Morir de amor (27 page)

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Authors: Linda Howard

Tags: #Intriga, #Romántico

BOOK: Morir de amor
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—Me doy por vencido —dijo él, con voz débil.

—¿Te das por vencido incluso antes de saber lo que quiero?

—Sea lo que sea, no puedo. Estoy prácticamente muerto. —Dejó descansar la mano sobre mis nalgas, les dio una palmadita y se abandonó a la cama.

—Es la alegría poscoital. Quiero que me abraces.

—Abrazarte sí puedo. —Los labios se le torcieron con una sonrisa—. Quizá.

—Te puedes quedar ahí tendido y yo me ocuparé de la faena.

—¿Por qué no me has dicho eso hace diez minutos?

—¿Acaso parezco tonta? —Apoyé la cabeza en el hueco de su hombro y solté un suspiro de satisfacción.

—No, ya te he dicho que pareces un cucurucho de helado.

Y la verdad es que me había lamido y relamido, recordé con un estremecimiento. Si hubiera estado de pie, me habrían temblado las piernas. Sus piernas también habrían flaqueado, pensé, con una sensación de satisfacción. Él no era el único que podía jugar esa carta.

Sonreí cuando me imaginé que volvíamos a hacerlo. En cualquier caso, no enseguida. Esperaría un rato, pensé, y las luces se apagaron en medio de nuestro abrazo.

Mamá llamó mientras desayunábamos al día siguiente. Yo no sabía que era ella. Wyatt contestó el teléfono y dijo dos veces «Sí, señora», y luego dijo «A las siete» y «Sí, señora» antes de colgar.

—¿Era tu madre? —le pregunté, mientras él volvía a comer.

—No, la tuya.

—¿Mi madre? ¿Qué quería? ¿Por qué no me has dejado hablar con ella?

—No ha pedido hablar contigo. Nos invita a cenar esta noche, a las siete. Le dije que ahí estaríamos.

—¿Ah, sí? ¿Y qué pasará si tienes que trabajar hasta tarde?

—Para citarte, ¿acaso tengo cara de tonto? Llegaré. Y tú también, aunque patalees y grites cuando venga a sacarte de Cuerpos Colosales. Arréglate con Lynn para que ella se ocupe de cerrar el local.

Entorné los ojos, lo cual a él le hizo preguntar, con tono algo irritado:

—¿Qué?

—Antes de que empiece a dar órdenes, teniente, podría preguntarme qué planes tengo yo para esta noche.

—Vale, ¿qué planes tienes para esta noche?

No era difícil entender por qué Mamá nos había invitado. Para empezar, la mitad sería para mimar un poco a su primogénita malherida y, por otro lado, quería conocer a Wyatt. Debía estar medio loca de curiosidad, y verse obligada a esperar sabiendo que él me tenía escondida lo habría empeorado. Mamá sabe muy bien cómo manejar la frustración, hasta cierto punto. Más allá de ese punto, provoca tsunamis.

Me sentía muy excitada con ese día que me esperaba. Finalmente tendría mi coche. Y luego iría a trabajar. Y, después del trabajo, me iba a mi propia casa. Había hecho las maletas, y Wyatt no había puesto objeciones, aunque tampoco parecía muy contento. Esa mañana había conseguido vestirme sola, incluso ponerme el sujetador. Todavía no podía doblar el brazo detrás de la espalda para abrocharlo, pero lo giré de manera que los ganchos quedaran por delante, me lo abroché, volví a girarlo y me puse los tirantes. No era un método tan sexy como el otro, pero funcionaba.

—Tómatelo con calma —dijo Wyatt, mientras me llevaba a casa a buscar mi coche—. Quizá deberíamos detenernos en una tienda de artículos médicos y comprar un cabestrillo, para que te acuerdes de no mover demasiado el brazo.

—Ya me acordaré —dije, irónica—. Créeme. —Cualquier movimiento rápido me recordaba enseguida los puntos de sutura en el brazo.

Al cabo de unos minutos, Wyatt dijo:

—No me gusta tenerte lejos de mí.

—Sin embargo, sabías que mi estancia en tu casa era sólo temporal.

—No tendría por qué ser temporal. Te podrías venir a vivir conmigo.

—Humm —dije, sin vacilar—. Eso no sería una buena idea.

—¿Por qué no?

—Porque.

—Ah, eso lo aclara todo —dijo él—. ¿Cómo que porque?

—Por muchas razones. En primer lugar, sería ir demasiado deprisa. Creo que los dos necesitamos darnos una pausa y tener un poco de espacio para respirar.

—¿Estás de broma? Después de los últimos cinco días, ¿crees que venir a vivir conmigo sería darnos demasiada prisa?

—Mira todo lo que ha pasado. No hay nada de normal, no ha habido ni un solo minuto de rutina desde el jueves por la noche. Hemos vivido una especie de situación de emergencia, pero eso ha terminado. Ahora recuperaremos nuestra propia vida y tenemos que ver cómo van las cosas en esas condiciones.

