De repente me vino su nombre: Liviana Marchetti.
—¡Hola, Liviana! —exclamé, sonriente.
—¿Vienes a ver a tu padre? —preguntó, comenzando a caminar hacia su silla.
—Sí.
Por el tono tan natural que Liviana utilizó, parecía que era habitual que mi padre visitara aquel lugar.
—Bien, me pillas por poco. Hoy salgo antes, es el cumpleaños de Claudio, mi hijo pequeño. Cumple nueve años, está hecho un diablillo. —Intenté fingir que me interesaba lo que estaba contándome.
Lo logré porque no dejó de hablar de sus asuntos.
—Bueno, no te entretengo más. Angelo está en la última planta. Si decides irte antes, te dejo la llave de las puertas detrás de la impresora, ¿de acuerdo? —Me mostró cómo escondía una pequeña llave tras el aparato y volvió a sonreír—. No te aconsejo que les esperes, una reunión con ellos te puede llevar horas.
Negué con la cabeza. ¿Una reunión? No dejaba de sorprenderme. Todo era muy extraño y no me sentía cómoda. Una vocecita interior me decía que allí pasaba algo raro. Aunque, bien mirado, desde que llegué a Roma me habían sucedido las cosas más extrañas. ¿Estarían relacionadas? La desazón invadió mi cuerpo sin comprender por qué.
—No, no quiero esperarles, créeme. Di unos pasos hacia el ascensor.
—Perfecto. Bueno, Kathia, me alegro de verte. Pásate un día por aquí y tomemos un café, querida. Así hablamos de nuestras cosas. Se colocó su bolso sobre el hombro.
—Claro. Pronto, lo prometo.
Dudaba que le quedara algo que contarme después de la conversación que habíamos tenido. Bueno, más bien, del monólogo que me había largado ella.
El ascensor se detuvo con un movimiento brusco. La puerta se abrió y yo salí en el mismo momento en que sonó un disparo. Me quedé inmóvil, completamente paralizada. Las manos y los labios comenzaron a temblarme. No podía creer lo que estaba viendo.
Las lágrimas empañaron mis ojos. Los cerré apretando con fuerza. Quería desaparecer. Tragué saliva y los volví a abrir. Estaba muerta de miedo. Mis pupilas enrojecidas se movieron hacia el lugar de donde provino el ruido. Vi a Fabio caer al suelo con el pecho ensangrentado. Mis piernas flaquearon y estuve a punto de caer cuando vi a mi padre, sonriente. Uno de los suyos había matado a Fabio Gabbana a sangre fría y él se reía orgulloso.
«Maldito. ¿Quién eres, papá?» No podía creerlo.
Retrocedí unos pasos hasta que topé con la puerta del ascensor. Fue un sonido leve y seco, casi inapreciable, pero el hombre que mantenía la pistola en la mano miró hacia allí entrecerrando los ojos. Aquel verde esmeralda fue lo último que vi antes de agacharme.
Era Valentino, él había disparado. Él había matado a Fabio delante de todos.
—No te asustes, hijo. Es el ascensor —dijo Adriano. Su padre también estaba.
¿Pero qué clase de reunión era aquella?
«Dios, sácame de esta. Te lo suplico.» Me tapé la boca. Estaba demasiado nerviosa y asustada, a punto de gritar.
—Será mejor que nos vayamos. Enviaré a unos hombres para que se deshagan del cadáver cuanto antes. Si los Gabbana descubren quien lo ha hecho, estamos perdidos —dijo mi padre, saliendo del laboratorio.
¿Si los Gabbana los descubrían? ¡Joder!, ¿qué estaba pasando?, ¿de qué iba todo aquello? Se comportaban como… ¡mafiosos!
Volví a tragar saliva, pestañeé e intenté volver a respirar con normalidad. Pero no podía. Las lágrimas no me dejaban ver con claridad. Me encogí y comencé a gatear hasta ocultarme bajo una mesa. No podrían descubrirme allí. Ahora no.
Un hombre alto llamó al ascensor. Este se abrió de inmediato.
