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Authors: Claudia Gray

Tags: #Fantástico, Infantil y juvenil, Romántico

Medianoche (2 page)

BOOK: Medianoche
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Te han enseñado a defenderte, pensé. ¡Se supone que sabes qué hacer en situaciones como esta! No recordaba nada, no podía pensar en nada. Las ramas desgarraban las mangas de mi chaqueta y se enganchaban en los mechones de cabello que se me habían soltado del moño. Tropecé con una piedra y me mordí la lengua, pero seguí corriendo. El hombre estaba cada vez más cerca, demasiado. Tenía que acelerar, pero no podía.

—¡Ah —grité medio asfixiada cuando saltó sobre mí y caímos rodando.

Me di un costalazo en la espalda y me aplastó contra el suelo con su peso y sus piernas, entrelazadas con las mías. Me tapó la boca con una mano, pero conseguí liberar un brazo. En las clases de autodefensa de mi antiguo colegio, siempre decían que había que ir directo a los ojos, que había que sacárselos sin contemplaciones. Nunca había dudado de poder hacerlo cuando se diera la ocasión, ya fuera para ponerme a salvo o para ayudar a otra persona, pero estaba tan aterrorizada que no sabía si podría soportarlo. Doblé los dedos, intentando armarme de valor.

—¿Has visto quién te seguía? —susurró el tipo en ese momento.

Lo miré fijamente unos instantes. El retiró la mano de mi boca para que pudiera responder. Pesaba mucho y todo me daba vueltas.

—¿Te refieres además de ti? —conseguí decir al fin.

—¿De mí? —No tenía ni idea de qué le estaba hablando. El tipo lanzó una mirada furtiva a su espalda, como si siguiera a la defensiva—. Tú corrías porque te perseguía alguien… ¿no?

—Yo solo corría. El único que me perseguía eras tú.

—Quieres decir que creías que… —El tipo se apartó de mí de inmediato para que pudiera moverme—. Ah, vaya, lo siento. No era mi intención… Tía, debo de haberte dado un susto de muerte.

—Entonces, ¿tu intención era ayudarme?

Tuve que decirlo en voz alta antes de conseguir creérmelo. Él asintió vigorosamente con la cabeza. Tenía la cara muy cerca de la mía, demasiado cerca, lo que me impedía ver nada más. Era como si solo existiéramos nosotros y la niebla que se espesaba a nuestro alrededor.

—Sé que debo de haberte asustado y lo siento muchísimo. Creía que…

Sus palabras no estaban sirviéndome de gran ayuda. Estaba cada vez más mareada, no menos. Necesitaba aire y tranquilizarme, algo imposible mientras él estuviera tan cerca de mí. Lo señalé con un dedo y dije algo que no creo haberle dicho a mucha gente, mucho menos a un extraño, y mucho menos aún al extraño que más me había aterrado en mi vida:

—¿Te… quieres… callar?

Se calló.

Dejé caer la cabeza contra el suelo, soltando un suspiró. Me llevé las manos a los ojos y los apreté hasta verlo todo rojo. Todavía tenía el sabor de la sangre en la boca y el corazón me latía con tanta fuerza que era como si el pecho se estremeciera. Un poco más y me meo encima, tal vez lo único que hubiera faltado para que aquella situación fuera más humillante de lo que ya era de por sí. Sin embargo, me limité a respirar hondo, poco a poco, hasta que me sentí con fuerzas para incorporarme.

El tipo seguía a mi lado.

—¿Por qué me has tirado al suelo? —conseguí preguntarle.

—Pensé que teníamos que ponernos a cubierto y escondernos de quien estuviera persiguiéndote, de ese que al final ha resultado ser, esto… nadie.

Parecía bastante azorado.

