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Authors: Drew Karpyshyn

Tags: #ciencia ficción

Mass Effect. Revelación (36 page)

BOOK: Mass Effect. Revelación
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Kahlee no se había alistado para servir en el frente de batalla. Ella era una científica, una intelectual. Pero todos los soldados de la Humanidad pasaban por el mismo adiestramiento básico; antes de ser parte de la Alianza debían soportar meses de extenuantes sufrimientos físicos. Les enseñaban a entregarse hasta el límite de sus fuerzas y más allá. Y cuando sus cuerpos amenazaban con desfallecer por el agotamiento y la fatiga, debían encontrar el modo de continuar. Tenían que atravesar las barreras mentales que les inhibían y exigirse más de lo que nunca imaginaron que fuera posible.

Era un rito iniciático, un vínculo compartido por cada hombre y mujer del Ejército de Sistemas de la Alianza. Les unía y les daba fortaleza; les transformaba en símbolos vivientes: una manifestación en carne y hueso del indómito espíritu humano. Anderson sabía que ahora tenía que aprovecharse de ello.

—¡Maldita sea, Sanders! —le gritó—. ¡No se atreva a dejarme tirado! ¡Su unidad se retira, así que levante el culo y póngase en marcha! ¡Es una orden!

Como buen soldado, Kahlee respondió a sus órdenes. De algún modo se puso otra vez en pie, con el arma aún en sus manos, y rompió a correr lenta y pesadamente: la voluntad forzaba a su cuerpo a hacer lo que su mente le decía que no era capaz de hacer. Anderson la miró durante unos segundos para asegurarse de que no perdiera el equilibrio y llevó el paso por detrás, emparejándolo con el de ella mientras corrían hacia el humo, los gritos y las llamas que llegaban de los edificios que tenían en frente de ellos.

El campo de trabajo se había convertido en el mismo Infierno. El rugido de las llamas ascendía de la conflagración para confundirse con los alaridos de dolor y los llantos de lamento ocasionados por el terror y la pérdida. La horrorosa cacofonía se entremezclaba con la ocasional y estruendosa explosión de otra detonación proveniente de algún lugar en el interior de la planta.

Nubes negras y grasientas rodaban por encima de los tejados y hacia el suelo mientras el fuego saltaba de edificio en edificio y devoraba al campo entero, que por aquel entonces era una única estructura. El calor, que parecía un ente con vida propia, les agarraba y les cogía de las extremidades, rozándoles la piel con sus abrasadoras zarpas mientras pasaban a su lado. El humo acre les picaba en los ojos y penetraba en sus pulmones, asfixiándoles a cada respiración. El empalagoso hedor de la carne quemándose estaba por todas partes.

Los cuerpos, muchos de ellos de niños, yacían esparcidos por las calles. Algunos eran víctimas del mineral fundido que había llovido sobre ellos; cáscaras carbonizadas extendidas sobre los charcos burbujeantes de su propia carne derretida. Otros sucumbieron al humo o a las llamas y sus cadáveres estaban enroscados en posición fetal mientras sus músculos y tendones ardían y se arrugaban. Y otros, pisoteados por la estampida de aquellos que intentaban escapar, tenían las extremidades rotas y retorcidas en extraños y grotescos ángulos; los rostros machacados bajo los descuidados pies del prójimo hasta ser una papilla ensangrentada.

Pese a todos los combates que había resistido, pese a todas las batallas que había librado y pese a todas las atrocidades de guerra que había presenciado de primera mano, nada había preparado al teniente para los horrores que vio durante el resto de su huida de la refinería. Sin embargo, no había nada que pudieran hacer por las víctimas ni ninguna ayuda que pudieran prestarles. Lo único que podían hacer era bajar las cabezas, agacharse y seguir corriendo.

Durante la huida desesperada, Kahlee tropezó y cayó varias veces, sólo para esforzarse valerosamente cada vez que Anderson tiraba de ella para ponerla en pie. Y por algún milagro, lograron salir del Infierno con vida… y llegar justo a tiempo para ver cómo Saren introducía una pequeña maleta de metal en la parte trasera del todoterreno.

El turiano les miró sorprendido y, bajo el resplandor del fuego del campo en llamas que había detrás de ellos, Anderson hubiera jurado haber visto al espectro frunciendo el ceño. Saren permaneció en silencio mientras entraba en el vehículo y, por un segundo, Anderson pensó que Saren iba a marcharse dejándoles allí.

—¡Entrad! —gritó el turiano.

Puede que fuera la visión de los dos rifles de asalto automáticos que seguían llevando. O puede que temiera que alguien descubriese que les había abandonado. A Anderson le traía sin cuidado: estaba contento de que el turiano les hubiera esperado.

Ayudó a Kahlee a entrar en el vehículo y se subió junto a ella.

—¿Dónde está Edan? —preguntó mientras el motor arrancaba.

—Muerto.

—¿Y el Dr. Qian? —quiso saber Kahlee.

—También está muerto.

