—¿Los demás polis se han mostrado muy resentidos de tu nombramiento por encima de ellos?
—Por supuesto que sí. Jo, no habrían sido humanos si no se hubieran resentido. Yo intento no pisarles el terreno, pero al mismo tiempo soy su jefe y ellos lo saben.
Tampoco le preocupaba mucho pisarles el terreno. No lo dijo, pero tampoco tenía que decirlo. Wyatt no aguantaría gilipolleces de parte de ninguno de ellos.
Lo acompañé hasta la puerta del garaje y él se despidió con un beso.
—No tires nada de lo que encuentres cuando te pongas a hurgar y a revisar, ¿de acuerdo?
—De acuerdo. A menos que sean cartas de una antigua novia, o algo así, porque puede que accidentalmente les prenda fuego. Ya sabes cómo suceden ese tipo de cosas. —Debería saberlo. Iba a interrogar a Jason como sospechoso de asesinato. Sólo porque había escuchado el mensaje en el contestador.
—No hay cartas —dijo, sonriendo, mientras se metía en el coche.
Y las busqué, por cierto. Tenía todo un apacible día por delante. No tenía que ir a ninguna parte ni hacer nada. No tenía que hablar con nadie. Disponiendo de tanto tiempo,
tenía
que buscar. Pero no puse orden en su armario ni le ordené las latas de conserva porque para eso había que levantar las cosas y cambiarlas de sitio.
Me dediqué a consentirme. Miré la televisión. Dormí una siesta. Hice unas cuantas coladas y puse el arbusto, un poco recuperado, cerca de una ventana para que le diera algo el sol. Eso también exigía que hiciera fuerza, y dolía, pero lo hice de todas maneras porque el arbusto necesitaba toda la ayuda que pudieran darle. También llamé a Wyatt a su móvil y me salió su buzón de voz. Le dejé un mensaje diciendo que pasara a buscar un poco de abono para plantas.
Me llamó a mediodía.
—¿Cómo te sientes?
—Muy entumecida; todavía me duele, pero, estoy bien.
—Tenías razón acerca de Jason.
—Te lo dije.
—Tiene una coartada como una casa. Mi jefe y tu ex estaban jugando al golf a cuatro en el Little Creek Country Club el domingo por la tarde, así que no hay manera de que él te haya disparado. Supongo que no habrás pensado en nadie más que pueda querer matarte.
—Ni idea. —Yo también había pensado en ello, pero había sido incapaz de nombrar ni una sola persona. Llegué a la conclusión de que alguien intentaba matarme por un motivo que desconocía del todo, y eso es algo muy desagradable.
C
uando Wyatt volvió tarde a casa aquel día, lo seguía un Taurus verde. Salí del garaje, esperando ver a Papá bajar del coche de alquiler, pero en su lugar bajó Jenni.
—Hola —dije, sorprendida—. Pensé que Papá traería el coche de alquiler.
—Me ofrecí voluntaria —dijo ella, y se echó el pelo detrás de las orejas. Se apartó cuando Wyatt me saludó con un beso. Su boca era cálida, y su contacto era tierno cuando me estrechó contra él.
—¿Cómo te ha ido el día? —me preguntó, cogiéndome la mejilla en el cuenco de la mano.
—Nada especial. Justo lo que necesitaba. —La paz era un bálsamo. No había ocurrido nada que me hiciera pensar en la posibilidad de morir, lo cual era un cambio agradable. Le sonreí a Jenni.
—Entra y toma un refresco. No me había dado cuenta del calor que hacía hasta que he salido.
Wyatt se apartó para dejar entrar a Jenni. Esta miró por todas partes, sin disimular la curiosidad.
—Es una casa estupenda —dijo—. Parece antigua y moderna a la vez. ¿Cuántas habitaciones tiene?
—Cuatro —dijo Wyatt. Se quitó la chaqueta y la colgó del respaldo de una silla. Se aflojó el nudo de la corbata y se desabrochó el botón del cuello—. En total, nueve habitaciones, tres cuartos de baño y un aseo. ¿Quieres que te haga un
tour
en toda regla?
—Sólo abajo —dijo ella, y sonrió—. Así, si Mamá me pregunta cómo os arregláis para dormir, podré decir honestamente que no lo sé.
Mamá no tenía nada de mojigata (ni por asomo), pero les había enseñado a sus hijas que una mujer inteligente no dormía con un hombre a menos que tuvieran una relación comprometida, y por comprometida quería decir al menos un anillo de compromiso bien puesto. Era de la opinión de que los hombres, criaturas simples donde las haya, valoran más aquello por lo que más se esfuerzan. Estoy de acuerdo con ella en principio, aunque no del todo en la práctica. Quiero decir, bastaría con ver la relación en que estaba en ese momento. Wyatt no tenía que esforzarse para nada. Le bastaba con besarme el cuello, y yo me arrepentía del día en que había descubierto mi debilidad. Sin embargo, para ser justa conmigo misma, era el único hombre que había conocido capaz de neutralizar mi autocontrol de esa manera.
