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Authors: Linda Howard

Tags: #Intriga, #Romántico

Morir de amor (29 page)

BOOK: Morir de amor
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Desde luego, querían mantenerme ocupada. Y me daba cuenta. Era probable que fuera una orden de Wyatt, para que no me sintiera tentada a intervenir en el interrogatorio de Dwayne Bailey. Como si ésa fuera mi intención. Aunque cueste creerlo, sé muy bien cuándo me tengo que apartar. Sin embargo, era evidente que Wyatt tenía sus dudas.

Hacia las dos vino a buscarme.

—Te voy a llevar a tu casa para que te duches y te cambies de ropa. Luego te llevaré con tu madre, por ahora. Es una suerte que todavía tengas la maleta hecha porque vas a volver a casa conmigo.

—¿Por qué? —le pregunté, y me puse de pie. Me había sentado en su silla, delante de su mesa, mientras hacía una lista de todo lo que tenía que hacer. Wyatt frunció el ceño cuando vio la lista y le dio la vuelta para leerla. El ceño desapareció cuando vio que la lista no tenía nada que ver con él.

—Bailey jura que no ha tocado tu coche. Dijo que ni siquiera sabe dónde vives y que tiene una coartada para el tiempo que pasó a partir del jueves por la noche. MacInnes y Forester están comprobándola. Pero, para estar seguros, volvemos al plan A, que consiste en mantenerte oculta.

—Bailey está aquí, ¿no? ¿Está detenido?

Wyatt negó con la cabeza.

—Está bajo custodia pero no está detenido. Sólo podemos retenerlo unas horas si no formulamos una acusación en toda regla.

—¿Y si él está aquí, de quién me estoy escondiendo?

Wyatt me miró con expresión seria.

—Bailey es la persona más evidente, si el sabotaje se hizo antes de ayer y no nos ha dicho nada del coche, porque entonces llegaríamos a la conclusión de que fue él quien disparó el domingo y que lo del coche ha sido un intento más para asesinarte. Por otro lado, si su coartada es verdad, tenemos que pensar que hay alguien más que quiere matarte y que en esta ocasión ha actuado aprovechándose de que hay otra persona con motivos para hacerlo. Hablamos de esto la noche en que mataron a Nicole Goodwin, pero ahora tenemos que volver a hablar. ¿Has tenido algún problema con alguien?

—Contigo —dije, señalando lo evidente.

—¿Con alguna otra persona?

—No, aunque no te lo creas. No suelo discutirme con la gente. Tú eres la excepción.

—Qué suerte la mía —murmuró.

—Oye, ¿con cuántas personas te has discutido en el último mes aparte de mí? —le pregunté, indignada.

—Ya te entiendo —dijo él, frotándose la cara—. Venga, vámonos. También voy a pedir que interroguen a tu ex marido.

—¿A Jason? ¿Por qué?

—Me ha parecido un poco raro que te llamara así, después de cinco años sin haber tenido ningún tipo de contacto. No creo en las coincidencias.

—Pero ¿por qué intentaría matarme Jason? No es beneficiario de ninguna póliza de seguro mía, ni yo sé algo que él no querría que supiera… —Paré porque la verdad era que sabía algo acerca de Jason que podría perjudicar su carrera política, y tenía la foto para demostrarlo. Pero él no sabía que yo tenía la foto y yo no era la única que sabía que Jason era un tramposo y un cabronazo.

La mirada de Wyatt era una de esas miradas duras y penetrantes de los polis.

—¿Qué? —Preguntó—. ¿Qué es lo que sabes?

—No puede ser porque yo sepa que él me engañaba —dije—. No tiene sentido. Para empezar, no he dicho nada en cinco años, así que ¿por qué le preocuparía ahora, de repente? Y yo no soy la única persona que lo sabe, de manera que no ganaría nada con eliminarme.

—¿Quién más lo sabe?

—Mamá, Siana y Jenni. Papá sabe que Jason me engañaba. Es probable que Mamá se lo haya contado. Pero no sabe nada concreto. Las mujeres con que me engañaba, desde luego, lo saben. También lo sabrá su familia. Pero la noticia de que engañaba a su mujer hace cinco años, con alguien que no es su mujer en la actualidad tampoco estropearía su carrera política. La podría torcer, pero no destrozar. Ahora bien, si todo el mundo supiera que lo sorprendieron haciéndoselo con mi hermana de diecisiete años, eso sí que destrozaría su carrera porque lo tacharían de pervertido.

—Vale, eso te lo concedo. ¿Algo más?

—No se me ocurre nada más. —Como he dicho, Jason no sabe que yo tengo copias de la foto, así que por ese lado estaba a salvo—. En cualquier caso, Jason no es violento.

—Pensé que habías dicho que te amenazó con destrozarte el coche. Para mí, eso es una actitud decididamente violenta.

