Read Moros y cristianos: la gran aventura de la España medieval Online
Authors: José Javier Esparza
Tags: #Histórico
Pero he aquí que el rey Ramiro decide poner la mayor parte de las tierras ganadas bajo la jurisdicción de un solo hombre, Assur Fernández, conde de Monzón, que ahora domina desde el Cea hasta el Pisuerga, y pone bajo su control las plazas de Peñafiel y Cuéllar. De esta manera, las vías de expansión del conde Fernán y del conde de Saldaña hacia el oeste y el sur quedan cerradas.Ambos se sienten agraviados, y con razón. En esta atmósfera, Fernán toma decisiones arriesgadas.
Para empezar, el conde de Castilla repuebla Sepúlveda, ciudad que estaba bajo su jurisdicción; allí nuestro conde tiene que lidiar con el alcaide moro Abubad, al que propina un mandoble tan fuerte —lo cuenta fray Gonzalo de Arredondo, abad de Arlanza— que la espada atraviesa el yelmo y decapita al rival de un solo tajo. Hoy esa cabeza adorna —en piedra— el frontón de la llamada «Casa del Moro» en Sepúlveda. Tomada Sepúlveda, Fernán se aventura también en Peñafiel, pero ésta es zona de Assur Fernández, de manera que tiene que retirarse enseguida.Y antes o después de todo esto, o quizás al mismo tiempo, Fernán González ejecuta una expedición contra tierras moras sin permiso del rey. Juntando todos esos hechos, llegamos a la situación límite: la relación de Fernán y el rey está irremisiblemente rota.
Aislado y agraviado, Fernán busca venganza. Necesita un socio.Y lo encuentra en el conde de Saldaña, Diego Muñoz, cuyas posibilidades de expansión también se han visto frenadas tras la apuesta de Ramiro por los Ansúrez. ¿Quién era Diego Muñoz? ¿De dónde había salido? ¿Por qué era conde de Saldaña? Aquí los historiadores no se ponen de acuerdo. Lo único que nos consta es que en aquel momento era la cabeza de un linaje muy importante en el reino, el de los hijos de Gómez, que el historiador moro Ibn Hayyan llama «Banu Gómez», con base en la comarca de Carrión, en Palencia. Este primer Gómez, de origen lebaniego para unos, palentino para otros, era conde en la frontera castellana hacia finales del siglo ix. Un hijo suyo, Munio, estuvo al parecer cautivo en Córdoba.Y el hijo de Munio, Diego Muñoz, el hombre al que ahora acude Fernán González, ostentaba un puesto muy importante en la corte desde los años de la guerra civil.
Precisamente la primera vez que aparece Diego en la historia es en el contexto de la guerra por el poder que se desató tras la muerte del rey Ordoño. Mientras que Fernán González y la familia Lara habían apostado por Ramiro, los Ansúrez cambiaron de bando y los Gómez (o sea, nuestro Diego) habían tomado el partido de Alfonso Froilaz. Ganó el partido de Ramiro, pero no parece que los Gómez ni los Ansúrez sufrieran castigo por ello: en 934 encontramos a todos juntos —el rey Ramiro, los Ansúrez, los Gómez y Fernán González— combatiendo contra Abderramán en Osma.
Desde su base en tierras palentinas, Diego Muñoz también se dedica a ensanchar su zona de influencia. Su peso en el reino crece. Por las donaciones que firma con su mujer, una dama llamada Tegridia, podemos reconstruir su territorio: desde la montaña de Palencia hasta el cruce de los ríos Carrión y Pisuerga, con apertura a la Tierra de Campos y a la comarca de El Cerrato. También vamos a ver su nombre en varios documentos oficiales junto al rey y a los otros condes castellanos. Con toda seguridad combatió asimismo en Simancas. Diego Muñoz era, en fin, uno de los grandes magnates del Reino de León.Y al igual que Fernán, el de Castilla, también Diego Muñoz se ve agraviado por el reparto de territorios después de Simancas. La creación del condado de Monzón tapona sus vías de expansión hacia el sur. En consecuencia, a Fernán González no le cuesta mucho trabajo convencerle para que se sume a la rebelión.
