Muerto hasta el anochecer (27 page)

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Authors: Charlaine Harris

BOOK: Muerto hasta el anochecer
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Reprimí las ganas de atravesarlo con la mirada.

Llamó a una puerta metálica sobre la que unas letras troqueladas informaban del nombre del bar:
fangtasia.
Nos encontrábamos en el callejón de servicio, una zona de carga y descarga que se extendía por detrás de todas las tiendas del pequeño centro comercial. Vimos más coches allí aparcados; entre ellos, un deportivo descapotable de color rojo, propiedad de Eric. Todos los vehículos eran de lujo.

Jamás verás a un vampiro al volante de un Ford Fiesta.

La llamada consistió en tres toques seguidos y dos más espaciados sobre la puerta. El santo y seña vampírico, supuse. A lo mejor por fin me enteraba del extraño procedimiento que utilizaban para saludarse. ¿Tendrían un «apretón de manos secreto»?

Nos abrió la espectacular vampira rubia que había estado sentada con Eric la noche en que visité por primera vez el bar. Se apartó para permitirnos el paso, sin decir palabra.

De haber sido humano, Bill se habría quejado de lo fuerte que yo le apretaba la mano.

De repente, aquella criatura nos precedía. Se había movido a más velocidad de la que mis ojos podían apreciar, y me dio un buen susto. Bill, como es natural, ni se inmutó. Nos guió a través de un almacén que presentaba un desconcertante parecido al del Merlotte's. Luego, nos adentramos en un estrecho pasillo y franqueamos la puerta de la derecha.

Allí estaba Eric, dominando con su presencia la pequeña estancia. Bill no llegó a arrodillarse para besarle el anillo, pero le dedicó una reverencia algo más que pronunciada. Había otro vampiro allí: Sombra Larga, el camarero. Desde luego, iba pidiendo guerra. Llevaba una minúscula camiseta de tirantes en verde botella y unos cortísimos —y ajustadísimos— pantalones deportivos a juego.

—Bill, Sookie —saludó Eric—. Ya conocéis a Sombra Larga. Sookie, supongo que recuerdas a Pam... —Pam era la rubia—. Y éste es Bruce.

Bruce era humano; el humano más aterrado que había visto en toda la vida, añadiría. Me conmovió enormemente. De mediana edad y bastante tripudo, empezaba a escasearle el pelo, que se le arremolinaba tercamente en oscuras ondas sobre el cuero cabelludo. Tenía la piel del rostro bastante flácida y la boca pequeña. Llevaba puesto un bonito traje beis, una camisa blanca y una corbata estampada en tonos ocres y azul marino. Sudando copiosamente, estaba sentado en una silla de líneas sencillas frente a Eric, que, como no podía ser de otra forma, ocupaba el puesto preferente. Junto a la puerta, Pam y Sombra Larga se apoyaban contra la pared, sometidos al escrutinio del jefe de los vampiros. Bill se colocó junto a ellos, y cuando iba a ponerme a su lado, Eric reclamó mi atención.

—Sookie, escucha a Bruce.

Me quedé mirando a Bruce un instante, esperando a que hablara, hasta que comprendí lo que Eric quería.

—¿Qué se supone que tengo que escuchar? —pregunté, consciente de la frialdad de mi voz.

—Alguien se ha apoderado de unos sesenta mil dólares que no le pertenecían —me explicó. «Por lo que sé, alguien tiene muchas ganas de morir», pensé—. Y antes de condenar a toda la plantilla humana a tortura o muerte, hemos pensado que tal vez tú podrías escudriñarles la mente y decirnos quién ha sido.

Dijo «tortura o muerte» con la misma serenidad con que yo preguntaba: «¿Budweiser o Heineken?».

—¿Y entonces qué haréis? —pregunté. Eric parecía sorprendido.

—El culpable nos devolverá el dinero —se limitó a decir.

—¿Y después?

Entornó sus grandes ojos azules y los clavó en mí.

—Bien, si conseguimos pruebas del delito, entregaremos al culpable a la policía —afirmó con elocuencia.

