Matahombres (7 page)

Read Matahombres Online

Authors: Nathan Long

Tags: #Aventuras,Fantástico,Infantil y Juvenil

BOOK: Matahombres
2.75Mb size Format: txt, pdf, ePub

—¡Fue…, fueron los muchachos del Gran Nod! Descargaron esta madrugada, antes del alba, y luego dejaron que la gabarra continuara a la deriva corriente abajo.

—¿Dónde están?

—No puedo… —El hombre vaciló, y luego sus ojos se volvieron hacia el hacha—. En el paseo del Agujero Frío, junto al pozo de perros. Seguid los muelles hasta…

Gotrek lo apartó bruscamente de la pared y lo empujó por delante.

—¡Llévanos hasta allí!

—¡Pero entonces me verán! —dijo el hombre con voz suplicante.

—Te verán muerto si no te mueves.

Copete se mordió el labio inferior con aire de desdicha, pero luego dio media vuelta y abrió la marcha a través de la oscuridad creciente. Félix seguía a Gotrek, irrazonablemente molesto porque el villano lo hubiera etiquetado como a alguien de familia rica. ¿Cómo lo había adivinado? Hacía muchísimo tiempo que Félix no era rico. Sus ropas estaban tan gastadas como las de cualquier otro hombre de Las Chabolas, incluso en peor estado. Entonces, lo entendió. La voz. Continuaba hablando como un hombre educado. Había estado fuera del Imperio durante tanto tiempo que había olvidado lo mucho que importaban allí los acentos.

* * *

Copete los condujo hasta una plaza adoquinada que lindaba con el río. El mercado del pescado estaba cerrando. Las pescaderas y marisqueras echaban cabezas, espinas y conchas al río, y parloteaban entre sí mientras cargaban los carros de mano. En todo el flanco norte de la plaza se veían rampas que descendían hacia el subsuelo y giraban para meterse debajo de la plaza misma. Al pie de cada rampa había una puerta ancha, alta y arqueada; estaban abiertas, pero cubiertas con sucias cortinas de cuero. Había hombres que bajaban y subían por las rampas con carretillas. Aunque nunca antes había estado allí, supo de qué se trataba: eran neveras comerciales, construidas con una pared contra el río para que las gélidas aguas las refrescaran. En esas bodegas se almacenaban hielo, cerveza, pescado y otras mercancías perecederas.

Copete se detuvo en el extremo occidental de la plaza y señaló con una mano temblorosa.

—Es la tercera. Es la de Nod. No me atrevo a pasar de aquí. Me verían.

Gotrek le lanzó una mirada suspicaz, pero luego sonrió con desprecio y lo apartó a un lado de un empujón.

—Huye, entonces.

Echó a andar, y Félix se reunió con él.

—¡Eh! —les llegó, desde detrás, la voz de Copete—. ¿Qué hay de ese karl?

Félix suspiró y lanzó la moneda por encima del hombro.

Gotrek se detuvo en lo alto de la tercera rampa. Sobre la puerta había un cartel donde se leía: «Cámara de Hielo de Helder». No tenía un aspecto más ilegal que las otras. Había hombres que bajaban un carro cargado de cerveza por la rampa, valiéndose de unas poleas. Otros dejaban resbalar esturiones que aún coleteaban por un tobogán de lona, y unos hombres situados al otro extremo los ensartaban con garfios y los lanzaban sobre un carro bajo.

A un lado de la rampa descendía una escalera de peldaños someros. Gotrek y Félix bajaron por ellos y pasaron a través de las cortinas de cuero. El interior estaba en penumbra y frío. En el aire húmedo ardían antorchas rodeadas por un halo, y Félix vio que su respiración se condensaba. Cuando se le acostumbraron los ojos a la escasa luz, vio que la bodega era un largo túnel cavernoso que corría por debajo de la plaza de mercado hasta la pared que daba al río. El túnel tenía unos diez metros de ancho, con una doble hilera de columnas ruinosas que formaban una nave en el centro. A derecha e izquierda de la nave se apilaban cajones y barriles apoyados contra lo que al principio Félix pensó que eran altas pilas de balas de heno. Luego vio que las balas eran bloques de hielo envueltos en heno para evitar que se derritieran. La totalidad de la bodega estaba recubierta, del techo al suelo, por murallas de hielo. Por debajo del techo arqueado se veía un entramado de vigas y riostras de madera. Estas daban soporte a una grúa de torno que podía moverse a todo lo largo del túnel para facilitar la carga y descarga de carros.

