Ay. Los dramas familiares me dejan agotada.
Wyatt tuvo que llevar a Jenni a casa. Me preguntaron si quería ir, pero preferí quedarme porque sentía que necesitaba un momento a solas para calmar mis emociones. Había intentado perdonar a Jenni y, hasta cierto punto, lo había conseguido, porque la parte del león de la culpa se la llevaba Jason. Él era un hombre adulto y casado, mientras que las adolescentes no son precisamente las campeonas del comportamiento racional. Sin embargo, la idea de que mi hermana pequeña me hubiera traicionado siempre me rondaba la cabeza. Intentaba portarme con normalidad con ella, pero supongo que ella sabía ver la diferencia entre el antes y el después. Lo que más me sorprendía era que le importara. No, lo que más me sorprendía de verdad era que alguna vez hubiera tenido celos de mí. Jenni es una chica preciosa, siempre ha sido preciosa, desde que nació. Yo soy inteligente, pero no tanto como Siana. Soy guapa, pero no pertenezco a la misma categoría que Jenni. Por lo tanto, mi posición en la familia era como intermedia. ¿Por qué habría de tener celos de mí?
Iba a llamar a Siana para hablarlo con ella, pero decidí que lo mantendría como una cuestión privada entre Jenni y yo. Si de verdad ella tenía la intención de reparar nuestra relación, y digo
de verdad
, no iba a ser yo quien saboteara esa oportunidad hablando por los codos de algo que ella no quería que los demás supieran.
Wyatt volvió al cabo de una hora. Tenía el ceño fruncido como anticipo de una reprimenda cuando entró por la puerta.
—¿Por qué diablos no me dijiste que habías chantajeado a tu marido para que te diera todo lo que pediste con el divorcio? ¿No te parece que eso ya podría considerarse todo un motivo?
—Sí, salvo que no fue Jason el que me disparó —señalé—. Además, cree que tiene el negativo de la foto.
Él me miró con esa mirada de visión nocturna.
—¿Cree?
Yo le respondí parpadeando y con la más inocente de las expresiones.
—Quiero decir,
sabe
que tiene el negativo.
—Ya. ¿Y
sabe
que tiene todas las copias?
—Eeeh, creo que piensa que sí, y eso es lo que importa, ¿no crees?
—¿De manera que lo chantajeaste y luego lo traicionaste?
—Yo lo veo más bien como un seguro. En cualquier caso, nunca he tenido que utilizar la foto, y él ni siquiera sabe que existe. No he tenido ningún contacto con él desde que se falló el divorcio, y eso sucedió hace cinco años. Por eso sabía que no era Jason el que intentaba matarme, sencillamente porque no tendría motivo alguno.
—Excepto que sí tiene un motivo.
—Lo tendría si supiera lo de la foto, pero no lo sabe.
Wyatt se apretó la nariz, como si le acabara de provocar un dolor de cabeza.
—¿Dónde están las copias?
—En la caja fuerte de un banco. No hay manera de que alguien las vea por accidente, y nadie más sabe que las tengo, ni siquiera mi familia.
—Vale, yo te recomiendo encarecidamente que, cuando todo esto acabe y tú puedas salir de tu escondite, cojas esas copias y las destruyas.
—Puedo hacerlo.
—Ya sé que puedes. La pregunta es: ¿las destruirás? ¿Me lo prometes?
Lo miré, enfurecida.
—He dicho que lo haría.
—No, has dicho que podías hacerlo. Hay una diferencia. Prométemelo.
—Vale, de acuerdo, lo prometo. Destruiré las fotos.
—Sin hacer más copias.
Dios mío, no se podía decir que fuera el tipo más confiado del mundo. Me cabreó que también pensara en esa posibilidad. O Papá seguía dándole algún tipo de consejo o Wyatt tenía una mente inusualmente suspicaz.
—
Sin volver a hacer copias
—insistió.
—¡Vale! —dije, seca, y pensé que algún día su mando a distancia caería por accidente en la taza del váter.
—Bien —dijo, y cruzó los brazos sobre el pecho—. Ahora bien, ¿tienes algún otro pequeño secreto del que no me hayas hablado, como haber chantajeado a alguna otra persona, o alguna venganza que no hayas mencionado porque no le prestas mayor importancia?
—No, Jason es la única persona que he chantajeado en mi vida. Y se lo merecía.
—Se merecía algo peor que eso. Merecía que le patearan el culo hasta los hombros.
Me encogí de hombros, ligeramente consolada por esos sentimientos.
—Es lo que habría hecho Papá, y por eso no le contamos por qué nos divorciamos Jason y yo. Era para proteger a Papá, no a Jason. —Jason no se merecía que a mi padre lo detuvieran ni un minuto por agresión, que es lo que habría ocurrido, ya que Jason es del tipo petulante, y no habría dudado en presentar una denuncia.
