—Mi carencia de cariño hacia ti se debe a tu comportamiento esquivo, Marzia. No me ignores como lo haces y tendrás lo que quieres —le susurró, aunque los que estábamos alrededor lo escuchamos perfectamente.
—¿Lo que quiero? —preguntó, incrédula.
—Sí, lo que quieres.
—La verdad es que dudo mucho que tú seas capaz de darme lo que quiero, Enrico.
—Es verdad, no soy capaz de darte lo que quieres porque aborrezco ese aroma a alcohol que siempre llevas impregnado en la ropa —masculló, tensando su cuerpo—. Tal vez Marcello lo soporta mejor que yo. Kathia, mi vida, estaré rondando por aquí —me dijo, y dejó a los presentes sin saber qué decir.
Me costó digerir que Enrico supiera que el amante de su esposa era mi primo. Y no solo eso, sino que lo soportaba. ¿Por qué hacía una cosa así? Yo hubiese escapado hace tiempo.
Después de más de una hora recibiendo halagos de todas aquellas mujeres (y de alguno de sus maridos) con la sombra de Valentino pisando mis talones, me topé con Silvano y su hermano Fabio. Eran lo más parecido a Enrico que había en aquella sala. Me confortó hablar con ellos.
—Kathia, tan maravillosa como siempre. No sabes el placer que me da verte por aquí. La otra noche no pude decirte que espero que sea durante mucho tiempo —dijo Silvano, tras besarme en la mejilla.
Su sola presencia imponía tanto que hasta Valentino dejó de hablar. Ni siquiera intervino, y yo agradecí prescindir de su voz durante un rato.
—Debo decir que he vuelto para quedarme, Silvano. No volveré al internado. Además, falta menos de un año para que cumpla la mayoría de edad y ya podré decidir —dije con convencimiento. Esperaba una reacción de Valentino, pero se limitó a mirarme con cierto desafío en los ojos, sin atreverse a contradecirme.
En ese momento, Fabio miró a Valentino de una forma exigente. Él le apartó la mirada con rapidez. No comprendí bien aquel gesto, pero percibí cierta tensión entre ambos.
—Enseguida vuelvo —dijo Valentino en cuanto vio a mi padre.
Sonreí volviendo la mirada a los Gabbana.
—¡Por fin! Creí que nunca se marcharía. Es increíble lo insistente que es.
Ambos sonrieron, pero percibí que Fabio no parecía a gusto con mi presencia. Me observaba atentamente y aquella mirada no me ayudaba demasiado. Era increíblemente parecida a la de Cristianno. Se notaba que eran familia.
—No deberías fiarte de él —dijo Fabio en un tono autoritario, pero cariñoso—. No es bueno para ti.
—Lo sé, pero mi madre está loca por él y ya sabéis lo que eso significa.
Fabio masculló algo antes de soltar la copa sobre la bandeja que portaba un camarero.
—Olimpia no sabe lo que hace. —Estiró las mangas de su chaqueta y se acercó a mí para coger mi mano—. Ha sido un placer hablar contigo, Kathia.
Se marchó caminando con paso ligero y dejándome completamente aturdida. ¿Por qué se había comportado así? ¿Acaso yo tenía la culpa?
—Lo lamento si he dicho algo…
—No, no. Tranquila. Es solo que está algo nervioso y cansado —dijo Silvano casi dándome un abrazo.
Fingí tranquilizarme, pero interiormente hervía de inquietud.
Valentino me arrastró a la pista de baile. Bailamos un vals demasiado pegados para lo que exigía aquel estilo. Aún no había visto a Cristianno y tenía que confesar que me fastidiaba que así fuera. No sabía por qué, pero necesitaba verle. Echaba de menos su mirada intimidatoria sobre mí.
Era preocupante, sí. Comenzaba a tener síntomas de masoquista.