Cuando ellos entraron, estaban descargando un segundo carro de cerveza: los enormes barriles altos como un hombre eran alzados, transportados y luego suavemente depositados sobre otros. A la izquierda del carro, unos hombres con abrigo invernal colocaban sobre lechos de hielo picado los esturiones que aún se estremecían, mientras que, más adentro del túnel, otros hombres andaban por encima de los cajones, gritándose y silbándose los unos a los otros en tanto hacían inventario o cortaban hielo de los grandes bloques.

Gotrek avanzó con decisión hacia un fornido hombre barbudo que se encontraba junto al carro y comprobaba el manifiesto.

—¿Dónde está el Gran Nod? —le gruñó.

El hombre bajó los ojos hacia él para medirlo, y luego se encogió de hombros y devolvió su atención al carro.

—Nunca he oído hablar de él.

De un puñetazo en el estómago, Gotrek le hizo exhalar todo el aire que tenía en los pulmones. El hombre se desplomó de rodillas, blanco y jadeante.

Gotrek lo cogió por la barba y le levantó la cabeza de un tirón.

—¿Dónde está el Gran Nod?

—Que…, que te zurzan —susurró el hombre.

Gotrek lo derribó al suelo de una bofetada.

Félix hizo una mueca. La violencia estaba muy bien si el hombre era un ladrón, pero ¿y si realmente nunca había oído hablar del Gran Nod? ¿Y si la comadreja del copete grasiento les había mentido? Por toda la gran sala, los hombres se volvían a mirarlos. Algunos se interpusieron entre ellos y la puerta.

—¡Eh! —les llegó una voz penetrante—. ¿Qué problema hay?

Félix miró por encima del hombro. Un halfling de pelo color jengibre, con pobladas patillas, se encontraba de pie en la puerta de una oficina, con las manos en las caderas. Detrás de él había un hombre enorme, con ojillos porcinos, que se rascaba ociosamente sus partes.

—¿Dónde está el Gran Nod? —preguntó Gotrek.

—Os habéis equivocado de sitio —respondió el halfling—. Aquí no hay nadie con ese nombre. Y ahora, largaos antes de que llame a la guardia.

Los obreros se acercaron un poco más, sopesando garfios y garrotes.

Gotrek avanzó.

—¿Dónde está la pólvora? ¿Dónde la ocultáis?

—¡Ay, ay, Nod! —dijo Ojillos Porcinos con voz átona—. Están enterados de lo de la pólvora.

Al halfling se le contrajo una mejilla, y le dio una patada en una espinilla a Ojillos Porcinos.

—¡Cierra esa bocaza, orco cabeza de alcornoque!

Ojillos Porcinos retrocedió, acobardado.

—Lo siento, Nod; lo siento.

El halfling hizo un gesto de asentimiento hacia las puertas, que comenzaron a rechinar mientras se cerraban lentamente.

—Bueno, muchachos —dijo al mismo tiempo que cogía una piqueta para hielo tan larga como uno de sus brazos—, ahora que Cabeza Hueca ha dejado salir al gato del saco, da la impresión de que tendremos que enseñarle a un enano escandaloso a ocuparse de sus propios asuntos. ¡Que sangren!

