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Authors: Eduardo Galeano

Tags: #Historico,Relato

Memoria del Fuego. 1.Los nacimientos.1982 (10 page)

BOOK: Memoria del Fuego. 1.Los nacimientos.1982
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Habían partido hace tres años, río abajo, en cinco naves airosas que tomaron rumbo al oeste. Eran un montón de hombres a la ventura, venidos de todas partes, que se habían dado cita para buscar, juntos, el paso entre los océanos y la fortuna y la gloria. Eran todos fugitivos; se hicieron a la mar huyendo de la pobreza, del amor, de la cárcel o de la horca.

Los sobrevivientes hablan, ahora, de tempestades, crímenes y maravillas. Han visto mares y tierras que no tenían mapa ni nombre; han atravesado seis veces la zona donde el mundo hierve, sin quemarse nunca. Al sur han encontrado nieve azul y en el cielo, cuatro estrellas en cruz. Han visto al sol y a la luna andar al revés y a los peces volar. Han escuchado hablar de mujeres que preña el viento y han conocido unos pájaros negros, parecidos a los cuervos, que se precipitan en las fauces abiertas de las ballenas y les devoran el corazón. En una isla muy remota, cuentan, habitan personitas de medio metro de alto, que tienen orejas que les llegan a los pies. Tan largas son las orejas que cuando se acuestan, una les sirve de colchón y la otra de manta. Y cuentan que cuando los indios de las Molucas vieron llegar a la playa las chalupas desprendidas de las naves, creyeron que las chalupas eran hijitas de las naves, que las naves las parían y les daban de mamar.

Los sobrevivientes cuentan que en el sur del sur, donde se abren las tierras y se abrazan los océanos, los indios encienden altas hogueras, día y noche, para no morirse de frío. Esos son indios tan gigantes que nuestras cabezas, cuentan, apenas si les llegaban a la cintura. Magallanes, el jefe de la expedición, atrapó a dos poniéndoles unos grilletes de hierro como adorno de los tobillos y las muñecas; pero después uno murió de escorbuto y el otro de calor.

Cuentan que no han tenido más remedio que beber agua podrida, tapándose las narices, y que han comido aserrín, cueros y carne de las ratas que venían a disputarles las últimas galletas agusanadas. A los que se morían de hambre los arrojaban por la borda, y como no había piedras para atarles, quedaban los cadáveres flotando sobre las aguas: los europeos, cara al cielo, y los indios boca abajo. Cuando llegaron a las Molucas, un marinero cambió a los indios seis aves por un naipe, el rey de oros, pero no pudo probar bocado de tan hinchadas que tenía las encías.

Ellos han visto llorar a Magallanes. Han visto lágrimas en los ojos del duro navegante portugués Fernando de Magallanes, cuando las naves entraron en el océano jamás atravesado por ningún europeo. Y han sabido de las furias terribles de Magallanes, cuando hizo decapitar y descuartizar a dos capitanes sublevados y abandonó en el desierto a otros alzados. Magallanes es ahora un trofeo de carroña en manos de los indígenas de las Filipinas que le clavaron en la pierna una flecha envenenada.

De los doscientos treinta y siete marineros y soldados que salieron de Sevilla hace tres años, han regresado dieciocho. Llegaron en una sola nave quejumbrosa, que tiene la quilla carcomida y hace agua por los cuatro costados.

Los sobrevivientes. Estos muertos de hambre que acaban de dar la vuelta al mundo por primera vez.

[20][78]

1523 - Cuzco

Huaina Cápac

Ante el sol que asoma, se echa en tierra y humilla la frente. Recoge con las manos los primeros rayos y se los lleva a la boca y bebe la luz.

Después, se alza y queda de pie. Mira fijo al sol, sin parpadear.

A espaldas de Huaina Cápac, sus muchas mujeres aguardan con la cabeza gacha. Esperan también, en silencio, los muchos príncipes. El Inca está mirando al sol, lo mira de igual a igual, y un murmullo de escándalo crece entre los sacerdotes.

