También el asesino skaven se había levantado, y tendía hacia él unas garras metálicas en forma de garfios que cubrían sus garras verdaderas.
Félix le asestó una patada que golpeó a la criatura en el pecho. Lanzó un chillido y cayó de espaldas por la borda, pero otros tres skavens ocuparon su sitio, pertrechados con cuerdas que en el extremo tenían lo que parecían ser anzuelos. Las alimañas parecían distorsionarse y estirarse mientras avanzaban. De hecho, todo el barco se contorsionaba y fundía en torno a él como si estuviera hecho de cera caliente.
Félix retrocedía con paso tambaleante, mientras el vómi-
to le subía a la garganta y el mundo se ondulaba a su alrededor. Gotrek se encontraba de pie al otro lado de la jaula de la cabra, con las piernas bien separadas, barriendo el aire en torno de sí con el hacha tinta en sangre, e intentando quitarse un saco de la cabeza, mientras flacas sombras negras hacían cabriolas a su alrededor e intentaban golpearlo con las cuerdas provistas de anzuelos. Por desgracia para el Matador, una de las cuerdas estaba enroscada en torno a su cuello y sujetaba el saco de su cabeza, de él surgían rugidos incoherentes. Tres formas negras yacían muertas a sus pies, con las entrañas derramadas por la cubierta.
Unos agudos dolores en brazos y piernas devolvieron a Félix a su difícil situación. Sus ropas estaban atravesadas por anzuelos. Otro se le clavó en la muñeca desnuda cuando intentó alzar la espada para cortar las cuerdas. Las danzantes formas negras oscilaban y se deslizaban como si estuvieran detrás de un cristal distorsionado, mientras lo envolvían en un capullo de cuerdas.
Félix se lanzó hacia ellas con la lentitud de los sueños, con la nariz inundada por el acre olor de la droga. El dolor colmó todo su cuerpo cuando los anzuelos se le clavaron profundamente en la carne, pero tenía la sensación de que esto estaba sucediéndole a otro. Las sombras se retorcieron para apartarse de su camino, lo envolvieron aún más apretadamente con las cuerdas y lo arrastraron hacia la borda. Luchó débilmente, entrando y saliendo del estado de inconsciencia, viendo el caos que reinaba a su alrededor en una serie de largos parpadeos rodeados por momentos de negrura.
En un parpadeo vio a la tripulación de Euler que huía con pánico ante negras formas que chillaban, grandes como perros. En otro parpadeo vio sombras altas y delgadas que transportaban algo envuelto en una sábana, mientras el último guerrero elfo intentaba abrirse paso hasta ellas a través de una muchedumbre de hombres rata armados con lanzas. En un tercer parpadeo vio que Gotrek caía sobre una rodilla, usando el hacha para apoyarse, con el saco de cuero aún apretado en torno al cuello. En un cuarto parpadeo vio que Claudia salía corriendo a la cubierta, en camisón, con los ojos cargados de angustia, y Max intentaba retenerla.
—¡Yo lo vi! —Se lamentaba, sin dejar de forcejear para soltarse de las manos de él—. ¡Yo lo vi! ¡Ay, dioses, perdonadme!
En el siguiente parpadeo las nubes nocturnas estaban por encima de él, y sintió que perdía pie. La desorientación hizo que se vomitara encima y se ensuciara todo el pecho. Pequeñas manos duras lo estaban levantando por encima de la borda, y vio que otras se alzaban para cogerlo cuando lo bajaban, cabeza abajo, hacia las olas.
Lo último que vio antes de que se lo tragara la inconsciencia fue una centelleante forma verde cuyo lomo se encorvaba y salía del agua como el de una ballena de latón recubierta de óxido verde grisáceo. La bestia tenía un enorme respiradero de color negro en el centro del lomo, por el que los skavens entraban y salían como hormigas.