Los hombres de la bodega avanzaron en masa hacia ellos, balanceando las armas, y las grandes puertas se cerraron con estruendo. Gotrek y Félix estaban rodeados. El poeta desenvainó la espada y paró una larga asta rematada por un cruel gancho. Un cuchillo se le acercó al vientre con la intención de destriparlo, pero él hurtó el cuerpo. Gotrek recogió al hombre al que había derribado y se lo lanzó a la multitud. Cuatro hombres cayeron, pero fueron más aún los que pasaron en torno a ellos y le lanzaron al enano golpes con ganchos para barriles, dagas y cachiporras. Puños de latón destellaban en carnosas manos. El Gran Nod chillaba con indignación detrás de ellos.

Félix bloqueó un garrote, pero contuvo el golpe de respuesta, aunque se le presentaba una brecha. Se sentía cohibido. No tenía compunción alguna sobre las matanzas en masa cuando se trataba de orcos, bandidos de las montañas, kurgan u hombres bestia de los salvajes territorios de Kislev; pero eso era Nuln. Eso era el Imperio. Allí había leyes, consecuencias. Aunque los villanos intentaban destriparlo con ganchos y cuchillas, de algún modo no se sentía bien con la idea de asesinarlos.

Tampoco Gotrek mataba, y se limitaba a luchar con los puños y los palos y astas que podía arrebatarles a los atacantes. A pesar de eso, causaba terribles estragos. En torno a él yacían hombres que gemían y se retorcían, con ojos que iban ennegreciéndose y narices rotas que sangraban en abundancia. Le partió un brazo a un hombre que era el doble de alto que él con un golpe de una cachiporra expropiada. La rodilla de otro se dobló hacia un lado a causa de una salvaje patada.

—¿Estás practicando la misericordia? —preguntó Félix con los dientes apretados, mientras luchaban espalda con espalda.

—¿Misericordia? ¡Qué va! —replicó Gotrek—. Esta escoria no es digna de mi hacha.

Un hombre que llevaba mandil rugió y embistió contra Gotrek con un carro cargado con la mitad enorme de una vaca. La carne chocó de lleno contra el Matador y lo lanzó hacia atrás. Gotrek se estrelló contra las tinajas que contenían esturiones en hielo picado, y el carro se volcó de lado. El medio cadáver de la vaca resbaló por el suelo de piedra y dejó un rastro de sangre.

Una docena de hombres saltaron hacia el Matador, agitando garfios y garrotes. Uno se lanzó desde lo alto del carro de cerveza.

—¡Gotrek!

Félix barrió el aire con la espada a su alrededor e hizo retroceder a los atacantes, en un intento por llegar hasta su compañero. Tal vez deberían haber matado a aquellos matones, después de todo.

Gotrek se levantó bruscamente, pateando y dando puñetazos; un garfio para barriles se le había clavado en el brazo izquierdo. Los hombres retrocedieron y luego volvieron a acometerlo a hurgonazos y golpes. Gotrek palpó detrás de sí en busca de armas, y encontró dos colas de esturión. Cada uno de los peces era más largo que la espada de Félix y pesaba más que un halfling. El Matador le dio a un hombre en un lado de la cabeza con el esturión mojado y lo derribó cuan largo era. De un golpe en las piernas hizo caer a otro.

Gotrek sonrió salvajemente.

—¡Ja! ¡Ahora veremos!

Se adentró en la muchedumbre, mientras los dos enormes pescados giraban en torno a él convertidos en una nube plateada. Los hombres volaban a diestra y siniestra, con la cara vuelta hacia un lado a causa de los golpes, mientras de sus bocas salían despedidos saliva y dientes. Félix recogió un garrote y lo siguió para golpear las cabezas y las manos de los que lograban esquivar la mortífera acometida.

El flujo de la lucha se había invertido. Más de la mitad de los hombres había caído y los otros se mantenían a distancia, precavidos. El pescado que Gotrek llevaba en la mano izquierda impactó contra el vientre de uno de ellos. El de la derecha golpeó a otro en la nuca. Por todas partes volaban trocitos de viscosa carne de pez.

Félix golpeaba con el garrote y bloqueaba con la espada. De pronto, los atacantes retrocedieron con los ojos desorbitados. ¿Era realmente tan atemorizador? ¿Por qué miraban por encima de su hombro?