Saren puso en marcha el todoterreno y las ruedas levantaron pequeños trozos de grava y arena al arrancar. Anderson se dejó caer contra el asiento. Todos los pensamientos sobre la pequeña maleta de metal desaparecieron de su mente mientras se rendía frente el agotamiento extremo.

El todoterreno salió volando hacia la noche, dejando la siniestra escena de muerte y destrucción tras de sí cada vez más lejos.

EPÍLOGO

Anderson salió de las oficinas de la embajada de la Alianza en la Ciudadela hacia el sol sintético del Presidium. Bajó las escaleras y se dirigió hacia los verdes campos de hierba de afuera.

Kahlee estaba esperándole abajo, junto al borde del lago. Estaba sentada sobre la hierba, con los pies descalzos para poder mojarse los dedos. Fue hasta ella y se sentó pesadamente a su lado, quitándose de un tirón los zapatos y hundiendo los pies en el agua fría y refrescante.

—Ah, qué bien sienta.

—Ha sido una reunión muy larga —dijo Kahlee.

—Me sabía mal que pudieras aburrirte mientras me esperabas.

—No tenía otra cosa que hacer —bromeó Kahlee—. Yo ya me he reunido con la embajadora. Además, creí que debía quedarme por aquí —y añadió en un tono de voz más serio—: Al menos te debo esto.

—No me debes nada —respondió antes de que ambos se sumieran en un cómodo silencio.

Habían transcurrido cuatro días desde que escaparon de la refinería de Camala. Pasaron la primera noche en unas instalaciones médicas cercanas a los puertos espaciales. Fueron tratados por la inhalación de humo y por la posible exposición a las toxinas liberadas al aire durante las explosiones y a Kahlee le administraron fluidos intravenosos para combatir la deshidratación que había sufrido durante su confinamiento.

A la mañana siguiente se reunieron con un contingente de representantes de la Alianza: soldados para brindarles protección y oficiales de inteligencia para tomarles declaración. Les llevaron rápidamente a una fragata que les esperaba y les condujeron a la Ciudadela para que entregaran sus informes y sus relatos personales a las autoridades en persona: tres días de reuniones, audiencias e interrogatorios para determinar qué ocurrió… y quién era culpable.

Anderson sospechaba que las repercusiones políticas de alto nivel continuarían durante meses, puede que años. Aunque al acabar su última reunión en el despacho de la embajadora, todo había concluido oficialmente para él. Para ambos.

Aquélla era la primera ocasión que habían tenido para estar solos desde aquella noche infernal. Quería alargar el brazo alrededor de su hombro y atraerla hacia él pero no estaba seguro de cómo reaccionaría ella. Quería decirle algo, pero no se le ocurría qué decir. Así que estuvieron sentados allí, el uno al lado del otro, al borde del agua, sin hablar.

Al final, Kahlee rompió el silencio.

—¿Qué ha dicho la embajadora?

—Más o menos lo que me esperaba —respondió suspirando—. El Consejo me ha rechazado como aspirante a los espectros.

—Eso es porque Saren fue a por ti —dijo indignada.

—Su informe no ofrece un retrato demasiado halagador de mí. Dice que pasé por alto el auténtico objetivo de la misión. Afirma que, al entrar demasiado pronto, di la alarma a los mercenarios que había en el interior de la base y eché a perder su tapadera. Consigue incluso culparme de la explosión.

—¡Pero eso no son más que mentiras! —exclamó Kahlee, levantando las manos con exasperación.

—Mezcladas justo con la suficiente verdad para convencerles —apuntó—. Además, es un espectro. Uno de sus mejores agentes. ¿A quién van a creer?

—O puede que el Consejo esté buscando una excusa para mantener a los humanos fuera de los espectros. Conteniendo una vez más el avance de la Alianza.

—Puede. Pero ahora eso ya no es problema de Goyle.

—El Consejo tiene a sus propios expertos estudiando los archivos de Sidon —explicó Anderson—. Todo son teorías y conjeturas. No creen que existiera nunca alguna tecnología alienígena.

—¿Y qué pasa con todas las investigaciones que estuvimos haciendo para Qian? —protestó—. ¿Qué pretendía conseguir?

Anderson se encogió de hombros.

—Dicen que Qian era inestable. Creen que embaucó a Edan con pretensiones descabelladas y falsas promesas fundadas en sus propios delirios psicóticos. Y piensan que estaba arrastrando todo el proyecto de Sidon cada vez más hacia su locura particular.

—¿Qué ha dicho la embajadora de ti? —preguntó Kahlee, tras dudar por un instante, con una voz cada vez más suave.

—Al principio no estaba muy contenta —admitió—. No he entrado en los espectros y esta misión ha dejado una terrible confusión política que ella deberá poner en orden.

—¿Qué pasa con los civiles que murieron en la explosión? ¿La Alianza no estará intentando hacerte cargar con eso, no? —No había error posible en el tono de preocupación de su voz, y Anderson se arrepintió de no haber pasado antes el brazo alrededor de ella.