¿Cuándo empezó la conjura? La batalla de Simancas fue en 939. La atribución de zonas de expansión, segura causa de la querella, debió de ser inmediatamente posterior. La presencia de Fernán González en Sepúlveda data del año siguiente, 940. Ese mismo año consta que hubo una incursión mora en tierras leonesas. Atención al dato: ¿por qué los moros no atacaron Castilla, como de costumbre, sino que marcharon contra una zona a priori mejor defendida? ¿Trataron tal vez de aprovechar el efecto sorpresa, suponiendo que los cristianos no esperarían un ataque por ahí? ¿O quizá Fernán había llegado a algún tipo de acuerdo con los sarracenos, como sospecha Levi-Provencal, para que Córdoba no golpeara en el solar castellano? Esto último sólo es una conjetura. En todo caso, la aventura musulmana en los llanos de León no debió de sentarle nada bien al rey Ramiro. En la tregua que León y Córdoba firman en 941 están Fernán y Diego Muñoz. Pero tal vez para entonces la conjura ya estaba en marcha.
Es en 943 cuando los condes Fernán y Diego se lanzan a la aventura. ¿Por qué entonces y no antes o después? No lo sabemos. ¿Cómo fue la rebelión? ¿En qué consistió exactamente? ¿Movimientos de tropas, campañas contra tal o cual punto sensible del reino? También lo ignoramos. Sólo sabemos que la insurrección fue muy breve: pocas semanas después, el rey doblegaba a los revoltosos.Y aquí es donde hay que volver a citar la
Crónica de Sampiro
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Fernán González y Diego Muñoz ejercieron tiranía contra el rey Ramiro, y aun prepararon la guerra. Mas el rey, como era fuerte y previsor, cogiolos, y uno en León y otro en Gordón, presos con hierros los echó en la cárcel.
Ramiro II aplastó la rebelión. El rey era fuerte, en efecto, como dice Sampiro. Dice el cronista también que previsor. Seguramente Ramiro los veía venir desde lejos, quizá desde el mismo momento en que privilegió a los Ansúrez. Si no hay noticia de grandes convulsiones, es porque no las hubo. León era una potencia y el rey era un gran rey. Sin perder un minuto, Ramiro recompone el paisaje. En febrero de 944 encarcela a los revoltosos. A Diego lo encierra en Gordón, que está en el norte de León; a Fernán, mucho más peligroso, lo encarcela en la propia capital. Acto seguido el rey nombra sucesores para que se hagan cargo de los condados vacantes.Al frente de Castilla pone a su hijo Sancho, llamado el Craso por lo gordo que estaba.Y para asesorar a Sancho, el rey Ramiro escoge a quien más podía molestar a Fernán, Assur Fernández, el conde de Monzón, el eterno rival del castellano. Castigo ejemplar.
Sin embargo, aquí acabó el castigo para los rebeldes. En otros tiempos, una rebelión como ésta les habría costado los ojos a los rebeldes, si no la vida. Pero las circunstancias habían cambiado mucho en apenas dos decenios.Y si asombrosa fue la rebelión de los condes castellanos, mucho más asombrosa será la resolución del conflicto.
Castilla gana; Ramiro, también
Muy pocos meses después de la revuelta, el rey perdona a los rebeldes.Veinte años atrás, una rebeldía como ésta de los condes castellanos, los Lara y los Gómez, se hubiera pagado con la vida. Ahora, sin embargo, Fernán González y Diego Muñoz serán perdonados, jurarán fidelidad al rey y no sólo eso, sino que volverán a sus posesiones. ¿Por qué? ¿Pacto político? ¿Debilidad de Ramiro II?
