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Authors: Drew Karpyshyn

Tags: #Ciencia Ficción

Mass effect. Ascensión (3 page)

BOOK: Mass effect. Ascensión
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Una vez armado, avanzó descalzo por la habitación y atravesó la puerta entreabierta que llevaba a la sala contigua. El apartamento estaba a oscuras, aunque podía ver el débil brillo del vídeo que se escapaba del comedor. Siguió moviéndose agachado, para ofrecer un blanco más pequeño en caso de que los intrusos le dispararan.

—Baja el arma, Asesino. Soy yo —dijo la voz de Pel cuando se acercaba.

Maldiciéndolo en voz baja, Grayson se irguió y entró en el comedor para recibir al inesperado invitado.

Pel estaba sentado en el sofá, viendo un canal de noticias. Tenía aún una figura poderosa e imponente, pero había ganado peso en los últimos diez años. Casi se diría que parecía blando, como un hombre que estuviera disfrutando de una vida de lujo e indulgencia.

—¡Por Dios, estás horrible! —comentó Pel al ver a Grayson—. Deja de gastarte todo el dinero en arena roja y come algo de vez en cuando —dijo mientras le daba una patada a la mesilla que había en el centro de la habitación.

Grayson había estado demasiado drogado para limpiarla antes de irse a la cama, y sobre la mesa había un espejo, una cuchilla y una bolsa de arena roja.

—Me ayuda a dormir —murmuró Grayson.

—¿Todavía tienes pesadillas? —preguntó Pel. En su tono había un eco burlón.

—Sueño —respondió Grayson—. Sueño con Keo.

—Yo también soñaba con ella —dijo Pel sonriente—. Siempre me pregunté cómo sería en la cama.

Grayson tiró la pistola sobre la mesilla donde había dejado la droga y se sentó en la silla que había frente al sofá. No estaba seguro de si Pel se reía de él o no. Con él nunca había manera de saberlo.

Al dirigir la mirada a la pantalla de vídeo, se dio cuenta de que estaban pasando imágenes de la Ciudadela recién reparada. Dos meses antes el ataque había dominado los medios, además de los pensamientos y la atención de todos los seres del espacio del Consejo. Ahora, sin embargo, la sorpresa y el terror empezaban a desvanecerse. La normalidad volvía con paso lento pero seguro desde todos lados. Alienígenas y humanos volvían a sus rutinas diarias: trabajo, estudio, amigos, familia. Gente ordinaria tirando adelante.

La historia seguía viva en los medios, pero ahora era patrimonio de los especialistas y los políticos, que la analizaban y diseccionaban. Un panel de expertos políticos —una embajadora asari, un diplomático volus y un operativo de inteligencia retirado salariano— aparecieron en la pantalla, debatiendo las posiciones de varios candidatos que la Humanidad estaba considerando para el Consejo.

—¿Crees que el Man tiene alguna influencia sobre a quién elegimos? —preguntó Grayson, haciendo un gesto hacia la pantalla.

—Puede —respondió Pel sin implicarse demasiado—. No sería la primera vez que se mete en política.

—¿Te has preguntado alguna vez por qué quería a Menneau muerto?

La pregunta se le escapó de los labios a Grayson antes de que se diera cuenta.

Pel se encogió de hombros con indiferencia, aunque en su mirada se veía una cierta sospecha.

—Puede haber cientos de razones. Yo no hago preguntas de ésas. Y tú tampoco deberías.

—¿Crees que le debemos obediencia ciega?

—Lo que creo es que ya está hecho y nada de lo que hagas va a cambiarlo. La gente como nosotros no puede permitirse vivir en el pasado. Si lo haces te vuelves torpe.

—Lo tengo todo bajo control —replicó Grayson.

—Ya lo veo —resopló Pel, haciendo un gesto hacia la arena roja de la mesa.

—Dime de una vez a qué has venido —dijo Grayson con voz fatigada.

—El Man quiere darle a la chica otra dosis de medicinas.

—La chica tiene un nombre —murmuró Grayson—. Se llama Gillian.

Pel se irguió y se inclinó hacia adelante mientras sacudía la cabeza exasperado.

—No quiero saber cómo se llama. Los nombres hacen que sea personal. Si las cosas se vuelven personales todo se complica. No es una persona; es sólo una herramienta. Así será más fácil cuando el Man decida deshacerse de ella.

—No lo hará —replicó Grayson—. Es demasiado valiosa.

—Por ahora —gruñó Pel—. Pero algún día, puede que a alguien se le ocurra que se puede averiguar más si se le abre el cráneo y se trastea con su cerebro. ¿Qué pasará entonces, Asesino?

Por un momento, Grayson vio la imagen del cuerpo descuartizado de Gillian, tendida sobre una mesa de operaciones; sin embargo, no iba a picar el anzuelo que le había tendido Pel.

«Además, eso no ocurrirá nunca. La necesitan».

—Soy leal a la causa —dijo en voz alta para no discutir más con Pel sobre ello—. Haré lo que sea necesario.

