Misterio de los anónimos (13 page)

BOOK: Misterio de los anónimos
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Fatty se volvió para mirar a los otros. Parecía como si también el viejo Curiosón pudiera ser el autor de los anónimos. Tal vez estuviera un poco chiflado y escribiera las cartas como una especie de malsana diversión. Fatty recordaba a un compañero de colegio a quien le encantaba descubrir los puntos flacos de los otros para burlarse de ellos. ¡Era muy probable que el viejo Curiosón hubiese escrito los anónimos!

—Y también va siempre la señora Luna, tu cocinera, Pip —dijo la señorita Trimble dejándoles muy sorprendidos—. Va todos los lunes para ver a su anciana madre, igual que yo... y acostumbro a verla cada semana, pero ayer no la vi.

—Pues verá usted, nuestra doncella Gladys se ha ido a pasar unos días fuera —explicó Pip—. Y por eso supongo que mamá no podría dejar a la señora Luna que se tomara un día de fiesta. Sí... ahora que lo pienso... La señora Luna sale todos los lunes.

—¿Algún otro pasajero asiduo de ese autobús? —preguntó Larry.

—No, nadie más —repuso la señorita Trimble—. Parecéis «muy» interesados por ese autobús. Pero estoy segura de que no habéis venido aquí para preguntarme por ese autobús, ¿verdad? ¿Qué veníais a preguntarme?

¡Los niños habían olvidado la excusa que pensaban dar! Pero Bets la recordó a tiempo:

—¡Oh... vinimos a preguntarle si había visto a nuestro gato! —dijo.

—¡De manera que habéis venido para eso! —exclamó la señorita Trimble—. No... no he visto a vuestro gato. ¿Es uno negro muy grande, verdad? ¡No creo que debáis preocuparos por «él»! Sabe cuidar de sí mismo.

—No tengo la menor duda de que ahora debe estar dentro de casa sentado junto al fuego —dijo Pip muy pensativo—. Bien, debemos marcharnos, señorita Tembleque.

—Trimble, querido, no Tembleque —dijo la señorita Trimble mientras se le caían de nuevo los lentes—. No comprendo cómo sigues equivocándote. ¡Cualquiera diría que yo soy como una de esas hojas de álamo siempre temblando!

Los niños rieron cortésmente aquella pequeña broma, y después de despedirse se marcharon. No dijeron nada hasta estar seguros en la habitación de juegos de Pip con la puerta cerrada. Entonces se miraron unos a otros muy excitados.

—¡Vaya! ¡Tres sospechosos más de primera! —exclamó Fatty abriendo su librito de notas—. ¿Queréis creerlo? Yo creo que no cabe duda de que uno de ellos es el autor de los anónimos.

—No será la señora Luna —dijo Bets—. Estuvo tan amable con Gladys. Gladys lo dijo. No es posible que fuese mala y buena con ella al mismo tiempo.

—Supongo que no —dijo Fatty—. Pero de todas formas va a ingresar en nuestra lista. Ahora viene... la señorita Chisme.

Los otros rieron.

—Señorita Tittle, no Chisme —dijo Pip.

—Ya lo sé, tonto —replicó Fatty—. Pero creo que eso de Chisme le sienta muy bien. La señorita Tittle... el viejo Curiosón... y la señora Luna. Vamos adelantando. Ahora podemos hacer muchas más averiguaciones.

—¿Qué averiguaciones? —quiso saber Pip.

—Pues... hemos de averiguar si el viejo Curiosón, la señorita Tittle y la señora Luna salieron temprano esta mañana —dijo Fatty—. Esa carta fue echada por debajo de la puerta de la señora Lamb a eso de las seis y media. Entonces empezaba a amanecer. ¡Si descubrimos cuál de los tres se levantó temprano habremos dado con el culpable!

—¿Y cómo vas a averiguarlo? —dijo Larry—. ¡No hubiera imaginado siquiera que fueses tan inteligente como para eso, Fatty!

—¡Pues lo soy! —replicó Fatty—. Y lo que es más... iré ahora mismo... ¡y volveré a daros la respuesta antes de una hora!