Han pasado muchos años desde el día en que Huaina Cápac, hijo del padre resplandeciente, subió al trono con el título de poderoso y joven jefe rico en virtudes. Él ha extendido el imperio mucho más allá de las fronteras de sus antepasados. Ganoso de poder, descubridor, conquistador, Huaina Cápac ha conducido sus ejércitos desde la selva amazónica hasta las alturas de Quito y desde el Chaco hasta las costas de Chile. A golpes de hacha y vuelo de flechas, se ha hecho dueño de nuevas montañas y llanuras y arenales. No hay quien no sueñe con él ni existe quien no lo tema en este reino que es, ahora, más grande que Europa. De Huaina Cápac dependen los pastos, el agua y las personas. Por su voluntad se han movido la cordillera y los gentíos. En este imperio que no conoce la rueda, él ha mandado construir edificios, en Quito, con piedras del Cuzco, para que en el futuro se entienda su grandeza y su palabra sea creída por los hombres.

El Inca está mirando fijo al sol. No por desafío, como temen los sacerdotes, sino por piedad. Huaina Cápac siente lástima del sol, porque siendo el sol su padre y el padre de todos los incas desde lo antiguo de las edades, no tiene derecho a la fatiga ni al aburrimiento. El sol jamás descansa ni juega ni olvida. No puede faltar a la cita de cada día y a través del cielo recorre, hoy, el camino de ayer y de mañana.

Mientras contempla el sol, Huaina Cápac decide: «Pronto moriré».

[47][76]

1523 - Cuauhcapolca

Las preguntas del cacique

Entrega comida y oro y acepta el bautismo. Pero pide que Gil González de Ávila le explique cómo Jesús puede ser hombre y dios, y María virgen y madre. Pregunta adónde se van las almas cuando salen del cuerpo y si está a salvo de la muerte el Santo Padre de Roma.

Pregunta quién eligió al rey de Castilla. El cacique Nicaragua ha sido elegido por los ancianos de las comunidades, reunidos al pie de una ceiba. ¿Fue el rey elegido por los ancianos de sus comunidades?

También pide el cacique que el conquistador le diga para qué tan pocos hombres quieren tanto oro. ¿Les alcanzarán los cuerpos para tanto adorno?

Después pregunta si es verdad, como anunció un profeta, que perderán su luz el sol, las estrellas y la luna, y si el cielo se caerá.

El cacique Nicaragua no pregunta por qué no nacerán niños en estas comarcas. Ningún profeta le ha contado que de aquí a pocos años las mujeres se negarán a parir esclavos.

[81][103]

1523 - Painala

La Malinche

De Cortés ha tenido un hijo y para Cortés ha abierto las puertas de un imperio. Ha sido su sombra y vigía, intérprete, consejera, correveidile y amante todo a lo largo de la conquista de México; y continúa cabalgando a su lado.

Pasa por Painala vestida de española, paños, sedas, rasos, y al principio nadie reconoce a la florida señora que viene con los nuevos amos. Desde lo alto de un caballo alazán, la Malinche pasea su mirada por las orillas del río, respira hondo el dulzón aroma del aire y busca, en vano, los rincones de la fronda donde hace más de veinte años descubrió la magia y el miedo. Han pasado muchas lluvias y resolanas y penares y pesares desde que su madre la vendió por esclava y fue arrancada de la tierra mexicana para servir a los señores mayas de Yucatán.

Cuando la madre descubre quién es la que ha llegado de visita a Painala, se arroja a sus pies y se baña en lágrimas suplicando perdón. La Malinche detiene la lloradera con un gesto, levanta a su madre por los hombros, la abraza y le cuelga al cuello los collares que lleva puestos. Después, monta a caballo y sigue su camino junto a los españoles.

