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Authors: Charlaine Harris

Muerto hasta el anochecer

BOOK: Muerto hasta el anochecer
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No es fácil ser una camarera sexy con poderes telepáticos y enterarse de los terribles secretos que todo el mundo esconde. Tal vez por eso Sookie Stackhouse termina enamorándose de Bill Compton, cuya mente no puede leer. Sookie suspira de felicidad por haber encontrado a su media naranja, y no le importa que sea un vampiro de mala reputación. Hasta que una compañera suya es asesinada y Sookie se da cuenta de que su vida corre peligro.

«Es imposible no caer hechizado por la irónica y atractiva Sookie, probablemente la heroína más encantadora que nos ha guiado por el lado oscuro en mucho tiempo.»
BookPage

«Salvajemente imaginativa.»
USA Today

«Sexy y espeluznante.»
TV Guide

«Fascinante.»
The New York Times

Charlaine Harris
(Misisipi, Estados Unidos, 1951), licenciada en Filología Inglesa, se especializó como novelista en historias de fantasía y misterio. Con la serie de novelas
Real Murders,
nominada a los premios Agatha en 1990, se ganó el reconocimiento del público. Pero su gran éxito le llegó con
Muerto hasta el anochecer
(2001), primera novela de la saga vampírica
Sookie Stackhouse,
ambientada en el sur de Estados Unidos. La traducción de las ocho novelas de la saga a otros idiomas y su adaptación a la serie de televisión
TrueBlood (Sangre fresca)
han convertido las obras de Charlaine Harris en best-sellers internacionales.

www.charlaineharris.com
www.hbo.com/trueblood
www.sangrefresca.es

Charlaine Harris

Muerto hasta el anochecer

Vampiros sureños I

ePUB v2.4

Elvys
 
03.09.11

Corrección de erratas por elchamaco

1

Cuando el vampiro entró en el bar, yo llevaba años esperándole.

Desde que los vampiros habían comenzado a salir del ataúd —como irónicamente se suele decir— dos años atrás, yo había estado esperando a que alguno viniese a Bon Temps. Ya teníamos al resto de minorías en nuestro pequeño pueblo, así que, ¿por qué no la última, la de los oficialmente reconocidos no muertos? Pero, al parecer, el rural norte de Luisiana no les resultaba tentador a los vampiros; Nueva Orleans, sin embargo, era un centro neurálgico para ellos: cosas del efecto Anne Rice, supongo.

No se tarda mucho en conducir desde Bon Temps hasta Nueva Orleans, y toda la gente que venía por el bar decía que allí tirabas una piedra a cualquier esquina y dabas con un vampiro... aunque era mejor no intentarlo.

Pero yo estaba esperando a «mi» vampiro.

No se puede decir que salga mucho. Y no es porque no sea guapa, que lo soy. Tengo veinticinco años, soy rubia y tengo los ojos azules; además de unas buenas piernas, pecho abundante y cintura de avispa. Me sienta muy bien el uniforme de verano que Sam escogió para las camareras: short negro, camiseta y calcetines blancos, y unas Nike negras.

Pero tengo una tara. Así es como yo lo llamo.

Los clientes dicen, sencillamente, que estoy loca.

De cualquier manera, el resultado es que casi nunca tengo una cita; por lo que cualquier pequeño detalle cuenta mucho para mí.

Y él se fue a sentar en una de mis mesas. El vampiro.

Supe inmediatamente que lo era. Me sorprendió que nadie más se girase para mirarlo. ¡No lo distinguían! Su piel tenía un ligero brillo, para mí estaba claro.

Podría haberme puesto a bailar de alegría; de hecho, di algún que otro paso allí mismo, junto a la barra. Sam Merlotte, mi jefe, apartó la vista de la bebida que estaba preparando y me sonrió levemente. Yo cogí la bandeja y el bloc, y me dirigí a la mesa del vampiro, rezando para que mi pintalabios no se hubiese difuminado y mi coleta estuviera aún en su sitio. Soy un poco nerviosa, y sentía que una sonrisa forzaba las comisuras de mis labios hacia arriba.