CAPÍTULO XV
FATTY HACE ALGUNAS AVERIGUACIONES

Fatty se alejó silbando mientras los otros le contemplaban desde la ventana.

—¡Supongo que va a interrogar al viejo Curiosón, a la señorita Tittle y a la señora Luna! —exclamó Pip—. ¡Es una maravilla! Haga lo que haga jamás se altera.

—De todas formas, no va a resultarle muy fácil interrogar a la señora Luna —dijo Larry—. Hoy no parece de muy buen humor... debido a que la señora Cockles no ha aparecido, supongo.

Transcurrió una hora. Eran ya la una menos cuarto, y los niños se asomaron a la ventana para aguardar a Fatty. ¡Le vieron llegar en su bicicleta... pero cielos, qué aspecto tan distinto presentaba! Había vuelto a ponerse su peluca pelirroja, pero esta vez con cejas negras, y había oscurecido su rostro hasta que pareciera curtido por la intemperie. ¡Llevaba un traje viejo y sucio y un mandil de carnicero!

¡Pero los niños supieron que era Fatty por su silbido! Se detuvo debajo de la ventana.

—¿Hay alguien por ahí? —dijo—. ¿Puedo subir?

—No hay nadie —dijo Pip asomándose fuera de la ventana—. La señora Luna está en el patio de atrás.

Fatty subió convertido en un auténtico ayudante de carnicero. Era sorprendente cómo sabía cambiar de expresión según el tipo que representara. Se quitó el mandil y la peluca, y su aspecto mejoró bastante.

—Bueno..., ¿qué has averiguado? —le preguntó Larry con ansiedad—. ¿Y por qué vas vestido de esa manera?

—He descubierto un montón de cosas —replicó Fatty—. ¡Pero la verdad es que no sé si he adelantado algo! Os lo contaré todo. Voy vestido así porque es natural que el chico del carnicero se entretenga charlando.

Abrió su librito de notas por la página encabezada con la palabra: «Sospechosos».

—El viejo Curiosón —comenzó—. El viejo Curiosón esta mañana estaba levantado desde antes de las seis y media y salió con su perro «Lurcher». Dejó su carromato y fue al pueblo por la avenida del Sauce, regresando a las ocho, poco más o menos.

Volvió otra página.

—La señorita Tittle —dijo—. La señorita Tittle salió con su perro a las seis y media como todas las mañanas. Vive en una travesía de la avenida del Sauce y a esas horas siempre lleva un viejo chal de color rojo.

—La señora Luna salió esta mañana temprano y fue vista hablando con el viejo Curiosón. Bien, ahí tenéis, Pesquisidores. ¿Qué conclusión sacáis de esto? ¡Cada uno de nuestros tres sospechosos puede haber deslizado la carta por debajo de la puerta!

—Pero, Fatty..., ¿cómo has averiguado todo esto? —exclamó Bets con gran admiración—. Realmente eres un Pesquisidor maravilloso.

—¡Elemental, mi querida Bets! —dijo Fatty guardando su librito de notas—. ¿Conoces el prado que hay enfrente de la avenida del Sauce? Pues bien, allí vive el viejo Dick, un pastor que tiene su propia barraca. Esta mañana le descubrí. De manera que no he tenido más que ir a verle y darle conversación, haciéndole algunas preguntas inocentes... ¡y así salió todo! El viejo Dick estaba bien despierto a las cinco... como siempre... y se toma gran interés por la gente que pasa arriba y abajo del prado. Es todo lo que tiene que ver, excepto sus ovejas. Dice que Curiosón siempre se levanta a horas intempestivas... es muy probable que sea un cazador furtivo. Por lo menos es un gitano. Y al parecer la señorita Tittle siempre saca a su perro a dar un paseíto muy de mañana. Así que eso no tiene nada de particular. Dice que vio perfectamente a la señora Luna y oyó su voz cuando hablaba muy complacida con el viejo Curiosón.

—¡Estoy seguro de que es la señora Luna! —exclamó Larry—. Nunca sale tan temprano. He oído decir a tu mamá que siempre se levanta demasiado tarde, Pip.

