—¿Qué falta podrá echarme en cara mi gran madre América?
Hijo de europeos pero hijo de América, cubano patriota de la patria grande, Martí siente que corre por sus venas la sangre de los malheridos pueblos que nacieron de semillas de palma o de maíz y que llamaban a la Vía Láctea camino de las almas y a la luna sol de noche o sol dormido. Por eso escribe, contestando a Sarmiento, enamorado de lo ajeno:
No hay batalla entre la civilización y la barbarie, sino entre la falsa erudición y la naturaleza
.
(112 y 354)
…Conocer es resolver. Conocer el país, y gobernarlo conforme al conocimiento, es el único modo de librarlo de tiranías. La universidad europea ha de ceder a la universidad americana. La historia de América, de los incas acá, ha de enseñarse al dedillo, aunque no se enseñe la de los arcontes de Grecia. Nuestra Grecia es preferible a la Grecia que no es nuestra. Nos es más necesaria. Los políticos nacionales han de reemplazar a los políticos exóticos. Injértese en nuestras repúblicas el mundo; pero el tronco ha de ser el de nuestras repúblicas. Y calle el pedante vencido; que no hay patria en que pueda tener el hombre más orgullo^ que en nuestras dolorosas repúblicas americanas…
Éramos una máscara, con los calzones de Inglaterra, el chaleco parisiense, el chaquetón de Norteamérica y la montera de España… Éramos charreteras y togas, en países que venían al mundo con la alpargata en los pies y la vincha en la cabeza… Ni el libro europeo, ni el libro yanqui, daban la clave del enigma hispanoamericano…
Se ponen en pie los pueblos, y se saludan. «¿Cómo somos?», se preguntan; y unos a otros se van diciendo cómo son. Cuando aparece en Cojímar un problema, no van a buscar la solución a Danzig. Las levitas son todavía de Francia, pero el pensamiento empieza a ser de América…
(199)
El artillero, encapuchado, se agacha y toma puntería. La víctima, un linajudo caballero de Guanajuato, no sonríe ni pestañea ni respira. No tiene escapatoria: a sus espaldas ha caído el telón, frondoso paisaje de yeso pintado, y la escalinata de utilería conduce al vacío. Cercado de flores de papel, rodeado de columnas y balaustradas de cartón, el grave prócer apoya la mano en el respaldo de una silla y con dignidad enfrenta la boca de cañón de la cámara de fuelle.
Toda Guanajuato se deja fusilar en el estudio de la calle Cantarranas 34. Romualdo García fotografía a los señores de mucho pergamino y a sus mujeres y a sus hijos, niños que parecen enanos enfundados en grandes chalecos con reloj de bolsillo y niñas adustas como abuelitas aplastadas por sombrerotes de mucha seda y cinta. Fotografía a los gordos frailes y a los militares de gala, a los recién comulgados y a los recién casados; y también a los pobres, que vienen de lejos y dan lo que no tienen con tal de posar, muy peinados, muy planchados, luciendo las mejores prendas, ante la cámara del artista mexicano premiado en París.
El mago Romualdo García convierte personas en estatuas y vende eternidad a los mortales.
(58)
De nadie aprendió; de aficionado pinta. Hermenegildo Bustos cobra en especies o a cuatro reales el retrato. El pueblo de Purísima del Rincón no tiene fotógrafo, pero tiene pintor.
Hace cuarenta años, Hermenegildo retrató a Leocadia López, la belleza del pueblo, y le quedó muy ella. Desde entonces, en el pueblo de Purísima hubo exitosos entierros y casamientos, muchas serenatas y uno que otro destripado en las cantinas, alguna niña se fugó con el payaso de un circo ambulante, tembló la tierra más de una vez y más de una vez mandaron desde Ciudad de México nuevo jefe político; y mientras pasaban los lentos días y ocurrían soles y aguaceritos, Hermenegildo Bustos iba pintando a los vivos que veía y a los muertos que recordaba.
Él es también hortelano, heladero y sieteoficios. Siembra maíz y frijoles, en tierra propia o por encargo, y se ocupa de desagusanar plantíos. Hace helados con la escarcha que recoge de las hojas del maguey; y cuando afloja el frío hace conservas de naranja. Además borda banderas patrias, arregla techos que se llueven, dirige los toques de tambor en Semana Santa, decora biombos, camas y ataúdes y con muy delicada mano pinta a doña Pomposa López en acción de gracias ante la Santísima Virgen, que la arrancó del lecho de agonía, y a doña Refugio Segovia en retrato que destaca sus encantos, sin olvidar ni un pelo de los rulos sobre la frente y copiando en el cuello el dorado prendedor que dice Refugito.