—Pero eso fue hace cinco años. Y me amenazó con destrozarme el coche si yo daba a conocer que me había engañado. En esa época, se presentaba a las elecciones del gobierno estatal, así que eso le habría hecho daño. Y, para ser justa, sólo me amenazó con destrozarme el coche cuando yo le dije que explicaría lo ocurrido si no me daba todo lo que le pedía en el acuerdo de divorcio.

Wyatt echó la cabeza atrás y se quedó mirando el techo.

—¿Por qué será que eso no me sorprende?

—Porque eres un hombre inteligente —dije, y le di una palmada en el trasero.

—Vale, ¿si crees que no es tu ex marido, aunque igual pienso comprobarlo, tienes alguna otra idea?

Negué con un movimiento de la cabeza.

—El único que se me ocurre que pueda tener motivos es Dwayne Bailey.

—Venga, Blair, piensa.

—¡Estoy pensando! —le dije, exasperada.

Él también comenzaba a exasperarse. Se me quedó mirando con los brazos en jarra.

—Entonces piensa otro poco. Antes eras animadora deportiva. Habrá cientos de personas que querrían matarte.

E
l chillido que lancé hizo callar el murmullo que venía desde el otro lado de la puerta cerrada de su despacho.

—¡
Retira lo que acabas de decir
!

—Vale, de acuerdo. Cálmate —murmuró él—. Mierda. Retiro lo dicho.

—Es mentira. ¡Lo has dicho en serio! —Como regla, nunca hay que dejar a un hombre retirar lo dicho al primer intento. El artículo tres, párrafo diez del Código de las Mujeres Sureñas establece que si uno, es decir, un hombre, se va a portar como un gilipollas, pagará por ello.

—No lo he dicho en serio. Lo que pasa es que me siento frustrado —dijo, y se inclinó hacia mí.

Yo me aparté antes de que él pudiera tocarme, abrí la puerta de un tirón y salí a grandes zancadas. Tal como pensaba, todos los que estaban en la enorme y ruidosa sala nos estaban mirando, algunos abiertamente, otros fingiendo que no miraban. Fui en silencio hacia el ascensor, y la verdad es que empecé a sentir todo tipo de dolores y magulladuras, así que salir a grandes zancadas me dolió. Habría sido mejor arrastrarse, pero no hay manera de arrastrarse dignamente. Wyatt había herido mis sentimientos, y quería que lo supiera.

Se abrieron las puertas del ascensor y salieron dos agentes uniformados. Wyatt y yo entramos sin decir nada en el ascensor, y él pulsó el botón.

—No lo he dicho en serio —repitió en cuanto se cerraron las puertas.

Le lancé una mirada de desprecio pero guardé silencio.

—He visto cómo han estado a punto de matarte dos veces en cuatro días —dijo, rastreramente—. Si no ha sido Bailey, tienes un enemigo en alguna parte. Tiene que haber una razón. Sabes algo, pero puede que no sepas que lo sabes. Intento encontrar alguna información que me oriente en la dirección correcta.

—¿No crees que deberías comprobar la coartada de Bailey —dije—, antes de llegar a la conclusión de que hay
cientos
de personas que quieren matarme?

—Puede que haya exagerado.

¿Puede que? ¿
Exagerado
?

—Ah. ¿Y cuánta gente crees, exactamente, que intenta de verdad matarme?

—Yo mismo he querido estrangularte en un par de ocasiones —dijo, mirándome con ojos encendidos.

El ascensor se detuvo, se abrieron las puertas y los dos salimos. No respondí a su último comentario porque entendí que pretendía hacerme enfadar lo suficiente como para que yo también dijera algo grosero, como, por ejemplo, acusarlo de manipular los frenos de mi coche, ya que había reconocido que había deseado matarme, y luego tendría que disculparme porque, en realidad, esa frase tampoco la habría dicho en serio, y yo lo sabía. En lugar de sacrificar mi ventaja, jugué sucio y me quedé callada.

Cuando salimos al aparcamiento, Wyatt me cogió por la cintura y me hizo girarme para encararse conmigo.

—Lo siento de verdad —dijo, y me besó en la frente—. Has vivido unos episodios muy difíciles estos últimos días, sobre todo hoy, y yo no debería haberte provocado, por muy frustrado que me sienta. —Volvió a besarme y su voz se hizo más dura—. Cuando empezaste a dar vueltas en ese cruce, creí que me iba a dar un infarto.

No tenía sentido ser mezquina, la verdad sea dicha. Apoyé la cabeza en su hombro y traté de no pensar en el terror que había experimentado esa mañana. Si para mí había sido traumático, ¿cómo lo habría sido para él? Sé cómo me habría sentido yo si hubiera ido justo detrás y de pronto asistiera, impotente, a su muerte, que fue lo que seguramente pensó él.

—Pobrecita —murmuró, y me acarició el pelo mientras me miraba.

