Read Misterio en la villa incendiada Online
Authors: Enid Blyton
Cautamente, los chicos siguieron el rastro de las ortigas aplastadas. La zanja describía una curva hacia la parte posterior de la villa, pero, por desgracia, eran tantas las personas que habían hollado aquel lugar la noche anterior, que resultaba imposible captar ninguna huella y atribuirla al autor del desaguisado.
—De todos modos —intervino Fatty—, atended. Aunque nos resulte imposible encontrar en el jardín huellas pertenecientes al malhechor, podríamos hallar alguna al otro lado del seto. ¿Qué os parece si todos nosotros atravesásemos esa abertura por donde entró y salió el individuo para ver si descubrimos algo al otro lado?
Todos ellos se deslizaron a gatas por el claro. Fatty, que cerraba la marcha, descubrió algo a su paso. Era un pedazo de franela gris prendido en una espina.
Emitiendo un pequeño silbido, agarró a Larry, que le precedía en la marcha.
—El hombre se rasgó la americana al atravesar este claro —murmuró, señalando el fragmento de franela—. ¿Ves eso? ¡No cabe duda que «prosperamos»! ¡Ahora sabemos que el sujeto llevaba un traje de franela gris!
Cuidadosamente, Larry retiró el pedacito gris de la espina. Luego, lo metió en una caja de fósforos, algo apesadumbrado por no haber sido él su descubridor, en lugar de Fatty.
—¡Buena faena! —reconoció, a pesar de todo—. Sí, esto puede constituir una pista muy valiosa.
—¿Qué sucede? —preguntó Bets, con excitación—. ¿Que Fatty ha encontrado una «pasta»?
Todos se apiñaron alrededor de los chicos para ver el descubrimiento de Fatty. Abriendo la fosforera, Larry les mostró el pedacito de franela gris.
—¡Ahora sólo es cuestión de encontrar a un hombre con traje de franela rasgado en algún sitio! —coligió Daisy, ebria de satisfacción.
—Opino que somos mucho más listos que el Ahuyentador —comentó Pip.
—Habéis de saber que tengo unos ojos de lince —se jactó Fatty, sintiéndose profundamente satisfecho de sí mismo—. ¡Yo soy el único que lo vi! No se puede negar que tengo talento.
—¡Cierra el pico de una vez! —ordenó Larry—. Lo viste por pura casualidad.
Al propio tiempo, guardó de nuevo el pedacito en su fosforera. Todos sentíanse un poquito nerviosos a consecuencia de lo que iba ocurriendo.
—Me encanta ser Pesquisidora —declaró Bets, dichosamente.
—No sé por qué —gruñó Pip—. Aún no has encontrado ni una mala cosa. Yo he descubierto el lugar, donde estuvo escondido el hombre, y Fatty ha hallado un pedacito de su chaqueta. ¡Pero «tú» no has encontrado nada!
Fue Larry el que descubrió la huella. La encontró por pura casualidad. La abertura del seto daba paso a un campo lleno de hierba, donde resultaba imposible ver ninguna marca. Pero, gracias a que el granjero había arrancado unas pocas matas de césped en un punto determinado, a un lado, cerca de la orilla, advertíase claramente la presencia de una pista.
—Me figuro que pertenece al granjero —sugirió Pip, cuando Larry se la mostró.
—No, la del granjero es aquélla —replicó Larry, señalando una gran pisada con clavos de herradura que aparecía a lo largo de la porción de tierra desprovista de hierba—. Esta otra es más pequeña. La del granjero es mucho mayor. ¿No lo ves? Es enorme. Creo que ésta más pequeña «debe» de pertenecer al hombre que buscamos. Veamos si encontramos otra.
Los chicos prosiguieron sus pesquisas. Como, naturalmente, no se veía nada en la hierba, se limitaron a examinar la orilla del campo. Y allí, Daisy encontró tres o cuatro pisadas más, a ambos lados del portillo que conducía a una calle lindante con el campo.
—¿Son éstas las mismas huellas? —gritó sofocada la muchacha.
Los otros acudieron, corriendo. Todos las examinaron detenidamente. Por último, Larry dictaminó, con un cabezazo de asentimiento:
—Creo que sí. Fijaos: estos zapatos tienen suelas de goma con dibujos entrecruzados. Oye, Pip: ve a ver aquella otra huella para comprobar si el dibujo corresponde, ¿quieres?
Pip se precipitó a la porción de terreno de donde el granjero había arrancado la hierba. Sí: el dibujo entrelazado aparecía claramente marcado en la huella. ¡No cabía duda que se trataba del mismo zapato! —¡Sí! —vociferó—. ¡Es la misma! Sus compañeros sintieron viva emoción. ¡La cosa iba viento en popa!
—Bien —dijo Larry, mirando el suelo de la calle—. Me temo que es inútil seguir explorando, porque la superficie de esta calle es dura y, por tanto, no presentará ninguna huella. Pero de todos modos hemos averiguado lo que deseábamos. Hemos averiguado que el hombre se escondió en el seto por algún motivo, y sabemos que lleva zapatos de determinada forma y tamaño, con suelas de goma de dibujos entrelazados. No está mal la faena efectuada en un solo día de trabajo, ¿verdad?