No necesita odiar a su madre. Desde que los señores de Yucatán la regalaron a Hernán Cortés, hace cuatro años, la Malinche ha tenido tiempo de vengarse. La deuda está pagada: los mexicanos se inclinan y tiemblan al verla venir. Basta una mirada de sus ojos negros para que un príncipe cuelgue de la horca. Su sombra planeará, más allá de la muerte, sobre la gran Tenochtitlán que ella tanto ayudó a derrotar y a humillar, y su fantasma de pelo suelto y túnica flotante seguirá metiendo miedo, por siempre jamás, desde los bosques y las grutas de Chapultepec.

[29][62]

1524 - Quetzaltenango

El poeta contará a los niños la historia de esta batalla

El poeta hablará de Pedro de Alvarado y de quienes con él vinieron a enseñar el miedo.

Contará que cuando ya las tropas indígenas habían sido arrasadas, y era Guatemala campo de carnicería, el capitán Tecum Umán se alzó por el aire y voló con alas y plumas nacidas de su cuerpo. Voló y cayó sobre Alvarado y de un golpe feroz le arrancó la cabeza del caballo. Pero Alvarado y el caballo se partieron en dos y divididos quedaron: el conquistador se desprendió del caballo decapitado y se levantó. Nuevamente se echó a volar el capitán Tecum y subió, fulgurante, hasta muy arriba. Cuando se precipitó desde las nubes, Alvarado lo esquivó y lo atravesó con su lanza. Acudieron los perros a despedazar a Tecum Umán y la espada de Alvarado se interpuso. Largo rato estuvo Alvarado contemplando al vencido, su cuerpo abierto, la plumería de quetzal que le brotaba de los brazos y las piernas, las alas rotas, la triple corona de perlas, diamantes y esmeraldas. Alvarado llamó a sus soldados. Les dijo: «Mirad», y los obligó a quitarse los cascos.

Los niños, sentados en rueda alrededor del poeta, preguntarán:

—Y todo eso, ¿lo viste? ¿Lo escuchaste?

—Sí.

—¿Estuviste aquí? —preguntarán los niños.

—No. De los que estuvieron aquí, ninguno de los nuestros sobrevivió.

El poeta señalará las nubes en movimiento y el balanceo de las copas de los árboles.

—¿Ven las lanzas? —preguntará—. ¿Ven las patas de los caballos? ¿La lluvia de flechas? ¿El humo?

—Escuchen —dirá, y apoyará la oreja contra la tierra, llena de estampidos.

Y les enseñará a oler la historia en el viento, a tocarla en las piedras pulidas por el río y a conocerle el sabor mascando ciertas hierbas, así, sin apuro, como quien masca tristeza.

[8][107]

1524 - Utatlán

La venganza del vencido

Los jefes indios son un puñado de huesos, negros de tizne, que yacen entre los escombros de la ciudad. Hoy no hay nada que no huela a quemado en la capital de los quichés.

Casi un siglo antes, un profeta había hablado. Fue un jefe de los cakchiqueles el que dijo, cuando los quichés le iban a arrancar el corazón: Sabed que unos hombres, armados y vestidos de pies a cabeza y no desnudos como nosotros, destruirán estos edificios y los reducirán a cuevas de lechuzas y gatos de monte y cesará^ toda esta grandeza.

Él habló mientras lo mataban, aquí, en esta ciudad de los barrancos que los soldados de Pedro de Alvarado acaban de convertir en una hoguera. El vencido maldijo a los quichés y hacía ya mucho tiempo que los quichés dominaban a otros pueblos de Guatemala.

[8][188]

1524 - Islas de los Alacranes

Ceremonia de comunión

Los tragó la mar, los vomitó, volvió a engullirlos y los estrelló contra las rocas. Por los aires volaban toninas y manatíes y todo el cielo era de espuma. Cuando el pequeño navío saltó en pedazos, los hombres se abrazaron como pudieron a los peñascos. Durante toda la noche, las olas pelearon por arrancarlos, golpe a golpe; a muchos los desprendieron, los reventaron contra las piedras y los devoraron.