Yo no me había pasado todo el día en la comisaría de policía esperando que se me hinchara la cara y que me quedaran los ojos ensangrentados. Uno de los polis me había dado una bolsa de plástico para bocadillos y yo la había llenado de hielo para ponérmela en la cara, así que por muy desastroso que fuera mi aspecto, no era tan malo como podría haber sido. También me había puesto una tirita en el caballete de la nariz. Parecía un boxeador que acaba de terminar una pelea.

—J.W. —dijo alguien, y los dos nos giramos al ver acercarse a un hombre de pelo canoso vestido con un traje gris. Por el color del pelo, pensé que debería haber llevado un traje con un color más vistoso, o al menos una bonita camisa azul, y así no habría dado tan mala impresión. Me pregunté si su mujer tenía alguna idea de lo que era la moda. Era un hombre bajito y robusto y tenía aspecto de ejecutivo, pero cuando se acercó, vi que tenía esa mirada penetrante e inconfundible.

—Jefe —dijo Wyatt, por lo cual deduje que se trataba del jefe de policía, el jefe de Wyatt (no tengo ni un pelo de tonta). Si alguna vez lo había visto antes, no lo recordaba. De hecho, en ese momento, ni siquiera recordaba su nombre.

—¿Es ésta la joven de la que habla todo el mundo? —preguntó el jefe, estudiándome con una curiosidad no disimulada.

—Me temo que sí —dijo Wyatt—. Jefe, le presento a mi prometida, Blair Mallory. Blair, éste es William Gray, jefe de policía.

Me resistí a las ganas de darle una patada (a Wyatt, no al jefe), y estreché la mano de Gray. Es decir, quise saludarlo de esa manera, pero el jefe Gray se limitó a sostenerme la mano como si temiera hacerme daño. Yo pensé que mi aspecto era bastante peor que la última vez que me había mirado al espejo, pensando en el «pobrecita» de Wyatt, y ahora venía el jefe de policía y me trataba como una especie de cristal delicado.

—Ha sido horrible lo de esta mañana —dijo solemnemente el jefe—. No se suelen producir homicidios en esta ciudad y queremos que las cosas sigan así. Resolveremos este asunto, señorita Mallory, se lo prometo.

—Gracias —dije. ¿Qué otra cosa podía decir? ¿Hágalo de prisa? Los inspectores sabían lo que hacían y yo confiaba en su eficiencia, así como yo era eficiente en otras cosas—. El color de su pelo es fascinante —dije—. Seguro que se ve fabuloso cuando se pone una camisa azul, ¿no?

Me miró desconcertado, y Wyatt me pinchó disimuladamente en la cintura. No le hice caso.

—Pues, eso no lo sé —dijo Gray, riendo de esa manera que tienen los hombres cuando se sienten halagados y, al mismo tiempo, un poco incómodos—. ¿Azul claro? —murmuró—. Yo no…

—Ya lo sé —dije, y reí—. Para un hombre, el azul es el azul y para qué molestarse con esos nombres de fantasía, ¿no?

—Así es —convino él. Carraspeó y dio un paso atrás—. J.W., mantenme informado sobre el curso de la investigación. El alcalde me ha preguntado si hay novedades.

—Eso haré —dijo Wyatt, y me llevó rápidamente hasta su coche mientras el jefe seguía hacia el edificio—. ¿Cómo es posible que se te ocurra darle consejos sobre moda al jefe de policía?

—Alguien tiene que hacerlo —dije, para defenderme—. Pobre hombre.

—Tú espera y verás cómo habla la gente cuando se entere —dijo, por lo bajo. Abrió la puerta del pasajero y me ayudó a sentarme. Me sentía cada vez más adolorida y rígida.

—¿Y eso por qué?

—Eres prácticamente la única persona de la que se habla en el departamento de policía desde la noche del pasado jueves. Y todos piensan que me lo tengo bien merecido o que soy el hombre más valiente del mundo.

Pues, yo no sabía qué pensar de eso.

Cerré los ojos cuando llegamos al cruce donde se había producido el choque. No sabía si algún día sería capaz de detenerme ante la señal de Stop sin volver a revivirlo todo. Wyatt giró hacia la calle que llevaba a mi casa y dijo:

—Ya puedes abrir los ojos.

Me sacudí los recuerdos de los neumáticos chirriando. Después de dejar atrás el cruce, todo me parecía normal, familiar y seguro. Mi edificio se alzaba a la derecha y Wyatt se detuvo bajo el pórtico. Yo miré alrededor y recordé que la puerta de la verja había quedado sin cerrar cuando el agente de policía vino a dejar mi coche. ¿Era posible que el hombre que me había saboteado los frenos (yo seguía pensando en Dwayne Bailey como el sospechoso número uno) hubiera estado merodeando? ¿Acaso había visto que me traían el coche y pensó que si no lo podía conseguir de una manera, lo intentaría por otros medios?

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