Read Misterio del gato comediante Online
Authors: Enid Blyton
—¡Qué contrariedad que le despierten a uno así! —rióse Fatty—. Confío en que no le importunaron «muchas» veces.
—Pues verás —contestó John James, reflexionando—, me parece recordar que aquella condenada película se estropeó por lo menos cuatro veces. Consulté el reloj de la sala en una o dos ocasiones. Una vez me desperté a las siete menos cuarto, y otra a las siete y diez. Recuerdo que, al despertar, me pregunté dónde diablos me encontraba. ¡Pensé que estaba en casa durmiendo en mi propia cama!
—¡Vaya tarde más aburrida! —comentó Fatty, observando que Pip se sacaba del bolsillo la libreta para comprobar las horas.
En efecto, del cabezazo de Pip, Fatty infirió que la coartada de John James era conforme. No cabía la menor duda de que el actor había pasado la tarde en el cine, despertándose cada vez que se rompía la cinta a consecuencia del bullicio de los impacientes espectadores.
—Sí, fue un latazo —suspiró John James—. Pero al menos aproveché el tiempo a mi manera. Tomad un poco de mi tarta de cereza. No hagáis cumplidos. Hay mucha.
La conversación derivó en el robo del teatro.
—¿Quién cree «usted» que lo perpetró? —le preguntó Fatty.
—No tengo idea —contestó John James—. Ni la más pequeña idea. Boysie, no, desde luego. Estoy seguro de ello. No tiene ni inteligencia ni valor para una cosa así. Es un muchacho inofensivo. Adora a Zoe... y no me sorprende. Ella es muy buena con él.
Tras charlar un rato más, Fatty se levantó y, sacudiéndose las migas, murmuró:
—Bien, gracias por permitirnos merendar con usted, señor James. Ahora tenemos que irnos. ¿Viene usted también a casa?
—No —repuso John James—. Me quedaré aquí un rato más. Se prepara una magnífica puesta de sol.
Los Pesquisidores emprendieron el descenso de la ladera, con «Buster» cabriolando a su alrededor. Una vez a prudente distancia, Fatty declaró:
—Bien, según esto John James queda descartado de nuestra lista de sospechosos. Su coartada es de primera clase. No cabe duda de que estaba en el cine el viernes por la tarde. ¡Caracoles! ¡Qué caso más misterioso! ¡Estoy desorientado!
—¡No digas «eso», Fatty! —protestó Bets, sorprendida de oírle hablar así—. ¡Es «imposible» que tú estés desorientado! ¿Cómo vas a estarlo con ese talentazo que tienes, Fatty?
Aquella noche, Fatty se devanó los sesos inútilmente. Por más que reflexionaba, no entreveía ninguna solución al misterio. Tenía la certeza de que Boysie no era el ladrón, como asimismo de que Zoe, cuya coartada resultaba un tanto endeble, tampoco estaba complicada en el asunto. Todos los demás sospechosos contaban con coartadas incontestables. Faltaba aún comprobar la de Alee Grant, pero Fatty había visto en un periódico local una gacetilla sobre la actuación de Alee del viernes por la tarde en Sheepridge.
—La información aparecida en el diario es una coartada totalmente satisfactoria —dijo Fatty a los demás—. No hace falta que nos preocupemos en lo más mínimo de Alee. ¿Pero «quién» es el culpable? ¿Quién perpetró el robo?
Desesperado, el chico acudió a hablar con el agente Pippin a última hora de aquella misma tarde. Le encontró paseando por el pequeño jardín trasero de Goon, con una pipa en los labios. El joven policía mostróse encantado de ver a Fatty.
—¿Alguna novedad? —inquirió el muchacho—. Supongo que Goon no está en casa.
—No, gracias a Dios —exclamó Pippin en tono vehemente—. Me ha estado regañando todo el día por esto o por lo otro. Se pasa las horas yendo y viniendo en su bicicleta y no me da un momento de respiro. Ahora ha ido a interpelar a Boysie otra vez. Me temo que le inducirá a una confesión falsa a fuerza de asustarle.