El rey perdonó a Diego y Fernán, en efecto.Y además, con bastante rapidez. Repasemos las fechas. Diego y Fernán se levantaron hacia 943 y fueron apresados en febrero de 944. Pero en noviembre de ese mismo año encontramos a Diego Muñoz confirmando un documento real a favor del monasterio de Sahagún. Es decir que el conde de Saldaña pasó en prisión apenas unos pocos meses y, tras su encarcelamiento, volvió a desempeñar las mismas funciones que antes ejercía.Y en cuanto a Fernán González, su encierro apenas duró un año: en la Pascua de 945 está ya en libertad y enseguida le vemos actuando nuevamente como conde de Castilla. Más aún: como muestra de fidelidad al rey, una hija de Fernán, Urraca Fernández, se casa nada menos que con el heredero del rey Ramiro, el infante Ordoño. Así, en poco más de un año, los rebeldes se convierten otra vez en los más fieles magnates del rey. Los acontecimientos han dado un giro de ciento ochenta grados. ¿No es increíble?
Los documentos nos permiten seguir con claridad la trayectoria de los rebeldes. Diego Muñoz, conde de Saldaña, aparece confirmando donaciones regias en 945, 946, 950 y 951. Incluso firma en el concilio que el rey Ramiro convoca en León en 949. Es evidente que Diego ha vuelto al redil; no sólo no ha reincidido, sino que, fiel a su palabra, permanece junto a Ramiro II hasta su muerte. En aquel concilio de León firma también Fernán González, y además en primer lugar. El conde de Castilla aparece siempre el primero en todas las listas de nobles que confirman los documentos regios: señal indudable de que ha recuperado su posición de liderazgo en el reino.Y ahora la pregunta inevitable es ésta: ¿por qué Ramiro puso en libertad tan rápidamente a los condes?
La explicación convencional atiende a las necesidades militares del reino: porque el califa Abderramán, viendo que había problemas en el reino cristiano del norte, se había apresurado a fortificar Medinaceli mientras las huestes moras lanzaban esporádicas campañas aquí y allá. En esas condiciones —pudo pensar el rey Ramiro—, recobrar el apoyo de Diego y, sobre todo, de Fernán González supondría un refuerzo imprescindible para asegurar las fronteras leonesas. Ahora bien, esta explicación no es del todo satisfactoria. Contar con los condes castellanos para hacer frente a las acometidas musulmanas sería una buena razón para devolverles la libertad, sin duda, pero ¿era realmente eso lo que el rey Ramiro tenía en la cabeza? A Diego Muñoz, el Banu Gómez de Saldaña, el rey lo dejó libre en muy pocos meses, antes de que pudiera hablarse de un retorno del peligro cordobés.Y en cuanto a Fernán, que estuvo en prisión más tiempo, ¿por qué el rey Ramiro tardó más en soltarlo, si realmente había un peligro musulmán? Y si no había tal, ¿por qué le puso en libertad? Porque, además, Fernán era dueño de sus tierras, pero no de la región oriental ni de los ejércitos castellanos, que estaban bien dispuestos bajo el control del propio hijo del rey, Sancho, y del conde Assur Fernández. ¿Realmente era imprescindible liberar a Diego y a Fernán para frenar a los moros?
El argumento de que Ramiro liberó a los condes porque necesitaba su ayuda frente al moro no basta. Debió de haber otras motivaciones.Y esas motivaciones hay que buscarlas más bien en el propio equilibrio político del reino. Ramiro, no lo olvidemos, no era sólo un rey guerrero, sino también un político diestro. En tanto que tal, no podía cerrar los ojos a una situación de hechos consumados; podía intentar gobernarlos, pero no darles la vuelta.Y el hecho consumado era que la estructura del reino descansaba ya sobre el equilibrio de las grandes familias. Los condes habían dejado de ser simples delegados del poder regio; ahora ya eran auténticos poderes capaces de desplegarse sobre el territorio con total autonomía.
Hay que llamar la atención sobre el paisaje que esta rebelión castellana saca a la luz. En la mitad occidental del reino tenemos un mundo propiamente asturleonés, perfectamente integrado en la corona, que incluía a los habitualmente levantiscos gallegos y a las nuevas tierras ganadas en Portugal; pero en la mitad oriental tenemos un espacio conflictivo donde tres grandes linajes —los Ansúrez, los Gómez, los Lara— acumulaban territorios que ya eran más grandes que el Reino de Navarra, por ejemplo. Y los acumulaban porque habían empezado a transmitir en su propio seno el título condal, algo que hasta muy pocos años atrás no ocurría. En definitiva, estamos viendo nacer en la España cristiana un mundo propiamente feudal, un nuevo orden ante el que los reyes van a tener cada vez menos capacidad de maniobra.
