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Authors: Linda Howard

Tags: #Intriga, #Romántico

Morir de amor (9 page)

BOOK: Morir de amor
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—¡
Por fin
! Me alegraba tanto de haber conseguido algo para volver a casa que no presté atención a dónde ponía la mano ni qué aspecto tenía ahí puesta. Se inclinó hacia adelante y me abrió la puerta. Cuando la crucé, sentí que cien pares de ojos se volvían para mirarnos. Agentes patrulleros uniformados, inspectores de paisano, unas cuantas personas que a todas luces estaban ahí contra su voluntad… El departamento de policía era un avispero lleno de actividad, a pesar de lo tarde que era. Si hubiera prestado atención, me habría percatado del murmullo de voces y de los teléfonos sonando en el exterior del despacho cerrado, pero había estado concentrada en mi batalla contra Wyatt.

Vi una multitud de expresiones, curiosidad, diversión, morboso interés. La única expresión que no vi, pensé en ese momento, fue de sorpresa. Alcancé a fijarme en el inspector MacInnes, que disimulaba una sonrisa y luego volvía a concentrarse en los papeles que tenía en la mesa.

¿Y bien? ¿Qué me esperaba? No sólo habían sido testigos de nuestro muy público desacuerdo que acabó con él metiéndome en su coche (sólo había desaparecido la parte pública de nuestro desacuerdo, el resto seguía vigente), sino que en ese momento entendí que Wyatt habría dicho algo insinuando que teníamos una relación personal. Aquella rata traicionera quería hacer caso omiso de mis objeciones, y más importante aún, se había asegurado de que ninguno de los suyos interviniera en nuestra discusión.

—Te crees muy listo —farfullé cuando entramos en el ascensor.

—No creo que lo sea porque, de otra manera, me mantendría alejado de ti —replicó él, dueño de sí mismo, mientras pulsaba el botón de la planta baja.

—Entonces, ¿por qué no te dedicas tú y tu coeficiente intelectual a perseguir a alguien a quien le apetezcas?

—Oh, a ti te apetezco, eso ya lo creo. No te agrada, pero te apetezco.

—Me apetecías. Tiempo pretérito. Como quien dice, ahora no. Tuviste tu oportunidad.

—Todavía la tengo. Lo único que hemos hecho ha sido darnos un respiro.

Me quedé boquiabierta cuando lo miré.

—¿A dos años le llamas un respiro? Tengo malas noticias para ti, grandullón. Quemaste tus posibilidades al final de nuestra última cita.

El ascensor se detuvo y se abrieron las puertas (en tres plantas no se tarda nada) y Wyatt volvió a hacer el numerito de ponerme la mano en la cintura, guiándome hacia el exterior de un pequeño vestíbulo y hacia el aparcamiento. La lluvia había parado, por suerte, aunque los cables eléctricos y los árboles todavía goteaban. Su coche, un Crown Vic blanco, estaba aparcado en la cuarta plaza, con un cartel que ponía: «Teniente Bloodsworth». El aparcamiento estaba rodeado por una valla metálica y cerrado, así que no había reporteros esperando a la entrada. En cualquier caso, tampoco serían demasiados. En nuestra ciudad había un periódico diario y uno semanal, cuatro emisoras de radio y un canal de televisión afiliado a la ABC. En el caso de que todos los periódicos y medios de comunicación mandaran un reportero, me esperarían un total de siete personas.

Sólo para hacerme la listilla, quise abrir la puerta trasera. Wyatt soltó un gruñido y me llevó hacia delante, al tiempo que abría la puerta del pasajero.

—Eres un dolor en el culo, ¿lo sabías?

—¿En qué sentido? —Me senté y me abroché el cinturón de seguridad.