—De acuerdo. —Wyatt se me quedó mirando un momento. Luego sacudió la cabeza, como lamentándolo todo, y me abrazó. Me sentí reconfortada en sus brazos, le rodeé la cintura y apoyé la cabeza en su pecho. Él dejó descansar el mentón sobre mi cabeza—. Ahora entiendo por qué necesitas estar tan segura —murmuró—. Debió ser un golpe duro para ti ver a tu marido besando a tu hermana.
Si hay algo que detesto es que la gente se apiade de mí. En este caso, no había ninguna necesidad. Ya había superado el episodio y Jason era polvo del pasado. Sin embargo, no podía decir «En realidad nunca me preocupó demasiado», porque eso habría sido una mentira muy gorda y él se habría dado cuenta; habría pensado que todavía me dolía tanto que no podía reconocerlo. Así que murmuré:
—Lo he superado. Y conseguí el Mercedes. —Salvo que ahora ya no tenía el Mercedes, que había quedado convertido en un amasijo de hierros.
—Puede que hayas superado el dolor, pero no has superado la experiencia. Te volviste recelosa.
Ahora parecía que a sus ojos era un pajarito herido. Me aparté y le lancé una mirada dura.
—No soy recelosa. Soy lista. Hay una diferencia. Sólo quiero estar segura de que hay algo sólido entre nosotros antes de acostarme contigo…
—Demasiado tarde —dijo él, y sonrió.
—Ya lo sé —contesté, con un suspiro, y volví a apoyar la cabeza en su pecho—. Un caballero no se regocija con el mal ajeno.
—¿Qué te dice eso?
Me decía que él era demasiado presumido y que yo tendría que reforzar mis defensas. Pero había un problema, y es que no quería reforzarlas. Quería arrasarlas. El sentido común me decía que más me valía renunciar a mi prurito de no acostarme con él porque no hacía más que desperdiciar saliva. Por otro lado, era contraproducente complacerlo en todo.
—Me dice que lo mejor sería que me fuera a un motel en otra ciudad —dije, sólo para que dejara de sonreír de esa manera.
Y funcionó.
—¿Qué? —preguntó, sobresaltado—. ¿De dónde has sacado una idea tan descabellada?
—Debería encontrarme perfectamente a salvo en otra ciudad, ¿no crees? Podría firmar con un nombre falso, y…
—Olvídalo —dijo él—. Ni te pienses que dejaré que te vayas. —Luego se dio cuenta de que ahora tenía un coche y que no podría ejercer ningún control sobre mis actividades durante el día, mientras estaba en el trabajo. En cualquier caso, ya no me podía controlar porque si quería irme, me bastaba con coger el teléfono y llamar a cualquiera de mi familia y vendrían a buscarme. Hasta su propia madre vendría a buscarme.
—Ah, mierda —concluyó.
Wyatt era así de elocuente.
E
sa noche tuve una pesadilla, lo cual no era nada raro si se tiene en cuenta todo lo que me había ocurrido. Puede que ya hubiera tenido varias pesadillas, pero mi subconsciente descarta ciertas cosas con la misma facilidad con que yo lo hago en estado consciente. No suelo tener pesadillas. Mis sueños suelen ser sobre cuestiones de todos los días, con pequeños detalles curiosos porque para eso están los sueños, ¿no? Por ejemplo, yo estoy en Cuerpos Colosales con un montón de papeleo de que ocuparme, pero los clientes no paran de interrumpirme porque la mitad quiere que los deje desnudarse para hacer los ejercicios en las bicicletas estáticas, mientras que la otra mitad opina que aquello sería una grosería, lo cual es verdad. Ese es el tipo de cosas con que sueño.
No soñé que me disparaban. No había nada que soñar con eso, excepto el ruido y la quemazón en el brazo, lo cual no da para mucho. Sin embargo, el accidente de coche conservaba miles de detalles en mi subconsciente. No soñé que me saltaba otra señal de Stop. Al contrario, iba con mi Mercedes rojo, el que tenía cuando me divorcié de Jason y que luego cambié por el blanco. Iba por un puente colgante muy alto cuando, de pronto, perdía el control del coche y empezaba a dar vueltas. Todos los otros coches me golpeaban y cada golpe me acercaba más y más al borde del puente. Y de pronto supe que el próximo que me diera me lanzaría al vacío. Vi cómo se acercaba ese último coche a cámara lenta. Después, el impacto, un golpe muy fuerte que empujaba el Mercedes hasta la barrera y lo hacía caer.
Me desperté con un sobresalto, con el corazón desbocado y temblando de pies a cabeza. Era yo la que temblaba, no mi corazón. Quizá también temblara mi corazón, pero no había manera de saberlo. Sólo sentía que me martilleaba. Y Wyatt estaba inclinado sobre mí, su gran sombra protectora en la oscuridad de la habitación.