—Yo también abrigo esos temores —gruñó Fatty—. ¿Qué hay de Zoe? ¿Supone Goon que la muchacha está complicada en el asunto?
—Casi lo aseguraría —suspiró Pippin—. El señor Goon tiene en su poder aquel pañuelo con la inicial «Z» y, naturalmente, lo considera una de sus mejores pruebas.
—¡Pero eso es una perfecta tontería! —protestó Fatty—. ¡Es posible que ese pañuelo llevase días en el pórtico! No prueba en absoluto que Zoe estuviese allí aquella tarde.
—Goon opina lo contrario —repuso Pippin—. Al parecer, ha averiguado que la asistenta barrió el pórtico el viernes a las cuatro de la tarde. De donde se deduce que el pañuelo cayó allí después de esa hora.
Fatty mordióse los labios, con expresión enfurruñada. Aquello era una mala noticia. No contaba con semejante contratiempo. ¡Pues «claro» que Goon sospechaba que Zoe había acudido al pórtico aquella tarde y luego entrado en el teatro con la complicidad de Boysie! ¿Cómo no iba a sospecharlo después de encontrar allí un pañuelo con la inicial «Z», según todos los indicios perdido después de las cuatro? Era una prueba fehaciente.
—Lo que más enoja a Goon es que Zoe insiste en negar que el pañuelo sea de su pertenencia —explicó Pippin—. Asegura que nunca lo ha visto. Es una lástima que tenga una inicial tan poco común.
—Desde luego —gruñó el pobre Fatty, sintiéndose cada vez más inclinado a confesar su intervención en el asunto.
Al fin y al cabo, era él el que había dejado el pañuelo y todas las demás «pistas» en el pórtico. En fin, si Goon arrestaba a Zoe y a Boysie, no «tendría» más remedio que confesarlo.
—Oiga, Pippin —dijo el chico, volviéndose al joven—. Si por casualidad se entera usted de algo importante, como por ejemplo que Goon procede a una detención o arranca una falsa confesión al pobre Boysie, no se olvide de telefonearme.
—De acuerdo —convino Pippin, con un ademán de asentimiento—. ¿Y «tú», qué indagaciones has hecho para desentrañar el misterio? ¡Apuesto a que no has estado ocioso!
Fatty le contó la comprobación de todas las coartadas y la conformidad de todas ellas, excepto la de Zoe. Estaba realmente preocupado. ¡Sería horrible que Goon no diera con la verdadera solución del misterio y detuviese a gente inocente! Lo malo era que Fatty no entreveía ninguna salida.
El chico regresó a su casa muy deprimido, cosa insólita en él. Larry le telefoneó al anochecer para preguntarle el resultado de su entrevista con Pippin.
Fatty le puso al corriente. Larry escuchó en silencio. Por fin preguntó:
—¿Y ahora qué haremos?
Por vez primera en la vida, Fatty estaba completamente desorientado. No se le ocurría nada en absoluto.
—No sé qué partido tomar —confesó, vencido—. Estoy francamente desconcertado. ¡Qué colección de inútiles somos! Si no progresamos un poco, tendremos que disolver nuestra asociación de Pesquisidores.
—Ven mañana a las diez y celebraremos una entrevista —animóle Larry—. Todos discurriremos lo que podamos y revisaremos «todos» los detalles sin excepción. Estoy seguro de que se nos ha escapado algo. No hay misterio sin solución, Fatty. ¡Ánimo! ¡Verás cómo damos con ella!
Pero al día siguiente, antes de las diez, sonó el teléfono y Pippin dio una malísima noticia al atribulado Fatty.
—¿Eres tú? Sólo dispongo de un minuto. ¡El señor Goon ha arrancado una confesión a Boysie! ¡Y Zoe también está complicada en el asunto! Al parecer, Boysie ha manifestado que él y Zoe maquinaron la cosa juntos. Dejó entrar a Zoe por la puerta del pórtico, ambos prepararon el té y Boysie subió la taza con la droga al empresario. Después, cuando éste se quedó dormido, Zoe subió a desvalijar la caja fuerte. Parece ser que la muchacha sabía dónde estaba la llave y todos los detalles.
