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Authors: Linda Howard

Tags: #Intriga, #Romántico

Morir de amor (7 page)

BOOK: Morir de amor
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Me observó durante un minuto largo, y luego se incorporó.

—Estaré en contacto contigo —dijo.

—¿Por qué? —le pregunté, sin disimular mi desconcierto. Él era teniente. Los inspectores se ocuparían de llevar el caso. Él sólo tenía que supervisar las operaciones generales, la distribución de los recursos humanos, dar el visto bueno y ese tipo de cosas.

Volvió a apretar los labios mientras me miraba a mí, sentada. No cabía ninguna duda: era evidente que esa noche lo estaba irritando hasta cabrearlo, lo cual me procuraba una enorme satisfacción.

—Sólo te diré que no salgas de la ciudad —dijo, finalmente, aunque, en realidad, pronunció la frase como si fuera un gruñido.

—Entonces

que soy sospechosa —dije. Le lancé una mirada feroz y quise coger el teléfono—. Voy a llamar a mi abogado.

Su mano cayó sobre la mía con fuerza antes de que pudiera coger el auricular.

—No eres sospechosa. —Seguía gruñendo, y ahora estaba muy, pero que muy cerca, inclinado sobre mí de esa manera, con sus ojos verdes lanzando un claro aviso de cabreo cuando me miró.

Preguntadme si acaso sé salir airosa de una situación.

—Entonces me iré donde puñeteramente me dé la gana, aunque tenga que salir de la ciudad —dije. Retiré mi mano de debajo de la suya y me quedé mirándolo de brazos cruzados.

F
ue así como acabé en la comisaría de policía a medianoche, custodiada por un teniente de policía enfurecido.

Me llevó hasta su despacho, me empujó hacia una silla y ladró:

—Ahora, ¡quédate aquí! —Y salió.

Yo misma estaba que ardía de rabia. Le había dicho lo que pensaba durante el trayecto hasta la comisaría, sin usar palabras procaces ni amenazarlo, desde luego, puesto que probablemente habría usado eso como un pretexto para detenerme de verdad. Y estoy segura de que lo habría hecho porque estaba muy enfadado. Ahora ya no tenía nada más que decir, salvo si entraba en el terreno personal, cosa que no pensaba hacer. Así que, además de estar enfadada, también me sentía frustrada.

Me incorporé de un salto en cuanto él salió y cerró la puerta y, sólo para demostrarle lo que vale un peine, fui y me senté en su silla. ¡Toma!

Ya lo sé. Era una actitud infantil. Y sabía que, infantil o no, a él le molestaría. Molestarlo se estaba convirtiendo en algo tan divertido como hacérmelo con él.

Era una silla grande. Tenía que serlo porque él era un hombre grande. Además, era de cuero, lo cual me agradó. La hice girar y me di una vuelta entera. Miré los archivos en su mesa, pero lo hice rápido, pensando que aquello era probablemente un delito, una falta, o algo. No vi nada interesante sobre nadie que conociera.

Abrí el cajón de en medio de la mesa y saqué un boli, y luego busqué una libreta en los otros cajones. Al final, encontré una, la puse sobre las carpetas en la mesa y empecé a anotar una lista de sus infracciones. No todas, desde luego, sólo las que había cometido esa noche.

Volvió con una Coca-cola
Diet
, y se quedó de piedra al verme sentada a su mesa. Cerró la puerta lenta y deliberadamente y con una voz grave, de juicio final, preguntó:

—¿Se puede saber qué haces?

—Anotando todas las cosas que has hecho para no olvidarme de nada cuando hable con mi abogado.

Dejó la Coca-cola
Diet
sobre la mesa con un golpe seco y me arrancó la libreta de las manos. La giró, leyó la primera anotación y me miró con expresión ceñuda.

—Maltratar a la testigo y causarle magulladuras en un brazo —leyó—. Estas no son más que chorra…

Levanté el brazo izquierdo y le enseñé las magulladuras que me había dejado por detrás del brazo cuando me obligó físicamente a subir a su coche. Él se interrumpió en mitad de la frase.

—Diablos —dijo con voz suave, templando su arranque de ira—. Lo siento, no tenía intención de hacerte daño.

Sí, claro. Por eso me había dejado ir como si fuera una patata caliente dos años antes. Me había hecho daño, eso no se podía negar. Y no había tenido ni la decencia de decirme
por qué
, que era lo que más me había enfurecido.

Se sentó en el borde de la mesa con gesto brusco y siguió leyendo.

—Detención ilegal. Secuestro… ¿
Secuestro
?

—Me has sacado a la fuerza de mi despacho y me has traído a otro lugar donde yo no quería estar. A mí eso me suena a secuestro.

Él soltó un bufido y siguió leyendo mi lista de quejas, entre las que había incluido el uso de lenguaje procaz, una actitud presuntuosa y malos modales. Ni siquiera me había dado las gracias por el café. Y también incluía otros términos legales, como
coerción
,
acoso
y
abuso de autoridad
, además de impedirme llamar a mi abogado, aunque sin dejar que se colaran detalles.

