Morir de amor (10 page)

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Authors: Linda Howard

Tags: #Intriga, #Romántico

BOOK: Morir de amor
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Maldita sea, aquel tipo era una amenaza. Antes de que mi imaginación se desbocara, me obligué a recordar hasta el último detalle de nuestra última cita, cuando, él se había portado como un imbécil.

Y ya está. Eso funcionó.

Recuperé la calma, me di media vuelta y me dormí. El Apagón Blair.

W
yatt recordaba que a mí me gustaba la Coca-cola Light
. Fue lo primero que pensé cuando me desperté a las ocho y media. Me quedé tendida entreabriendo los ojos somnolientos, mirando el ventilador del techo que giraba lentamente, mientras intentaba decidir si lo de la Coca-cola
Light
era significativo o no. La romántica que había en mí quería creer que él recordaba hasta el último detalle de mi persona, pero la mujer sensata que también hay en mí me decía que lo más probable era que tuviera buena memoria, y punto. Un poli tenía que tener buena memoria, ¿no? Era parte del perfil del poli: saber recitarle sus derechos a un detenido y todo eso.

Así que lo de la Coca-cola
Light
no tenía importancia. También pensaba que él daba por sentado que a una mujer le gustaría una gaseosa
Light
, lo cual era, en realidad, bastante sexista como suposición, y poco importaba que la mayoría de las veces acertara.

Me quedé en la cama en lugar de hacer el equipaje, así que hasta ahí llegaban mis planes para salir temprano a la playa. Tampoco importaba, porque no tenía el coche. Pero alguien (a saber, Wyatt) podía aparecer en cualquier momento con mi coche, así que dejé la cama y me metí en la ducha. Fue una ducha rápida, porque tenía tanta hambre que pensé que acabaría desmayándome. Al fin y al cabo, aquella noche me las había arreglado para no hincarle el diente a nada.

Ya, ya sé que no debería quejarme de tener hambre cuando la pobre Nicole no volvería a probar bocado. Mala suerte. Nicole estaba muerta y yo no, y no me gustaba más muerta de lo que me gustaba cuando estaba viva.

Peor aún, ella era la causante de que Cuerpos Colosales estuviese cerrado por tiempo indefinido. Si no hubiera tenido esa actitud tan de zorra, esperándome en el aparcamiento para perpetrar su agresión contra mí, no la habrían asesinado en mi propiedad. Si llevaba esa conclusión a sus últimas consecuencias, también era culpa de Nicole que me hubiera visto obligada a volver a ver a Wyatt Bloodsworth.

La noche anterior, Nicole me había dado pena. Esa mañana pensaba con más claridad y me daba cuenta de que era muy típico de ella que, aún estando muerta, me siguiera causando problemas.

Preparé el café, saqué un yogur de la nevera, que era lo más rápido, y me lo comí mientras ponía dos rebanadas de pan integral en el tostador y pelaba un plátano. Un bocadillo de crema de cacahuetes, miel y plátano y dos tazas de café más tarde, estaba mucho más contenta. A veces, cuando estoy muy ocupada en Cuerpos Colosales, a mediodía me conformo con una manzana o algo por el estilo, pero cuando tengo tiempo para sentarme, me gusta
comer
.

Cuando ya me sentí mejor y supe que no me desmayaría de hambre, recogí el periódico a la entrada y, mientras bebía una tercera taza de café, me enteré de la importancia que la prensa le daba al asesinato de Nicole. La noticia estaba en la parte inferior de la primera página, y la acompañaba una foto de Wyatt conmigo en el momento en que me sacaba de Cuerpos Colosales para meterme de mala manera en su coche. Él salía grande y serio, y yo con una pinta estupenda, con mi top rosa que dejaba ver mis músculos abdominales en forma. No se me marcaban demasiado los músculos abdominales, pero a mí no me van los cuerpos exageradamente musculosos, así que quedaba perfecto. Estaba pensando que mi vientre liso era una buena publicidad para Cuerpos Colosales cuando leí el pie de foto: «
El teniente J.W. Bloodsworth acompañando a la testigo Blair Mallory en la escena del crimen
».

«¡
Acompañando
!» ¡Y un huevo!
Arrastrando
sería más apropiado. ¿Y por qué tenían que ir y poner mi nombre junto a la foto en color destacada en primera página, eh? ¿Por qué no se le había ocurrido al redactor mencionarme hacia el final de la noticia?

Leí la columna entera, y la declaración oficial de Wyatt hablando de testigos, en plural, no estaba en ninguna parte. La única testigo que mencionaban era yo. Seguro que cuando Wyatt hizo la declaración el periódico ya estaba en las máquinas. Habría una segunda noticia en el periódico del día siguiente, pero mucho me temía que el daño ya estaba hecho.

