Mientras me ponían el goteo de antibióticos lo único que podía hacer era ver la televisión. Y vi algunos programas que, en mi sano juicio, hubiera prohibido que se vieran en mi propia casa y en toda la ciudad, si estuviera en mis manos. Y sin embargo, los miraba con avidez, ya que hacían que el tiempo del goteo pasara y no fuera insoportable.
Pero no todo era tan malo, ya que el 26 de enero de 1990 Janet me convenció en el hospital para que empezara el tercer volumen de mi autobiografía.
No me quedó más remedio que sonreír. Durante toda mi enfermedad Janet mantuvo una actitud constante de optimismo, intentando convencerme de que viviría para siempre si me empeñaba en ello. Sin embargo, esta observación me dio la impresión de que pensaba que debía apresurarme para escribir el libro en el corto tiempo de vida que me quedaba. No se lo dije porque sabía que la molestaría, pero sí contesté:
—Sólo han pasado doce años desde el final de mi biografía anterior, y desde entonces mi vida ha sido todavía más gris, si es que eso es posible. Lo único que podría contar es que he escrito esto y después aquello; que di una conferencia aquí y otra allá. Casi la única interrupción sería mi
bypass
triple y mi enfermedad actual, y esto sería deprimente de leer.
—No hagas un relato día a día —me respondió—. Sé subjetivo. Expresa tus ideas.
—Siguen siendo doce años —insistí.
—Empieza por el principio —me sugirió—. Abarca toda tu vida de manera retrospectiva, pero no te metas en detalles interminables. Cuenta los hechos generales y tu reacción ante ellos. Después de todo, hay mucha gente que no ha leído los dos primeros volúmenes, e incluso si lo han hecho, les interesará que se lo expliques de manera diferente.
En realidad no me lo creí. No soy un filósofo profundo y no puedo creer que la gente se muera por leer mis pensamientos. Sin embargo, sé que mi estilo de escribir es agradable y puede lograr que la gente me lea sin importar lo que escriba. También tenía la sensación de que estaba haciendo una carrera contra la muerte. Y, como siempre, quería complacer a Janet.
Así que empecé el libro inmediatamente. Al cabo de unas pocas páginas me había enganchado. (Yo soy mi tema favorito, como sabe todo el mundo que me lee.) Tenía ciento cinco páginas escritas cuando me llamaron para la segunda estancia en el hospital, así que abandoné el libro con mucha pena, preguntándome si lo terminaría alguna vez.
Cuando fui al hospital me llevé, como lo más normal, un montón de libretas y varios lápices por si el tiempo se me hacía muy largo, lo que ocurrió enseguida. De modo que empecé a garabatear en los cuadernos. En pocos días había terminado un nuevo relato de los viudos negros,
The Haunted Cabin
, y estaba muy metido en un relato de Azazel. (
The Haunted Cabin
contiene un incidente que sucedió de verdad durante mi primera hospitalización. Después lo vendí a
EQMM
.)
El 9 de febrero, cuando llegó Janet, me encontró garabateando y me preguntó que estaba escribiendo. Se lo dije.
—¿Por qué escribes eso? —me preguntó—. ¿Por qué no escribes tu autobiografía?
—Necesito los dos primeros volúmenes y mis diarios para ponerlo todo en el orden cronológico adecuado —le respondí.
—Te he dicho —insistió— que no es menester que sigas un orden estrictamente cronológico. Limítate a escribir sobre los incidentes a medida que llegan a tu mente bajo distintos títulos y cuando llegue el momento de hacer la copia final, siempre podrás reordenarlos a tu gusto.
Por supuesto, tenía razón. Fui escribiendo por temas y no en orden cronológico, así podía mezclar como quisiera. Trabajaba feliz todo el día, excepto cuando estaba con el goteo o atendía a las visitas, ya fueran médicos, enfermeras, ayudantes, familiares o amigos. Cuando Janet no pasaba la noche conmigo, me despertaba a las cinco de la mañana (mi hora habitual de levantarme), encendía la luz y empezaba a escribir rápidamente. Tenía tres horas antes del desayuno y ésa era la mejor parte del día, ya que sólo me interrumpían para tomarme la tensión, sacarme sangre y darme las pastillas (además de la visita de Paul).
Cuando me disponía a abandonar el hospital ya tenía escritas más de doscientas cincuenta páginas con una letra bastante pequeña. Esto no sólo evitó que me volviera loco, sino que además me alegró y me devolvió el buen humor. Casi lo único irritante fue que todos aquellos que me veían escribiendo me preguntaban qué hacía y, cuando se lo decía, todos, sin excepción, intentaban convencerme de que me comprara un ordenador portátil. Les explicaba (y cuando iba por la décima persona, empezaba a impacientarme) que me gustaba escribir a mano, pero no hubo uno que me creyera.
