética. Reconocí a Hoyt Fortenberry y a Ralph Tooten, además de a otros cuatro o cinco hombres y a un par de mujeres.

Catfish, después de una rápida conversación con Hoyt y Ralph, llamó a una mujer menuda que parecía engullida por su uniforme. Señaló a la figura inmóvil que yacía en la hierba, ella se quitó el casco y se arrodilló a su lado. Después de examinarlo y tocarlo, hizo un movimiento negativo con la cabeza. La reconocí a duras penas como la enfermera del doctor Robert Meredith, Jan no se qué.

—¿Quién es el hombre muerto? —preguntó Catfish. La presencia de un cadáver no parecía trastornarle.

—No tengo ni idea —dije. Fue entonces cuando me di cuenta, al oír mi voz temblorosa y débil, de lo conmocionada que estaba. Claudine me rodeó con su brazo.

En aquel momento llegó un coche de policía que aparcó junto al camión de bomberos y del que salió el sheriff Bud Dearborn. Lo acompañaba Andy Bellefleur.

—Oh, oh —dijo Claudine.

—Sí—dije yo.

Charles llegó justo entonces, con Bill pisándole los talones. Los vampiros observaron la frenética pero organizada actividad. Se percataron al instante de la presencia de Claudine.

La mujer menuda, que se había puesto en pie, gritó entonces:

—Sheriff, hágame el favor de llamar a una ambulancia para que se lleve este cuerpo.

Bud Dearborn miró a Andy, que se dirigió al coche para hablar por la radio.

—¿No te basta con un galán muerto, Sookie? —me preguntó Bud Dearborn.

Bill gruñó alguna cosa, los bomberos rompieron la ventana que había junto a la mesa de comedor de mi tatarabuela y la noche se llenó de un aluvión visible de calor y chispas. El camión de bomberos empezó a hacer mucho ruido y el tejado metálico que cubría la cocina y el porche se separó de la casa.

Mi casa estaba desapareciendo entre las llamas y el humo.

8

Claudine estaba a mi izquierda. Bill se colocó a mi derecha y me cogió de la mano. Juntos, observamos a los bomberos enfocar la manguera hacia la ventana rota. Un sonido de cristales cayendo en el suelo procedente del otro lado de la casa me dio a entender que acababan de romper también la ventana que había sobre el fregadero. Mientras los bomberos se concentraban en el fuego, la policía lo hizo en el cadáver. Charles salió en su propia defensa enseguida.

—Lo he matado yo —dijo con calma—. Lo sorprendí prendiendo fuego a la casa. Iba armado y me atacó.

El sheriff Bud Dearborn parecía un perro pequinés. La forma de su cara era prácticamente cóncava. Tenía los ojos redondos y brillantes y, en aquel momento, llenos de curiosidad. Llevaba su cabello castaño, pincelado con canas, peinado hacia atrás. La verdad es que casi esperaba que fuese a resoplar en lugar de hablar.

—Y usted..., ¿quién es? —le preguntó al vampiro.

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