—Me alegro de oírlo —respondió Pel—. No me gustaría pensar que te estás ablandando.

—¿A eso has venido? ¿En serio? —preguntó Grayson—. ¿Te han hecho viajar desde los sistemas de Terminus para ver qué tal estoy?

—Ya no dependes de mí, Asesino —dijo Pel—. Sólo estoy de paso. Tenía que venir a encargarme de un trabajo en la Tierra y me ofrecí voluntario para, de paso, traerte el material.

El hombre se sacó del bolsillo un pequeño botellín lleno de un líquido claro, y se lo lanzó a Grayson, que lo atrapó limpiamente con una mano. No llevaba ninguna etiqueta o marca indicando qué era o qué efectos tenía. Tampoco ninguna indicación acerca de su procedencia.

Una vez cumplido lo que había venido a hacer, Pel se levantó del sofá y se dispuso a irse.

—¿Vas a informar acerca de la arena roja? —preguntó Grayson, justo cuando Pel llegaba a la puerta.

—Eso no tiene que ver conmigo —replicó sin girarse—. Por mí como si te colocas cada noche. Tengo que ir a ver a un contacto en Omega. Mañana a estas horas estaré hasta el cuello de alienígenas.

—Es parte de mi tapadera —dijo Grayson con tono defensivo—. Cuadra con mi personaje de padre con problemas.

Pel pasó la mano frente al panel de la puerta para que se abriera.

—Lo que tú digas, hombre. Esta es tu misión.

Al salir al pasillo se giró para decir una última frase antes de irse.

—No te descuides, Asesino. No hay nada que odie más que tener que ir a arreglar las chapuzas de otros.

La puerta se cerró en el preciso instante en que terminaba la frase, sin dejar espacio a Grayson para replicarle.

—Es que siempre tiene que tener la última palabra… Hijo de puta —murmuró.

Con un gruñido se levantó de la silla y posó el botellín sobre la mesa, junto a la bolsa de arena roja, y volvió a regañadientes a la cama. Por suerte, los únicos sueños que tuvo el resto de la noche fueron sobre su hija.

DOS

Kahlee Sanders avanzó con pasos rápidos y seguros por las salas de la Academia Jon Grissom. La estación espacial, construida siete años atrás en la órbita de la colonia humana de Elysium, había sido bautizada con el nombre del contralmirante Jon Grissom, el primer hombre que viajó a través de un relé de masa, y uno de los héroes vivos más respetados y adorados de la Humanidad.

Además, Grissom era el padre de Kahlee.

Los tacones de cuña que llevaba resonaban ligeramente por el pasillo de la residencia y la bata de laboratorio crujía a cada paso. Ya hacía casi una hora que los estudiantes habían cenado y estaban en sus habitaciones, repasando para las clases del día siguiente. La mayoría tenían las puertas cerradas, pero los pocos que las habían dejado abiertas levantaron la vista de sus e-libros y pantallas cuando pasó, distraídos por el sonido de sus pasos. Algunos le sonrieron o hicieron un gesto con la cabeza; incluso los más jóvenes la saludaron, entusiasmados, con la mano. Ella les respondió uno a uno.

Sólo un puñado de personas sabían que Jon Grissom era su padre y esa relación, si podía llamarse así, no tenía nada que ver con su posición en la Academia. No veía a su padre demasiado a menudo. Ya hacía más de un año desde la última vez que habían hablado y, como parecía ocurrir en cada visita, habían discutido. Su padre era un hombre difícil de querer.

Grissom tendría pronto setenta años y, al contrario que la mayoría de la gente en aquella era de medicina moderna, aparentaba realmente la edad que tenía. Kahlee tenía cuarenta y pocos años, pero parecía al menos una década más joven. De estatura y peso medios, conservaba la forma que le permitía moverse con la agilidad de la juventud. Tenía la piel aún fina, aparte de unas diminutas arrugas alrededor de los ojos cuando se reía o dibujaba una sonrisa. La cabellera, que le llegaba hasta los hombros, era todavía rubia, con mechas de un color arenoso más oscuro. No tendría que preocuparse por las canas al menos en treinta años.

En contraste con ella, su padre parecía viejo. Aún conservaba la mente —y la lengua— aguzada como siempre, pero tenía el cuerpo seco y marchito. La piel dura y curtida, las facciones marcadas y hundidas, el rostro recorrido por las señales de décadas de la presión y el estrés de ser un icono viviente… Los cabellos que le quedaban eran canosos, y se movía con el paso lento y deliberado de los ancianos, incluso un poco encorvado.

Al recordar su imagen, era difícil imaginarlo como el gran héroe que describían los medios y los libros de historia. Kahlee siempre se preguntaba hasta qué punto era intencionado: una fachada que Grissom tenía para mantener a los demás a raya. Su padre había dado la espalda a la fama, sin querer convertirse en un símbolo de la Tierra o la Alianza. No había querido asistir a la consagración de la Academia Jon Grissom, y en los siete últimos años había declinado docenas de invitaciones de la junta directiva para visitar las instalaciones, pese a orbitar el planeta en el cual residía.