A Félix lo despertó un vómito, que, al ascender hasta la irritada garganta, fue tan doloroso que logró arrancarlo de la férrea presa del pesado sueño. Fue el peor despertar de toda su vida.
Lo primero de lo que tuvo consciencia, además del goteo de la baba por la barbilla, fue de un palpitante dolor de cabeza. Era como si alguien estuviera serrándole la parte posterior del cráneo, lenta y metódicamente, con un serrucho de carpintero. Su visión palpitaba al ritmo del dolor, pasando de mortecina a dolorosamente brillante con cada latido del corazón. La boca le sabía a sobaco de orco, y le dolía el cuerpo de la cabeza a los pies, sobre todo los brazos, que parecía tener echados hacia atrás y subidos hasta tal punto que apenas podía respirar. También le palpitaban los tobillos, y no sentía los pies. Todos aquellos dolores hicieron que deseara haber continuado sin sentido.
Cuando la visión se le aclaró un poco, vio un charco de agua mugrienta debajo de sí, sobre el que flotaba lo que parecía una capa de pelo. La visita no mejoró al alzar la cabeza. Se encontraba en una especie de habitación metálica de techo bajo, cuyas paredes y techo estaban cubiertos de mugrientas tuberías y extraños depósitos de latón a los que les brotaban grifos y llaves de paso en todas las superficies. Hasta la última pieza parecía haber sido rescatada del montón de deshechos de un ingeniero enano. Unas ratas peleaban por algo en un rincón.
La habitación estaba casi tan caliente como la sala de colada de la Escuela Imperial de Artillería de Nuln, pero tan húmeda como una selva de las Southlands. Goteaba agua de las tuberías y del techo, y desde todas partes le llegaba un aullante, atronador rugido que hacía que la habitación y la cabeza de Félix vibraran de modo horrible.
Entonces, Félix oyó un gruñido procedente de la izquierda que le resultó familiar. Volvió la cabeza y estuvo a punto de vomitar otra vez, porque el gesto había puesto en marcha lo que parecía una avalancha de rocas dentro de su cabeza. Cuando pudo volver a respirar y pensar, parpadeó para quitarse las lágrimas de los ojos y miró hacia la izquierda.
Gotrek estaba junto a él, con los enormes brazos bien atados en torno a una pesada tubería de latón corroída. También le habían atado los tobillos de tal modo que los pies no tocaban el suelo. El Matador presentaba profundos cortes y arañazos por todo el cuerpo, y su barba estaba apelmazada de sangre y porquería. Tenía la cabeza baja, pero Félix vio que estaba despierto y recorría la habitación con su único ojo.
Una tercera figura laxa estaba atada a otra tubería situada más allá de Gotrek: Aethenir. Parecía menos vapuleado y ensangrentado que Gotrek, pero estaba tan cubierto de porquería como él, y en la mejilla izquierda tenía una contusión que sangraba por el centro.
Ninguno de ellos tenía armas.
—¿Así que estás vivo, humano? —comentó Gotrek.
—Sí —dijo Félix.
Gotrek alzó la mirada hacia él. De la nariz, y por las comisuras de la boca, le corría un moco verde.
—Lamento oírlo.
Al intentar entender por qué el Matador podía decir algo semejante, a Félix le volvieron a la memoria destellos de la lucha librada en el barco de Euler: caras de rata y cuerdas, Max y Claudia gritando, el guerrero elfo luchando contra sombras, garras que pasaban a Félix por encima de la borda.
—¿Y los otros? —preguntó—. ¿Qué les ha sucedido? ¿Están vivos?
Gotrek se encogió de hombros.
—Vivos o muertos, están mejor que nosotros.
—¿Eh? ¿Por qué?
—Porque esto será peor que la muerte.
Aethenir despertó de golpe con un grito de miedo, y luego levantó la cabeza y parpadeó al mirar en torno.
—Por la misericordia de Isha —gimió al ver el entorno—. ¿Qué infierno es éste?