Fatty le escuchaba, horrorizado.
—¡Pero, Pippin, «Pippin»! ¡Ni Boysie ni Zoe hubiesen sido capaces de cometer semejante fechoría! Goon ha «obligado» a confesar a un pobre diablo que no está en sus cabales ni sabe lo que dice.
Sobrevino un silencio.
—Bien, en realidad yo también me inclino por tu opinión —convino Pippin—. De hecho, bien, no sé si debiera decírtelo, pero ahí va: a juzgar por sus explicaciones, casi aseguraría que Goon indujo al infeliz Boysie a esa confesión falsa. Pero, como puedes comprender, yo no puedo hacer nada. No puedo ir contra Goon. Tú eres el único que puede actuar. El inspector Jenks es un «gran» amigo tuyo. ¿No daría crédito a tus palabras si le dijeras que crees que Goon está equivocado?
—Lo malo es que no tengo ninguna «prueba» —lamentóse Fatty—. En cambio, si «supiese» quién fue el ladrón y pudiese demostrar su identidad con las consabidas pruebas, el inspector no vacilaría en escucharme. Iré a ver a mis amigos por si se les ocurre alguna idea. En caso contrario, no tendré más remedio que llegarme al pueblo vecino a ver al inspector.
—Me parece muy bien... —empezó Pippin.
Pero, casi sin transición, Fatty comprendió que su comunicante había colgado el receptor.
El muchacho sentóse junto al teléfono recapacitando sobre lo que acababa de escuchar. ¡Pobre Zoe! ¡Pobre Boysie! ¿Qué hacer para ayudarles?
A poco, Fatty dirigióse a casa de Pip en su bicicleta. Sus cuatro amigos le aguardaban allí, con expresión sombría, que se intensificó cuando Fatty les contó lo que Pippin acababa de comunicarle.
—Todo esto es muy serio —comentó Larry—. Mucho más serio que los otros misterios con que nos hemos enfrentado. ¿Qué te parece que hagamos, Fatty?
—Propongo que repasemos la lista de los sospechosos y sus coartadas, y que revisemos todo lo que sabemos —respondió Fatty, sacándose su libreta—. Aquí está todo anotado. Escuchadme atentamente mientras leo y procurad «pensar» algo. Como dice Larry, a buen seguro se nos ha pasado algo por alto, alguna pista o prueba reveladoras susceptibles de ayudarnos. Probablemente la explicación está claramente a la vista y nosotros no acertamos a verla.
El chico procedió a leer sus notas: la lista de sospechosos, las coartadas por ellos aducidas, la comprobación de todas éstas, la declaración de Boysie en la tarde del robo, la del empresario, la antipatía de todos los actores por su director y los naturales deseos de venganza que éstos acariciaban contra él. Fatty leyólo todo en voz alta, clara y pausada, en tanto los Pesquisidores escuchaban atentamente. Hasta «Buster» permanecía quietecito con las orejas muy tiesas.
Cuando Fatty dio fin a su lectura, sobrevino una larga pausa.
—¿Alguna sugerencia? —inquirió al fin el jefe de la pandilla, sin grandes esperanzas.
Los otros menearon la cabeza negativamente.
—¡Vencidos! —exclamó Fatty, amargamente, cerrando su libreta con un chasquido—. ¡Derrotados! Todo cuanto «sabemos» es que, de los siete sospechosos, los dos únicos que «podrían» haberlo hecho son inocentes. Nos consta que ambos son incapaces de semejante mala acción. Y que los que realmente «pudieran» ser culpables, tienen todos coartadas de primera clase. ¿Cómo es «posible» que el gato pantomímico llevase a cabo una fechoría tan contraria a su modo de ser?
—Casi que le dan a uno ganas de pensar que a lo mejor fue otra persona revestida con la piel de Boysie —aventuró Bets.
Todos se rieron despectivamente al oír el comentario de la pequeña.