—¿Lo ves?, Valentino. Era el ascensor —dijo Jago, su hermano mayor.
Entraron en el ascensor seis hombres. Todos llevaban guantes; reconocí a algunos de ellos: eran los guardaespaldas de mi padre.
En cuanto el ascensor se puso en marcha y empezaron a bajar me lancé a por Fabio. Tenía que ayudarle. Aunque mi padre había dicho que estaba muerto. Vi el agujero de bala que había terminado con su vida. Me tiré de rodillas a su lado apretando los labios y sintiendo cómo las lágrimas brotaban sin control y resbalaban por mis mejillas.
«Si hubiese llegado antes no habría muerto. Mi presencia les habría advertido y no habría pasado nada. Maldita Liviana. ¿Por qué me has entretenido con todos tus cotilleos?», me decía sin poder concentrarme.
Instintivamente presioné la herida de su pecho para que dejara de sangrar. Cogí mi pañuelo y lo coloqué encima. Me acerqué a su nariz y noté que respiraba débilmente. Empecé a zarandearle para que despertara.
El sabor salado de una lágrima mojó mis labios cuando vi que sus ojos se abrían lentamente. Gemí antes de abrazarle.
—¡Oh, Dios mío, Fabio!
Brotó sangre de su boca cuando quiso hablar. Rápidamente la limpié mientras le negaba que hablara.
—No digas nada, te sacaré de aquí —dije entre lágrimas y jadeos.
Con la poca fuerza que le quedaba, Fabio cogió mi brazo, y negó con la cabeza.
—Es-estoy mu-muer-to, Kathia —balbuceó provocándome un llanto aún más desconsolado.
—No, tú solo aguanta. Te salvaré, Fabio.
Dios, me iba a morir de dolor. ¿Cómo lo sacaría de allí si ni siquiera tenía fuerzas para dejar de llorar?
—Mi-mírame… —Fabio acarició mi cara y me aferré a su mano—. To-toma…esto. —Con la otra mano, me entregó un pequeño dispositivo, un USB negro—. Cógelo… y vete.
—No, no te dejaré. Ya te lo he dicho.
Su mirada era tan… tan paternal… Mi padre jamás me había mirado así. Tampoco me había sonreído nunca de aquella forma. Fabio lo hizo aun sin tener fuerzas ni para respirar.
—Eres… tan hermosa… —Se le estaba escapando la vida— No me guardes… rencor. ¿Me lo prometes?
¿Por qué iba a guardarle rencor? Asentí solo para que se tranquilizara y dejara de hablar. Estaba perdiendo todas las fuerzas que necesitaba para que saliéramos de allí.
—Sí, Fabio, lo prometo. Ahora, vámonos.
Lo cogí de los hombros y lo arrastré por el suelo sin dejar de llorar. Él soltó un gemido de dolor.
—No, de-déjalo. Ven… ven aquí. A-abrázame.
Me lancé a sus brazos antes de escuchar sus últimas palabras.
—Cuida de… Cristianno… Te-te… quiero.
Murió allí, entre mis brazos, y yo no pude hacer más que aferrarme a él y llorar. El dolor me destrozaba, notaba que algo de mí moría con él.
Cogí mi iPhone del bolsillo de mis vaqueros y marqué el número de Cristianno. La pantalla táctil se cubrió de sangre.
Cristianno contestó antes de que terminara el primer tono.
—¿Dónde estás, cariño? —preguntó alegre.
Comencé a llorar descontroladamente.
—Cristianno… —pude balbucear entre sollozos ahogados.
—¿Kathia, qué pasa? ¿Dónde estás? —Se puso nervioso. No pude contestarle. No sabía qué decir. Tenía el cuerpo de su tío en mi regazo, era imposible hablar—. ¡Kathia, por Dios, dime dónde estás! ¿Qué ocurre? —Gritó descontrolado. Escuché la voz de su primo tras él. También parecía preocupado.
—Estoy… —Sorbí y sequé mis lágrimas con el reverso de mi mano. Me llené la cara de sangre—, estoy en los laboratorios Borelli… Han… han matado a… Fabio.
