Misterio del gato comediante (19 page)

BOOK: Misterio del gato comediante
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»Éste se la bebió y, sintiéndose al punto amodorrado, se fue a dormir un rato junto a la estufa eléctrica, instalada en la habitación que da al pórtico. Entonces, el intruso, asegurándose de que Boysie estaba narcotizado y de que, por tanto, no se despertaría, le despojó de su piel de gato...».

—¡Y se la puso él encima! —exclamaron los otros, todos a una—. ¡Oh, «Fatty»!

—Eso es. Se la puso y, tras preparar una taza de té para el empresario y echarle el somnífero, ¡subió a llevársela! ¿Cómo iba a suponer el director que se trataba de otra persona? ¿No es «lógico» que pensara que era Boysie con su piel de gato pantomímico?

—Naturalmente —convino Daisy—. Luego, el ladrón esperó que se durmiera el empresario bajo los efectos de la droga y, acto seguido, ¡perpetró el robo!

—Ni más ni menos —asintió Fatty—. Retiró el espejo, buscó la llave en la cartera del director, marcó la combinación para abrir la caja fuerte y la desvalijó. Luego volvió abajo y, tras revestir de nuevo al dormido Boysie con la piel gatuna, largóse con el mismo sigilo con que había venido... ¡con el dinero en el bolsillo!

«Sabía que cuando se encontrasen vestigios de un somnífero en la taza, la primera pregunta que se formularía la policía sería la siguiente: «¿Quién subió la taza de té al empresario?» Y la respuesta a esto, absolutamente falsa, como hemos visto, no podía ser otra más que Boysie.»

—¡Oh, Fatty! —exclamó Bets, radiante de felicidad—. ¡Qué maravilloso! ¡Hemos desentrañado el misterio!

—Todavía no —replicaron Larry y Pip, los dos a una.

—¡Qué «sí»! —protestó Bets, indignada.

—Un momento, Bets —terció Fatty—. No te precipites. Sabemos cómo fue la cosa, pero ahora el «verdadero» misterio es el siguiente: ¿«Quién se ocultaba bajo la piel del gato pantomímico»?

CAPÍTULO XXI
COMPROBACIÓN DE LA ÚLTIMA COARTADA

Todos eran presa de terrible excitación.

—¡Has dado en el clavo, Bets! —reconoció Larry, dándole una cariñosa palmada en la espalda—. ¡Tú observación ha sido francamente ingeniosa!

—Yo no diría tanto —repuso Bets, modestamente—. En realidad, lo dije sin pensar.

—Ya os «advertí» que seguramente la explicación era evidente y nosotros no acertábamos a verla —recordó Fatty—. Y no me equivocaba. Ahora es cuestión de averiguar quién se ocultaba debajo de la piel.

Todos reflexionaron.

—¿Pero qué adelantaremos con esto? —profirió Pip, al fin—. Si, por ejemplo, decimos «John James», no sacaremos nada en limpio, porque, en realidad, hemos comprobado su coartada y descubierto que es perfecta.

—Dejémonos de coartadas —replicó Fatty—. Una vez decidamos qué persona se ocultaba bajo la piel gatuna, revisaremos su coartada y lo que es más: ¡descubriremos que es falsa! No cabe otra explicación. Vamos, recapacitad, ¿quién estaba dentro de la piel de gato?

—John James, no, desde luego —opinó Daisy—. Es demasiado alto y grueso.

—De acuerdo —convino Fatty—. Ha de ser una persona menuda. Boysie es muy bajito y delgado y, por tanto, sólo pudo revestirse con su piel una persona de su pequeñísima talla.

Todos repasaron mentalmente los miembros del elenco. De pronto, Larry gritó, dando una patada en el suelo:

—¡Alee Grant! Es el más bajito de la compañía... muy pulcro, vivaracho y delgadito, ¿os acordáis?