Agachó la cabeza y lo miré con tranquilidad por primera vez. La verdad es que no había tenido tiempo de fijarme en nada: cuando lo primero que piensas de alguien es que es un «asesino pirado», no te pones a analizar los detalles. Me di cuenta de que no se trataba de un hombre adulto, como había creído. Aunque era alto y ancho de espaldas, era joven, tal vez de mi misma edad. La carrera le había alborotado el pelo, liso y de color castaño dorado, que le caía sobre la frente, ocultando unos ojos verdes increíblemente oscuros. Tenía una mandíbula fuerte y angulosa, y un cuerpo musculoso y robusto.

Sin embargo, lo más sorprendente de todo era lo que llevaba bajo el abrigo negro: unas botas negras bastante estropeadas, pantalones negros de lana y un jersey rojo oscuro de cuello de pico adornado con un blasón: dos cuervos bordados a cada lado de una espada plateada. El escudo de Medianoche.

—Eres alumno de la escuela —dije.

—Bueno, voy a serlo —contestó en voz baja, como si temiera volver a asustarme—. ¿Y tú?

Asentí con la cabeza mientras me deshacía el moño para volver a hacérmelo.

—Es mi primer año. Mis padres encontraron trabajo de profesores, así que… me toca pasar por el aro.

Pareció sorprenderse porque frunció el ceño. De repente su mirada se volvió más inquieta e insegura, aunque se repuso enseguida y me tendió la mano.

—Lucas Ross.

—Hola. —Me resultaba extraño presentarme a alguien a quien cinco minutos antes creía decidido a matarme—. Bianca Olivier.

—El corazón te va a mil por hora —murmuró Lucas. Volvió a mirarme con ojos inquisidores y me puse nerviosa, aunque por motivos distintos—. Vale, si no corrías porque te perseguía alguien, entonces ¿por qué corrías de esa manera? Porque a mí no me pareció que estuvieras haciendo
footing
precisamente.

Le habría mentido si se me hubiera ocurrido alguna excusa creíble, pero no fue así.

—He madrugado para… Bueno, para escaparme.

—¿Tus padres no te tratan bien? ¿Te pegan?

—¡No! No es eso. —Me sentí muy ofendida, pero comprendí que era lógico que Lucas dedujera algo por el estilo. ¿Por qué si no alguien en su sano juicio iba a adentrarse en el bosque antes de que saliera el sol y echar a correr como si le fuera la vida en ello? Acabábamos de conocernos, así que Lucas tal vez asumía que estaba tratando con una persona cuerda. Decidí no mencionarle lo de la pesadilla recurrente, no fuera que eso acabara de inclinar la balanza hacia «chiflada» —. Es que no quiero ir a esa escuela. Me gustaba la de mi pueblo y, además, la Academia Medianoche es… Es tan…

—Pone los pelos de punta.

—Eso.

—¿Adónde ibas? ¿Has encontrado trabajo en alguna parte o algo así?

Estaba sonrojada y no solo por el esfuerzo físico de la carrera.

—Ah, no. En realidad no me escapaba de verdad, solo estaba llevando a cabo una… declaración de principios. O algo así. Pensé que si hacía una cosa por el estilo, mis padres por fin comprenderían lo mucho que detesto estar aquí y tal vez nos iríamos.

Lucas me miró incrédulo y luego sonrió. Su sonrisa transformó la extraña energía que se había ido acumulando en mi interior y transformó el miedo en curiosidad, incluso en excitación.

—Como yo con el tirachinas.

—¿Qué?

—Cuando tenía cinco años, pensaba que mis padres estaban siendo injustos conmigo y decidí irme de casa. Me llevé el tirachinas porque ya era todo un machote, ya me entiendes, y podía cuidar de mí mismo. Creo que también me llevé una linterna y un paquete de Oreos.

A pesar del aturdimiento, se me escapó una sonrisa.

—Creo que ibas mejor preparado que yo.

—Salí muy digno de la casa en que vivíamos y llegué hasta… el final del patio trasero, así que decidí resistir desde allí mismo. Me quedé fuera todo el día, hasta que empezó a llover. No se me había ocurrido coger un paraguas.