Los grandes linajes, por su parte, acentúan la tendencia.Tanto Diego como Fernán lo tienen muy claro. Para sellar la alianza entre las dos casas, la de los Gómez y la de Lara, los condes organizan el matrimonio de sus hijos: Gómez Díaz, hijo de Diego Muñoz, se casa con Muniadona Fernández, hija de Fernán González. Diego, además, se preocupa de que sus hijos emparenten con lo más granado de la nobleza de la época, no sólo en Castilla, sino también en León y en Galicia.Y Fernán, más ambicioso, no dudará en casar a su hijo García con una hija de los condes de Ribagorza, en el Pirineo, y a su hija Urraca, como ya hemos visto, con el propio heredero del rey Ramiro.
Otra pregunta inevitable: ¿Y no temía el rey de León que este aumento exponencial del poder de los nobles terminara descomponiendo el reino? Sin duda, sí: lo temía. Por eso se preocupa de que Diego y Fernán, para salir de su encierro, le juren fidelidad. Sabemos, además, que los dos condes respetarán su palabra. Pero no era sólo un asunto de fidelidades personales, aunque en esta época se trate de una cuestión decisiva; es que, además, el rey no podía consentir que se le rompiera el equilibrio del reino.Al otro lado de las tierras de la corona, en Galicia, el germen de las rebeliones nobiliarias seguía vivo; serán rebeliones de distinto tipo que las castellanas, pero no por ello menos peligrosas. De hecho, algún episodio de este tipo veremos en estos años.Y en esa coyuntura, lo que Ramiro tenía que evitar era, ante todo, que se le juntaran una rebelión de magnates gallegos, una rebelión de condes castellanos y una ofensiva musulmana, lo cual indudablemente sí hubiera acabado con el reino. Enfrentado a esa tesitura, el rey supo moverse con acierto. En el fondo, su perdón a Diego y a Fernán no fue signo de debilidad, sino de inteligencia política.
Ahora Ramiro ha conjurado la rebelión, sí. Ha apresado a los rebeldes y se ha permitido incluso el lujo supremo de la generosidad, devol viendo la libertad a Fernán González y a Diego Muñoz. Pero los grandes linajes castellanos también han salido reforzados de la prueba: sus cabezas visibles no han pagado el desafio con la vida, no han visto mermado su poder, han vuelto a sus posesiones e incluso, novedad trascendental, pronto empezarán a buscar relaciones diplomáticas con Córdoba por su propia cuenta. Ramiro podía gobernar ese paisaje: era, como dice la
Crónica de Sampiro
, un rey fuerte y previsor. Pero no ocurrirá lo mismo con sus descendientes.Y esa dinámica terminará llevando al Reino de León a su definitivo colapso.
Y mientras tanto, ¿qué hacía el califa?
Y a todo esto, ¿qué estaba haciendo mientras tanto el califa? ¿Qué estaba pasando en la España musulmana, que seguía siendo la mayor parte del territorio peninsular? Vamos a dibujar un mapa de situación.
Han pasado ya dos siglos y medio desde la invasión musulmana. Desde el Sistema Central hacia el sur, y en el valle del Ebro y en el Levante, ya es posible hablar de una España mora. No desde el punto de vista étnico, porque parece seguro que a mediados del siglo x la población de cepa hispana seguía siendo más del 80 por ciento en Al-Ándalus, pero sí desde el punto de vista social y político: el califato de Córdoba es un mundo plenamente musulmán donde el sistema de poder, la vida económica, las reglas jurídicas y las relaciones sociales están cortados por el patrón islámico. ¿Y desde el punto de vista cultural? En este aspecto, todo indica que la islamización es menor o, para decirlo con más precisión, que el elemento hispano ha provocado una evolución singular. Resumámoslo en un término: ha nacido un mundo hispano-musulmán.