—¡Sí! —exclamó Fatty—. Los demás son «todos» demasiado robustos, incluso las dos muchachas, muy altas para caber en la piel. Alee Grant es el único miembro de la compañía que pudo ponérsela.

—!«Y» la reventó! —profirió Daisy de repente—. ¿Recuerdas, Fatty, que Boysie rogó a Zoe que se la cosiera y que ésta, al ver las rasgaduras, comentó que sin duda el pobrecillo estaba engordando? ¡Pues no era verdad! ¡Alguien más grueso que él se puso la piel y reventó las costuras!

—¡Cáscaras, tienes razón! —masculló Fatty—. ¿Es posible que se nos haya pasado por alto un indicio tan evidente como éste? Lo malo es que «Alee Grant» tiene la mejor coartada de todas.

—En efecto —suspiró Larry—. Va a ser muy difícil rebatirlas. Es más, casi lo considero imposible.

—Nada, nada es imposible —repuso Fatty—. Alee Grant no pudo estar en dos sitios a la vez. De modo que, si el viernes por la tarde se hallaba en el Pequeño Teatro revestido con la piel del Gato Pantomímico, «no» es posible que estuviera al mismo tiempo dando un recital de canciones en Sheepridge. ¡Eso es indudable!

—¿Qué raro, verdad? —comentó Larry—. ¡La única coartada que no hemos comprobado!

—Sí —refunfuñó Fatty—. Eso que «advertí» que un buen detective debe comprobarlo todo, prescindiendo de si lo considera necesario o no. Sin duda, estoy perdiendo facultades. ¡Considero que esta vez he quedado muy mal!

—Nada de eso, Fatty —consolóle Bets—. Al fin y al cabo fuiste tú el que comprendiste que mi observación, que en realidad fue sólo una broma, era la verdadera clave del misterio. Ni yo, ni los demás, caímos en la cuenta de ello.

—¿Cómo vamos a rebatir la coartada de Alee Gran? —inquirió Larry—. Ea, no divaguemos y vayamos al grano. Opino que no disponemos de mucho tiempo, máxime teniendo en cuenta que Goon ha arrancado una falsa confesión al pobre Boysie. De un momento a otro se pondrá en contacto con el inspector y procederá a una detención, mejor dicho, a dos detenciones, la de Boysie y la de Zoe.

—¿Alguno de vosotros tiene amigos en Sheepridge? — preguntó Fatty bruscamente.

—Yo tengo un primo allí —respondió Larry—. Ya lo conoces, Freddie Wilson. ¿Por qué?

—Bien, a lo mejor fue al recital de Alee —murmuró Fatty—. Telefonéale, Larry, y pregúntaselo. Es preciso que averigüemos algo relativo a esa actuación.

—«Freddie» no es capaz de ir a ver a un hombre haciendo de mujer— repuso Larry desdeñosamente.

—De todos modos, telefonéale —insistió Fatty—. Pregúntale si sabe algo del asunto.

Larry obedeció, algo a regañadientes. Temía que Freddie se mofara de su pregunta.

Pero Freddie no estaba en casa y, en su lugar, atendió la llamada su hermana Julia, una jovencita de dieciocho años. ¡Y lo cierto es que la muchacha les deparó una fantástica racha de buena suerte!

—No, Larry —replicó—. Freddie no fue a la función. Ya sabes que «nunca» pone los pies en un concierto, sea de la clase que sea. Pero yo fui con mamá. Alee Grant estuvo francamente maravilloso. Nadie hubiera dicho que era un hombre. Después de la función, fui a pedirle un autógrafo.

—Aguarda un momento, Julia —rogó Larry.

Y, dejando en espera el receptor telefónico, el muchacho fue a informar a Fatty de lo que acababa de contarle su prima.