La canción terminó y todo el mundo comenzó a aplaudir. Cuando quise hacer lo mismo Valentino me soltó un beso en los labios, arrastrándome contra su cuerpo y apretándome por la cintura. Me deshice de él de un empujón y le miré furiosa.
—No vuelvas a hacer eso. La próxima vez te arrancaré los labios —mascullé antes de desaparecer.
Necesitaba estar sola y no se me ocurrió mejor lugar que el cuarto de baño. O eso creía. Me disponía a abrir la puerta cuando escuché unas voces conocidas: las de mi abuela y mi madre. Hablaban fervientemente.
—¿Podrías bajar la voz? —clamó mi abuela entre susurros—. Me alteras los nervios cuando te comportas de ese modo. Obligándola no conseguirás nada —gruñó.
—Pues si hace falta, lo haré, pero quiero que su relación se formalicé lo antes posible. No he estado esperando tanto tiempo para que los caprichos de una niña me impidan lograr mi objetivo. Kathia acatará mis deseos.
¿Cómo? Fruncí el ceño al reconocer que yo era la protagonista de aquella conversación.
—Deberías ser más paciente. Tú eres la que tiene el as en la manga. No lo desperdicies ahora por tu codicia y sed de venganza, Olimpia. Todo llegará, pero a su debido momento.
—El momento llegó en cuanto volvió a pisar Roma.
Kathia
Salí de aquel pasillo completamente aturdida. No sabía qué pensar después de escuchar aquella conversación. Conocía a mi madre, sabía cómo era. Olimpia di Castro, la esposa del famoso juez Angelo Carusso. La mujer fría, despiadada e insensible que no asistió al funeral de su padre porque no pudo ponerse sus zapatos de Versace negros: tenía los pies hinchados después del velatorio. Pero jamás hubiera imaginado que la oiría hablar de una forma tan perversa sobre mí.
Sentí unas ganas arrebatadoras de llorar, me faltaba la respiración, tenía que salir de allí.
Cristianno
La seguí sabiendo que ella no era consciente de mi presencia. Caminaba entre la gente intentando ocultar su rostro.
¿Acaso estaba llorando? No lo sabía, pero estaba dispuesto a averiguarlo.
Subió un pequeño escalón y entró en un cenador rodeado de forja y exóticas plantas trepadoras. Algunas gotas de agua se colaban por el tejado de parras y madera, aumentando la belleza de aquel rincón. El viento agitó su largo cabello dejándome ver la curva de su espalda; se perfilaba perfecta sobre unas caderas insinuantes. De repente, inclinó la cabeza hacia atrás y soltó un suspiro ahogado. Algunas gotas cayeron sobre su pálido rostro y se deslizaron por su esbelto cuello. La imagen estaba tan cargada de poesía que deseé abrazarla y aliviar la sensación de angustia que expresaban sus ojos. Cierto, estaba llorando.
Humedecí mis labios tras retener mis pensamientos delirantes y entré en el cenador sintiendo cómo el viento también me envolvía.
—¿Estás bien? —pregunté. Era la primera vez que me preocupaba por alguien que no fuera de mi familia o de mi entorno más inmediato.
Se sobresaltó al escucharme y enseguida eliminó las lágrimas de su rostro.
—Como si a ti te importara —susurró.
—Vaya, para una vez que intento ser amable… —Me acerqué hasta ella.
—Lo siento, es que no tengo un buen día —dijo cabizbaja.
—Ayer tampoco lo tuviste, ¿no? —Sonreí recordando cómo se había cargado el faro de mi Bugatti.
Me miró entre enfadada y desilusionada.
—¿Esa es tu forma de ser amable? —Respiró profundamente y se colocó frente a mí—. Basta, Cristianno. Déjame tranquila de una vez. Ya me he cansado de este juego inútil y sin fundamento. Y sé que a ti también te aburre. Así que terminemos con esto de una vez. Evitemos hablarnos —remató con un tono seco y bajo, pero cargado de decisión.