«Mentira cochina.»

—Vamos a hacer un trato, Eric —dije, sin molestarme en sonreír. Era inútil intentar coquetear un poco con él; distaba mucho de albergar algún deseo de follar conmigo. De momento.

Sonrió condescendiente.

—¿Y en qué consistiría, Sookie?

—Si de verdad entregas al culpable a la policía, haré esto mismo que me pides tantas veces como quieras —Eric alzó una ceja—. Sí, ya sé que es probable que tenga que hacerlo de todos modos... pero ¿no sería mejor si accediera de forma voluntaria, si pudiéramos confiar el uno en el otro? —empecé a sudar. No me podía creer que estuviera regateando con un vampiro.

Eric parecía estar considerando mi propuesta en serio. De improviso, pude adentrarme en su mente. Pensaba que podría obligarme a hacer lo que fuera, cuando y donde quisiera; bastaría con amenazar a Bill o a cualquiera de mis seres queridos. Pero quería integrarse, infringir la ley lo menos posible y mantener sus relaciones con los humanos dentro de un marco de normalidad, al menos, aparente. No quería matar a nadie si no era estrictamente necesario.

Me sentía como si me hubieran lanzado a un pozo de serpientes, frías y letales. Tan sólo fue un destello, una instantánea de su mente, por así decirlo; pero resultó esclarecedor.

—Además —me apresuré a decir antes de que se diera cuenta de que había tenido acceso a sus pensamientos—, ¿hasta qué punto estás seguro de que el ladrón es humano?

Pam y Sombra Larga se revolvieron, pero Eric inundaba la sala con su presencia y les obligaba a permanecer en su sitio.

—Muy interesante —dijo—. Pam y Sombra Larga son socios del bar, y si ninguno de los humanos resultara culpable, supongo que tendremos que mirar hacia ellos.

—Tan sólo era una idea —dije, sumisa. Eric me estudió con una mirada glacial, la de un ser que apenas recuerda que una vez fue humano.

—Empieza ahora, con este hombre —ordenó.

Me arrodillé delante de Bruce, tratando de decidir cómo proceder. Nunca había establecido un protocolo para algo que, básicamente, ocurría al azar. Tocarlo ayudaría; el contacto directo procuraba una transmisión más nítida, digamos. Le cogí la mano, pero me resultó demasiado íntimo —y la tenía empapada de sudor—, por lo que le subí la manga de la chaqueta para sostenerle la muñeca. Lo miré a sus pequeños ojos.

«Yo no cogí el dinero... ¿Quién habrá sido? ¿Qué imbécil descerebrado nos pondría a todos en semejante peligro? ¿Qué va a hacer Lillian si me matan? ¿Y Bobby y Heather? ¿Por qué me pondría a trabajar con vampiros? Ha sido pura avaricia, y ahora voy a pagarlo caro. Dios, nunca volveré a trabajar para estas bestias. ¿Cómo va a saber esta loca quién cogió el puto dinero? ¿Por qué no me suelta? ¿Qué es?, ¿otra vampira?, ¿o una especie de demonio? ¡Qué ojos más raros! Debería haber descubierto antes que faltaba dinero... No tenía que haberle dicho nada a Eric hasta enterarme de quién había sido...»

—¿Has cogido tú el dinero? —susurré, aunque estaba segura de que ya sabía la respuesta.

—No —gruñó Bruce. Tenía la cara bañada en sudor. Sus pensamientos y su reacción ante mi pregunta confirmaron lo que ya había «oído».

—¿Sabes quién fue?

—Qué más quisiera.

Me puse en pie y me volví a Eric sacudiendo la cabeza.

—No ha sido él —dije.

Pam escoltó al pobre Bruce afuera y regresó con el siguiente sospechoso.

Se trataba de una camarera ataviada con un vestido negro de largas mangas, cuyo escote dejaba poco a la imaginación. Llevaba el pelo teñido de rojo en una larga melena de corte desigual. Desde luego, trabajar en el Fangtasia tenía que ser un lujo para una «colmillera», y las cicatrices que lucía la chica en el cuello daban fe de lo mucho que aprovechaba sus incentivos laborales.