Al amanecer, cesó la tempestad y bajó la marea. Los que se salvaron echaron el rumbo a la suerte y se dejaron ir en una canoa destartalada.

Hace cinco días que los náufragos derivan por los arrecifes. No han encontrado agua dulce ni fruto alguno para llevarse a la boca.

Esta mañana, desembarcan en una de las islitas.

Avanzan en cuatro patas, bajo un sol que fríe las piedras. No hay quien tenga fuerzas para arrastrar al que se queda. Desnudos, malheridos, maldicen al capitán, el licenciado Alonso Zuazo, buen picapleitos y mal navegante, y maldicen a la madre que lo parió, y al rey, y al papa, y a Dios.

Esta lomita es la montaña más alta del mundo. Los hombres van trepando y se consuelan contando las horas que faltan para morir.

Y; de pronto, se restriegan los ojos. No pueden creer. Cinco tortugas gigantes los están esperando en la playa. Cinco tortugas de ésas que sobre la mar parecen islas de roca y hacen el amor sin inmutarse mientras las rozan los navíos.

Los náufragos se abalanzan. Se prenden a los caparazones, aullando de hambre y de rabia, y empujan hasta voltear a las tortugas, que quedan pataleando boca arriba, y clavan sus puñales y a puñaladas y puñetazos les abren los vientres y hunden sus cabezas en la sangre que mana.

Y se adormecen. Se dejan estar, sumergidos en la sangre, metidos hasta el cuello en estos barriles de buen vino, mientras el sol continúa su lenta marcha hacia el centro del cielo.

Nadie escucha al licenciado Alonso Zuazo. Con la boca untada, el licenciado se arrodilla en la arena, alza las manos y ofrece las tortugas a las cinco llagas de Nuestro Redentor.

[166]

1525 - Tuxkahá

Cuauhtémoc

De la rama de una antigua ceiba se balancea, colgado de los tobillos, el cuerpo del último rey de los aztecas. Cortés le ha cortado la cabeza.

Había llegado al mundo en cuna rodeada de escudos y dardos, y estos fueron los primeros ruidos que oyó:

—Tu propia tierra es otra. A otra tierra estás prometido. Tu verdadero lugar es el campo de batalla. Tu oficio es dar de beber al sol con la sangre de tu enemigo y dar de comer a la tierra con el cuerpo de tu enemigo.

Hace veintinueve años, los magos derramaron agua sobre su cabeza y pronunciaron las palabras rituales:

—¿En qué lugar te escondes, desgracia? ¿En qué miembro te ocultas? ¡Apártate de este niño!

Lo llamaron Cuauhtémoc, águila que cae. Su padre había extendido el imperio de mar a mar. Cuando el príncipe llegó al trono, ya los invasores habían venido y vencido. Cuauhtémoc se alzó y resistió. Fue el jefe de los bravos. Cuatro años después de la derrota de Tenochtitlán, todavía resuenan, desde el fondo de la selva, los cantares que claman por la vuelta del guerrero.

¿Quién hamaca, ahora, su cuerpo mutilado? ¿El viento o la ceiba? ¿No es la ceiba quien lo mece, desde su vasta copa? ¿No acepta la ceiba esta rama rota, como un brazo más de los mil que nacen de su tronco majestuoso? ¿Le brotarán flores rojas?

La vida sigue. La vida y la muerte siguen.

[212]

1526 - Toledo

El tigre americano

Por los alrededores del alcázar de Toledo, el domador pasea al tigre que el rey ha recibido desde el Nuevo Mundo. El domador, lombardo de ancha risa y bigotes en punta, lo lleva de la cuerda, como a un perrito, y el jaguar se desliza por la grava con pasos de algodón.

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