No le gustó nada. Yo no estaba demasiado entusiasmada con la idea, pero sabía que ir a vivir con él sería un gran error. Personalmente, creo que una mujer nunca debería ir a vivir con un hombre, a menos que estén casados. Supongo que hay algunos tíos realmente decentes que no se aprovecharían de tener en casa a una criada y cocinera, pero ya se sabe cómo acaban esos arreglos. No señor, eso no es para mí.

Fui criada por una mujer que sabe lo que vale, y sus hijas creen firmemente que la vida es mucho mejor para una mujer cuando el hombre tiene que esforzarse para conseguirla. Está en la naturaleza humana eso de cuidar mejor de algo por lo que te has esforzado, ya sea un coche o una mujer. En mi opinión, Wyatt no había luchado lo suficiente por mí como para reparar lo que me había hecho hacía dos años. Sí, todavía estaba enfadada con él por eso. Se me empezaba a pasar, pero no lo suficiente como para irme a vivir con él, aunque no hubiera pensado que, en general, no es bueno que una mujer haga eso.

Llegamos a mi casa y ahí estaba, mi precioso descapotable blanco estacionado bajo el pórtico, como correspondía. Wyatt se detuvo detrás y sacó mis bolsas del asiento trasero de su coche. Seguía con esa expresión un poco malhumorada, pero no discutió conmigo. Al menos en ese momento no discutía. Yo sabía que la cosa no acababa ahí, pero en ese mismo instante se estaba aguantando, tal como yo se lo había pedido. Era probable que estuviera planeando un ataque por la retaguardia.

Abrí la puerta y entré. El chivato del sistema de seguridad me demostró que Siana lo había activado después de salir con mis bolsas de ropa. Lo desactivé y me quedé ahí parada, en la cocina, sintiéndome en la gloria rodeada por mis propias cosas, que había echado horriblemente de menos. En la vida de una mujer, sus cosas son importantes.

Le dije a Wyatt cuál de las habitaciones de arriba era la mía, en caso de que no fuera capaz de adivinarlo sólo con asomarse a la puerta. Él ya había entrado antes en mi casa, pero sin subir a la segunda planta. Habíamos interpretado nuestra escena de pasión en mi sofá, que desde entonces había vuelto a tapizar, no porque hubiera manchas ni nada por el estilo, ya que las cosas no habían ido tan lejos, sino porque ésa había sido mi manera de sacarme a ese hombre de la cabeza. También había cambiado la posición de los muebles y el color de las paredes. Nada en mi salón se parecía a lo que él había conocido.

El testigo de mi contestador parpadeaba. Me acerqué y vi que había veintisiete mensajes, que no era demasiado si tenía en cuenta la duración de mi ausencia y que el día que me marché los reporteros intentaban dar conmigo. Le di a la tecla de mensajes y empecé a borrarlos en cuanto veía que se trataba de un reportero. Había un par de mensajes personales, o de algún empleado que preguntaba cuándo volvería a abrir Cuerpos Colosales, pero Siana había llamado a todo el mundo el viernes por la tarde y ahora ya era un asunto sin importancia.

Luego oí una voz familiar que salía del contestador, y escuché, incrédula.


Blair, soy Jason, coge el teléfono si estás ahí
. —Siguió una pausa, y continuó—:
Esta mañana vi en las noticias que te habían disparado. Cariño, es horrible, aunque el reportero decía que te habían curado y dado de alta, así que me imagino que no será demasiado grave. En fin, estaba preocupado por ti y quería saber cómo te iba. Llámame
.

—¿
Cariño
? —dijo Wyatt a mis espaldas. El tono sonaba peligroso.

—¿Cariño? —pregunté a mi vez, pero con entonación de absoluto asombro.

—Creí haberte oído decir que no lo habías visto desde el divorcio.

—Y es verdad. —Me giré y lo miré, intrigada—. A menos que queramos contar la vez que lo vi con su mujer en el centro comercial. Pero como no hablamos, es como si no contara.

—¿Por qué habría de llamarte cariño? ¿No será que pretende volver a comenzar algo entre los dos?

—No lo sé. Tú has escuchado el mensaje igual que yo. En cuanto a lo de cariño, es lo que solía llamarme cuando estábamos casados, así que quizá no ha sido más que un gesto inconsciente.

—Sí, claro —dijo él, con un gruñido de incredulidad—. ¿Después de cinco años?

—No sé qué está pasando. Sabe que jamás volvería con él. Y punto. Así que no tengo ni idea de por qué habrá llamado. A menos que… conociendo a Jason, todo sea por su carrera política. Ya sabes, algo así como «El candidato mantiene una buena relación con su ex mujer, y la ha llamado después de un incidente en que ella resultó herida por arma de fuego». Ese tipo de cosas. Montándolo todo para que si un reportero me preguntaba, yo dijera que sí, que la llamada se había producido. Hace ese tipo de cosas, siempre pensando en sus futuras campañas. —Le di a la tecla para borrar su repugnante voz de mi contestador.