—¿Qué tiene su «autógrafo»? —farfulló Fatty, pegando un brinco—. ¡Atiza! ¡Qué suerte más colosal! ¿Pero no recuerdas, so mastuerzo, que «todos nosotros» tenemos también su autógrafo? ¡Me gustaría ver el que obtuvo «Julia»! ¿Qué os jugáis que es diferente de los «nuestros»?

—¡Pero, Fatty! —objetó Larry—. Julia asegura que Alee Grant estuvo allí, dando el recital.

Sin hacerle el menor caso, Fatty precipitóse al teléfono, seguido de «Buster», tan excitado como su amo ante el presentimiento de que ocurría algo importante.

—¡Julia! Aquí Federico Trotteville. Escucha, ¿«podría» ir a verte en el próximo autobús? Es muy importante. ¿Estarás en casa?

—¡Por Dios, Federico! —exclamó Julia, riéndose al oír la apremiante voz de Fatty—. ¡Parece que estés en plena aclaración de un misterio! Pues, sí. Puedes venir, si quieres. ¡Me interesa extraordinariamente el motivo de tu visita!

Tras colgar el receptor, Fatty corrió a reunirse de nuevo con los demás.

—¡Me voy a Sheepridge! —anunció—. ¿Quiere venir alguien?

—¡«Naturalmente»! —exclamaron los chicos, todos a una.

¡Cualquiera se quedaba en casa cuando las cosas se ponían tan emocionantes! ¡Quiá! ¡Todos ansiaban participar del final de la aventura!

Llegaron a Sheepridge una hora después e inmediatamente encamináronse a casa de Julia. Ésta les aguardaba, alborozada, y no pudo menos de sonreírse al verles llegar a los cinco en comisión.

—Atiende, Julia —empezó Fatty—. Ahora no puedo entretenerme en contártelo todo. Representaría una pérdida de tiempo. Sólo te diré que sentimos mucha curiosidad por lo de Alee Grant. ¿Dices que de veras actuó en el concierto? ¿Le habías visto en otras ocasiones y le reconociste en seguida?

—En efecto —asintió Julia—. Le reconocí en el acto.

Fatty quedóse un poco desconcertado. En realidad, esperaba que Julia dijese que no le había reconocido, con lo cual hubiera cabido la posibilidad de probar que alguien había suplantado la personalidad de Alee.

—¿Tienes a mano tu álbum de autógrafos con su firma? —inquirió el muchacho.

Julia fue a por él. Todos los Pesquisidores llevaban el suyo consigo, y Fatty comparó silenciosamente las cinco firmas de sus álbumes con la que figuraba en el de Julia. ¡Esta última era completamente diferente!

—¡Fijaos! —exclamó Fatty, señalando las diversas firmas—. Los autógrafos que nos firmó a nosotros son garabatos ilegibles, mientras que el que escribió para Julia es perfectamente claro y legible. ¡Salta a la vista que «no fue» Alee Grant el que lo firmó!

—Me figuro que ahora saldrás con que fue su hermana gemela —profirió Julia con una sonrisa.

Fatty se la quedó mirando como si no diera crédito a sus oídos.

—¿Qué estás diciendo? —exclamó casi a voz en grito—. ¿«Una hermana gemela»? Por amor de Dios, Julia. Supongo que no pretendes insinuar que Alee tiene una hermana gemela de verdad.

—¡Pues claro que la tiene! —corroboró Julia— ¿Qué «es» todo este misterio? He visto a su hermana con mis propios ojos. Es exactamente igual que él, menudita y pulcra. No vive aquí, sino en Marlow.

Fatty exhaló un profundo suspiro.

—¿Por qué no se me ocurriría pensar en dos hermanos mellizos? —barbotó—. ¡Pues claro! ¡Esa era la «única» solución! Alee encargó a su hermana que le sustituyese en la función. ¿Es también buena actriz la hermanita, Julia?