—¡Chisss! Ahí viene para anunciarnos que la comida está preparada —dijo Pip con calor—. Y desde luego que era la señora Luna.

Asomó la cabeza por la puerta.

—¿Quieren bajar ahora, señorito Pip? —dijo—. Les he preparado la comida en el comedor.

—Gracias, señora Luna —respondió Pip, y siguiendo un impulso repentino agregó—: Escuche, señora Luna..., ¿verdad que es extraño que el viejo pastor le haya dicho a Fatty que la vio a usted esta mañana a las seis y media? Debía estar soñando, ¿no?

Hubo una pausa durante la cual la señora Luna pareció sorprendida y violenta.

—Vaya —dijo al fin—. ¡Quién hubiera pensado que me estaban espiando a esa hora del día! Sí, tiene razón. Esta mañana «salí» muy temprano. Saben, es que acostumbro a ir todos los lunes a Sheepsale a ver a mi madre, y ayer no tuve tiempo de avisarla de que no iría. Sé que estará preocupada y me acordé de que el viejo Curiosón, el gitano, tal vez fuese hoy, así que me levanté temprano para darle una nota para mi madre y un paquete de comida por si acaso ella no hubiera podido comprarse nada. Él pensaba tomar el autobús de las diez quince.

—Oh —exclamaron los niños, aliviados al oír la explicación.

—¡De manera que era eso! —dijo Pip sin pensar en lo que estaba diciendo.

—¿Era qué? —dijo la señora Luna, crispada.

—Nada —se apresuró a replicar Pip al recibir un codazo de Fatty—. ¡Nada en absoluto!

La señora Luna miró a los niños con curiosidad. Fatty se puso en pie porque no quería que la señora Luna recalase nada.

—Es hora de que me marche —dijo—. Se os enfriará la comida, Pip y Bets, si no bajáis en seguida. Os veré más tarde.

—¡Aquí tienes tu librito de notas, Fatty! —le gritó Bets corriendo tras él cuando ya bajaba la escalera—. ¡Tu preciosa libretita con todas tus «Pistas» y «Sospechosos»! Fatty, ¿vas a escribir el caso otra vez? Ahora ya tienes algo más que poner, ¿no es cierto?

—Tíramelo —dijo Fatty—. Sí, escribiré el caso hasta donde hemos llegado. ¡Apuesto a que al viejo Goon le gustaría leer mis notas!

Y salió por la puerta del jardín con Larry y Daisy. Fatty no volvió a ponerse la peluca y el delantal, y las guardó en la cesta de su bicicleta.

—Menos mal que me los había quitado antes de que entrase la señora Luna —dijo—. ¡Le hubiera extrañado vuestra intimidad con el chico del carnicero!

—Fatty, ¿quién crees tú que es el autor de los anónimos? —dijo Daisy que estaba muerta de curiosidad—. Yo, la verdad, creo que es la señora Luna.

—Y yo también —intervino Larry—. Pero no veo cómo vamos a conseguir alguna prueba.

—Sí, desde luego que puede ser la señora Luna —dijo Fatty, pensativo—. ¿Recordáis que Pip nos dijo que ella quería que viniera su sobrina? Puede que haya hecho que Gladys se fuera para eso. Y, sin embargo..., están las otras cartas. Quienquiera que las haya escrito debe estar un poco loco, creo yo.

—¿Qué haremos ahora? —quiso saber Larry.

—Creo que ver si logramos averiguar algo más de la señora Luna —dijo Fatty—. Nos encontraremos en casa de Pip a las dos y media.

Cuando llegaron a casa de Pip, le encontraron en un estado de gran excitación, lo mismo que a Bets.

—¡Imaginaros! ¡El viejo Ahuyentador está aquí y ha estado interrogando a la señora Luna! —exclamó Pip—. Nosotros oímos muchísimo porque la ventana de la cocina estaba abierta y da precisamente debajo del cuarto de jugar.

—¿Y por qué ha venido a interrogarla? —preguntó Fatty.