Noté cómo se le cortaba la respiración.
Entonces, la puerta del ascensor se abrió. Miré hacia allí y vi a Valentino acercándose deprisa. Me agaché de golpe y besé a Fabio antes de agazaparme detrás de una estantería. Apoyé la espalda en la pared y encogí las piernas apretando los dientes. Ahora no podía llorar, tenía que recuperar el control.
Miré entre las rejillas de la estantería. Numerosos botes de cristal oscuros y un montón de papeles me ocultaban. Valentino registraba la sala con aire irascible. Se acercó al cuerpo de Fabio, le hurgó en los bolsillos y se incorporó. Le miró desde arriba con cinismo. No percibió que lo había movido.
«Hijo de puta. Deberías estar tú en su lugar.» Fruncí los labios. La rabia me dio fuerzas. Tenía miedo, no podía negarlo, era la primera vez que veía asesinar a alguien; es más, era la primera vez también que veía a alguien querido, pero no me sentí cobarde. La adrenalina y el odio corrieron por mis venas con ímpetu.
Le dio una patada en las costillas a la vez que hacía una mueca bravucona. Giré el rostro deseando no haberlo visto. Se estaba regocijando con un hombre muerto; con un gran hombre. Debía escapar antes de que me viera, pero ¿por dónde? Miré a mi alrededor y vi la puerta de la escalera de emergencia.
Valentino decidió marcharse. No había encontrado lo que buscaba, porque debía de ser lo que yo tenía en las manos. Lo aferré con fuerza apretando la mandíbula. Cuando salió del laboratorio me arrastré hacia la puerta. Se me cayó el móvil al suelo y el paso de Valentino se detuvo en seco frente al ascensor. Me quedé inmóvil observando desde el suelo cómo empuñaba su pistola.
Avanzó un paso, tragué saliva.
Avanzó otro y cargó su arma; el sonido penetró en mis oídos. Aquella bala era para mí.
«Sal de aquí, Kathia. ¡Ahora!»
Cogí el móvil y me abalancé resbalando hacia la puerta. Salí desbocada hasta topar con la barandilla de las escaleras. La oscuridad me envolvió. No se veía nada, solo las señales luminosas que indicaban en qué piso estaba. Empecé a bajar, aterrorizada. Llegué al sexto piso y empujé otra puerta para seguir bajando. Valentino saltaba los escalones de tres en tres intentando apuntarme, pero yo solo era una sombra amparada por la oscuridad.
Empujé la puerta del cuarto piso justo cuando una bala impactó en la barandilla. Sentí la vibración bajo mi mano. ¡Me estaba disparando!
Me estampé contra la puerta de la planta baja. Tras ella estaba el vestíbulo. Tras la impresora estaba la llave. Tras la puerta de la calle estaba mi salvación. Pero aquella maldita puerta estaba cerrada y Valentino iba ya por el segundo piso.
—¡Vamos! ¿Qué clase de escalera de emergencia tiene las puertas cerradas? ¡Mierda! —exclamé entre susurros dándole una patada.
Corrí de nuevo hasta el primer piso y me lancé a la puerta. La única forma de escapar estaba allí. Entré en el salón antes de que Valentino me viera. Volvió a disparar, y yo tropecé cayendo sobre el sofá. Me removí y volví a correr sin saber qué dirección tomar. El ascensor no vendría a tiempo y no había otra escalera. Entré en un despacho que había cerca del ascensor, cerré intentando no hacer ruido y me escondí tras el escritorio. Tenía que pensar bien qué hacer. Estaba atrapada y cualquier movimiento podría delatarme.
Entonces, vi el conducto de la ventilación. Me levanté con rapidez y tiré fuerte de la rejilla con los dedos. Cogí una silla y me impulsé dentro de aquel agujero. Me arrastré a gatas por el conducto cuando escuché otro disparo. Giré deprisa tomando cualquier dirección. No sabía dónde acabaría, pero tenía que aguantar allí.