Wyatt me puso las manos en la cintura y me atrajo hacia él.

—Ni te atrevas a devolverle la llamada. El muy cabrón. —Sus ojos verdes se habían vuelto más pequeños y en su cara vi esa mirada dura que tiene un hombre cuando se porta como un macho territorial.

—No pensaba hacerlo. —El momento se prestaba para mostrarse dulce, no para contrariarlo, porque sé cómo se sentiría él si su ex mujer de pronto lo llamara y le dejara un mensaje como ése. Le puse los brazos alrededor del cuello y dejé descansar la cabeza en el hueco de su hombro—. No estoy interesada en nada de lo que tenga que decirme, ni en lo que sienta. Y cuando muera, no iré a su funeral. Ni siquiera le mandaré flores, al muy cabrón.

Él frotó la barbilla contra mi sien.

—Si vuelve a llamarte, seré yo quien le devuelva la llamada.

—Eso —dije—. El muy cabrón.

Él rió por lo bajo.

—Vale, ya puedes dejar correr lo de «muy cabrón». Ya entiendo lo que quieres decir. —Me besó y me dio una palmada en el trasero.

—Muy bien —dije—. Ahora, ¿puedo irme al trabajo?

Los dos salimos, subimos a nuestros respectivos coches (yo me acordé de activar el sistema de la alarma) y Wyatt salió de la pequeña entrada que daba a la calle retrocediendo lo suficiente para que yo también pudiera hacerlo y ponerme delante. Me pregunté si tenía la intención de seguirme hasta Cuerpos Colosales, quizá para asegurarse de que mi ex marido no me estaba acechando, esperando para hablar conmigo.

Retrocedí por la entrada del coche y puse el cambio en posición de
drive
. El motor ronroneó cuando lo aceleré, y Wyatt me siguió por detrás.

A unos cien metros, en la esquina con una calle transitada de cuatro carriles, había una señal de Stop. Pisé el freno y el pedal se hundió hasta el fondo. El coche no se detuvo y entré de lleno en la calle de cuatro carriles.

M
i vida no pasó por delante de mis ojos. Estaba demasiado ocupada con el volante y gritando «¡Mierda!» para mirarme el ombligo.

Perdí unos segundos preciosos bombeando desesperadamente el pedal del freno, rogando que, por algún milagro, funcionara. Pero no funcionó. Justo antes de pasar la señal de Stop, en un último intento, tiré del freno de mano y, al entrar en el cruce, el coche empezó a girar, y los neumáticos a chirriar y a echar humo. El cinturón de seguridad se tensó y me clavó de golpe en el respaldo del asiento. Intenté controlar los giros, pero un coche que se acercaba, también con los neumáticos chirriando al intentar detenerse, impactó contra mi parachoques trasero y aumentó mi impulso. Era como ir montada en un tiovivo muy rápido. En la fracción de segundo en que me encontré de cara al tráfico, tuve una visión repentina de una camioneta roja que venía en mi dirección. Luego vino una fuerte sacudida, cuando el Mercedes rebotó contra la mediana de cemento y saltó por encima y hacia atrás, y luego giró sobre el césped e invadió los otros dos carriles. Presa del terror, alcancé a mirar a la izquierda y, a través de la ventanilla del pasajero, vi la expresión de una mujer congelada por el terror. El tiempo también pareció detenerse en el momento justo antes del impacto.

Sentí que la poderosa onda del choque me golpeaba en todo el cuerpo, y el mundo se oscureció.

La oscuridad sólo duró unos segundos. Abrí los ojos y parpadeé, a la vez consciente y sorprendida de ver que seguía viva. Sin embargo, no podía moverme y, aunque hubiera querido moverme, tenía demasiado miedo para ver los daños que acababa de sufrir. No oía nada. Era como si estuviera sola en el mundo. Tenía la visión borrosa y sentía que mi cara estaba insensible, pero que al mismo tiempo me dolía.

—¡Auch! —dije, en voz alta, en el extraño silencio y, con ese ruido, todo volvió a recuperar su nitidez.

La buena noticia era que el airbag había funcionado. La mala, que había tenido que funcionar. Miré a mi alrededor, vi mi coche y casi dejé escapar un gemido. Mi pequeño y bello coche era un amasijo de hierros retorcidos. Yo estaba viva, pero mi coche no.

Ay, Dios mío. Wyatt. Él iba justo detrás de mí. Lo había visto todo. Pensaría que estaba muerta. Busqué el cinturón de seguridad con la mano derecha y lo desabroché, pero cuando intenté abrir la puerta, no se movía y no podía abrirla lanzando mi peso contra ella porque tenía el brazo herido de ese lado. Luego vi que el parabrisas se había desprendido, así que salí, con cierta dificultad, de detrás del volante (era como jugar al Twister) y trepé con cuidado hasta el capó por el espacio donde antes estaba el vidrio, evitando rozar los trozos sueltos, justo cuando Wyatt llegaba.

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