—Un plan estupendo. —Suspiré.

—Lo sé, es patético. Volví a entrar en casa, empapado y con dolor de estómago después de zamparme como unas veinte Oreos, y mi madre, una señora muy inteligente aunque me saque de quicio, fingió que no había ocurrido nada. —Lucas se encogió de hombros—. Lo mismo que harán tus padres. Lo sabes, ¿no?

—Ahora sí.

Estaba tan decepcionada que se me hizo un nudo en la garganta. En realidad había sabido desde el principio cómo iba a terminar aquello, pero no podía quedarme de brazos cruzados; tal vez solo lo había hecho para que quedara patente mi frustración antes que para enviar un mensaje a mis padres.

En ese momento Lucas me hizo una pregunta que me dejó descolocada:

—¿Quieres irte de aquí de verdad?

—¿Te refieres a… huir? ¿A escaparme de verdad?

Lucas asintió, y parecía que lo decía muy en serio. Aunque no podía ser. Seguro que me lo había preguntado para devolverme a la realidad.

—No, no quiero —admití al final—. Volveré y me prepararé para ir al cole como una niña buena.

Otra vez esa sonrisa.

—Nadie te obliga a comportarte como una niña buena.

Su modo de decirlo me reconfortó.

—Es que… La Academia Medianoche… No sé si voy a saber encajar en este lugar.

—Yo no me preocuparía por eso. Puede que no sea tan malo no acabar de encajar en este lugar.

Me miró fijamente, muy serio, como si supiera de otro lugar en que pudiera encajar mejor. O de veras le gustaba o me lo estaba imaginando porque quería gustarle. La prácticamente nula experiencia sobre el tema me impidió saberlo.

Me puse en pie a toda prisa.

—¿Y qué hacías tú cuando me viste? —le pregunté, mientras él también se ponía en pie.

—Ya te lo he dicho, creía que necesitabas ayuda. Por aquí corre gente un poco chunga. No todo el mundo sabe controlarse. —Se sacudió unas cuantas agujas de pino del jersey—. No debería haberme precipitado en sacar conclusiones, pero me pudo el instinto. Lo siento.

—No pasa nada, de verdad. Ya sé que querías ayudarme. Me refería a que qué hacías antes de verme. La presentación no empieza hasta dentro de unas horas y es muy temprano. Les dijeron a los alumnos que llegaran sobre las diez.

—Nunca se me ha dado bien seguir las normas.

Aquello empezaba a parecerme interesante.

—Entonces… ¿Eres una persona madrugadora, de esas que se levantan de un salto por las mañanas?

—Ni por asomo, todavía no me he acostado. —Tenía una sonrisa cautivadora y ya me había dado cuenta de que sabía cómo utilizarla. Y no me importaba—. De todos modos, mi madre no podía acompañarme. Está fuera, podríamos decir que de viaje de negocios. Cogí el tren nocturno y decidí llegar a pie, para saber qué terreno pisaba y… rescatar damiselas en apuros.

Al recordar a qué velocidad había corrido tras de mí y comprender que lo había hecho para salvarme la vida, el enfoque del recuerdo cambio por completo: todos mis miedos se desvanecieron y sonreí.

—¿Por qué vienes a Medianoche? A mí me toca pringar por mis padres, pero seguramente tú podrías ir a cualquier otro sitio. A uno mejor. Como… no sé, cualquiera.

Lucas no pareció saber qué responder. Iba apartando las ramas mientras nos abríamos camino por el bosque para que no me dieran en la cara. Nunca antes me habían despejado el paso.

—Es una historia muy larga.

—No tengo prisa por volver. Además, aún quedan cuatro horas hasta la presentación.

Lucas inclinó la cabeza, pero no apartó la mirada de mí. Había algo indudablemente seductor en ese movimiento, aunque no estaba segura de que él pretendiera producir ese efecto. Tenía un color de ojos casi idéntico al de la hiedra que crecía en las torres de Medianoche.

