Mass effect. Ascensión (35 page)

Read Mass effect. Ascensión Online

Authors: Drew Karpyshyn

Tags: #Ciencia Ficción

BOOK: Mass effect. Ascensión
4.94Mb size Format: txt, pdf, ePub

—¡Hay que buscar los controles! —gritó Hendel, y los dos se separaron, uno avanzando en el sentido de las agujas del reloj y el otro en el contrario.

Hendel intentó sincronizar los agudos pitidos con el reloj imaginario que tenía en la cabeza. Cuando calculó que les quedaban unos escasos treinta segundos, encontró finalmente lo que buscaba: un pequeño teclado unido a uno de los barriles. Dos cables corrían desde la base hasta la masa de cableado que sostenía los explosivos juntos. Hendel sabía perfectamente que cortar uno de los dos cables haría que todo explotara.

—¡Tengo el mío! —gritó Mal, desde el otro lado de los barriles.

—Y yo —respondió Hendel—. ¿Entramos el código a la de tres? Uno… Dos… ¡Tres!

Pulsó los números, consciente de que Mal sólo tenía un par de segundos para hacer lo mismo.

Si no estaban sincronizados, si uno de los dos dudaba o se equivocaba de tecla, ambos quedarían vaporizados al instante. El pitido regular se convirtió en un silbido continuo. Hendel cerró instintivamente los ojos, preparándose para la explosión.

Y no pasó nada.

El pitido se apagó lentamente y Hendel levantó la mano para enjugarse el sudor de las cejas, pero lo único que consiguió fue que su mano enguantada chocara contra la máscara de su traje ambiente.

—Vaya señal de «todo en orden» —murmuró para sí, y se puso a reír.

VEINTICINCO

Después de la batalla, los quarianos habían puesto a Grayson bajo vigilancia. Durante casi una semana su destino estuvo pendiente de un hilo, mientras el Almirantazgo, el Cónclave y el Consejo civil de la
Idenna
deliberaban qué hacer.

Había salvado docenas, quizá cientos de vidas al avisarlos acerca de los explosivos. Claro que Kahlee, como todo el mundo, sabía que la única razón por la que habían estado en peligro era por lo que él había hecho. Y sus manos estaban manchadas de sangre. Más de veinte miembros de la tripulación de la
Idenna
habían muerto durante el ataque, junto con once soldados de Cerberus y Golo, el traidor quariano. El coste había sido alto, pero menor de lo que podría haber sido.

Mal sabía todo esto y lo tuvo en cuenta al tomar la decisión final acerca de Grayson, tal y como le correspondía en su condición de capitán. Kahlee había temido que hubiera consecuencias para ella y Hendel también; nada de todo aquello habría ocurrido si los quarianos no los hubieran recibido. Sin embargo, había subestimado el valor que la cultura quariana ponía en la comunidad y la tripulación. Mal les explicó que los habían aceptado como invitados en su nave. Eran parte de la familia de la
Idenna
. No iba a echarlos ahora y no iba a pedirles cuentas por las acciones de Cerberus.

Al final, el capitán incluso accedió a que Kahlee se llevara a Grayson a la Alianza como prisionero, y les dio la misma lanzadera como transporte. Lemm accedió a acompañarlos como piloto y también a ayudarla a vigilarlo.

Por su parte, Hendel y Gillian se quedarían allí.

—¿Estás seguro de que sabes lo que haces? —le preguntó a Hendel en las plataformas de acoplamiento, cuando se despedían.

—Gillian lo necesita —dijo él—. Ya has visto lo que ha mejorado desde que estamos aquí. No sé si es la nave, los trajes ambiente, la ausencia de drogas…, lo único que sé es que en la
Idenna
es feliz. Y pronto, ni siquiera Cerberus podrá hacerle nada.

Kahlee asintió, aceptando que no podría hacerle cambiar de opinión.