Maldito sea, porque cuando llegó al final de la lista empezó a sonreír. Yo no quería que sonriera. Quería que se diera cuenta de lo bruto que había sido.

—Te he traído una Coca-cola
light
—dijo, y deslizó la lata hacia mí—. Seguro que ya has bebido demasiado café.

—Muchas gracias —dije, para remarcar la diferencia entre sus modales y los míos. Pero no abrí la lata. Ya tenía el estómago demasiado saltón después de tanta cafeína. Además, como ofrenda de paz, la Coca-cola
light
no tenía valor, sobre todo porque yo sabía muy bien que Wyatt había salido del despacho para darse un pequeño respiro antes de que perdiera el control e intentara estrangularme. La Coca-cola
light
era un subterfugio improvisado, como si quisiera dar a entender que se mostraba atento conmigo cuando, de hecho, lo único que pretendía era salvar su propio pellejo, porque seguro que estrangular a una testigo sería un manchón en su carrera. Tampoco yo era una testigo de gran calado, pero era lo único que tenían.

—Venga, sal de mi silla.

Me soplé el pelo para apartarlo de la frente.

—No he terminado mi lista. Devuélveme mi libreta.

—Blair, sal de mi silla.

Quisiera decir que me porté como una persona adulta, pero ya había pasado hacía rato la línea que marcaba la frontera. Me agarré a los brazos de la silla, le lancé una mirada furibunda y lo reté:

—A ver si me obligas.

Maldita sea, ojalá no hubiera dicho eso.

Al cabo de un forcejeo muy breve y humillante, yo había vuelto a la silla donde me había dejado al principio, él había recuperado la suya y volvía a mirarme con expresión ceñuda.

—Joder —dijo, y se rascó la barbilla, oscurecida más de la cuenta por falta de afeitado—, si no te portas… ¿Sabes lo cerca que has estado de que te sentara en mis rodillas en lugar de dejarte en esa silla?

Madre mía. ¿De dónde había salido eso? Me eché hacia atrás, alarmada.

—¿Quéé?

—No reacciones como si no supieras de qué hablo. Tampoco me trago tu actitud de antes, ¿sabes? Sé muy bien que te acuerdas de mí. Te tuve desnuda en mis brazos.

—¡Eso no es verdad! —exclamé, escandalizada. ¿Acaso me estaba confundiendo con otra? Estoy bastante segura de que me habría acordado de eso. Es verdad que nos habíamos quitado parte de la ropa, pero de ninguna manera había estado desnuda.

Wyatt me miró con una sonrisa torcida.

—Cariño, créeme. Cuando lo único que tienes puesto es una faldita de nada por encima de la cintura, a eso se le llama desnuda.

Temblé ligeramente, porque eso sí que me era más familiar. Recordaba perfectamente la ocasión. Era la segunda cita. Él estaba sobre el sofá, yo estaba a horcajadas sobre él, y él me metió los dedos, y yo había estado a un tris de decir al diablo con los anticonceptivos y dispuesta a correr el riesgo.

Me sonrojé, no de vergüenza sino porque en el despacho empezaba a hacer un calor algo incómodo. Tenían que haber subido el aire acondicionado del edificio un par de grados. Sin embargo, por el solo hecho de sentirme un poco agitada interiormente no iba a abandonar la lucha.

—Desnuda significa desvestida totalmente. De modo que, según tu propia descripción, es evidente que no estaba desnuda.

—¿Así que ahora lo recuerdas? —me preguntó, con un
rictus
de satisfacción—. Y no le busques cinco pies al gato. Aquello es lo mismo que estar desnuda.

—Sigue habiendo una diferencia —dije, sin renunciar a mi terquedad—. Y sí, recuerdo que nos estábamos morreando. ¿Y qué pasa?

—¿Quieres decir que te desnudas tan a menudo con los hombres que eso ya no significa nada? —me preguntó, entrecerrando los ojos.

Me había cansado de fingir. De todas maneras, él no se lo tragaría. Lo miré a los ojos.

—Es evidente que aquella vez tampoco tenía mayor importancia —dije.

Él hizo una mueca.

—¡Ay! Ya sé que te debo una explicación. Lo siento.

—Ahórrate las palabras. El momento de las explicaciones pasó hace mucho tiempo.

—¿Ah, sí?

—Yo he seguido adelante. ¿Tú no?

—Creía que sí —dijo él, con mirada hosca—. Pero cuando me llamaron diciendo que había un caso de asesinato en Cuerpos Colosales, y que la víctima era una mujer de pelo rubio, me… —titubeó, y guardó silencio. Luego dijo—: Mierda.