De repente, la chapa comenzó a tambalearse. Me detuve colocando las palmas de mis manos en la pared, pero la base terminó cediendo y caí.
Mi espalda chocó contra la mesa de cristal del vestíbulo, que se hizo añicos. Caí al suelo arrastrando un millón de cristales.
Cristianno
Frené bruscamente y enseguida vi a Kathia caer sobre la mesa. Los cristales se extendieron por el suelo. Salté como alma que lleva el diablo hacia la entrada del edificio. Si descubría quién quería hacer daño a Kathia, lo descuartizaría.
Me protegí la cabeza y arremetí contra el vidrio de la puerta. No sabía a qué me enfrentaba y no quería sacar el arma delante de Kathia, a menos que no fuera necesario. Las puertas del ascensor se abrieron y, antes de que pudiera verme, me lancé detrás del mostrador. Yo, en cambio, sí pude verle a él.
Kathia permanecía tras la madera doliéndose de una rodilla. Tenía sangre por todas partes, pero vi que no era suya…, era la sangre de mi tío Fabio. La cogí de un brazo y la arrastré hacia mí.
—¿Estás bien? —musité antes de que Valentino disparara. Kathia comenzó a llorar desconsolada. Estaba asustada y se aferró a mi chaqueta. Fruncí los labios, lleno de ira, y le cogí el rostro—. Kathia, mírame. ¡Mírame! —Terminó haciéndolo sin dejar de llorar—, quiero que hagas lo que te diga, ¿de acuerdo? Estoy aquí, no te preocupes. —Asintió tragando saliva. Eché mano a mi espalda, cogí mi pistola y la cargué. Kathia me miraba con las pupilas dilatadas, luchaba por comprender qué hacía yo con un arma, pero no lo lograba. Acababa de perder a una persona que amaba, no sabía si resistiría perder a otra. Suspiré—. Corre hacia la puerta cuando yo te diga ¿Entendido?
—¿Y tú? No pienso irme sin ti. —Su voz sonó rotunda, aunque las lágrimas seguían cayendo por su mejilla. Acarició mi mano. Por fin la miré.
—Iré detrás de ti, lo prometo.
Kathia sabía que cumplía mis promesas. Su rostro se calmó y asintió con la cabeza dejando que una oleada de expresiones la dominara.
Asomé lentamente la cabeza y vi a Valentino escondido en el pasillo de las escaleras de emergencia. Me disparó y Kathia tiró de mí para protegerme.
—No pasa nada, Kathia —susurré, tranquilizándola. Ella frunció el ceño.
—No es la primera vez que disparas, ¿verdad? —dijo con un tono cálido. Me tranquilizó, su rostro parecía confiar en mí. Mi silencio le dio la respuesta.
Entonces vi el cartel que indicaba el orden de las plantas. Estaba colgado de unos alambres. Si disparaba, caería sobre Valentino y nos daría los minutos que necesitábamos. Humedecí mis labios y apunté sabiendo que Kathia me contemplaba alucinada.
Era consciente de que estaba descubriendo que yo no era un chico normal, como seguramente había pensado. Estaba averiguando qué había tras mi fachada. Disparé y el panel se soltó. Cayó sobre la espalda de Valentino, que se desplomó.
—¡Ahora, corre! —grité, indicándole la salida cuando nos levantamos del suelo. Lo único que quería era que no la viera. Si Valentino la descubría, su vida correría peligro.
Salió corriendo hacia la puerta sorteando los trozos de cristal. La seguí sin dejar de apuntar a Valentino, que se removía bajo el panel; le llevaría unos minutos levantarse. Kathia entró en el Bugatti cuando yo guardaba la pistola en mi espalda. Arranqué todavía con la puerta abierta.
—¡Agáchate! —grité mientras esquivaba un camión a toda velocidad.
Estábamos fuera de la vista de Valentino, pero no me fiaba.
Cuando estuve seguro de que Kathia ya estaba a salvo, me vine abajo. Todo aquello lo había provocado el asesinato de Fabio. Mi tío estaba muerto. La angustia se apoderó de mí.