Y justo en ese momento sonó el teléfono. Miré la pantalla para ver el número y vi el nombre del periódico. Ni pensaba hablar con los periodistas, así que dejé que se ocupara de él el contestador.

Sí, desde luego, parecía un día perfecto para largarse de la ciudad.

Subí a toda prisa, me sequé el pelo, me puse los capris rosas, una camiseta blanca y unas hawaianas preciosas, con conchitas rosadas y amarillas en las tiras. ¿Acaso no es la mejor combinación para ir a la playa? Me lavé los dientes, me puse la crema hidratante y el rímel, y luego agregué un pequeño toque de color en las mejillas y de pintalabios, por si acaso. ¿Por si acaso qué? Por si Wyatt viniera a dejar el coche, desde luego. El que no quisiera que volviera no significaba que no disfrutaría mostrándole todo lo que se había perdido.

El teléfono volvió a sonar. Hable con Mamá, que sólo quería saber cómo estaba. Hable con Siana, que tenía una curiosidad irreprimible por saber lo del asesinato y lo de la foto de Wyatt conmigo, puesto que me había oído hablar pestes de él dos años antes. Salvo esas dos llamadas, no contesté el teléfono. No quería hablar con periodistas, con conocidos ni con posibles asesinos.

El tráfico en las inmediaciones de la urbanización parecía especialmente denso esa mañana. Quizá fuera mejor que mi coche no estuviera aparcado bajo el pórtico. Desde la calle, se podría pensar que no había nadie en casa. Aún así, tenía cosas que hacer y lugares donde ir. Necesitaba las ruedas.

A las diez, mi coche todavía no había llegado. Ya me estaba impacientando cuando decidí buscar el número del departamento de policía.

Quien quiera que contestó al teléfono, el sargento algo, fue muy correcto pero no me sirvió de nada. Pedí hablar con el teniente Bloodsworth. No estaba. Tampoco estaba el inspector MacInnes. El sargento me puso con otra persona, que pasó la llamada a otra persona. Cada vez me veía obligada a explicar lo ocurrido. Hasta que
por fin
conseguí hablar con el inspector Forester y volví a repetir todo el cuento.

—Déjeme mirar. Creo que el teniente no está en el despacho, pero veré si puedo averiguar algo acerca de su coche —me dijo, y dejó el teléfono.

Oí los ruidos, el tipo de ruidos que hacen un montón de voces. Oí sonar los teléfonos, ruidos de papeles manipulados. Desde luego, los días parecían tan ajetreados como las noches en el departamento de policía. Esperé. Me miré las uñas pintadas, que estaban resistiendo muy bien. Empecé a pensar en la comida, que sería un problema a menos que alguien —¡el que fuera!— me trajera el coche. Rara vez como en casa a mediodía y tengo sólo lo necesario para desayunar. Tampoco me quedaba gran cosa porque no había hecho la compra en dos semanas. Supuse que podía pedir una pizza, pero no tenía ganas de pizza. Tenía ganas de estrangular a cierto oficial de policía.

Por fin el inspector Forester cogió el teléfono.

—Señorita, el teniente Bloodsworth se ocupará de su coche.

—¿
Cuándo
? —le pregunté, entre dientes—. No me puedo mover de aquí sin mi coche. Se suponía que me lo traería a primera hora de la mañana.

—Lo siento, señorita. Ha estado muy atareado esta mañana.

—Y entonces, ¿por qué no me lo puede traer un agente? O… ya sé… Yo iré en taxi hasta Cuerpos Colosales y alguien se puede encontrar conmigo ahí y sacar el coche del aparcamiento. Eso nos ahorraría tiempo y problemas a todos.

—Espere un momento —dijo, y yo esperé. Y esperé. Y esperé. Al cabo de unos diez minutos, volvió al teléfono.

—Lo siento, señorita, pero en este momento no puedo solucionar nada.

Vale, no era culpa suya. Conseguí hablar con un tono calmado.

—Ya entiendo. Gracias por preguntar. Ah, dígame, ¿tiene usted el número de móvil del teniente Bloodsworth? Lo he perdido, ya que de lo contrario lo habría llamado directamente a él en lugar de molestarlo a usted.

—No es ninguna molestia —dijo el inspector Forester y, muy correctamente, me dictó el número.

Je, je, je
. Gracias a la arbitraria actuación de Wyatt la noche anterior, todos los polis pensaban que estábamos enrollados. ¿Por qué se negaría el inspector a darme el número del móvil de Wyatt? Aquello era un error táctico de su parte.

Quizás estaba en medio de algo importante, y llamarlo sería una grave distracción. Maldita sea, eso esperaba. Empecé a teclear el número y luego paré. Era probable que tuviera un identificador de llamadas y quizá no contestara si sabía que era yo quien llamaba.