El parecía estar completamente abstraído, lo que me brindó la oportunidad de echarle un buen vistazo antes de que levantara la mirada. Calculé que medía algo menos de metro ochenta. Tenía el pelo castaño, bien tupido, peinado hacia atrás. Le llegaba hasta el cuello y sus largas patillas resultaban, en cierto modo, anticuadas. Pálido, por supuesto; bueno, es que estaba muerto, si hacemos caso a la leyenda. Según la versión políticamente correcta, la que los propios vampiros respaldan en público, este chico era víctima de un virus que le había dejado aparentemente muerto durante un par de días y, desde entonces, alérgico a la luz del sol, a la plata y al ajo. Los pormenores dependían del periódico que leyeses: todos estaban repletos de información sobre vampiros en aquel momento.

En cualquier caso, tenía unos labios preciosos, bien definidos, y cejas oscuras y arqueadas. Su nariz surgía justo de entre esos arcos, como la de los príncipes de los mosaicos bizantinos. Cuando por fin me miró, descubrí que sus ojos eran aún más oscuros que su pelo; la parte blanca, casi nivea.

—¿Qué va a ser? —le pregunté, más feliz de lo que puedo describir. El alzó las cejas.

—¿Tenéis sangre sintética embotellada? —preguntó.

—No, ¡lo siento mucho! Sam la ha encargado, debería llegar la próxima semana.

—Pues entonces vino tinto, por favor —dijo con una voz fresca y clara, como el sonido de un arroyo sobre cantos rodados. Me reí en voz alta, era demasiado perfecto.

—Ni caso a Sookie. No está bien de la cabeza —dijo una voz familiar desde el reservado que había junto a la pared. Toda mi alegría se desvaneció, aunque aún sentía los labios forzando una sonrisa. El vampiro me miraba fijamente, mientras la vida abandonaba poco a poco mi cara.

—Ahora mismo traigo el vino —dije, y me alejé a toda prisa, sin detenerme a mirar siquiera la cara de satisfacción de Mack Rattray. Iba al bar casi todas las noches; él y su mujer, Denise. Yo los llamaba los Ratas. Habían hecho todo lo posible por amargarme la vida desde que se habían mudado a una caravana de alquiler en Four Tracks Córner. Todo ese tiempo había albergado la esperanza de que se largaran tan repentinamente como habían aparecido.

La primera vez que entraron en el Merlotte's, escuché sus pensamientos sin ninguna consideración. Ya sé que dice muy poco de mí, pero es que yo me aburro como todo el mundo, y aunque me paso la mayor parte del tiempo bloqueando los pensamientos ajenos que se cuelan en mi mente, a veces caigo en la tentación. Así que me enteré de ciertos asuntos de los Rattray que probablemente nadie más conocía. Para empezar, habían estado en la cárcel, aunque no sabía por qué. Además, pude leer las sucias fantasías con que Mack se había deleitado a costa de una servidora. Y luego oí en la mente de Denise que había abandonado a su bebé dos años antes; no era de Mack.

Y encima no dejaban propina.

Sam sirvió un vaso de tinto de la casa y lo puso en mi bandeja sin perder de vista la mesa del vampiro.

Cuando Sam me miró de nuevo, tuve claro que él también se había dado cuenta de que nuestro nuevo cliente era un no muerto. Los ojos de Sam son del mismo azul que los de Paul Newman, a diferencia del indefinido azul grisáceo de los míos. Sam también es rubio pero tiene el pelo hirsuto y de un tono ligeramente rojizo. Siempre está algo moreno y, aunque vestido parece poca cosa, le he visto descargar camiones con el pecho descubierto y tiene mucha fuerza en el torso. Nunca escucho sus pensamientos; es mi jefe, y ya he tenido que dejar demasiados trabajos por descubrir cosas que no quería sobre mis otros jefes.

Sam no dijo nada, se limitó a darme el vino. Comprobé que la copa estaba bien limpia y regresé a la mesa del vampiro.

—Su vino —dije ceremoniosamente, antes de colocarlo con sumo cuidado justo delante de él. Me miró otra vez y yo aproveché para contemplar sus hermosos ojos cuanto pude—. Buen provecho —añadí, encantada.