—Haré un dibujo de las huellas —decidió Fatty—. Tomaré la medida exacta y sacaré una copia exacta de las mismas. Después, sólo nos restará encontrar los zapatos, ¡y tendremos al hombre!
—Sabemos qué clase de zapatos y de traje llevaba —murmuró Larry, recordando el pedacito de tela gris guardado en su fosforera—. Apuesto cualquier cosa a que el viejo Ahuyentador no ha descubierto nada todavía.
—Creo que lo mejor que puedo hacer es volver al hotel a buscar un poco de papel para copiar las huellas —resolvió Fatty con aire importante—. Es una suerte saber dibujar tan bien. El último trimestre obtuve el primer premio de Arte Pictórico.
—¿De qué arte? —bromeó Larry—. ¿Del arte de fachendear o del arte de comer como un lobo?
—¡No intentes pasarte de listo! —protestó Fatty, que no podía soportar aquella clase de ironías.
—¡Pues conste que Larry es muy listo! —corroboró Daisy—. ¡Lo que ocurre es que no le gusta alardear de su talento como tú, Frederick Algernon Trotteville!
—Volvamos a la villa quemada a ver si descubrimos alguna otra pista —propuso Pip para evitar que se excitasen más los ánimos.
—Sí —convino Bets—. Yo soy la única que no he encontrado ninguna «pasta», y quiero inmediatamente probar fortuna.
La chiquilla parecía tan consternada por su fracaso, que Fatty apresuróse a consolarla con estas palabras:
—Tampoco «Buster» ha encontrado nada, a pesar de sus esfuerzos. No te preocupes, Bets. Estoy seguro de que pronto descubrirás algo maravilloso.
La pandilla volvió a deslizarse por el claro del seto. Fatty se dirigió al hotelito situado enfrente al jardín, en busca de papel y lápiz. Los demás se quedaron contemplando las ruinas de la villa.
—¿Qué estáis haciendo ahí? —profirió de pronto una áspera voz—. ¡Largaos!
—¡Caracoles! —cuchicheó Larry—. ¡Es el viejo Ahuyentador! ¡Vamos, buscad todos mi chelín!
Los cuatro chicos procedieron a explorar los alrededores, fingiendo buscar algo.
—¿Habéis oído lo que he dicho? —refunfuñó el policía—. ¿Qué estáis buscando?
—Mi chelín —explicó Larry.
—¡Ah! —exclamó el señor Goon—. Supongo, que lo perdiste anoche, cuando viniste a meter las narices aquí. No sé adonde llegarán los chicos de hoy en día. Se pasan el tiempo enredando y metiéndose en lo que no les importa. ¡Vamos, largaos de aquí de una vez!
—¡Aquí está mi chelín! —exclamó Larry, recogiendo la moneda que, a su llegada, había tenido buen cuidado de depositar junto a una mata de celidonias—. Está bien, señor Goon. Ya nos vamos. Ahora ya he encontrado mi chelín.
—En este caso, largo de aquí —repitió el policía, malhumorado—. Tengo mucho quehacer en este lugar y no quiero chicos entrometidos por medio.
—¿Está buscando «pastas»? —interrogó Bets.
Apenas formulada esta pregunta, la niña recibió un codazo tan fuerte de Pip, que estuvo a punto de perder el equilibrio.
Afortunadamente, el Ahuyentador no cayó en la cuenta de aquella observación y, empujando a los chiquillos a la calle, a través del portillo de madera, les gritó:
—¡Y no volváis a enredar por aquí!
—¡A enredar! —gruñó Larry, indignado, mientras se alejaban todos calle arriba—. Eso es todo cuanto ese cascarrabias se figura que hacen los niños: enredar. ¡Si supiera lo que hemos descubierto esta tarde, se quedaría patitieso!
—¿De veras? —murmuró Bets, interesada—. Me gustaría verle.
—¡Tú sí que por poco me dejas patitieso a mí cuando le has preguntado al viejo Ahuyentador si buscaba pistas! —espetó Pip, enojado—. ¡Menos mal que no se te ha ocurrido decirle, como me temía, que «nosotros» nos habíamos dedicado a buscarlas también con éxito arrollador! ¡Ése es el inconveniente de tener un crío como tú en nuestra asociación de Pesquisidores!
—«No» se me habría ocurrido decir ni una palabra de nuestros hallazgos —protestó Bets, casi llorosa—. ¡Fijaos! ¡Ahí viene Fatty! Será mejor que le advirtamos que el Ahuyentador anda por allí.
Los muchachos detuvieron a Fatty para prevenirle. En vista de las circunstancias, el gordito decidió llevar a cabo su tarea más tarde. Ni «Buster» ni él sentían la menor simpatía por el viejo Ahuyentador.