—Es que también es una especie de secreto.

—Sé guardar secretos. Es decir, tú vas a mantener en secreto este asunto por mí, ¿no? Me refiero a lo de salir corriendo y morirme de miedo…

—No se lo contaré a nadie. —Al cabo de unos segundos de vacilación, Lucas acabó sincerándose—. Hace unos ciento cincuenta años un antepasado mío intentó entrar en el internado. Podría decirse que suspendió. —Lucas se echó a reír, y fue como si la luz del sol hubiera irrumpido entre los árboles—. Por eso depende de mí «limpiar el honor de la familia».

—No es justo. No deberías tener que tomar todas tus decisiones en función de lo que él hiciera o dejara de hacer.

—No todas, me dejan elegir los calcetines.

Sonreí cuando se subió la pernera para enseñarme el calcetín a rombos que asomaba por encima de la pesada bota negra.

—¿Por qué suspendieron a tu retratara lo que sea?

Lucas sacudió la cabeza tristemente.

—Se vatio en duelo la primera semana.

—¿Un duelo? Venga, ¿alguien insultó su honor? —Intenté recordar lo que había aprendido sobre los duelos en las novelas y las películas románticas. Lo que estaba claro es que la historia de Lucas era definitivamente mucho más interesante que la mía—. ¿O fue por una chica?

—Pues tendría que haber aprovechado muy bien el tiempo para conocer a una chica en los primeros días de escuela.

Lucas se detuvo, como si acabara de darse cuenta de que era el primer día de clase y él ya había conocido a una. Sentí un impulso, como si algo tirara físicamente de mí hacia él, pero en ese momento Lucas volvió la cabeza y clavó la mirada en las torres de Medianoche, que se veían entre las ramas de los pinos. Fue como si el edificio lo hubiera ofendido.

—Pudo haber sido por cualquier cosa. Entonces se batían en duelo a la mínima de cambio. Según la leyenda familiar, empezó el otro tipo, aunque la verdad es que da igual. Lo que importa es que sobrevivió, pero no sin antes romper una de las vidrieras del vestíbulo.

—Ah, claro, hay una con cristales transparentes y no sabía por qué.

—Ahora ya lo sabes. Desde entonces, Medianoche le cerró las puertas a mí familia.

—Hasta ahora.

—Hasta ahora —convino—. Y no me importa. Creo que aquí aprenderé muchas cosas, pero eso no significa que me tenga que gustar lo que veo.

—Pues yo no estoy segura de que me guste nada —le confesé. «Salvo tú», añadió una vocecilla interior, que se había envalentonado de repente.

Fue como si Lucas pudiera oír esa voz, porque hubo algo perturbador en el modo en que se volvió para mirarme. Debería parecer el típico chico estadounidense, con esos rasgos tan marcados y el uniforme del colegio, pero no era así. Durante mi huida y en los momentos posteriores, cuando él creía que estábamos intentando salvar la vida, había percibido algo salvaje acechando bajo esa fachada.

—Me gustan las gárgolas, la montaña y el aire puro. Eso es todo.

—¿Te gustan las gárgolas?

—Me gusta que los monstruos sean más pequeños que yo.

—No me lo había planteado nunca de ese modo.

Habíamos llegado al linde de los prados. El sol brillaba con fuerza y tuve la sensación de que la escuela despertaba y se preparaba para recibir a los alumnos y engullirlos a través de la abovedada entrada de piedra.

—Le tengo pavor —confesé.

—Todavía no es demasiado tarde para salir corriendo, Bianca —dijo con toda tranquilidad.

—No quiero salir corriendo, pero tampoco quiero estar rodeada de extraños. Cuando estoy con gente que no conozco soy incapaz de hablar, de actuar con normalidad o de ser yo misma… ¿Por qué sonríes?

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