Se mostraba tan segura de sí misma como para dirigirle una sonrisa a Eric, y tan estúpida como para sentarse, despreocupada, en la silla de madera. Incluso cruzó las piernas a lo Sharon Stone —o eso debió de pensar ella—. Se sorprendió de ver a un vampiro desconocido y a una mujer en aquella habitación. Yo no le agradé, pero la presencia de Bill hizo que se relamiera.

—Hola, ricura —le dijo a Eric. Me quedó claro que no debía de tener mucha imaginación.

—Ginger, contesta a las preguntas de esta chica —respondió Eric. Su voz era como un muro de piedra, lisa e implacable.

Ginger pareció darse cuenta al fin de que la cosa era seria. Cruzó los tobillos y se sentó con las manos sobre el regazo, con cara circunspecta.

—Sí, amo —dijo. Pensé que iba a vomitar.

Me hizo un gesto imperioso con la mano, como si dijera: «Adelante, compañera de esclavitud, sirviente de los vampiros». Acerqué la mano a su muñeca, y me la retiró sin miramientos.

—No me toques —dijo, con una voz que era casi un siseo. Fue una reacción tan exagerada que los vampiros se pusieron en tensión. Noté que el ambiente de la sala se enrarecía por momentos.

—Pam, sujeta a Ginger —ordenó Eric. Sin hacer el menor ruido, la vampira apareció detrás de la silla; se inclinó y la sujetó con ambas manos. Resultó evidente que Ginger se resistía, porque agitó la cabeza, pero Pam sostuvo su torso en un abrazo que la dejaba inmóvil por completo. Mis dedos rodearon su muñeca.

—¿Cogiste tú el dinero? —pregunté, mirándola a sus ojos castaños, desprovistos de brillo.

Entonces gritó con fuerza durante un buen rato. Comenzó a maldecirme. Analicé el caos de su pequeño cerebro, era como tratar de caminar por entre los restos de un bombardeo.

—Sabe quién lo hizo —le dije a Eric. En ese momento, Ginger se calló, aunque seguía sollozando—. No puede decir el nombre —proseguí—. El la ha mordido —toqué las marcas del cuello de Ginger. ¡Como si fueran necesarias más pruebas!—. Parece que la estuviera coaccionando —añadí, después de intentarlo de nuevo—. Ni siquiera puede formar su imagen en la cabeza.

—Hipnosis —sentenció Pam. Su proximidad a la asustada chica había hecho que se le desplegaran los colmillos—. Un vampiro fuerte.

—Traed a su mejor amiga —sugerí.

Para entonces Ginger temblaba como una hoja mientras en su mente luchaban por abrirse paso los recuerdos comprometidos.

—¿Debe quedarse o irse? —me preguntó Pam directamente.

—Que se vaya. Sólo conseguirá asustar al resto.

Estaba tan metida en aquello, tan concentrada en utilizar mi extraña habilidad, que no miré a Bill ni una sola vez. Me daba la impresión de que, si lo miraba, me fallarían las fuerzas. Pero sabía que estaba allí, que ni él ni Sombra Larga se habían movido desde el comienzo de aquel interrogatorio.

Pam tiró de Ginger y se la llevó. No sé lo que haría con ella, pero regresó con otra camarera vestida con la misma clase de atuendo. Esta se llamaba Belinda, y era mayor y también más lista. Llevaba gafas; tenía el pelo castaño, y la forma más sexy de fruncir los labios que se pueda imaginar.

—Belinda, ¿a qué vampiro ha estado viendo Ginger? —preguntó Eric con suavidad, una vez estuvo sentada con la muñeca entre mis manos. La camarera tuvo el sentido común de aceptar con tranquilidad el procedimiento, y la inteligencia necesaria para darse cuenta de que mentir constituiría un error fatal.

—A cualquiera que se lo pidiera —dijo Belinda sin rodeos.

