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Authors: Linda Howard

Tags: #Intriga, #Romántico

Morir de amor (25 page)

BOOK: Morir de amor
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A
la mañana siguiente ya podía mover mejor el brazo, pero con mucho cuidado. Mientras Wyatt preparaba el desayuno abajo, me lavé los dientes y me peiné y para demostrarle que me valía por mí misma, me vestí parcialmente. Encontré mi ropa colgada en el armario con la suya. Ver todo junto de esa manera me provocó una extraña sensación. Seguro que habría sacado mis cosas de la bolsa al subirla la noche anterior, porque yo no había hecho nada. Busqué mi ropa interior y la encontré en un cajón, perfectamente doblada, tal como yo la habría dejado, y no toda revuelta como habría sido de esperar. Aquel hombre tenía detalles insospechados.

Miré en el resto de los cajones para ver qué hacía con su propia ropa interior, y descubrí que era un hombre ordenado. Tenía las camisetas dobladas y bien guardadas, los bóxers también doblados y los calcetines conjuntados. No había nada de especial en su ropa interior; cosas de hombres. Eso me agradó, porque una relación entre dos personas vanidosas puede realmente crear problemas con el espejo. Una de ellas tenía que ser normal.

Reconozco que soy vanidosa. Un poco. No lo soy tanto como en mis tiempos de adolescente, porque a medida que me fui haciendo mayor tuve cada vez más seguridad en cuanto a mi aspecto físico. Es curioso, ¿no? Cuando tenía dieciséis años, la edad cumbre (todos estarán de acuerdo) en cuestión de aspecto físico y belleza, pasaba horas arreglándome el pelo y poniéndome maquillaje, probándome una prenda tras otra porque no estaba segura de que estuviera lo bastante guapa. Ahora que tengo treinta años me siento mucho más cómoda, aunque sé que no soy tan guapa como a los dieciséis. Para tener una piel bien hidratada a esta edad hay que hacer un esfuerzo. Tengo que trabajar como una loca para controlar mi peso. Cuando acudo a una cita importante o a algo más formal de lo habitual, sigo haciéndome un lío con lo del pelo y el maquillaje pero, en general, no me molesto. Un poco de rímel, un poco de pintalabios brillante y ya prácticamente está.

Sin embargo, me seguía fascinando la ropa, y era perfectamente capaz de probarme cada una de las prendas que tenía para encontrar la combinación adecuada. Y algunos días me era imposible decidir de qué color sería la ropa interior que me pondría. ¿Era un día de azul o un día de rosa? ¿O rojo? ¿O negro? ¿Quizá fuera el blanco?

Era uno de esos días. Primero tenía que decidir qué me pondría, porque eso determina el color de la ropa interior. Por ejemplo, imposible ponerse bragas oscuras con un pantalón blanco, ¿no? Me sentía en un día de color, así que finalmente me decidí por unos pantalones cortos color
aqua
y lo conjunté con una camiseta corta de color rosa. Por cierto, los tirantes de mi camiseta son anchos porque no soporto los tirantes que dejan ver los del sujetador. Los encuentro horteras. En fin, con la camiseta rosa no podía ponerme nada oscuro por debajo, así que eso implicaba un color pastel. Rosa habría sido el color más indicado, pero, quizá, demasiado obvio.

Wyatt apareció en la puerta de la habitación.

—¿Por qué tardas tanto? El desayuno está listo.

—Intento decidir qué color de bragas y sujetador ponerme.

—Dios mío —dijo, y salió.

Amarillo. ¡Ya estaba! Alguien puede pensar que el amarillo no va bien con el rosa, pero era un amarillo claro y quedaba perfecto con el rosa. Tampoco lo vería nadie más que yo (en realidad, Wyatt lo vería, porque todavía no podía abrocharme el sujetador sola), pero me sentía como el helado de cucurucho del que él había hablado el día anterior. Quizá volvería a pensar en aquello de lamerme.