«Puede que sea mejor así», pensó Kahlee para sus adentros. Mejor que el público le recordara como había sido. Aquella imagen era un símbolo mejor de nobleza y valor que el maldito viejo misántropo en el que se había convertido. Además, ya tenía bastantes preocupaciones en la Academia para tener que ocuparse encima de su padre.

Al llegar a su destino apartó sus pensamientos de Grissom y llamó una vez a la puerta.

—Adelante —dijo una joven voz masculina a regañadientes, y la puerta se abrió un segundo más tarde.

Nick estaba estirado en la cama y miraba hacia el techo con el ceño fruncido. Tenía doce años, pero era un poco pequeño para su edad. Pese a ello, tenía algo —un aire casi inconsciente de arrogancia y crueldad— que le marcaba como un abusador más que como una víctima.

Kahlee entró y cerró la puerta tras de sí. Nick siguió obstinado, sin mirarla, como si no estuviera allí. Su computadora escolar permanecía cerrada en la mesita de la esquina. Estaba claro que había tenido una rabieta.

—¿Qué ha pasado, Nick? —preguntó mientras se sentaba en la cama a su lado.

—¡Hendel me ha castigado tres semanas! —exclamó, irguiéndose de repente con una expresión de escándalo e indignación sumos—. ¡Ni siquiera me deja jugar en la Extranet!

Los estudiantes de la Academia Grissom recibían todo tipo de cuidados, pero si no se comportaban podían perder ciertos privilegios, como acceder a juegos de la Extranet, disponer de sus programas favoritos en las pantallas de vídeo de su habitación o escuchar música popular.

—¡Tres semanas es una eternidad! —protestó—. ¡No es justo!

—Tres semanas es mucho tiempo —asintió Kahlee con gesto sombrío, como si estuviera de acuerdo con él, aunque tuvo que hacer un esfuerzo para que los labios no formaran una sonrisa—. ¿Qué has hecho?

—¡Nada! —dijo, dejando una pausa significativa antes de continuar—. Yo… sólo… He empujado a Seshaun…

Kahlee negó con la cabeza disgustada, sin ningunas ganas ya de sonreír.

—Nick, sabes que eso no está permitido —dijo con seriedad.

Todos los estudiantes de la Academia Grissom eran excepcionales en algún sentido: genios de las matemáticas, sabios de la técnica, artistas brillantes, músicos y compositores de talla mundial… Kahlee sólo se ocupaba de los que participaban en el Proyecto Ascensión: un programa diseñado para ayudar a niños con aptitudes bióticas a maximizar su potencial. Una vez les instalaban amplificadores microscópicos conectados a su sistema nervioso, los individuos bióticos podían usar los impulsos electromagnéticos generados por el cerebro para crear campos de efecto de masa. Con años de entrenamiento en concentración mental y técnicas de
biofeedback
, los campos podían llegar a ser tan potentes que podían alterar su entorno físico. Un biótico poderoso era capaz de levantar y lanzar objetos, detenerlos o incluso destrozarlos en pedazos sin usar nada más que el poder de la mente. Considerando el peligro potencial que suponían, no era raro que hubiera reglas muy estrictas acerca del uso de las habilidades sin la adecuada supervisión.

—¿Le has hecho daño?

—Un poco —admitió a regañadientes—. Se ha golpeado la rodilla cuando le he tirado al suelo. Pero no es nada serio.

—Es muy serio —insistió Kahlee—. ¡No me digas que no sabes que no puedes usar biótica con los otros niños, Nick!

Como el resto de estudiantes del Proyecto Ascensión de su grupo de edad, Nick había recibido los implantes quirúrgicos hacía poco más de un año. La mayoría de los niños aún estaban luchando para acceder a sus nuevas habilidades, practicando los ejercicios y lecciones que les permitirían coordinar los amplificadores bióticos con sus propios sistemas biológicos. En los primeros dos años la mayoría apenas podía levantar un lápiz unos centímetros por encima de la superficie de la mesa.

Sin embargo, Nick aprendía muy rápido. Según los tests iniciales, la mayoría de sus compañeros de clase llegarían a su nivel en los años siguientes y algunos incluso le superarían, pero en el presente era mucho más poderoso que cualquiera de ellos. Era lo bastante fuerte para tirar al suelo a otro niño de doce años.

—Ha empezado él —protestó Nick, para defenderse—. Se estaba riendo de mis zapatos y yo sólo le he empujado. ¡No es mi culpa si se me da bien la biótica!

Kahlee suspiró. La actitud de Nick era completamente normal e inaceptable. El Proyecto Ascensión tenía dos objetivos principales: trabajar con individuos bióticos para maximizar el potencial humano en el campo y, más importante aun desde su punto de vista, ayudar a los bióticos a integrarse en la llamada «sociedad humana normal». A los estudiantes no sólo los entrenaban en técnicas bióticas, sino también en un currículum de instrucción moral y filosófica que les ayudaría a entender las responsabilidades y obligaciones que su extraordinario talento conllevaba.

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