—No. Goyle no está buscando un cabeza de turco. El Consejo ha precintado todos los archivos relacionados con la participación de Saren. Oficialmente, lo han considerado un accidente industrial. Una vez que la embajadora se ha calmado, creo que se ha dado cuenta de que la misión no ha sido un completo fracaso. Hemos descubierto lo que ocurrió realmente en Sidon y los responsables están muertos. Creo que, en esto, me atribuye cierto mérito.

—¿O sea, que esto no perjudicará tu carrera militar?

—Probablemente no. Pero tampoco me ayudará.

—Me alegro —dijo, alargando el brazo para poner una mano encima de su hombro. Sé lo mucho que significa par ti ser soldado.

Anderson alargó suavemente el brazo para pasar una mano por detrás de su nuca, atrayéndola ligeramente hacia sí mientras se inclinaba hacia ella. Sus labios se rozaron durante el más leve de los instantes antes de que ella se echara hacia atrás.

—No, David —susurró—. No podemos hacerlo. Lo siento.

—¿Qué ocurre? —preguntó desconcertado.

—En la reunión de esta mañana me han ofrecido un nuevo destino. Quieren que me una a un equipo de investigación en otro proyecto. Incluso me han ascendido.

—¡Kahlee, eso es fantástico! —exclamó, entusiasmándose sinceramente por ella—. ¿Dónde estarás destinada?

Le devolvió una sonrisa apagada.

—Es secreto.

La sonrisa desapareció de su cara.

—Oh.

—No te preocupes —le dijo, intentando quitar hierro a la situación—. Esta vez no estamos estudiando nada que sea ilegal.

Anderson no respondió, procurando asimilar la situación.

—Podemos hacer que esto funcione —afirmó súbitamente—. Hay algo especial entre nosotros dos. Darle una oportunidad a esto es algo que nos debemos a nosotros mismos.

—¿Conmigo en un proyecto de alto secreto y tú siempre fuera de patrulla? —negó con la cabeza—. No haríamos más que engañarnos a nosotros mismos.

A pesar de que le dolía admitirlo, sabía que ella tenía razón.

—Eres un buen hombre, David —dijo, intentando hacer el rechazo menos doloroso—. Pero incluso si yo no me fuera, no creo que nunca pudiéramos ser más que amigos. El ejército siempre va a ser lo primero en tu vida. Ambos lo sabemos.

Asintió, aunque sin poder mirarle a los ojos.

—¿Cuándo partes?

—Esta noche —respondió—. Debo prepararme. Sólo quería tener la ocasión de verte una vez más. Para darte las gracias… por todo.

Kahlee se puso en pie y, apartándose el pelo, se inclinó y le dio un rápido beso en la mejilla.

—Adiós, soldado.

Anderson no miró cómo se alejaba, sino que en lugar de eso clavó la mirada en el lago durante mucho, mucho tiempo.

En la intimidad de su pequeña embarcación de una plaza, Saren había estado estudiando durante horas los datos de la memoria flash que estaba en el interior de la maleta metálica de Qian. Sus sospechas habían sido correctas: la tecnología alienígena era una nave de algún tipo. Se llamaba
Sovereign
, una espléndida reliquia que se remontaba a tiempos de la extinción de los proteanos; una enorme nave de guerra con una inmensa potencia.

Pero era mucho más que una simple nave. Sus sistemas, sus procesos y su tecnología estaban tan avanzados que empequeñecían cualquier logro de las especies de la Ciudadela. Su grandeza y complejidad rivalizaban con las grandes creaciones de los proteanos; los relés de masa y la Ciudadela. Puede que incluso las sobrepasara. Y si Saren aprendía y lograba comprender cómo funcionaba, podría aprovechar todo ese poder en beneficio propio.

Se había pasado toda la vida preparándose para un momento como aquel. Todo lo que había hecho —las fuerzas armadas, su carrera en los espectros— no era más que un preludio a esta revelación. Ahora había encontrado su verdadero propósito; el destino le había conducido hasta allí.

¿Cómo explicar sino lo bien que todo había concluido para él? Anderson había sido rechazado en los espectros. La Alianza había sido humillada políticamente. El Consejo estaba convencido de que el artefacto ni siquiera existía. Y los únicos hombres que podían descubrirle ahora estaban muertos.

No obstante, sus muertes tuvieron un precio. Puede que Qian estuviera perdiendo el control, pero sólo con mirar sus notas era evidente que era brillante, un auténtico genio. Saren comprendió las teorías fundamentales y los principios de la tecnología IA, aunque estaba claro que la investigación del humano estaba mucho más allá de lo que jamás podría esperar comprender. Necesitaría encontrar a alguien igual de brillante para dirigir el estudio de la
Sovereign
; localizar a un sustituto adecuado podría llevarle años.

Aunque no se arrepentía de haber matado a Qian. El doctor estaba demasiado involucrado. Las notas de la memoria flash mostraban una progresión constante hacia la demencia, un estado mental que empeoraba directamente relacionado con episodios de exposición a la
Sovereign
. Debía de haber algún tipo de campo generado por la nave; alguna clase de emisión o de radiación. Algo que había destruido y degradado la mente de Qian cuando fue a estudiarla en persona.

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