Jenni dejó caer las llaves en el mostrador de la cocina y siguió a Wyatt mientras él le enseñaba brevemente la planta baja, es decir, la cocina, la sala del desayuno, el comedor formal (que estaba vacío), el salón (lo mismo) y la sala familiar. Tenía un pequeño recibidor junto a la cocina, como había descubierto ese día, pero no se molestó en mostrárselo. Era muy pequeño, unos cuatro metros cuadrados, más adecuado para una despensa o un armario grande, pero ahí tenía lo esencial: una mesa, un archivador, ordenador, impresora, teléfono. No había nada interesante en el archivador. Estuve un rato jugando con su ordenador, pero no me metí en ninguno de sus archivos. La verdad es que tengo mis límites.
No los seguí en su recorrido, pero lo escuché detenerse en la sala familiar y encender el televisor (quizá para comprobar si yo le había manipulado el mando). No pude evitar una sonrisa. Pensé en quitarle las pilas, pero luego me dije que me guardaría ese recurso para cuando tuviéramos una discusión. No serviría de nada porque era probable que tuviera un paquete entero de pilas de repuesto. Al contrario, sería más inteligente si fuera de compras y… sin quererlo, metiera el móvil en mi bolso antes de salir. Hay que pensar en estas cosas con antelación, y luego no vacilar cuando llegue el momento. A las que vacilan las atrapan.
Cuando volvieron a la sala del desayuno, yo ya había puesto en la mesa unos vasos con té frío. Wyatt cogió uno y se tomó la mitad casi de un solo trago, y vi cómo se le hinchaba el cuello bronceado. A pesar de la afabilidad que mostraba con Jenni, yo veía en su cara las arrugas de cierta preocupación. Era evidente que las pesquisas de la policía para descubrir quién intentaba matarme no habían arrojado resultados.
Cuando por fin dejó el vaso, me miró y sonrió.
—Tu pudín de pan fue un éxito total. Se lo acabaron todo en treinta minutos, y todo el mundo andaba con un subidón de azúcar.
—¿Has hecho pudín de rosquillas? —gruñó Jenni—. Ay, ¿y no ha quedado nada?
Wyatt sonrió con una mueca.
—Precisamente, resulta que hemos hecho dos, y uno de ellos todavía está en la nevera. ¿Quieres un poco?
Jenni aceptó con el entusiasmo de una loba hambrienta y Wyatt sacó el molde de la nevera. Yo saqué dos platos y dos cucharas de los cajones.
—¿Tú no comes? —me preguntó Jenni, frunciendo ligeramente el ceño.
—No, estos días no hago ejercicio, así que tengo que cuidar la dieta. —Tampoco me lo estaba pasando demasiado bien con tanto rigor. Prefería de lejos hacer ejercicio todos los días, una o dos horas, que tener que contar las calorías. Quería probar ese pudín (tampoco era la última oportunidad que tendría de probarlo), pero no en ese momento.
Nos sentamos todos a la mesa mientras Wyatt y Jenni comían. Le pregunté a Wyatt si tenían alguna pista, y él contestó con un suspiro.
—Los forenses han encontrado una huella en el jardín de detrás de tu casa, y han hecho un molde. Es una huella de calzado atlético, y pertenece a una mujer.
—Entonces, es probable que sea mía —dije, pero él negó con la cabeza.
—No a menos que calces un treinta y nueve, y yo sé perfectamente que no es así.
Era verdad. Yo calzaba un treinta y siete. Ninguna de las mujeres de mi familia calzaba ese número. Mamá llevaba un treinta y seis y Siana y Jenni un treinta y siete y medio. Intenté pensar en alguna de mis amigas que calzaran un treinta y nueve y que pudieran haber estado en mi jardín trasero, pero no me vino nadie a la cabeza.
—Creí que, según tú, era probable que no fuera una mujer la que intentaba matarme —dije, acusadora.
—Y sigo pensando lo mismo. Disparar con un arma larga y manipular los frenos de un coche normalmente no se corresponde con los patrones femeninos.
—Entonces ¿la huella no significa nada?
—Lo más probable es que no —dijo, y se frotó los ojos.
—No puedo estar oculta indefinidamente —dije. Esta vez, no era una acusación, sino un hecho. Tenía una vida, pero no podía vivirla, por lo cual, aunque no hubiera conseguido matarme físicamente, en cierto sentido aquel chalado ya me había matado.
—Quizá no tengas que esconderte —dijo Jenni, titubeante, y se quedó mirando su cuchara como si estuviera leyendo en ella el sentido de la vida—. Quiero decir que… me ofrecí a traerte el coche de alquiler porque he estado pensando, y he elaborado un plan. Yo podría ponerme una peluca rubia y fingir que soy tú, actuar como cebo de la trampa para que Wyatt pueda atrapar a ese bicho raro y tú vuelvas a estar a salvo.