Me acarició el vientre, me cogió por la cintura y me estrechó en sus brazos.
—¿Una pesadilla?
—A mi coche lo empujaban por un puente —murmuré. Seguía medio dormida—. Un desastre.
—Ya, me lo imagino. —Wyatt tenía su propia técnica para reconfortarme, que consistía en taparme con su propio cuerpo. Le rodeé la cintura con las piernas y lo acerqué a mí.
—¿Te sientes bien como para hacer esto? —inquirió, aunque era un pelín tarde para preguntar porque sentí que ya se deslizaba dentro de mí.
—Sí —contesté de todos modos.
Tuvo mucho cuidado, o al menos lo intentó. Se mantuvo apoyado sobre los antebrazos, moviéndose lenta y regularmente, hasta el final, cuando dejó de ser lento y regular. Pero no me hizo daño. Y si me hizo daño, estaba demasiado excitada para darme cuenta.
El día siguiente fue una especie de repetición del día anterior, con la diferencia de que hice más estiramientos y yoga y me sentí mucho mejor. El brazo izquierdo todavía me dolía si intentaba recoger alguna cosa, lo cual forzaba el músculo, pero podía manejarlo bastante bien si lo hacía con movimientos lentos y sin gestos bruscos.
Vi que el arbusto que Wyatt me había comprado sobreviviría, si bien necesitaría una semana entera de cuidados y mimos antes de que aguantara el brusco cambio de plantarlo en el jardín. Puede que Wyatt no entendiera la idea de planta de interior, pero la había comprado para mí y le tomé cariño a la pobre criatura. Empezaba a tener una especie de claustrofobia debido a mi estado de inactividad, así que salí al jardín y miré dónde podría plantarlo. Debido a lo antigua que era la casa, la vegetación de los alrededores estaba muy crecida, pero sólo había arbustos y ninguna flor, y pensé que vendría bien algo de color. No era la estación adecuada para las flores. Quizás el próximo año…
El calor y el sol le agradaron a mi piel. Estaba aburrida de ser una inválida y ansiaba sentir el subidón de unos buenos ejercicios. Tenía tantas ganas de volver al trabajo que me dolía y me enfadaba no poder satisfacer mi deseo.
El sueño de la noche anterior seguía dándome vueltas en la cabeza. No era el hecho de caer desde lo alto del puente, sino el que se tratara del Mercedes rojo, que había cambiado hacía más de dos años. Si una cree en el carácter profético de los sueños, era probable que aquello tuviera un significado, pero no tenía ni idea de lo que podía ser. ¿Quizá me arrepentía de no haber comprado otro coche rojo? ¿Acaso pensaba que el blanco era demasido aburrido? No estaba de acuerdo y, de todos modos, debido al calor, el blanco era más práctico para el sur.
En términos de calidad, no de temperatura, incluso pondría el rojo en tercer lugar, por detrás del negro, primero, y del blanco, segundo. Hay algo en un coche negro que es como una declaración de poder. El rojo era deportivo, el blanco sexy y elegante, y el negro era poderoso. Quizá mi próximo coche sería negro, si algún día llegaba a comprarlo.
Para combatir el aburrimiento, me dediqué a redecorar la sala, moviendo los muebles con la pierna y el brazo derecho. Nada más que por ganas de cambiar, saqué el sillón de Wyatt de su lugar de honor frente al televisor. No había nada de malo en cómo lo tenía dispuesto él, ni tampoco me importaba que el sillón estuviera en el lugar principal pero, como he dicho, me aburría.
Desde la inauguración de Cuerpos Colosales, apenas había tenido tiempo para mirar la tele, salvo las noticias de las once de la noche, a veces, por lo que había perdido la costumbre. Eso Wyatt no lo sabía. Quizá me divertiría reclamando ver mis programas favoritos, que, por descontado, siempre pasarían en los canales de Lifetime, Home & Garden, y Oxygen. Lo malo era que si yo ganaba la batalla por el mando, tendría que mirar esos programas. Siempre hay un pero.
Salí a la calle y cogí el periódico del buzón. Después, me senté en la cocina y leí una noticia tras otra. Necesitaba unos libros. Tenía que salir y comprar algo de maquillaje y un par de zapatos. El maquillaje y los zapatos nuevos siempre me suben el ánimo. Tenía que enterarme de cómo le iba a Britney esos días, porque la vida de esa chica era tal desastre que, comparada con ella, recibir un disparo era de lo más sano.
Wyatt ni siquiera tenía café aromatizado. Sumando una cosa y otra, aquella casa estaba pésimamente equipada para que yo viviera con comodidad.