Tenía hambre, así que me puse las bragas y los pantalones cortos con mucho cuidado. Descolgué una camisa de Wyatt del armario para ponérmela hasta que él me ayudara con la parte de arriba. Me calcé unas hawaianas —unas con tiras que tenían lentejuelas color
aqua
— y bajé.

Él me miró cuando entré en la cocina.

—¿Has tardado media hora para decidirte por unas hawaianas y una de mis camisas?

—También me he puesto pantalones cortos —dije, y levanté la camisa para enseñárselos—. Tendrás que ayudarme con lo demás. —Me senté y él cogió un plato con un huevo y salchichas y una tostada de pan integral del calentador y me lo puso todo en la mesa. Añadió un pequeño vaso de zumo de naranja y una taza de café—. Podría acabar acostumbrándome a esto —le dije.

—¿Sabes cocinar algo?

—Por supuesto. Sólo que no me ocurre muy a menudo que me sirvan. Y suelo comer muy deprisa porque Cuerpos Colosales abre muy temprano.

—¿Eres tú la que se encarga de abrir y cerrar el negocio? —Cogió su propio plato y se sentó frente a mí—. Son jornadas muy largas.

—Desde las seis de la mañana hasta las nueve de la noche. Pero no soy la que abre y cierra todos los días. Me pongo de acuerdo con Lynn para turnarnos. Si tengo que quedarme hasta tarde, ella abre, y viceversa. Un día a la semana, abro y cierro yo para que Lynn pueda tener un fin de semana de dos días. Todos mis empleados tienen dos días libres a la semana, pero se turnan. Por eso las clases de yoga no se imparten todos los días, y ese tipo de cosas.

—¿Por qué el lunes? ¿Por qué no el sábado, si lo que quiere es un fin de semana de dos días?

—Porque el sábado es el día más pesado, y el lunes el más tranquilo. No sé por qué, pero también es así para los salones de belleza. La mayoría cierra los lunes.

Me miró como si no supiera qué hacer con esa información. En su condición de poli, una pensaría que le adjudicaría cierta importancia a ese tipo de cosas. ¿Qué pasaría si un día tenía que detener a una peluquera loca? Podría ahorrarse un tiempo y no ir a la peluquería si era lunes.

—En fin —dije, para cambiar de tema—, ¿para qué molestarme en vestirme si piensas dejarme encadenada en el lavabo? Espero que te lo hayas pensado bien, porque además de los evidentes beneficios de estar en el lavabo, ¿cómo conseguiré algo de comer?

—Te haré unos bocadillos y te los pondré en una nevera portátil —dijo, con un brillo risueño en la mirada.

—Para que lo sepas, yo no como en el lavabo. Aaj. Piensa en todos los gérmenes que estarán esperando para saltar sobre tu comida.

—Te pondré una cadena larga para que puedas llegar justo hasta la puerta.

—Eres un ángel. Eso sí, te advierto una cosa. Cuando me aburro me suelo meter en problemas.

—¿Cómo te podrías meter en problemas estando en un lavabo?

En ese momento podía pensar en unas cuantas cosas, pero no se lo conté. Aun así, él debió de ver algo en mi expresión porque sacudió la cabeza.

—Es tentador, pero no te dejaré sola durante todo el día.

—Entonces, ¿volvemos a casa de tu madre?

—Me temo que sí. Ya la he llamado esta mañana.

—Supongo que te habrás disculpado por portarte como un resentido.

—Sí, me he disculpado —dijo, con gesto cansino—. Supongo que podría hacer una grabación y dártela para que la escuches cada vez que lo creas necesario.

En mi opinión, aquello no se parecía en nada a una disculpa sincera, y se lo dije.

—De eso se trata —respondió él, y me di cuenta de que no había ganado tanto terreno como pensaba.