—¡Eh, Sookie! ¡Otra jarra de cerveza por aquí! —me gritó Mack Rattray desde atrás.

Suspiré y me volví para coger la jarra vacía de la mesa de los Ratas. Me fijé en que Denise estaba en plena forma esa noche: llevaba un top que dejaba los hombros al aire y un short muy corto; su mata de pelo castaño, en una despreocupada maraña a la última. No es que fuera muy guapa, pero era tan llamativa y segura de sí misma que costaba un rato darse cuenta de ello.

Un poco más tarde observé, para mi disgusto, que los Rattray se habían trasladado a la mesa del vampiro y estaban hablando con él. No participaba mucho en la conversación, pero tampoco se marchaba.

—¡Hay que ver! —le comenté mosqueada a Arlene, mi compañera. Arlene es pelirroja, pecosa y diez años mayor que yo. Ha estado casada cuatro veces y tiene dos hijos, aunque algunas veces creo que me considera el tercero.

—Uno nuevo, ¿eh? —respondió con escaso interés. Arlene sale ahora con Rene Lenier y, aunque no veo que se sienta muy atraída por él, parece satisfecha. Creo que Rene fue su segundo marido.

—Es un vampiro —añadí, incapaz de reprimir mi entusiasmo.

—¿Ah, sí? ¿Aquí? Bueno, si lo piensas —dijo, sonriendo un poco para no herir mis sentimientos— no debe de ser muy listo, cielo. Si no, no estaría con los Ratas. Por otra parte, la verdad es que Denise está dedicándole todo un espectáculo.

No me di cuenta hasta que Arlene lo dejó claro. Se le da mucho mejor que a mí valorar situaciones con tensión sexual, sin duda gracias a su experiencia y a mi falta de ella.

El vampiro tenía hambre. Siempre había oído que la sangre sintética desarrollada por los japoneses conseguía mantener a los vampiros nutridos, pero apenas satisfacía su apetito, razón por la que de vez en cuando se producían «desafortunados incidentes» —ése era el eufemismo vampírico para referirse al sangriento asesinato de un ser humano—. Y ahí estaba Denise Rattray, acariciándose la garganta, inclinando el cuello a un lado y a otro... ¡Menuda zorra!

Mi hermano Jason entró en el bar y se acercó a darme un abrazo. Sabe que a las mujeres les gustan los hombres cariñosos con su familia y amables con los discapacitados, por lo que abrazarme le reporta doble beneficio. No es que Jason necesite ganar muchos más puntos de los que ya tiene por sí mismo. Es atractivo. También puede ser muy desagradable cuando quiere, pero a la mayor parte de las mujeres no parece importarles mucho este detalle.

—¡Eh, hermanita! ¿Cómo está la abuela?

—Tirando, como siempre. Pásate a verla.

—Ya iré. ¿Quién está libre esta noche?

—Mira a ver —en cuanto Jason empezó a mirar alrededor se organizó un revuelo de manos femeninas en cabellos, blusas y labios.

—¡Vaya, por ahí está DeeAnne! ¿Está acompañada?

—Está con un camionero de Hammond, que acaba de ir al baño. Cuidado.

Jason me sonrió y me extrañé una vez más de que otras mujeres no pudieran ver el egoísmo que encerraba esa sonrisa. Hasta Arlene se remetió la camiseta cuando Jason entró, y eso que tras cuatro maridos ya debería saber evaluar mejor a los hombres. La otra camarera con la que trabajaba, Dawn, sacudió su melena y se enderezó para que se le marcasen más las tetas. Jason le dedicó un gesto afable y ella le miró con fingido desprecio. Habían acabado fatal pero ella aún hacía todo lo posible por llamar su atención.

Estaba muy ocupada —todo el mundo se pasaba en algún momento de la noche del sábado por el Merlotte's—, así que le perdí la pista al vampiro durante un buen rato. La siguiente vez que pude fijarme en él estaba hablando con Denise. Mack le miraba con una expresión tan ávida que me preocupé.

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