—Ya es hora de cenar —observó Larry, consultando su reloj de pulsera—. Mañana, a las diez de la mañana, nos reuniremos en la glorieta de Pip. Hoy hemos aprovechado magníficamente el día. Ahora consignaré por escrito todas nuestras pistas. ¡La cosa se está poniendo interesante!
A las diez en punto de la mañana siguiente, los cinco niños y «Buster» reuniéronse de nuevo en la vieja glorieta. Fatty, adoptando una expresión presuntuosa, mostró a sus compañeros una enorme hoja de papel en la cual había dibujado, en tamaño natural, las huellas derecha e izquierda, con todas las marcas entrecruzadas de la suela de goma. Era realmente una buena faena.
Los demás lo contemplaron con admiración.
—¿No está mal, verdad? —aventuró Fatty, esponjándose, y, como de costumbre, produciendo una mala impresión en sus amigos por su jactancia—. ¡Ya os dije que sabía dibujar muy bien!
Larry, tocando con el codo a Pip, cuchicheóle al oído:
—Vamos, tomémosle un poco el pelo.
Pip sonrió, preguntándose qué propósitos abrigaba Larry. Éste tomó el dibujo y, contemplándolo solemnemente, comentó:
—Está muy bien, sólo que me parece que no has sacado la cola del todo exacta.
—Pues a mí las orejas tampoco me parecen muy acertadas —apresuróse a intervenir Pip—. Sobre todo, la derecha.
Desconcertado, Fatty miró su dibujo para cerciorarse de que era el de las huellas. Sí, en él figuraba una copia de las mismas. Entonces, ¿de qué estaban hablando Larry y Pip?
—Claro está —agregó Larry, mirando de nuevo el dibujo detenidamente, con la cabeza ladeada—, que, según dicen, las manos son los miembros más difíciles de dibujar. En resumidas cuentas: que opino que Fatty debería aprender un poco más la técnica de dibujar manos.
Daisy trató de reprimir una risita. Por su parte, Bets contemplaba, aturdida, el dibujo, intentando descubrir la cola, las orejas y las manos a que tan extrañamente se referían Larry y Pip. Fatty se puso rojo de ira.
—Me figuro que volvéis a dároslas de graciosos —refunfuñó arrancando violentamente el dibujo de manos de Larry—. Sabéis perfectamente que esto es una copia de las huellas.
—¡Cáspita! —exclamó Pip en tono sorprendido—. ¿Conque es eso? ¡Claro! ¡Ahora lo veo! ¿Cómo es posible que las hayamos tomado por otra cosa, Larry?
Incapaz de contenerse por más tiempo, Daisy prorrumpió en risas. Fatty dobló el papel con expresión profundamente ofendida. «Buster» saltó a sus rodillas y se puso a lamerle la nariz.
Bets lo arregló todo con su acostumbrada y angelical sencillez.
—¡Bien! —dijo, sorprendida—. ¿Ha sido todo una broma, verdad, Larry? He mirado ese dibujo y he visto perfectamente que se trataba de una maravillosa copia de aquellas huellas que vimos ayer. Por eso no caía en la cuenta de lo que estabais diciendo tú y Pip. ¡Cuánto me gustaría saber dibujar como tú!
Fatty, que se había levantado con intención de marcharse, volvió a tomar asiento. Los demás sonrieron. No estaba bien hacer rabiar al pobre amigo Fatty. ¡Pero era tan presuntuoso!
—Por mi parte, he escrito unas pocas notas sobre lo de ayer —declaró Larry, sacándose una pequeña agenda del bolsillo.
Tras abrirla, leyó rápidamente la lista de pistas con que contaban. Luego, tendiendo la mano para tomar el dibujo de Fatty, prosiguió:
—Creo que lo mejor será conservarlo con las notas. Lo guardaré todo junto, en unión del fragmento de tela gris, en un sitio seguro, pues es posible que todo ello tenga una gran importancia en poco tiempo. ¿Dónde lo guardaremos?
—En la pared de la glorieta —propuso Pip con avidez—, exactamente detrás de ti hay una tabla desprendida. Ahí solía yo esconder mis cosas cuando tenía la edad de Bets. Sería un lugar apropiadísimo para guardar algo; a nadie se le ocurriría mirar en un sitio tan inocente como el citado.
El chico mostró a sus compañeros la tabla en cuestión. «Buster», poniéndose de patas sobre el banco, la rascó, interesadísimo.
—Sin duda cree que hay un conejo detrás de ella —coligió Bets.
La agenda, la fosforera con el fragmento gris y el dibujo de Fatty fueron cuidadosamente colocados detrás de la tabla desprendida. Después, ésta volvió a ser encajada en su sitio. Todos mostráronse satisfechísimos de tener un escondrijo como aquél.
—Ahora, dinos —apremió Pip, dirigiéndose a Larry—. ¿Qué planes tienes para hoy? Porque supongo que debemos seguir indagando para desentrañar el misterio, ¿no? ¡Y no nos interesa que la policía lo descubra todo antes que nosotros!