Esta vez le ayudé a limpiar la cocina. Tenía mucho cuidado de no mover el brazo, pero ya era hora de ejercitarlo un poco. Luego subimos a prepararnos y volví a tener esa sensación agradable e íntima, como si hubiéramos hecho eso mismo durante años. A él le gustó el sujetador amarillo e insistió en bajarme los pantalones para ver las bragas que hacían juego. Al menos ése era su pretexto. Pero la mano que deslizó dentro de mis bragas delató sus verdaderas intenciones. Juro que aquel hombre era un libidinoso.

—¡No! —dije enseguida, y con un guiño, un pellizco y una palmadita, él me sondeó con el dedo hasta que quedé de puntillas y luego retiró la mano.

Maldito sea. El corazón me iba a cien y me sonrojé. Ahora estaría todo el día excitada en casa de su madre.

Le devolví la jugada. Me incliné y lo besé hasta llegar a su bragueta. Él se sacudió y me enredó una mano en el pelo.

—Piensa —dije, en un ronroneo—, cómo te sentirías si esos pantalones no estuvieran de por medio. —Apretó la mano y sentí que temblaba. Me incorporé y dije, seca—: Pero lo están y tienes que irte al trabajo.

—Eso es un golpe bajo —gruñó, con los ojos vidriosos de deseo.

—Sólo te devuelvo la jugada —dije—. Si yo voy a estar caliente todo el día, tú también lo estarás.

—Entonces, esta noche será interesante —musitó, y volvió a ajustarme la ropa.

—Puede que no. Me voy volviendo más certera a la hora de distraerte —dije, con gesto de satisfacción.

—Entonces tendré que llegar más rápido a tu cuello.

Pasé otro día anodino en casa de la señora Bloodsworth. Hablé con Lynn, que me puso al día en lo relativo a los ordenadores y me contó cuántos clientes habían venido ahora que habíamos vuelto a abrir. Me alegré con lo que me contó porque había calculado que pasarían las semanas lentas antes de que nos recuperáramos. Como era de esperar, la sala de pesas estaba llena, las máquinas de los ejercicios de cardio ocupadas y casi todos habían preguntado si yo me encontraba bien. Los comentarios sobre la muerte de Nicole eran del tipo: «A mí no me gustaba, pero no se merecía eso», o «No me sorprende». Un cliente había pedido que le prolongáramos la inscripción porque no había podido utilizar las instalaciones durante tres días. Le dije a Lynn que se la prolongara cuatro días. En todos los grupos hay un gilipollas. Cuando me dijo quién era, no me sorprendió. Era uno de los peces gordos de la ciudad que se creía un privilegiado. Lo que pasaba era que lo toleraban. A duras penas.

Llamé a Mamá y la puse al corriente. No le mencioné a Dwayne Bailey, por si el hombre era inocente. Le conté lo de mis problemas con el ordenador y ella me habló de los suyos. Mamá trabaja en una agencia inmobiliaria y guarda todos sus archivos en un ordenador en su pequeño despacho de casa. Era evidente que su equipo se había rebelado. En menos de una semana se había estropeado la impresora, había tenido que mandar a reparar la fotocopiadora y el ordenador había sufrido dos minicolapsos. Estaba preparando su declaración trimestral de impuestos y su nivel de frustración era mayor. Que a mí me hubieran disparado no le ayudaba en nada.

Le dije cosas para calmarla y le prometí que la mantendría al corriente de mi situación. Preguntó por Wyatt, lo cual me parece normal, puesto que él había insistido en llevarse a su hija a casa. Wyatt le caía bien. Dijo que era muy atractivo. Yo me lo imaginé desnudo y estuve de acuerdo con ella.

Después de ocuparme de la marcha de los negocios y de cubrir el frente doméstico, la señora Bloodsworth y yo nos preparamos para otro día sin grandes sorpresas. Ella trabajó en las flores de su jardín durante un rato, pero yo me abstuve, sólo por una cuestión de precaución. Dudaba que el asesino de Nicole fuera a pasar por la casa de la señora Bloodsworth y verme a mí sacando malezas de su jardín, pero hasta que Wyatt me dijera que el terreno estaba despejado, no quería arriesgarme. Tenía un fuerte dolor en el brazo que me recordaba lo peligroso que era ese hombre.