Pinta y se pinta: recién afeitado, corto el pelo, pómulos salientes y cejas fruncidas, traje de militar. Y al dorso de su imagen escribe:
Hermenegildo Bustos, indio de este pueblo de Purísima del Rincón, nací el 13 de abril de 1832 y me retraté para ver si podía el 19 de junio de 1891.
(333)
Un tribunal francés ha decretado la quiebra de la Compañía del Canal de Panamá. Se suspenden las obras y estalla el escándalo. Súbitamente se evaporan los ahorros de miles de campesinos y pequeños burgueses de Francia. La empresa que iba a abrir un tajo entre los océanos, aquel paso que los conquistadores buscaron y soñaron, ha cometido una monumental estafa. Se divulgan las cifras millonarias derrochadas para sobornar políticos y enmudecer periodistas. Desde Londres, Friedrich Engels escribe:
En lo de Panamá podría hacerse añicos toda la porquería burguesa. Se ha hecho el milagro de transformar el canal en abismo insondable…
Nadie menciona a los obreros antillanos, chinos e hindúes que la fiebre amarilla y la malaria han exterminado a un ritmo de setecientos muertos por cada kilómetro de canal abierto entre las montañas.
(102, 201 y 324)
El siglo que viene verá la mayor de las revoluciones que han ensangrentado la tierra. ¿El pez grande se come al chico? Sea; pero pronto tendremos el desquite. El pauperismo reina, y el trabajador lleva sobre sus hombros la montaña de una maldición. Nada vale ya sino el oro miserable. La gente desheredada es el rebaño eterno para el eterno matadero…
No habrá fuerza que pueda contener el torrente de la fatal venganza. Habrá que cantar una nueva Marsellesa que, como los clarines de Jericó, destruya la morada de los infames… El cielo verá con temerosa alegría, entre el estruendo de la catástrofe redentora, el castigo de los altivos malhechores, la venganza suprema y terrible de la miseria borracha.
(308)
Hace mucho tiempo que los profetas recorren las tierras candentes del nordeste brasileño. Anuncian que el rey Sebastián regresará desde la isla de las Brumas y castigará a los ricos y volverá blancos a los negros y jóvenes a los viejos. Cuando acabe el siglo, anuncian, el desierto será mar y el mar, desierto; y el fuego arrasará las ciudades del litoral, frenéticas adoradoras del dinero y el pecado. Sobre las cenizas de Recife, Bahía, Río y San Pablo se alzará una nueva Jerusalén y en ella Cristo reinará mil años. Se acerca la hora de los pobres, anuncian los profetas: faltan siete años para que el cielo baje a la tierra. Entonces ya no habrá enfermedad ni muerte; y en el nuevo reino terrestre y celeste toda injusticia será reparada.
El beato Antonio Conselheiro vaga de pueblo en pueblo, fantasma escuálido y polvoriento, seguido por un coro de letanías. La piel es una gastada armadura de cuero; la barba, una maraña de zarzas; la túnica, una mortaja en harapos. No come ni duerme. Reparte entre los infelices las limosnas que recibe. A las mujeres, les habla de espaldas. Niega obediencia al impío gobierno de la república y en la plaza del pueblo de Bom Conselho arroja al fuego los edictos de impuestos.
Perseguido por la policía, huye al desierto. Con doscientos peregrinos, funda la comunidad de Canudos junto al lecho de un río fugaz. Aquí flota y fulgura el calor sobre la tierra. El calor no deja que la lluvia toque el suelo. Brotan de los cerros calvos las primeras casuchas de barro y paja. En medio de esta hosca tierra, tierra prometida, primer escalón hacia los cielos, Antonio Conselheiro alza en triunfo la imagen de Cristo y anuncia el apocalipsis:
Serán aniquilados los ricos, los incrédulos y las coquetas. Se teñirán de sangre las aguas. No habrá más que un pastor y un sólo rebaño. Muchos sombreros y pocas cabezas…
(80 y 252)
Duerme nunca, come poco. José Martí reúne gentes y dinero, escribe artículos y cartas, dice discursos, poemas y conferencias; discute, organiza, compra armas. Más de veinte años de exilio no han podido apagarlo.
Desde siempre supo que Cuba no podría ser sin revolución. Hace tres años fundó, en estas costas de la Florida, el Partido Revolucionario Cubano. Nació el partido en los talleres de tabaco de Tampa y Cayo Hueso, al amparo de los trabajadores cubanos desterrados que han escuchado a Martí en persona y por papel impreso.