—No sabes cuándo parar de presionar. —Cerró la puerta con un golpe seco y dio la vuelta hasta la puerta del conductor. Subió, puso el coche en marcha y se giró para mirarme mientras apoyaba el brazo sobre el respaldo del asiento—. Ahora no estamos en el ascensor, donde una cámara vigila todos nuestros movimientos, así que vuelve a decirme cómo es que se han acabado mis posibilidades contigo y que ya no te apetezco.

Me estaba desafiando. De hecho, me estaba provocando para que dijera algo precipitadamente y darle un motivo para hacer algo igual de precipitado, como besarme. Las luces del aparcamiento eran lo bastante intensas como para que advirtiera el brillo en sus ojos mientras esperaba mi respuesta. Me dieron ganas de dispararle una andanada verbal como respuesta, pero eso habría sido equivalente a entregarse a su juego, y yo estaba tan cansada que mis energías no eran las óptimas en ese momento. Así que decidí bostezarle en toda la cara y murmuré:

—¿Esto no puede esperar? Estoy tan cansada que ni siquiera veo claro.

Él ahogó una risilla al girarse y se abrochó el cinturón de seguridad.

—Cobarde —dijo.

Vale, conque no se lo tragaba. Lo importante era que había decidido no insistir.

Y bien, le enseñé de qué era capaz. Recliné la cabeza y cerré los ojos. A pesar de la cantidad de cafeína ingerida durante la noche, ya estaba dormida antes de que saliéramos del aparcamiento. Era un don que yo tenía. Papá lo llamaba «El Apagón Blair». Nunca he sido de las que dan vueltas y vueltas en la cama durante la noche, pero con toda la tensión, más el café, pensé que esa noche el sueño no vendría. No había de qué preocuparse. Las luces se apagaron como de costumbre.

Me desperté cuando él abrió la puerta y se inclinó para desabrocharme el cinturón. Pestañeé, medio adormecida, y lo miré, intentando enfocar la mirada.

—¿Ya hemos llegado?

—Hemos llegado. Venga, bella durmiente. —Recogió mi bolso del suelo y me ayudó a bajar del coche.

Mi casa está en el área de Beacon Hill. La urbanización se llama Beacon Hills, lo cual me parece muy original, quiero decir, con todas las calles que suben y bajan por los cerros. Los condominios de Beacon Hill se componen de once edificios diferentes, en cada uno de los cuales hay cuatro unidades de tres plantas. Yo vivo en el primer edificio, primera unidad, lo cual significa que tengo ventanas que dan a tres lados, no sólo a dos. Las unidades de los extremos son más caras que las unidades del medio, pero para mí merecía la pena por las ventanas. Otra gran ventaja es el pórtico lateral bajo el cual podía aparcar el coche. Los habitantes del medio tienen que aparcar en la calle. Sí, el pórtico lateral también encarecía el valor de las unidades de los extremos. ¿Y qué? No tenía que aparcar el Mercedes a la intemperie, así que el pórtico valía su precio. Wyatt ya había estado ahí, y aparcó el coche bajo el pórtico.

Había una entrada principal, desde luego, pero también había una puerta que conectaba el pórtico con un pequeño pasillo y un rincón en la entrada, donde tenía la lavadora y la secadora y que luego conducía a la cocina. Casi nunca usaba la entrada principal, excepto cuando alguien me traía a casa después de una cita, y las luces de la entrada lateral estaban encendidas gracias a un temporizador. Se encendían a las nueve de la noche, de manera que nunca tenía que encontrar el camino en la oscuridad.

Recuperé mi bolso y saqué mis llaves.

—Gracias por traerme a casa —dije, muy formal. Ni siquiera le insinué que habría preferido pedir un taxi.

Él se inclinó sobre mí, demasiado cerca, y yo apreté instintivamente las llaves que tenía en la mano por si acaso quería quitármelas.

—Quiero mirar las cerraduras de tus ventanas y puertas.

—Papá lo hará mañana. Está noche estaré bien, porque nadie sabrá que he sido testigo hasta que mañana salga en los periódicos.

—¿Tu padre sabe de cuestiones de seguridad?