Una mano dura lo lanzó brutalmente al suelo y algo grande pasó zumbando junto a su oído. Alzó la mirada a tiempo de ver que Gotrek era derribado por un enorme barril de cerveza que se balanceaba atado a una cuerda que iba hasta una polea. El barril continuó balanceándose, derribó a un puñado de hombres y luego se estrelló contra una de las columnas de piedra en una explosión de cerveza, puntales partidos y piedras.

La cerveza cayó al suelo a modo de una gran marea cuando los hombres se ponían de pie, vacilantes. El halfling bramó un grito de guerra y corrió hacia el inmóvil Matador, con la piqueta para hielo en alto. Félix intentó levantarse, pero resbaló en el pantano de cerveza, sangre e inmundicia que cubría el suelo. Se le escapó la espada de los dedos cuando trató de recuperar el equilibrio. No iba a llegar a tiempo.

—¡Muere, escandaloso comedor de tierra! —gritó el halfling, y descargó el pico.

Una mano de Gotrek salió disparada hacia lo alto y atrapó a Nod por la muñeca. El halfling chilló bajo la férrea presa del enano. Gotrek se levantó mientras el pequeño villano se debatía y lo pateaba ineficazmente. Sin soltarle la muñeca, Gotrek alzó al halfling por encima de la cabeza y lo lanzó. Nod cayó sobre el lago de cerveza, que saltó en todas direcciones.

El enano se encaminó hacia él y se le sentó sobre el pecho, tras lo cual le rodeó el cuello con los dedos.

—¿Dónde está la pólvora?

—Por favor, no… —farfulló el halfling.

Una piedra incrustada de mortero, grande como una calabaza, rebotó en la cerveza y los empapó a ambos. El halfling miró hacia lo alto, y Félix siguió la dirección de sus ojos. La columna contra la que se había estrellado el barril estaba desmoronándose. Los hombres se levantaban y corrían para alejarse de ella. Mientras Félix observaba, se desprendió una enorme masa de piedras y mortero, que cayó al suelo en avalancha. Crujió el entramado de cabrios. Del techo llovieron regueros de polvo.

Gotrek no alzó la mirada.

—¿Dónde está la pólvora?

Félix reculó hacia la pared sin apartar los ojos del techo, precavido.

—Gotrek, apártate…

Se calló, con el ceño fruncido. ¿Había alguien en los cabrios? ¿Creía haber visto una figura de pelo blanco, ataviada de negro, agachada debajo de un cruce de vigas, pero en el aire había tanto polvo que no estaba seguro.

El resto de la columna estalló en una lluvia de polvo y piedras cuando, finalmente, el peso del tejado se volvió excesivo. Los cabrios se curvaron y partieron. Los hombres corrieron hacia las puertas y las abrieron en un intento de escapar.

—La pólvora —repitió Gotrek, implacable, mientras las piedras caían en torno a él.

En el tejado estaba abriéndose un agujero.

—¿Estás loco? —chilló el Gran Nod—. ¡Acabaremos muertos! ¡Deja que me levante! —Una piedra impactó a pocos centímetros de su cabeza y le arrancó un chillido.

Gotrek ni se inmutó siquiera.

—Contéstame y te dejaré levantar.

—Pero ¡es que no sé dónde está!

La mano de Gotrek apretó un poco el cuello del halfling. El agujero del tejado estaba agrandándose, y cada vez se desprendían más piedras y mortero, que caían al suelo. Félix distinguía estrellas en el cielo azul oscuro a través de las nubes de polvo. Una piedra del tamaño de un puño rebotó contra la espalda de Gotrek, pero él no pareció notarlo. Otra aplastó la mano que el Gran Nod tenía extendida.

Other books

Ghosts by César Aira
Goat by Brad Land
Thirst No. 4 by Christopher Pike
The Sleeping Dictionary by Sujata Massey
50 Psychology Classics by Tom Butler-Bowdon
A Woman Scorned by Liz Carlyle