Las noticias acerca de una fuerza enemiga infiltrándose en la Flota Migrante habían sacudido a la sociedad quariana en lo más profundo. Al verse forzados a enfrentarse con la idea de que eran vulnerables incluso en la flotilla, muchos de los capitanes cambiaron de opinión acerca del plan de enviar naves a explorar las profundidades del espacio en misiones de larga duración.

El Cónclave había debatido el tema apasionadamente, pero al final los que estaban a favor de las misiones de exploración, como Mal, eran mayoría. El Almirantazgo podría haber vetado la decisión del Cónclave, pero ellos también parecían haber sufrido un cambio de opinión. Aceptaron el plan, aunque impusieron severas normativas y restricciones acerca de cuántas naves se enviarían y cuándo saldrían de viaje.

A nadie le sorprendió que la
Idenna
fuera escogida para ser la primera de esas naves. En tres semanas saldría a través de un relé de masa, recientemente activado en un sistema deshabitado, hacia regiones desconocidas. Para sobrevivir hasta cinco años sin contactos con el exterior, le instalaban nuevas mejoras técnicas. Un viaje de tales características, sin embargo, haría necesario que la tripulación se redujera a cincuenta, de los casi setecientos que habitaban entonces la nave. Mal los escogió personalmente uno a uno.

El capitán dio permiso a Hendel y a Gillian para que los acompañaran.

—¿De verdad crees que Cerberus dejará de buscarla en cinco años? —preguntó Kahlee.

Hendel se encogió de hombros.

—No lo sé, pero al menos le dará una oportunidad de crecer un poco más antes de volver a enfrentarse a ellos.

Echó una mirada hacia la lanzadera, donde Gillian decía adiós a su padre en privado. Hendel no había creído que fuera una buena idea, al principio, pero Kahlee le había convencido. Grayson se merecía al menos eso.

—¿Qué crees que le está diciendo? —preguntó Hendel.

—No lo sé.

Kahlee no podía ni imaginarse por lo que Grayson estaría pasando. Todo lo que había hecho en su vida adulta —cada acción, cada decisión que había tomado— había sido al servicio de Cerberus y su supuesta gran causa gloriosa. Pero al final había elegido a su hija por encima de aquellos ideales nebulosos. Desgraciadamente, aquella elección significaba que era imposible que permanecieran juntos.

—¿Qué le vas a decir a Gillian si pregunta alguna vez por él? —le preguntó a Hendel.

—Le diré la verdad —dijo él—. Su padre es un hombre complejo. Ha cometido errores. Pero la quiere mucho y sólo quiere lo mejor para ella. Y al final ha hecho lo mejor.

Kahlee asintió y le dio un abrazo a Hendel.

—Id con cuidado —susurró.

—No te preocupes.

Se soltaron al oír el sonido familiar de las botas de Lemm acercándose.

—¿Estamos listos? —le preguntó el quariano.

Kahlee sabía que Lemm estaba ansioso por llevarlos a la colonia de la Alianza más cercana, para poder regresar antes de que la
Idenna
partiera. Como Hendel y Gillian, también había sido seleccionado para formar parte de la peligrosa misión.

La doctora ya se había despedido de Gillian y, aunque le destrozaba el corazón tener que separar a Grayson de su hija, sabía que era hora de partir.

—Estoy a punto —dijo Kahlee.

Estaban a pocas horas de decelerar de la velocidad de la luz en las cercanías de Cuervo, la colonia de la Alianza más cercana. Lemm ya había programado su destino en los sistemas de navegación y Kahlee había enviado un mensaje: una patrulla de seguridad los estaría esperando al aterrizar para encargarse de custodiar a Grayson.

El quariano echaba una siesta en la habitación mientras Kahlee y Grayson permanecían en la cabina de pasajeros, uno frente al otro. Grayson tenía las manos esposadas al frente, descansando sobre las rodillas. Como precaución extra, Kahlee iba armada con una pistola aturdidora y un arma de fuego, en caso de que el hombre cambiara de actitud. Estaba claro que cada vez tenía más miedo. Miraba nerviosamente por la cabina como si estuviera buscando una vía de escape y movía nerviosamente los dedos sobre las rodillas.