No más que yo, pero, cuidado, tenía una alarma y era capaz de comprobar el estado de mis ventanas y puertas por mis propios medios.

—Teniente Bloodsworth —dije, con toda la firmeza de la que pude hacer acopio en medio de un bostezo—. Vete a casa. Déjame en paz. —Mientras hablaba, abrí la puerta y me moví hasta bloquearle la entrada.

Él apoyó un hombro en el marco de la puerta y me sonrió.

—No tenía ninguna intención de forzar la entrada, eso ya lo sabes.

—Me parece bien. ¿Por qué no jugamos a que eres un vampiro y que no puedes entrar a menos que te invite?

—Ya me has invitado una vez, ¿recuerdas?

—Pues, ahí queda eso. Desde entonces, lo he decorado todo de nuevo. Eso significa volver a comenzar de cero. Vete a casa.

—Eso haré. Yo también estoy muy cansado. ¿Así que lo has decorado todo de nuevo? ¿Qué había de malo en la decoración que tenías antes?

Yo entorné los ojos.

—Seguro que te interesa un montón lo de la decoración interior.
Vete a casa
. Déjame ya. Pero asegúrate de que alguien traiga mi coche a primera hora de la mañana, ¿vale? No me puedo quedar aquí aislada.

—Ya me ocuparé de ello. —Estiró el brazo y me cogió el mentón con una mano. Con el pulgar, siguió ligeramente la curva de mis labios. Me eché hacia atrás, no sin lanzarle una mirada de indignación, y él se echó a reír—. No tenía intención de besarte. En cualquier caso, todavía no. Puede que nadie ande merodeando por aquí a estas horas de la noche, o más bien de la madrugada, pero ya que tu ropa tiene la tendencia a caer al suelo cuando te beso, será mejor que esperemos hasta estar en un lugar más privado y que antes podamos dormir un poco, los dos.

Escuchándolo se diría que a mí me daba por quitarme la ropa en cuanto él me tocaba. Lo miré con una dulce sonrisa envenenada.

—Yo tengo una idea mejor. ¿Por qué no te metes…?

—No, no —avisó él, tapándome los labios con un dedo—. No querrás que esa boquita deslenguada te traiga problemas. Lo único que tienes que hacer es entrar, cerrar la puerta con llave y meterte en la cama. Te veré más tarde.

Nunca se podrá decir que no reconozco los buenos consejos cuando me los dan. Siempre reconozco un buen consejo. Lo de seguirlo o no es algo del todo diferente. Sin embargo, en este caso, hice lo más indicado, es decir, me deslicé en el interior y cerré con llave, tal como él me había dicho. Puede que él pensara que obedecía sus órdenes, pero resulta que en este caso sus órdenes coincidían con mis instintos de supervivencia.

Encendí la luz de la cocina y me quedé esperando hasta oír que se marchaba en su coche antes de apagar las luces del exterior. Me quedé sentada en medio de la cocina, tan familiar y acogedora, y dejé que todo lo que había ocurrido esa noche se me viniera encima.

Había un halo de irrealidad en todo, como si me hubiera desconectado del universo. Era el mismo ambiente de siempre, pero, por algún motivo, me parecía desconocido, como si perteneciera a otra persona. Estaba a la vez agotada y nerviosa, lo cual no es buena combinación.

Para empezar, apagué todas las luces de la planta baja y comprobé todas las ventanas, que estaban perfectamente cerradas. Hice lo mismo con las puertas. La sala del comedor tenía unas puertas ventanas dobles que daban a mi patio cubierto, donde por la noche enciendo unas pequeñas luces blancas que destacan los postes y los aleros del techo, y que he enredado en torno a los pequeños perales Bradford. Enciendo esas luces casi todas las noches cuando estoy en casa porque me encantan, pero esa noche me sentía vulnerable frente al enorme ventanal, así que cerré las cortinas gruesas.

Después de activar el sistema de seguridad, hice lo que tenía ganas de hacer desde hacía horas. Llamé a Mamá.