—Es un sumergible skaven —dijo Gotrek.
—¿Un… un qué?
—Una nave que va por debajo del agua —le contestó Gotrek con un bufido de desprecio—. Las malditas alimañas nos robaron la idea a los enanos y, naturalmente, la entendieron mal: lo alimentan con piedra de disformidad en lugar de con agua negra. Me sorprende que no haya explotado ya.
—¿Otra vez los skavens? —dijo Aethenir—. Pero ¿qué quieren?
Antes de que Gotrek y Félix pudieran responder, un chapoteo de pasos los hizo alzar la cabeza. Por una abertura circular que había al otro extremo de la cámara metálica, entró una figura de pesadilla. Era un skaven, el más viejo que Félix hubiera visto jamás, y decrépito más allá de lo imaginable. Félix había visto no muertos que parecían más sanos. Estaba flaco como un esqueleto, con manos engarfiadas y brazos como palillos que surgían de las mangas del sucio ropón gris. Su piel, fina como el papel, estaba tensada sobre la angulosa cabeza en forma de pala, ya que el morro parecía habérsele podrido y desintegrado, y la zona que rodeaba los orificios nasales no era más que un agujero abierto de negra carne corrompida. Quistes y verrugas crecían sobre su arrugada piel, que se había quedado casi completamente lampiña a causa de la sarna. Sólo unos pocos pelos blancos permanecían adheridos aquí y allá a la cabeza y los brazos.
Cojeó hacia ellos con ayuda de un largo báculo metálico rematado por una brillante piedra verde. Lo seguía un séquito de skavens: cuatro brutos enormes con lustrosa armadura de latón, un achaparrado y furtivo hombre rata vestido de negro de pies a cabeza, un skaven de redondos ojos saltones que se balanceaba con escaso equilibrio tras el resto y no parecía tener cola, y, detrás de todos ellos, un descomunal monstruo albino que se agachó para pasar por la redonda abertura, el mismo tipo de bestia contra la que habían luchado Félix y Gotrek cuando los skavens los habían atacado en la playa. Fue a sentarse en un rincón y se puso a rascarse. Aethenir gimió al ver aquella cosa.
El anciano skaven miró al alto elfo y se detuvo. Le murmuró una pregunta al skaven de negro. El asesino le hizo una obsequiosa reverencia y respondió de la misma guisa, haciendo gestos entre Félix y Aethenir, y de vuelta, con patas nerviosas, y señalándoles el pelo.
El viejo skaven alzó la cabeza y soltó una risa sibilante, para luego devolver la mirada a Gotrek y Félix. La risa cesó como si no hubiera existido. Avanzó hasta ellos y los miró de arriba abajo con destellantes ojos que contenían toda la vida de la que parecía haber sido drenado el resto de su cuerpo.
—Tanto tiempo… —canturreó con una voz como de flauta rota, y les sonrió a ambos con unos partidos dientes marrones por la putrefacción—. Tanto tiempo he esperado este día…
Gotrek se echó hacia delante, gruñendo salvajemente, y la violencia del movimiento hizo que crujieran las junturas de la tubería.
Félix también tiró hacia delante, la furia hervía dentro de él.
—¿Qué le has hecho a mi padre, basura?
El skaven viejo se apartó de un salto de ellos, chillando alarmado, y la rata ogro se puso de pie, gruñendo peligrosamente y mirando a su alrededor. El vidente se volvió hacia sus secuaces y les chilló en su propio idioma, señalando a Gotrek con un tembloroso dedo.
—¡Respóndeme! —gritó Félix—•. ¿Qué le has hecho a mi padre?
Uno de los guardias acorazados le dio un revés a Félix con una mano enfundada en un guantelete de malla, mientras el asesino vestido de negro se acercaba presurosamente a Gotrek y sacaba del cinturón un rollo de fina cuerda gris. El golpe le giró la cara a Félix e hizo que dentro su cabeza estallara un terrible dolor. Sintió que le goteaba sangre desde más arriba de la oreja. Decidió que esperaría hasta tener al viejo skaven ante la punta de la espada antes de formularle más preguntas acerca de su padre.