—Sabes que me estás enviando a la muerte, ¿verdad? —le dijo Grayson.

—La Alianza te protegerá —le aseguró Kahlee—. Tienes información valiosa acerca de Cerberus. Querrán tenerte vivo.

—No pueden protegerme —respondió Grayson, sacudiendo la cabeza—. Puede que sea de aquí en un mes o quizá un año, pero tarde o temprano uno de sus agentes en la Alianza vendrá a ocuparse de mí.

—¿Qué esperas que haga? —le preguntó Kahlee—. No puedo dejarte escapar.

—No —dijo suavemente—. No, supongo que no.

—Sé que sabías que pasaría esto —le dijo ella—, pero nos has ayudado igualmente. Creo que querías expiar tu pasado.

—Preferiría expiarlo sin tener que morir —respondió él, con una mueca macabra.

—Recuerda por qué estás haciendo esto —dijo Kahlee, intentando animarlo—. Es por Gillian.

La mención de su hija le llevó una sonrisa a los labios.

—Tenías razón —replicó él— en lo que me dijiste antes de que matara a Golo. Gillian es feliz. Creo que eso es lo único a lo que puedo aspirar.

Kahlee asintió.

—Has hecho lo mej…

Kahlee no pudo terminar la frase porque Grayson se le tiró encima de repente. Se movió con la velocidad de una serpiente y se le lanzó de cabeza, contra su nariz. Kahlee esquivó en el último momento y el hombre le dio en el hombro.

Grayson había puesto todo su peso sobre ella, clavándola en el asiento. Intentó agarrarla con las manos esposadas hasta que la mujer le dio un golpe seco en la garganta.

El hombre cayó y se quedó hecho un ovillo en el suelo, jadeando e intentando recuperar la respiración. Kahlee dio un salto y se le plantó encima, preparada por si volvía a intentar atacarla.

—Vuelve a hacer algo así y te pego un tiro —le avisó, aunque sin demasiado veneno en su amenaza.

El corazón le latía a gran velocidad y la adrenalina le corría por la sangre, pero no había sufrido ningún daño. De hecho, llevaba un rato esperando algo así. El hombre estaba cada vez más desesperado. La única culpable de que hubiera ocurrido aquello era ella, por no haberse dado cuenta de que Grayson seguía siendo peligroso.

—Vamos —dijo con voz suave, dando un paso atrás—, que no te he hecho tanto daño. Levántate.

Grayson se giró y Kahlee se dio cuenta de que tenía algo en las manos esposadas. Le costó un segundo comprender que se trataba de la pistola aturdidora. ¡Se la había quitado durante el forcejeo!

Intentó gritar para avisar a Lemm, pero Grayson disparó y todo oscureció.

Cuando despertó, Lemm estaba mirándola con rostro preocupado. Se dio cuenta de que estaba en una cama de la lanzadera, los efectos de la pistola aturdidora la habían dejado desorientada y confusa.

—¿Dónde estamos? —preguntó, intentando ponerse en pie.

—Daleon —respondió Lemm—. Una pequeña colonia volus.

—Pensaba que íbamos a aterrizar en Cuervo —replicó ella, mientras su mente nublada intentaba poner los acontecimientos en orden.

Lemm se encogió de hombros.

—Lo único que sé es que alguien me ha soltado una descarga aturdidora. Cuando he recuperado la consciencia estábamos aquí, en el espaciopuerto de Daleon.

—¿Y Grayson? ¿Dónde está Grayson?

—Se ha ido —respondió Lemm—. Podemos ir a buscarlo, si quieres. Es posible que aún esté en Daleon.

Kahlee negó con la cabeza al entender lo que había ocurrido.

—Ya se habrá ido. No lo encontraremos nunca.

—¿Y qué hacemos ahora? —preguntó el quariano.

—Toma la lanzadera y vuelve a la
Idenna
—le dijo—. Tienes que preparar muchas cosas para el viaje.