Contestó Papá, desde luego. El teléfono estaba en su lado de la cama porque a Mamá no le gustaba contestar.

—Hola —contestó, con una voz apagada por el sueño.

—Papá, soy Blair. Ha habido un asesinato en el gimnasio hoy, y quería hacerte saber que estoy bien.

—¿Un… qué? ¿Has dicho asesinato? —Ahora sonaba mucho más despierto.

—Han matado a una de mis clientas en el aparcamiento trasero… —Oí a Mamá que decía, con voz firme «¡
Dame el teléfono
!», y supe que a mi padre le quedaban contados segundos para hablar—. Un poco después de las nueve y yo… Ay, hola, Mamá.

—¿Blair, te encuentras bien?

—Estoy bien. No quería llamar, pero temí que fuera a hacerlo otra persona, y quería que supieras que me encuentro bien.

—Gracias a Dios que has llamado —dijo ella, y las dos nos estremecimos pensando en lo que podría haber hecho si creyera que alguno de sus hijos había resultado herido—. ¿A quién han matado?

—A Nicole Goodwin.

—¿La imitadora?

—Exacto. —En un par de ocasiones yo ya había comentado lo de Nicole en familia—. Estaba en el aparcamiento trasero esperándome… Tuvimos un pequeño altercado esta tarde…

—¿La policía cree que has sido tú?

—No, no —dije, para tranquilizarla, aunque durante unas horas había sido sin duda la Sospechosa Número Uno. Pero eso no tenía por qué contárselo a Mamá—. Esta noche, acababa de salir y poner llave a la puerta cuando un hombre le disparó. A mí no me vio, y huyó en un sedán de color oscuro.

—Ay, Dios mío,
has sido testigo
.

—En realidad, no —dije, arrepentida—. Estaba oscuro y llovía y me resultaría totalmente imposible identificarlo. Llamé al novecientos once, vino la poli y no sé nada más. Acaban de traerme a casa.

—¿Por qué han tardado tanto?

—La escena del crimen. Tardaron una eternidad en inspeccionarlo todo. —No le contaría que habría llegado a casa un par de horas antes de no ser por cierto teniente.

—¿Te han llevado a casa? ¿Por qué no has vuelto con tu propio coche?

—Porque está dentro del área que han precintado, y no me han dejado volver a buscarlo. Se supone que por la mañana me lo traerá un agente. —Por la mañana significaba en algún momento después de que amaneciera, porque, técnicamente, ya era de madrugada. Esperaba tener mi coche entre las ocho y las diez, y sería una gran suerte que me lo viniera a dejar un agente, no Wyatt—. Tendré que cerrar Cuerpos Colosales durante unos días, o más. Creo que me iré a la playa.

—Es una idea estupenda —convino ella—. Salir de ahí escurriendo el bulto.

A veces me aterra ver cómo mi madre y yo pensamos igual.

Volví a asegurarle que me encontraba bien, y que me metería en la cama porque estaba agotada y, cuando colgué, me sentía mucho mejor. No me había hecho el numerito de ponerse a gimotear ni nada, porque ella no es así en absoluto, pero yo había dejado fuera toda la comidilla bien intencionada que la habría inquietado.

Pensé en llamar a Siana, pero estaba demasiado cansada para recordar de memoria la lista de quejas que había escrito. Después de dormir un poco, volvería a escribirlas todas. Siana disfrutaría con mi relato del encuentro con el teniente Bloodsworth porque estaba enterada de nuestra relación en el pasado.

Nada quería tanto como echarme a dormir, así que apagué todas las luces, excepto los tenues apliques de la escalera. Luego subí a mi habitación, donde me desvestí y me derrumbé, desnuda, en mi maravilla de cama. Dejé escapar un gemido de alivio al estirarme… Y luego eché a perder ese momento de dicha al imaginarme a Wyatt desnudo y tendido encima de mí.

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