Kathia había zanjado lo que yo había intentado cerrar desde que la vi en el San Angelo por primera vez. Sin embargo, no me gustó que aquella charla tuviera ese aroma a final.
Kathia
No sentía lo que acaba de decirle; había hablado mi frustración. Pero había dos razones por las que me había comportado de aquel modo. La primera era que estaba harta de estar allí; y la segunda, no tenía fuerzas para pelear con él después de lo que acababa de escuchar.
Me dispuse a salir de allí reteniendo las ganas de girarme e ir en su busca. Necesitaba que me abrazara. Lo vi desde el cristal; cabizbajo y pensativo. Por un instante, no parecía el Cristianno chulo y engreído. Más bien se veía perdido y afligido.
De repente, un sonido seco y atronador llegó desde la sala principal. Me quedé paralizada mientras al primer silencio le seguían algunos gritos.
Parecía un disparo.
Cristianno
Me abalancé a por Kathia, la cogí del brazo y la coloqué detrás de mí. El temblor de su cuerpo me hizo ver lo asustada que estaba. En ese instante, nos llegó una voz desgarradora. Un hombre gritaba el nombre de mi padre y el de Angelo. Se encontraba en el centro del salón apuntando con una pistola. Por su forma de hablar, parecía borracho. No alcancé a verle porque los invitados tapaban su imagen, pero sí pude apreciar cómo los guardias se preparaban para capturarle.
Volvió a disparar cerca de mi padre. Apreté la mandíbula y me adelanté echando mano a mi espalda. Sujeté el mango de mi pistola con fuerza. Me daba igual lo lejos que pudiera estar de aquel hombre, mi puntería era perfecta. No vacilaría. Pero en ese instante, Kathia entrelazó sus dedos con los míos mientras se apretaba contra mi hombro. Percibí su respiración agitada. No le iba a ocurrir nada si estaba conmigo.
Acerqué mis labios a su oído.
—Estoy aquí —le susurré.
Kathia cerró los ojos al sentir mi voz cerca de su cuello. No sé qué hubiese ocurrido en otras circunstancias. Casi con toda probabilidad la habría besado aprovechando que mi ego me había abandonado unos segundos.
Los guardias capturaron al hombre y se lo llevaron. Tras ellos fueron mi padre, Angelo, mis tíos Fabio y Alessio, Enrico y Valentino. Di un paso al frente. Tenía que irme y no podía decirle adónde.
Su mano se resistió, pero terminó por liberarme. La miré una última vez antes de mezclarme con la gente que cuchicheaba asustada y desconcertada.
Cerré la puerta bajo la mirada de mi padre, que sonrió en cuanto me vio entrar.
—Vaya, Cristianno, creía que me habías abandonado —dijo con ironía mientras se encendía uno de sus cigarros. Allí no había nadie a quien le molestara el humo del habano.
—Sabes que eso no ocurrirá, papá —le dije mientras observaba cómo ataban al hombre a una silla. Lo reconocí enseguida. Era Luigi Scarone—. ¿Dónde están Diego y Valerio?
—He preferido que no asistan. Ellos y Adriano se encargarán de tranquilizar a los invitados.
Me apoyé en la puerta presionando el pomo. Fabio se colocó a mi lado en cuanto vio que Valentino me observaba asqueado.
Luigi comenzó a patalear mientras Angelo tomaba asiento; el juez prefería observar a formar parte de la acción. En cambio, Enrico… Se apoyó en los hombros del detenido. Dos de los escoltas desenfundaron sus armas cortas.
—Irrumpes en la fiesta con un arma y estás a punto de herir a alguien… ¿A qué se debe ese arrebato, Scarone? ¿Es que no hemos sido buenos contigo? —preguntó Enrico, rodeándole.
Fabio me alargó un cigarrillo después de encender el suyo. Lo prendí a la vez que Alessio le retiraba de un tirón la cinta que Luigi tenía pegada a la boca. Este gimió al sentir el calor en sus mejillas.