Yo lo miré pestañeando, francamente sorprendida. Ahora que lo pensaba, sus primeras palabras habían sido «¿
Te encuentras bien
?» Y se había dirigido a la escena del crimen bajo la lluvia para ver el cuerpo de Nicole antes de entrar. Seguro que a esas alturas la radio ya habría transmitido el nombre de la víctima, pero quizá no, hasta que se pudiera dar aviso a la familia. Yo no tenía ni idea de quién era la familia de Nicole, ni dónde vivía, pero seguramente había un pariente cercano anotado en la ficha de inscripción de Cuerpos Colosales, la ficha que se había llevado el inspector MacInnes.

Pobre Nicole. Lo suyo había sido convertirse en una psicótica imitadora, pero me molestaba que su cuerpo hubiera quedado tirado bajo la lluvia durante tanto tiempo mientras los polis inspeccionaban la escena del crimen. Yo sabía que las investigaciones en esos casos son largas, y que la lluvia entorpecía el trabajo de los polis. Pero daba igual, porque la habían dejado ahí tendida durante unas buenas tres horas antes de permitir que la trasladaran.

Wyatt hizo chasquear los dedos frente a mi cara.

—No paras de divagar.

Cómo me hubiera gustado morder esos dedos. Odio cuando la gente hace ese tipo de cosas, cuando sólo bastaría agitar la mano para volver a captar mi atención.

—Vaya, pues me perdonarás. Estoy agotada, y esta noche he sido testigo de un asesinato, pero ya entiendo que es muy rudo de mi parte no mantenerme concentrada en mis asuntos personales. ¿Decías?

Se me quedó mirando un momento y luego sacudió la cabeza.

—Déjalo correr. Es verdad que estás agotada y que yo tengo que ocuparme de la investigación de un asesinato. Preferiría que tú no estuvieras involucrada, pero lo estás, así que volverás a verme, te guste o no. Sólo te pido que dejes de meter tanto ruido, ¿vale? Déjame hacer mi trabajo. Lo reconozco: no puedo concentrarme cuando te tengo delante; me vuelvo loco.

—Yo no te vuelvo loco —dije, seca, irritada—. Es evidente que estabas loco antes de que yo te conociera. Y ahora, ¿puedo irme a casa?

Él se frotó los ojos, a todas luces intentando dominar su genio.

—Espera unos minutos. Yo te llevaré a casa.

—Alguien podría llevarme de vuelta a Cuerpos Colosales. Necesito recuperar mi coche.

—He dicho que te llevaré a casa.

—Y yo he dicho que necesito mi coche.

—Haré que te lo lleven mañana. No quiero que vuelvas a trastocar nada en la escena del crimen.

—De acuerdo. Llamaré un taxi para que me lleve a casa. No será necesario que vengas tú. —Me levanté, cogí mi bolso, dispuesta a salir por aquella puerta. Aunque seguía lloviendo, esperaría en la acera hasta que viniera un taxi.

—Blair. Siéntate.

Eso era lo malo de su condición de poli. Yo no sabía exactamente dónde acababa su autoridad oficial y dónde empezaba el asunto personal. Tampoco sabía con exactitud en qué terreno legal me movía. Estaba bastante segura de que podía salir y que él nada podría hacer —legalmente hablando— para detenerme, si bien siempre existía una remota posibilidad de que me equivocara, y una grandísima posibilidad de que él me obligara a quedarme, fuera o no legal. No quería seguir peleándome con él. Pelear no le hacía ningún bien a mi autocontrol.

Me senté y me contenté con quedarme mirando con rabia obstinada. Me rondaba la persistente sospecha de que él tenía la intención de volver a un terreno personal conmigo, y yo no quería volver a recorrer ese camino. Teniendo eso presente, cuanto menos contacto tuviera con él, mejor.

Tengo una regla: El que abandona, volverá a rastras. Si un hombre hace lo primero, tendrá que hacer lo segundo para volver a estar en buenos términos conmigo. Puedo manejar una discusión porque en ese caso al menos te comunicas, pero abandonar sin darme una posibilidad de aclarar las cosas, eso está muy, pero que muy mal.

Ya sé que eso suena como si tuviera que superar algo en mí misma, pero la verdad es que me sentí muy herida cuando sorprendí a Jason besando a mi hermana Jenni (y lo superé porque sabía que el divorcio sería lo mejor para los dos). No sólo porque Jenni me había traicionado, sino también porque a Jason lo había amado de verdad. Nuestros dos primeros años habían sido muy felices. Al menos yo fui feliz y creo que él también lo fue. Es verdad que nos fuimos distanciando y que yo dejé de amarlo, pero eso no significa que hubiera renunciado a nuestro matrimonio. Estaba dispuesta a hacer un esfuerzo, a intentar acercarme a él de nuevo. Pero cuando lo vi besando a Jenni, sentí como un puñetazo en el estómago, y entonces supe que seguramente hacía tiempo que me engañaba. No con Jenni. Pensé que seguramente era la primera vez que la tocaba. Pero no estaba enamorado de ella, lo cual significaba que lo había hecho sólo porque Jenni era guapa y estaba disponible. Y también significaba que era muy probable que se lo hubiera hecho con otras mujeres.

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