Los talleres parecen universidades obreras. Es tradición que alguien lea libros o artículos mientras los demás trabajan en silencio, y así los obreros tabaqueros reciben cada día ideas y noticias y cada día viajan por el mundo y la historia y las asombrosas regiones de la imaginación. Por boca del lector, la palabra humana se dispara y penetra en las mujeres que despalillan tabaco y en los hombres que tuercen las hojas y arman puros sobre el muslo o la mesa.
De acuerdo con los generales Máximo Gómez y Antonio Maceo, Martí lanza la orden de alzamiento. La orden viaja desde estos talleres de la Florida y llega a Cuba escondida dentro de un habano.
(165, 200 y 242)
Dentro de cuarenta años, Marcos del Rosario recordará:
—Al general Gómez no le gusté a primera vista. Me decía: «¿Qué va usted a buscar en Cuba? ¿Se le ha perdido algo allá?»
Marcos aplaudirá sacudiéndose la tierra de las manos:
—El general Gómez era un viejito tremendo, fuerte, fuerte, y muy ágil, y hablaba muy alto y a veces se subía y se lo quería tragar a uno…
Atravesará el huerto buscando sombra:
—Al fin hallamos un barco que nos puso cerca de la costa de Cuba.
Mostrará las argollas de fierro de su hamaca:
—Éstas son del bote aquél.
Echado en la red, encenderá un cigarro:
—El barco nos dejó en la mar y había una marejada terrible…
Dos dominicanos y cuatro cubanos en un bote. El temporal juega con ellos.
Ellos han jurado que Cuba será libre.
—Una noche oscura, no se veía nada…
Asoma una luna roja, pelea con las nubes. El bote pelea con la mar hambrienta.
—Estaba el viejito a proa. Él tenía el timón y Martí la brújula del bote. Un golpe de agua le arrancó el timón al general… Luchamos con la mar que nos quería tragar y no nos quería dejar llegar a tierra de Cuba…
Por arte de magia, el bote no se hace pedazos contra los acantilados. El bote vuela y se hunde y resurge: vira de pronto, se abren las olas y una playita aparece, una minúscula herradura de arena:
—Y el general Gómez saltó a la playa y cuando vido la tierra firme, de viaje besó la tierra y cantó como gallo.
(258 y 286)
No tristeando: radiante, celebrando, Marcos del Rosario hablará de Martí:
—Cuando lo vi, creí que era demasiado débil. Y después vi que era un hombrecito vivo, que daba un brinco aquí y caía allá…
Martí le enseña a escribir. Martí sujeta la mano de Marcos, que dibuja la A.
—Él se había criado en los colegios y era hombre sublime.
Marcos cuida a Martí. Le hace buenos colchones de hojas secas, le trae de beber agua de coco. Los seis hombres que han desembarcado en Playitas se hacen cien, se hacen mil… Marcha Martí, morral a la espalda, rifle en bandolera, trepando sierra y alzando pueblo.
—Cuando estábamos subiendo las lomas, toditos cargaos, a veces se caía. Y yo iba a levantarlo y de viaje me decía: «No, gracias, no». Tenía un anillo hecho de los grillos que los españoles le pusieron cuando era niño todavía.
(286)
En el campamento, en mangas de camisa, Martí escribe una carta al mexicano Manuel Mercado, su amigo entrañable. Le cuenta que todos los días corre peligro su vida, y que bien vale la pena darla por su país
y por mi deber de impedir a tiempo, con la independencia de Cuba, que se extiendan por las Antillas los Estados Unidos y caigan, con esa fuerza más, sobre nuestras tierras de América. Cuanto hice hasta hoy, y haré, es para eso. En silencio ha tenido que ser… Derramando sangre, escribe Martí, los cubanos están impidiendo la anexión de los pueblos de nuestra América al Norte revuelto y brutal que los desprecia… Viví en el monstruo y le conozco las entrañas —y mi honda es la de David. Y más adelante: Esto es muerte o vida, y no cabe errar
.
Después, cambia de tono. Tiene otras cosas que contar: Y ahora, le hablaré de mí. Pero la noche lo para, o quizás el pudor, no bien empieza a ofrecer a su amigo esos adentros del alma. Hay afectos de tan delicada honestidad… escribe, y eso es lo último que escribe.
Al mediodía siguiente, una bala lo voltea del caballo.
(199)
A las puertas de esta casa de adobe se juntan las gentes, atraídas por el llanto.
Como araña volteada mueve brazos y piernas el recién nacido. No vienen desde lejos los reyes magos para darle la bienvenida, pero le dejan regalos un labrador, un carpintero y una vivandera que pasa camino del mercado.