—Mi mujer no tiene nada que ver con esto y vuestros hombres la atacaron —masculló.
—¿Cómo? ¿Atacaron a Carla? —Ya me extrañaba que mi padre no hubiese empleado su sarcasmo. Señaló a los guardias con su puro—. Dios, sois muy perversos. —Todos comenzaron a reír.
—Como volváis a tocarla, os juro… —amenazó.
—Tenemos un acuerdo, Luigi —dijo mi padre caminando decidido hacia él—. El 60% de tus ganancias son nuestras y a cambio hacemos la vista gorda, ¿recuerdas? —Cogió una de sus mejillas y se la apretó ligeramente—. Sin embargo, me has cruzado la cara. He sido bueno contigo y a ti no se te ocurre otra cosa que irrumpir en mi fiesta amenazándome. Eres mala persona, Luigi, y tu mujer es una mentirosa de mucho cuidado.
—No la metas en esto.
—Tendrías que haberlo pensado antes. De hecho, ella tuvo la idea, ¿no es así? —Hice el comentario sin moverme del sitio. Luigi miró el suelo sabiendo lo que le esperaba.
Mi padre me lanzó una mirada llena de orgullo. Fabio me dio un palmetazo en el hombro a modo de felicitación.
—Me has desafiado ahí fuera. Y lo peor de todo es que has olvidado que yo soy Roma —continuó mi padre. Hizo un gesto a Emilio, su jefe de seguridad.
Este echó mano a su bolsillo y sacó el silenciador de su arma. Alessio volvió a tapar la boca de Luigi con la misma cinta mientras este pataleaba.
—Que tus hombres se encarguen de él en cuanto termine Emilio —ordenó mi padre a Valentino. Él frunció los labios para responderle.
Emilio se colocó frente a Luigi y, sin dudar, disparó. Valentino marcó un número en su móvil y avisó a sus guardias para que vinieran. Mi padre me echó la mano por los hombros antes de que yo abriera la puerta para salir.
—Caminaré entre vosotros marcado por la vergüenza —dijo irónicamente, refiriéndose a cómo Luigi Scarone había burlado la seguridad del hotel.
—No deberías ser tan teatral, papá —bromeé en cuanto él se separó y se adelantó.
De repente, Valentino me empujó haciendo que topara con la barandilla de las escaleras. Monté en cólera en cuanto vi su sonrisa.
—No deberías haber venido. No has hecho nada ahí dentro —dijo, despectivo.
Sin dudarlo, me lancé a por él, lo cogí del cuello y lo estampé contra la pared mientras echaba mano a mi pistola. Coloqué el cañón contra su cabeza.
—No lo harás —sonrió, mientras los demás intentaban separarnos—, ni siquiera está cargada.
Hice retroceder el martillo del arma presionando con fuerza sobre su cabeza. No dejó de sonreír.
—Ahora, sí.
—¡Basta chicos! —clamó mi tío Alessio, terminando de separarnos.
Valentino continuó observándome mientras se alejaba. Algún día acabaría con él.
—Deberías andarte con ojo. Sabes que hay negocios por medio que… —dijo Enrico con un tono que no llegó a ser recriminatorio.
—Lo sé, Enrico —dije.
Fabio me cogió del brazo y me retuvo hasta que los demás se alejaron por el pasillo.
—Quiero verte en mi despacho esta madrugada. Tenemos que hablar de algo que te interesa. —Se marchó con paso ligero.
Su voz sonó extrañamente pícara y no pude evitar sonreír. Si mi tío Fabio quería hablar conmigo, seguro que merecía la pena.
Cristianno
—La madrugada es la mejor aliada de un secreto —dije con tono misterioso cuando entré en el despacho de mi tío Fabio. Eran más de las tres.
Encontré a Enrico sentado frente a Fabio. Me miró con cara divertida e insinuante. Estaba claro que ocultaban algo. Fabio solo confiaba sus secretos a Enrico.