—¿Y tú?

—Déjame en la Academia Grissom —respondió—. Hay muchos niños del Programa Ascensión que necesitan mi ayuda. —Con una sonrisa, añadió—: Creo que podré convencer al consejo directivo para que me contrate otra vez.

EPÍLOGO

La pantalla de vídeo lanzó un pitido para anunciar que había llegado un mensaje. El Hombre Ilusorio levantó la mirada del informe que estaba estudiando en su mesa y vio que la llamada venía de una línea segura.

—Responder —dijo.

La imagen de Paul Grayson apareció en la pantalla.

El Hombre Ilusorio parpadeó, ligeramente sorprendido. Había asumido que la misión había fallado, porque habían pasado dos semanas y no había tenido noticias. En la mayor parte de las misiones de Cerberus podía mantenerse al corriente por los vídeos de noticias, pero como los medios no cubrían lo que ocurría en los confines de la Flota Migrante, en aquel caso tenía tan poca información como cualquier ciudadano ordinario.

—Paul —dijo torciendo la cabeza—, ¿hemos recuperado el objetivo?

—Se llama Gillian —respondió el hombre, con un tono de hostilidad inconfundible.

—Bueno, pues Gillian —aceptó el Hombre Ilusorio con voz fría—. ¿Qué ha pasado con la misión?

—El equipo ha muerto. Todos. Golo también. Todos.

—Excepto tú.

—Es como si también lo hubiera hecho —respondió Grayson—. Soy un fantasma. Nunca me encontrarás.

—¿Y tu hija? —preguntó el Hombre Ilusorio—. ¿Cuánto tiempo sobrevivirá siendo una fugitiva? Eso no es vida para ella. Tráela y podremos discutir qué es lo que más le conviene.

Grayson rio.

—No está conmigo. Está en una nave quariana de exploración del espacio profundo, en medio de un sistema desconocido más allá de los límites de la galaxia. Nunca la encontrarás.

El Hombre Ilusorio apretó ligeramente la mandíbula al entender que la niña se le había escapado. Si Grayson estaba dispuesto a retarlo de aquella manera con la información, significaba que realmente era imposible dar con ella. Disponía de una red de informantes de Cerberus a través del espacio del Consejo y los sistemas Terminus, pero más allá de esos límites estaba completamente a oscuras.

—Pensaba que eras leal a la causa, Paul.

—Lo era —respondió Grayson—. Hasta que vi el tipo de gente que comparte tu visión y cambié de opinión.

El Hombre Ilusorio hizo una mueca de desprecio.

—Lo que yo hago es salvar vidas. Vidas humanas. Pensaba que lo entendías, pero ahora parece que intentes salvar tu alma.

—Creo que mi alma ya no se puede salvar.

—Pues ¿por qué llamas? —preguntó el Hombre Ilusorio, sin poder ocultar un eco de frustración en su voz.

—Para avisarte —respondió el hombre al otro lado de la pantalla de vídeo—. Deja a Kahlee Sanders tranquila. Si le haces algo, le contaré a la Alianza todo lo que sé.

El Hombre Ilusorio estudió cuidadosamente la imagen de la pantalla. Vio que los signos habituales de uso de arena roja —los ojos inyectados en sangre, el débil brillo de los dientes— no estaban. Entonces se dio cuenta de que aquello no era un farol.

—¿Por qué te importa tanto?

—¿Qué más da? —replicó Grayson—. No te vale para nada. No si la comparas con todos los secretos sucios que sé. Me parece que mi silencio a cambio de su seguridad es un buen trato para ti.

Other books

Fifty Fifty by S. L. Powell
Voyage to Alpha Centauri: A Novel by Michael D. O'Brien
Corazón by Edmondo De Amicis
A Private War by Donald R. Franck
The Beat of Safiri Bay by Emmse Burger
Scars of the Earth by C. S. Moore
Those Pricey Thakur Girls by Chauhan, Anuja