Una vez fuera del hospital seguía trabajando en la autobiografía. Si es una carrera contra la muerte, parece que la estoy ganando, ya que espero terminar hoy el libro, 28 de mayo de 1990, exactamente cuatro meses después de haberla empezado. Tendré que revisarla para darle los últimos toques, pero espero llevarla a Doubleday dentro de una o dos semanas.
Es algo más larga de lo que me pidió Doubleday (bueno, un cincuenta por ciento más larga), pero se publicará en un solo volumen e intentaré por todos los medios evitar que le hagan ningún recorte que no sea "cosmético".
En realidad no es que haya vuelto a una nueva vida puesto que hago todo lo posible para que sea lo más parecida a la que llevaba antes. Pero si he tenido que cambiarla mucho, para peor, supongo. Ahora soy un septuagenario, con una válvula cardiaca que funciona mal y unos riñones que no trabajan bien.
No puedo ir muy lejos o andar muy deprisa sin pararme para recuperar el aliento, y me canso más de lo que me gustaría. Pero estoy vivo y sigo adelante.
Además de este libro, escribo varias columnas, repaso manuscritos y los dejo cuando me siento mal. He vuelto a hacer mi ronda semanal por las editoriales y el Dutch Treat Club me recibió con una gran ovación cuando entré el 6 de marzo de 1990 para retomar mi función de maestro de ceremonias. (Todos los martes que estuve en el hospital hizo sol y, claro, el 6 de marzo nevó.)
Más tarde, ese mismo mes, reuní una nueva colección de artículos de
F&SF
, que se tituló
El secreto del universo
.
Janet y yo vamos al teatro más a menudo que antes, cuando casi no íbamos, y me divirtieron especialmente las reposiciones de
Los rivales
, de Sheridan, y
La ópera del mendigo
, de Gay.
El 6 de abril de 1990 di mi primera conferencia fuera de la ciudad desde que estuve enfermo. Fue en el William Patterson College, en Wayne (Nueva Jersey) y estuvo muy bien. El 2 de mayo fui recibido todavía con más entusiasmo por una multitud que se puso en pie en la Universidad Lehigh, en Bethlehem (Pensilvania).
El 20 de abril asistí a una reunión de la Gilbert & Sullivan Society y escribí un nuevo relato de ciencia ficción,
Kid Brother
; se lo vendí a
IASFM
.
El 7 de mayo presidí el banquete anual del Dutch Treat Club, con Victor Borge como invitado de honor. Fue el mejor de todos a los que he asistido y los socios estaban encantados. Al día siguiente tomé parte en la undécima cena anual de Hugh Downs.
El 15 de mayo di una charla sobre Gilbert & Sullivan en el Players Club, donde presenté a cinco miembros, y tres días después, por fin, fui a una reunión de los Trap Door Spiders por primera vez en seis meses.
Sí, estoy viviendo esta nueva vida exactamente igual que la antigua. Sigo tan ocupado como siempre y hago lo mismo que hacía antes (menos comer lo que quiero), pero no me engaño pensando que esto será para siempre. Las sombras de la noche siguen al acecho en el horizonte cercano.
El 10 de mayo de 1990,
Red
Dembner, que publicó mis libros de acertijos, y al que hice miembro del Dutch Treat Club, llamó para preguntar por mi salud. Sus obligaciones editoriales le mantenían alejado del club excepto en contadas ocasiones, y hacía tiempo que no me había visto.
Le aseguré que iba bastante bien y entonces me dijo:
—Estoy tan contento. Te tengo mucho cariño. ¿Por qué no almorzamos juntos?
—Estupendo —le respondí—, pero tienes un programa muy apretado. Elige un día,
Red
, y después llámame y quedamos para almorzar.
No llegó ese día. El 14 de mayo murió de un ataque al corazón, sin avisar y sin síntomas premonitorios, por lo que yo sé. Tenía sesenta y nueve años.
Al final también llegará mi turno, pero he tenido una buena vida y he conseguido todo lo que quería y más de lo que podía esperar.
Así que estoy preparado. Aunque no del todo. El 26 de mayo de 1990, conocí en un almuerzo a Corliss Lamont, el viejo y gran humanista. Tenía ochenta y ocho años y su aspecto era frágil, pero estuvo de pie durante cuarenta y cinco minutos e improvisó una excelente charla. Era evidente que conservada sus facultades mentales en plena forma.
Eso desearía yo.