—Pues, al parecer, ella vivía cerca del reformatorio donde estuvo Gladys —repuso Pip—. E incluso estuvo allí como cocinera y la despidieron porque las chicas se quejaban de su mal carácter. ¡Tal vez Gladys fuese una de las que se quejaron! Supongo que el viejo Ahuyentador ha estado haciendo averiguaciones por su cuenta, y al descubrir que la señora Luna conocía el reformatorio donde estuvo Gladys, supongo que debió entrar en sospechas. ¡Le gritó de mala manera y ella entonces le ha replicado en igual forma!

Se oyeron voces exaltadas y los niños se asomaron a la ventana.

—¿Y qué derecho tiene usted a venir aquí a hablar a una mujer inocente en la forma que usted lo hace? —gritaba la señora Luna—. ¡Le denunciaré a la Ley!

—¡«Yo» soy la Ley! —replicó la voz potente del señor Goon—. Yo no la acuso de nada, señora Luna, compréndalo, por favor. Sólo le estoy haciendo unas preguntas como hemos de hacer de ordinario en nuestro trabajo. Nosotros las llamamos de puro formulismo. Hemos de interrogar a las personas para saber todo lo referente a ellas. Para descartarlas si son inocentes... como no me cabe duda que es usted. ¡No debiera ponerse así sólo porque la ley le haga unas cuantas preguntas corteses!

—Hay otras personas a quien podría interrogar —replicó la señora Luna en tono sombrío—. Sí, otras que yo podría indicarle.

—Tengo una lista de las personas que debo interrogar —replicó el señor Goon—. Y todo lo que espero es que sean un poco más amables de lo que ha sido usted. Usted no produce buena impresión, señora Luna, se lo digo con toda franqueza.

Y dicho esto el señor Goon se marchó en su bicicleta y mientras pedaleaba trabajosamente para subir la empinada avenida su cogote estaba enrojecido por la ira.

—El viejo Goon es un poco más listo de lo que nosotros pensábamos —dijo Fatty—. Al parecer tiene su lista de «Sospechosos» lo mismo que nosotros... ¡y en ella está también la señora Luna!

—¡Yo creo que cuando te vio echando aquella carta en Sheepsale sospecharía de «ti»! —dijo Larry.

—Oh, yo creo que está seguro de que me estoy «entrometiendo», como él dice —comentó Fatty—. Probablemente estará esperando que alguien reciba una carta «mía», tanto como del verdadero autor de los anónimos. ¡Pues... tengo hecho el decidido propósito de que sea él quien la reciba!

—¡Oh, no, Fatty! —exclamó Daisy.

Fatty sonrió.

—No, lo he dicho en broma. Bien, salgamos al jardín. Iremos hasta la vieja glorieta. Allí escribiré mis notas, mientras vosotros os entretenéis leyendo o haciendo cualquier otra cosa. Hace demasiado calor para estar todos dentro de casa.

Todos fueron a la glorieta. Por la parte de atrás daba al jardín vecino, y era un lugar muy recoleto y apartado de la casa. Los niños cogieron algunos rábanos del jardín y se los llevaron, con intención de irlos comiendo por la tarde.

Todos hablaban animadamente de su misterio. Lo discutieron todo y leyeron en voz alta lo que Fatty había escrito. Resultaba muy bien. Había anotado también la entrevista de aquella tarde del señor Goon y la señora Luna. Comenzaba así:

«Lo que dijo el señor Goon a la señora Luna»

y proseguía en tono tan jocoso que los niños reían a más y mejor.

De pronto oyeron voces cerca, y sobresaltados guardaron silencio. ¿Quién podía estar tan cerca?

Se asomaron y vieron a la señora Luna que, con unas lechugas en la mano, hablaba con una desconocida por encima de la tapia muy cerca de la glorieta.

—Es lo que siempre he dicho, señorita Tittle —oyeron decir a la señora Luna—. ¡Si una cosa va demasiado ajustada no vale la pena usarla!

—Tiene usted mucha razón —repuso una mujercita menuda y pulcra por encima de la tapia—. Pero a la gente le gusta llevar la ropa tan ajustada. Bueno, venga a verme para ese vestido, señora Luna, me encantará charlar con usted.

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