Vi una imagen en su mente, pero algo le impedía recordar el nombre.

—¿Cuál de los presentes? —pregunté de pronto. Entonces me llegó su nombre. Mis ojos lo buscaron antes de poder abrir la boca. De repente, Sombra Larga se abalanzó hacia delante. Saltó por encima de la silla en la que se sentaba Belinda y aterrizó sobre mí. Me derribó de espaldas sobre el escritorio de Eric, y si evité que sus dientes me desgarraran la garganta, fue porque me dio justo tiempo a subir los brazos. Me mordió con ferocidad en el antebrazo. Aullé, o al menos eso intenté, pero me quedaba tan poco aire después del impacto que no conseguí emitir más que un gemido ahogado.

Sólo era consciente del pesado cuerpo que me oprimía y del atroz dolor que sentía en el brazo. Y de mi pánico. Cuando me atacaron los Ratas no temí que me fueran a matar hasta que casi fue demasiado tarde. En esta ocasión, enseguida comprendí que Sombra Larga estaba dispuesto a matarme al instante, con tal de evitar que pronunciara su nombre. Entonces oí un ruido espantoso y noté que su cuerpo se apretaba aún con más fuerza contra el mío. No tenía ni idea de lo que estaba pasando. Pude ver sus ojos por encima de mi brazo. Eran de color castaño; grandes, dementes, glaciales... Y, de pronto, se apagaron. De su boca brotaba sangre; me estaba empapando el brazo, y me llenaba la boca y sentí arcadas. Aflojó la presión de los dientes y su cabeza se desplomó, inerte. Comenzó a arrugarse, sus ojos eran ahora dos globos viscosos. Mechones enteros de su espeso pelo negro caían sobre mi cara.

Estaba conmocionada, incapaz por completo de moverme. Unas manos me cogieron por los hombros y comenzaron a sacarme de debajo del cuerpo en descomposición. Me empujé con los pies para salir más rápido.

El proceso no desprendía ningún olor, pero sí una especie de mugre, negra y alargada. Sentí un horror y un asco infinito al ver a Sombra Larga desintegrarse a increíble velocidad. Una estaca le asomaba por la espalda. Eric lo estaba contemplando, como todos, pero él sostenía el mazo. Bill estaba detrás de mí, era el que me había sacado de aquella podredumbre en que se había convertido el cuerpo del vampiro. Pam se encontraba junto a la puerta, sosteniendo con una mano el brazo de Belinda. La camarera parecía tan petrificada como debía de estarlo yo.

Pero incluso aquella mugre se convertía en humo. Nos mantuvimos inmóviles hasta que desapareció la última voluta. En la alfombra quedó una especie de marca renegrida.

—Vas a tener que comprarte otra alfombra —dije, en un alarde de la más absoluta incoherencia. Sinceramente, ya no podía soportar más aquel silencio.

—Tienes sangre en la boca —señaló Eric. Los colmillos de todos ellos se habían desplegado en toda su extensión. Parecían estar bastante excitados.

—Me ha manchado de sangre.

—¿Se te ha colado algo por la garganta?

—Es probable. ¿Ocurre algo?

—Eso está por ver —dijo Pam, con voz siniestra y ronca. Estudiaba a Belinda de un modo que a mí me habría puesto muy nerviosa. Sin embargo, ella parecía sentirse orgullosa de tal atención—. Por lo general —añadió la vampira con los ojos clavados en los sensuales labios de Belinda—, somos nosotros los que bebemos de los humanos, no al revés.

Eric me contemplaba con interés, la misma clase de interés que tenía Pam por Belinda.

—¿Cómo ves ahora las cosas, Sookie? —preguntó con tal suavidad que nadie habría creído que acababa de ejecutar a un viejo amigo.

¿Que cómo me parecían ahora las cosas? Más brillantes. Percibía los sonidos con mayor claridad y sentía que se me había aguzado el oído. Quería girarme para mirar a Bill, pero me daba miedo apartar los ojos de Eric.

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