Leí. Miré la televisión. También miré el reloj. No llamé a Wyatt aunque estuve tentada de hacerlo. Sabía que él me llamaría si tenía alguna noticia, así que no tenía sentido importunarlo.

Hice una sesión muy ligera de yoga para mantener los músculos en forma. La señora Bloodsworth entró mientras estaba en ello y le picó la curiosidad. Se puso ropa más ligera, sacó su colchoneta de ejercicios y se sentó en el suelo junto a mí. Le enseñé algunas posiciones básicas de yoga y estiramos los músculos y nos entretuvimos hasta la hora de la comida.

Hacia las dos llamó Wyatt.

—MacInnes y Forester han interrogado a Dwayne Bailey esta mañana en presencia de su mujer. Como es obvio, ella sospechaba que él la engañaba, y se produjo una intensa escena familiar. Bailey se vino abajo y confesó. Dijo que la señorita Goodwin lo había amenazado con contárselo todo a su mujer si él no le daba un dinero que ella necesitaba, así que él decidió matarla. Ahora mismo está detenido.

Con el alivio que sentí me vino una especie de debilidad y me dejé caer en el sofá.

—Gracias a Dios. No me gusta nada esto de tener que esconderme. ¿Ahora puedo irme a casa? Y volver a Cuerpos Colosales. ¿Todo ha acabado?

—Así parece.

—¿Fue él el que abrió la puerta de mi casa?

—Él lo niega. También niega que te haya disparado a ti; es bastante listo. Un buen abogado le puede conseguir un segundo grado por el asesinato de la señorita Goodwin. Dispararte a ti sería un acto premeditado y podría significar una condena más larga.

—Pero eso lo podéis demostrar, ¿no? Con las pruebas balísticas y todo eso.

—En realidad, no podemos. Se usaron dos armas diferentes. Hemos encontrado el arma que utilizó para matar a la señorita Goodwin, pero no coincide con el calibre del arma con que te hirió a ti. Eso significa que ha ocultado la segunda arma, pero sin ella no podemos demostrar nada.

Eso no me gustó porque, supongo, yo quería una venganza oficial o algo así. Si no lo acusaban de disparar contra mí, era como salirse con la suya. Y yo quería que le dieran esa condena más larga.

—¿Lo dejarán libre con fianza?

—Es probable. Sin embargo, ahora que lo sabemos todo, no tiene sentido ir y matar a la testigo, ¿no crees?

Tenía razón, pero igual no me agradaba la idea de que hubieran dejado a ese hombre en libertad. ¿Y si le venía un ataque de locura y decidía que tenía que acabar la faena?

—Si en algo te alivia —dijo Wyatt—, el tipo no es un homicida loco. Es un hombre que se sintió desesperado al pensar que su mujer podía descubrir que la había engañado. Y luego se sintió desesperado pensando que lo acusarían de asesinato. Esas dos cosas ya han pasado, así que ha dejado de estar desesperado, y ha empezado a colaborar.

Vale, eso lo entendía. Uno sólo teme algo que todavía no ha ocurrido. Una vez que ha ocurrido, lo único que se puede hacer es enfrentarse a ello.

—¿Hay algún problema si se lo cuento a Mamá y a Papá?

—No. De todos modos, hoy saldrá en las noticias de la tele y mañana en los periódicos.

—Es una noticia estupenda —dijo la señora Bloodsworth cuando le conté lo de Dwayne Bailey—. Pero echaré de menos tu compañía durante el día. Creo que volveré a inscribirme en Cuerpos Colosales. Me aburría mucho desde mi accidente y hasta ahora no me había dado cuenta.

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