—Los dos se dedican al teatro —respondió Julia—. No obstante, Alee pasa por mucho mejor cómico que Nora, su hermana. A decir verdad, el viernes pasado Alee no me pareció tan bueno como de costumbre. Además, tenía un tremendo resfriado y constantemente se interrumpía para toser.

Al oír esto, los Pesquisidores cambiaron miradas entre sí. ¡Cáspita! ¿Quién hablaba de toses y resfriados? Alee estaba perfectamente normal el lunes por la tarde cuando le oyeron cantar, sin el menor síntoma de tos o resfriado. ¡La cosa ya no podía ser más sospechosa!

—¿Podemos llevarnos este álbum unas horas? —preguntó Fatty—. Te lo devolveré cuanto antes. Muchísimas gracias por recibirnos. Nos has prestado una gran ayuda.

—¿De veras? —exclamó Julia sorprendida—. Todo esto se me antoja muy misterioso.

—«Era» misterioso —repuso Fatty, dirigiéndose a la salida—. Muy misterioso. Pero ahora lo veo todo claro, aunque reconozco que ha sido por chiripa.

Los Cinco Pesquisidores se alejaron con «Buster», excitados y locuaces.

—Ahora ya sabemos a qué atenernos —comentó Fatty, alegremente—. ¡Gracias a Bets! Lo cierto, Bets, es que no habríamos salido de dudas si tú no hubieses hecho aquel inesperado comentario. ¡Fue una corazonada!

Al llegar a Peterswood, habían decidido ya su plan de acción. En primer lugar, irían a ver a Pippin para informarle de cuanto sabían, pues Fatty opinaba que tenían la obligación de ponerle al corriente. De esta suerte, si lo deseaba, el joven policía podría detener a Alee Gran. ¡Qué fracaso para Goon!

Pero a su llegada a casa de Goon, los Pesquisidores tuvieron un sobresalto. Pippin estaba allí solo, con expresión triste y sombría.

—¡Malas noticias, amigo Federico! —exclamó el agente, al ver a Fatty—. Llevo una hora tratando de telefonearte. El señor Goon ha detenido a Boysie y a Zoe, y los pobres están francamente desesperados. Temo que Boysie pierda definitivamente la razón con todo esto.

—¿Dónde están? —inquirió Fatty, consternado.

—Goon se los ha llevado a ver al inspector —respondió Pippin—. ¿Pero qué «te» pasa? ¡Estás temblando!

—Y que lo diga —farfulló Fatty, sentándose bruscamente—. Atienda, Pippin. Escuche con mucha atención lo que voy a decirle. Y luego aconséjenos lo que debemos hacer. Prepárese a recibir varias sorpresas. ¡Y ahora... escuche esto!

CAPÍTULO XXII
¡UNA SORPRESA PARA EL INSPECTOR!

Pippin escuchó el relato de Fatty, con los ojos casi saliéndosele de las órbitas. Al oír lo de las pistas falsas, su semblante se enfurruñó. Supo luego todas las gestiones de los muchachos, desde el interrogatorio de los sospechosos con la excusa de pedir sus autógrafos, hasta el té con Boysie y Zoe, la comprobación de las coartadas, y la genial ocurrencia de Bets, gracias a la cual Fatty había podido ponerse sobre la verdadera pista.

Después, los chicos exhibieron los álbumes de autógrafos para proceder a las comparaciones de rigor, al tiempo que daban cuenta de su visita a Sheepridge. Salió a relucir, la hermana gemela, y el agente Pippin se rascó la frente, aturdido, mientras Fatty presentaba las múltiples piezas del rompecabezas que, debidamente encajadas, daban una clarísima solución del misterio.

—¡Bien! —masculló el pobre Pippin—. ¡No sé qué pensar! ¡Me habéis dejado patitieso! No cabe duda que Goon se ha equivocado por todo lo alto. Salta a la vista que el culpable es Alee Grant.

—¿Según eso, puede usted detenerle y llevárselo al inspector? —interrogó Fatty.

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