—¡Suéltame, saco de palos con cara de calavera! —gruñó Gotrek.
Le lanzó mordiscos al asesino que le apretaba la cuerda en torno a su pecho y hombros, mientras el viejo skaven chillaba órdenes desde una distancia prudencial. Aethenir contemplaba todo esto como si pudiera tratarse de una extraña pesadilla.
El asesino tiró de las finas cuerdas hasta que Félix vio que se hundían profundamente en la carne del Matador y hacían manar sangre en algunos sitios, para luego atarlas y retroceder. Gotrek forcejeaba pero no podía moverse ni un centímetro. Con un gruñido, pareció resignarse a la situación y decidió conservar sus fuerzas.
El viejo skaven lanzó un suspiro de alivio y volvió a avanzar mientras posaba sobre ellos una mirada triunfante.
—Mis dos Némesis —suspiró—. Al fin os tengo en mis zarpas. Al fin pagaréis por todas las indignidades que me habéis hecho sufrir. —Siseó, como el vapor que escapa de una tetera—. Horriblemente moriréis, sí-sí, pero lento-lento. Primero sufriréis por todos los largos años durante los que yo he sufrido por culpa de vuestras crueles intrigas. —Los ojos del demente hombre rata brillaron de júbilo—. Por cada derrota, un cortecito. Por cada contratiempo, un cardenal. Por cada desdicha, un hueso roto. —Se acercó más, con la cola y las frágiles extremidades temblando de febril emoción, hasta que Félix pudo oler su acre aliento—. Imploraréis-imploraréis misericordia, mis Némesis… pero de nada servirá.
—Pero… —dijo Félix, completamente perdido—. Pero ¿quién eres?
El viejo skaven se detuvo. Parpadeó y retrocedió un paso.
—¿No… no me conoces?
Le dirigió a Gotrek una mirada interrogativa.
El Matador se encogió de hombros.
—A mí todos me parecen iguales.
Félix volvió a mirar al skaven y negó con la cabeza.
El hombre rata retrocedió con paso tambaleante y ojos desorbitados, y chocó con el sirviente sin cola. Este chilló y el viejo se volvió contra él, lo golpeó con el báculo y lo insultó brutalmente. El sirviente se encogió, y luego salió tambaleándose de la cámara mientras el viejo skaven continuaba chillándole. La rata ogro gruñó ansiosamente y pateó la cubierta con sus enormes patas.
El skaven se volvió otra vez hacia los cautivos, tembloro-
so de furia y tirándose de los pocos pelos que le quedaban en la esquelética cabeza.
—¡Qué locura! ¡Qué locura! ¿Es posible que no me recordéis? ¿Es posible que hayáis dirigido mi fracaso-caída por accidente? ¿No destruísteis mis obras en las madrigueras de Nuln, hace, ay, tantos años? ¿Matando-asesinando a mis sacerdotes de plaga, quemando-aplastando a mis corredores de alcantarillas y a mis ingenieros, matando incluso a mi primer regalo del clan Moldeador? —Cerró las patas de rabia—. Cercacerca estuve de mataros entonces, en la madriguera de la reina de cría. ¡De no haber sido por ese maldito mago-hombre, mi tormento habría acabado antes de empezar?
Félix jadeó, con los ojos muy abiertos al recordar. ¿Este skaven era aquél? ¿El brujo del pueblo de ratas que los había atacado durante el baile de disfraces de la condesa Emmanuelle, hacía veinte años? ¿El skaven del que los había salvado el doctor Drexler? ¡Era imposible! Seguro que los skaven no vivían tanto tiempo. Ya era viejo entonces. ¿Qué edad debía tener ahora? ¿Y qué lo mantenía con vida?