Me quedé completamente boquiabierta.
—¿Qué? —dije, con un chillido ahogado. Ni en mil años me habría imaginado a Jenni proponiendo algo tan absurdo. Jenni era muy hábil buscando ser el blanco de todas las miradas, y eso no correspondía para nada a mi propia manera de ser—. ¡Puedo ser mi propio cebo y sin necesidad de usar peluca!
—Deja que lo haga por ti —imploró Jenni, y luego me sorprendí al ver las lágrimas que asomaban en sus ojos—. Deja que te compense por lo que te hice. Sé que nunca me has perdonado y no te culpo por ello. Fui una niñata egoísta y no pensé en todo el daño que te haría. De verdad que he reflexionado sobre ello, y quisiera que tú y yo estuviésemos más cerca la una de la otra, como tú y Siana.
Me quedé tan pasmada que no sabía qué decir, y eso no ocurre todos los días. Abrí la boca y volví a cerrarla cuando me encontré con la mente en blanco.
—Tenía celos de ti —siguió ella, hablando muy rápido, como si tuviera que confesarlo todo antes de que le faltara el valor—. Eras tan popular, y hasta mis amigas decían que eras la chica más guai que conocían. Todas querían llevar un peinado como el tuyo y comprarse el mismo tono de pintalabios. Daban pena.
Esa era la Jenni que yo conocía. Me sentí reconfortada, segura de que los alienígenas no se habían apoderado del cuerpo de mi hermanita. Con mirada reconcentrada, Wyatt escuchaba en silencio cada una de sus palabras. Habría querido que nos dejara solas, pero se veía que no tenía ninguna intención de hacerlo.
—Eras la mejor animadora del equipo, eras muy mona, eras atlética, eras la que leía los discursos de presentación cada año, habías ido a la universidad con una beca de animadora, sacaste muy buenas notas y te licenciaste en administración de empresas. Y luego te casaste con el hombre más guapo ¡que había visto en mi vida! —chilló—. Algún día será gobernador, quizá llegará a senador, o incluso a presidente, ¡y a ti te cayó en las manos como una fruta madura! Yo estaba celosa, y pensaba que por muy guapa que fuera nunca llegaría a hacer todo lo que tú habías hecho, y pensaba que Mamá y Papá te querían más a ti. ¡Hasta Siana te quiere más a ti! Por eso, cuando Jason me lanzó los tejos, yo le respondí enseguida. Porque si él me miraba a mí, quería decir que, al fin y al cabo, tú no eras la más espectacular.
—¿Qué pasó? —preguntó Wyatt, con voz queda.
—Blair nos sorprendió a Jason y a mí besándonos —confesó ella, con la voz quebrada—. Fue lo único que pasó, y ésa fue la primera vez, pero todo explotó enseguida y se divorciaron. Todo ha sido culpa mía y quiero compensarle por ello.
—Tendrás que encontrar otra manera de hacerlo —dijo Wyatt, dándolo por sentado—. No te pienses ni por un momento que tú o Blair podéis actuar como cebos. Si decidiéramos recurrir a ese plan, una de nuestras agentes se haría pasar por Blair. Nunca arriesgaríamos el pellejo de otra persona.
Jenni parecía muy decepcionada al ver que su plan era rechazado no sólo por mí sino también por Wyatt. Al fin y al cabo, la opinión que contaba era la de él, porque tenía la autoridad para rechazar el plan o llevarlo a la práctica. Su respuesta fue que no.
—Tiene que haber algo que pueda hacer —dijo, y una lágrima rodó por su mejilla. Me miró como implorándome.
—Veamos —dije. Por fin conseguía hablar. Con la uña, me di golpecitos en el labio inferior mientras pensaba—. Podrías lavar mi coche todos los sábados durante el próximo año. Después de que compre un coche, claro está. O podrías pintar mi cuarto de baño, que es algo que detesto hacer.
Me miró pestañeando, incapaz de hacerse una idea de lo que yo decía. Luego soltó una risilla. En medio de la risilla, tuvo un hipo acompañado de un sollozo, lo cual es una combinación sumamente extraña. A mí me hizo soltar una risilla tonta también, algo que he intentado suprimir del todo, por cuestiones de imagen. Soy rubia y, en realidad, no debería reír de esa manera.
En fin, acabamos dándonos un abrazo y las dos reímos, y Jenni me pidió perdón otras cinco o seis veces. Le dije que era de la familia y que la escogería a ella en lugar de a Jason Carson con los ojos cerrados, porque el tío era un cabrón capaz de tirarle los tejos a su cuñada de diecisiete años y ya me estaba bien librarme de él.