[Esta morriña posvacaciones me está deprimiendo de verdad / ¡Tiene que haber algo que celebrar!. / ¡FELIZ CUMPLEAÑOS, ISAAC ASIMOV!]
Uno de los deseos más profundos del ser humano es ser conocido y comprendido. Hamlet insta a Horacio a que cuente su historia. Un niño pide que le cuenten un cuento y se emociona más si uno de los personajes se parece a él.
Isaac afirma en esta autobiografía que yo le dije que la escribiera, pero lo importante es que él quería hacerlo, compartir su vida con sus lectores de una manera diferente de cómo lo hizo en sus dos primeras autobiografías, que eran más detalladas, con más exactitud cronológica y no introspectivas.
En mayo de 1990, Isaac terminó este libro esperanzado, aunque sabía que no iba a vivir mucho tiempo. Esperaba durar varios años más, pero su corazón y sus riñones empeoraron y murió el 6 de abril de 1992.
Él quería que esta autobiografía se publicara enseguida para poder ver el libro antes de morir, pero no se hizo así. También me dijo que quería que el libro estuviera ordenado como está, en "escenas" escritas según las iba recordando.
Después de la muerte de Isaac emprendí el trabajo de editar el manuscrito. El editor quiso recortarlo, pero creo que el libro debe quedar como lo quería Isaac.
El manuscrito termina en mayo de 1990 y da la impresión de que él pensaba que el lector iba a leerlo muy pronto. He escrito este epílogo para proporcionar a los lectores un breve relato de lo que sucedió después.
El diario de Isaac cita el 30 de mayo como el día en que terminó de teclear la copia final de la autobiografía. Escribe: "Ahora todo está listo para entregarlo, ciento veinticinco días después de que lo empezara. No hay mucha gente que pueda escribir doscientas treinta y cinco mil palabras en ese tiempo, mientras además hace otras cosas."
Al día siguiente fuimos a Washington D.C., para una recepción en la embajada soviética. Durante el viaje, a Isaac le pareció que la enfermedad había desaparecido y sintió que formaba parte de la vida una vez más. Estaba especialmente contento de conocer a Gorbachov, porque le final de la guerra fría daba esperanzas al mundo. Isaac creía firmemente que todos los pueblos deberían trabajar unidos por el bien común de la humanidad.
Durante el resto de 1990 dio una conferencia sobre Gilbert y Sullivan durante la semana musical de Mohonk. Además del discurso inaugural en su último "Seminario de Asimov" del Instituto Rensselaerville, cantó y explicó los versos de
Barras y estrellas
. Hubo otras reuniones, convenciones y charlas, e incluso firmó ejemplares en la feria del libro al aire libre en la Quinta Avenida.
A pesar de su debilidad creciente, escribía todos los días. Estuvo encantado al descubrir que 1990 había sido su mejor año desde el punto de vista financiero.
Le preocupaban varios problemas de salud, el suyo y los de su hija y su hermano. Mencionó por primera vez en su diario su depresión y el empeoramiento de su salud, con bastante amargura. Sin embargo, trató de que no se le notara y procuró no deprimir a nadie más, así que siguió gastando bromas y mostrándose tan agradable como siempre.
El 2 de enero de 1991 escribió en su diario: "Lo hice. Hoy cumplo 71 años… En la tira de Garfield hay una felicitación para mí… lo que probablemente me ha dado más publicidad de la que he tenido nunca." Después: "Robyn ha venido y hemos ido a Shun Lee a tomar pato a la pequinesa y venado. Estaba estupendo."
También en enero de 1991 empezó a trabajar en
Asimov Laughs Again
, que le levantó la moral. El 5 de abril, casi exactamente un año antes de morir, terminó el libro con una página final en la que dice que él y yo hemos estado profundamente enamorados durante treinta y dos años.
La página termina así: "Me temo que el curso de mi vida está llegando a su fin; no espero vivir mucho más. Sin embargo, nuestro amor permanece y no tengo nada de qué quejarme.
"En mi vida he tenido a Janet, a mi hija Robyn y a mi hijo David; he disfrutado de mis muchos y buenos amigos; he creado mi propia obra literaria, que me ha aportado fama y fortuna. Ni importa lo que me suceda ahora, ha sido una vida feliz y estoy satisfecho con ella.
"Así que, por favor, no se preocupe por mí, ni se sienta mal. En vez de eso, sólo espero que este libro le haya proporcionado algunas carcajadas."
Después de terminar y entregar
Asimov Laughs Again
a Harper Collins, se encerró más en sí mismo. La caligrafía de su diario se deteriora y hay menos anotaciones y más cortas. Pero siguió trabajando cuanto pudo.