Hice una mueca, colgué el teléfono inalámbrico y saqué mi propio móvil del bolso. Sí, el inspector MacInnes había tenido la gentileza de devolvérmelo la noche anterior, cuando decidió que yo no había disparado a Nicole. Lo encendí y llamé a Wyatt.

Contestó al tercer tono.

—Bloodsworth.

—¿Dónde está mi coche? —le pregunté en el tono más amenazador que pude impostar.

—Blair, ya me ocuparé —dijo, con un suspiro—. Hoy he estado un poco ocupado.

—Estoy sin poder moverme. Si anoche hubieras escuchado la voz de la razón, podrías haber sacado mi coche, y entonces no tendríamos esta conversación. Pero, no, tenías que ir y dártelas de peso pesado…

Me colgó.

Pegué un chillido, enfurecida, pero no volví a llamarlo, que era probablemente lo que esperaba. Vale, si se iba a portar como un imbécil, que se jodiera. Bueno, no literalmente. Aunque, en una ocasión, yo… no, no importa. No me proponía llegar hasta ese extremo.

Empecé a tamborilear con los dedos y pensé en las opciones que tenía. Podía llamar a Mamá y Papá y ellos me llevarían felices a hacer la compra, o incluso me prestarían uno de sus coches, lo cual sería una incomodidad para ellos. Siana también me llevaría de un lado a otro. Jenni
quizá
podría, si no tuviera algún otro plan, pero me agotaba sólo con pensar en su agenda social.

Por otro lado, podría sencillamente alquilar un coche. Había varias empresas de las marcas más conocidas que podían recogerme y llevarme a sus oficinas para firmar los papeles y recoger el coche.

No soy de las que se andan con titubeos cuando me decido por un plan de acción. Busqué el número de una empresa de alquiler de coches, llamé y quedamos en que me pasarían a buscar en una hora. Luego me puse a regar las plantas a toda carrera y a meter en una maleta la ropa que pensé que necesitaría para unos cuantos días de playa, que no era mucha. Las cosas de maquillaje y de mi neceser ocupaban mucho más espacio que mi ropa. También puse un par de libros, por si me entraban ganas de leer, y me paré en la puerta de la casa a esperar con impaciencia que apareciera el empleado de la empresa de alquiler.

El flujo del tráfico había disminuido. Quizá todos los curiosos y/o reporteros habían decidido que o bien me escondía en algún sitio, o que había salido de compras. Aún así, cuando llegó el coche no quise perder tiempo en la entrada, un blanco fácil para un reportero ávido de noticias o para un asesino desesperado. Saqué mis llaves para tenerlas preparadas y cerrar bien la puerta, y en ese momento me di cuenta de que todavía tenía las llaves del coche. Me sorprendió tanto que me puse a reír. Sería imposible que Wyatt consiguiera que me entregaran el coche porque no le había dado las llaves y él no había pensado en pedírmelas.

El coche estaría a buen resguardo en Cuerpos Colosales hasta que yo volviera. Estaba cerrado y bajo techo. En el peor de los casos, Wyatt lo habría hecho remolcar hasta el depósito municipal, lo cual no le aconsejaría porque si mi coche resultaba dañado de cualquier forma, no dudaría en demandarlo.

Un Pontiac rojo con una placa magnética en el lado que anunciaba su pertenencia a la empresa de alquiler se detuvo junto a la acera. Cogí mi bolsa de lona y salí antes de que el tipo bajara del vehículo. Sólo me detuve a cerrar la puerta, tras lo cual bajé apresuradamente las escaleras hasta donde estaba.

—Vamos antes de que aparezca alguien —dije. Abrí la puerta de atrás, lancé mi bolsa adentro y me acomodé en el asiento del pasajero.

El hombre se puso al volante. Entrecerró los ojos, confundido.

—¿Quién? ¿La sigue alguien?

—Quizá. —Si el tipo no sabía quién era yo, mucho mejor. Quizá la gente ya casi no leía los periódicos—. Tengo un ex novio que se está convirtiendo en una pesadilla, ¿sabe?

—¿Es violento? —El hombre me miró con cara alarmada.

—No, sólo gimotea que llega a dar vergüenza.

Aliviado, el tipo puso el coche en marcha y condujo hasta nuestro pequeño aeropuerto regional, donde tenían sus oficinas las agencias de alquiler. Después de hablar del coche que me querían alquilar (no quise ni oír hablar de los modelos baratos porque eran demasiado baratos; uno incluso tenía elevalunas mecánico, algo que ignoraba que todavía se fabricara en Detroit), me quedé con un Chevy negro, un todoterreno de cabina y media. El negro no es el color más indicado en el sur debido al calor, pero no se puede negar que es elegante. Si no podía salir con mi Mercedes, pensé que andar por ahí en un todoterreno negro sería simpático.

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