—¡Boba! —exclamó Pip.
La pobre Bets se puso como la grana.
Más he ahí que, de pronto, Fatty pareció perder el juicio. Mirando a Bets con ojos vidriosos y desencajados, le dio una fuerte palmada en el hombro. Luego, levantándose, se puso a bailotear ridículamente por la habitación, como si estuviera en el séptimo cielo del gozo y la felicidad.
—¡Bets! —exclamó, deteniéndose, al fin—. ¡«Bets»! ¡Buena, lista y ocurrente pequeña Bets! ¡Tú lo has desentrañado, tú lo has descubierto! ¡Oh, Bets! ¡Mereces ser la jefa de los Pesquisidores! ¡Pero, Bets! ¿Por qué diablos no se me habrá ocurrido antes?
Sus compañeros le miraban como si se hubiese vuelto loco.
—Vamos, Fatty, no seas pollino —gruñó Pip, contrariado—. Dinos de una vez a qué viene todo esto. ¿Qué es lo que ha descubierto Bets con tanta sagacidad? ¡Yo no lo veo por ninguna parte!
—Ni yo tampoco —coreó Larry—. Siéntate, Fatty, y explícate de una vez.
Fatty obedeció, con expresión radiante, y rodeando a la sorprendida Bets con el brazo, la oprimió cariñosamente.
—¡Nuestra querida pequeña Bets acaba de salvar a Boysie y a Zoe! ¡Qué talento tiene!
—¡Vamos, «Fatty»! —exclamó Pip, exasperado, casi a voz en grito—. ¡Acaba de una vez y cuéntanos lo que piensas!
—Está bien —accedió Fatty—. Habéis oído lo que ha dicho la pequeña Bets, ¿no es eso? Ha dicho: «Casi que le dan a uno ganas de pensar que a lo mejor fue otra persona revestida con la piel de Boysie». Y ahora yo os pregunto: ¿No veis que estas palabras son la solución? ¿Todavía no os dais cuenta, so alcornoques?
—Empiezo a comprenderlo —murmuró Larry, pausadamente—. Pero no cabe duda que tú lo comprendes «todo», Fatty. Vamos, explícate.
—Atended, muchachos —empezó Fatty—. Boysie asegura que él no llevó el té al empresario, ¿no es eso? Sin embargo, el empresario «sostiene» lo contrario. ¿Y por qué lo sostiene? Porque, según dice, Boysie llevaba puesta la piel de gato. De acuerdo. Ahora bien. Quienquiera que sirvió el té era evidentemente el gato pantomímico, pero como el director no vio quién se ocultaba «bajo» la piel, ¿cómo sabe que era Boysie?
Los otros le escuchaban mudos de asombro.
—¡Y se da el caso de que «no era» Boysie! —concluyó Fatty, triunfalmente—. Permitirme exponer lo que, en «mi» opinión, sucedió aquella tarde, ahora que Bets me ha abierto los ojos.
—¡Sí, continúa, dínoslo! —instó Pip, excitándose como si él también empezase a comprender.
—Bien, amigos —dijo Fatty—. Como todos sabemos, los actores partieron del teatro a las cinco y media. De hecho, nosotros fuimos testigos de ello. Tan sólo Boysie se quedó en el teatro, puesto que vive allí. Y el empresario estaba arriba, en su despacho.
»Ahora bien. Uno de los miembros de la compañía, resentido por algo con el empresario, se propuso darle su merecido. Y aquella noche, después de «nuestro» regreso a casa tras la colocación de las falsas pistas en el pórtico, esa persona regresó al teatro, se coló dentro clandestinamente, de hecho si Boysie le hubiese visto lo habría confesado, y se escondió hasta que Boysie empezó a preparar el té, sabedor de que éste siempre subía una taza al empresario.
»Una vez hecho el té, Boysie sirvióse una taza, pero no lo bebió en seguida porque estaba muy caliente. Prefirió aguardar a que se enfriase un poco. Entonces, la persona que estaba escondida, salió de su escondrijo y echó una dosis de somnífero en la taza de Boysie.