Muerto Para El Mundo (32 page)

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Authors: Charlaine Harris

BOOK: Muerto Para El Mundo
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—Sí, señorita.

—¿Recuerdas cómo llegar hasta donde está Pam?

—Sí, señorita.

—De modo que puedes soltarme la mano, ¿te parece bien?

—Oh, sí, me parece bien.

—No hagas ruido y ve con cuidado —le susurré.

Y se fue. Me quedé acurrucada en aquella sombra que era más oscura aún que la noche, al lado de los olores y del frío metal del contenedor, escuchando a los brujos. Había tres cerebros masculinos y el resto eran femeninos. Hallow estaba allí, pues una de las mujeres estaba mirándola y pensando en ella..., temiéndola, en realidad, lo que me hizo sentir incómoda. Me pregunté dónde habrían aparcado sus coches..., a menos que hubieran llegado hasta aquí en escobas voladoras, ja, ja. Entonces me pregunté algo que ya debería haberme pasado por la cabeza.

Si tan prudentes y peligrosos eran, ¿dónde estaban sus centinelas?

Y en aquel momento, algo me agarró por detrás.

Capítulo 12

—¿Quién eres? —preguntó una vocecilla.

Como con una mano me tapaba la boca y con la otra sujetaba un cuchillo pegado a mi garganta, no le pude responder. La mujer pareció entenderlo al momento, pues me dijo:

—Vamos dentro —y me empujó hacia el edificio.

No podía ser. De haber sido una de las brujas que estaban dentro del edificio, una de esas que bebía sangre de vampiro, no se me habría escapado detectarla. Pero no era más que una vieja bruja, una que no había visto a Sam acabar con tantas peleas de bar como yo había visto. Con ambas manos, la agarré por la muñeca con la que sujetaba la navaja y se la retorcí con todas mis fuerzas mientras la golpeaba con la parte inferior de mi cuerpo. Cayó sobre el sucio y frío suelo, y yo aterricé encima de ella. Le forcé la mano contra el suelo hasta que soltó el cuchillo. Estaba llorando, carente de toda voluntad.

—Eres mala vigilante —le dije a Holly, sin alzar la voz.

—¿Sookie? —Los ojos de Holly me miraban a través de los agujeros de un pasamontañas de lana. Se había vestido para la ocasión, pero seguía luciendo su característico lápiz de labios de color rosa.

—¿Qué demonios haces aquí?

—Me dijeron que secuestrarían a mi hijo si no les ayudaba.

Sentí nauseas.

—¿Cuánto tiempo llevas ayudándolos? ¿Desde antes de que yo fuera a tu apartamento a pedirte ayuda? ¿Cuánto tiempo? —La sacudí con todas mis fuerzas.

—Cuando vino al bar con su hermano detectó allí la presencia de otra bruja. Y después de hablar contigo, sabía que no erais ni tú ni Sam. Hallow es capaz de todo. Lo sabe todo. Aquella misma noche, ella y Mark se presentaron en mi apartamento. Habían estado en alguna pelea, pues venían hechos unos zorros. Y estaban muy enfadados. Mark me sujetó mientras Hallow me pegaba. Disfrutó con ello. Entonces vio la fotografía de mi hijo, la cogió y dijo que podía lanzarle un maleficio a distancia, aunque estuviera en Shreveport..., que podía obligarlo a echar a correr por una calle llena de tráfico o a cargar la pistola de su padre... —Holly estaba llorando. No tenía ninguna culpa. Sólo imaginarme la escena me ponía mala, y eso que ni siquiera era hijo mío—. Me vi obligada a decirle que la ayudaría —gimoteó Holly.

—¿Hay más gente en tu situación ahí dentro?

Eso hacía más comprensibles algunos de los pensamientos que había escuchado.

—¿Y Jason? ¿Está allí? —Aunque había examinado los tres cerebros masculinos del edificio, tenía que preguntárselo.

—¿Jason es wiccano? ¿De verdad? —Se había quitado el pasamontañas y se estaba arreglando el pelo.

—No, no. Me refiero a si lo tiene como rehén.

—Yo no lo he visto. ¿Por qué demonios querría Hallow secuestrar a Jason?

Había estado engañándome todo este tiempo. Cualquier día un cazador encontraría los restos de mi hermano; siempre son los cazadores, o alguien paseando al perro, ¿no es así? Me sentía como si el suelo hubiese desaparecido bajo mis pies, literalmente, pero me obligué a regresar al aquí y ahora, a alejarme de emociones que no podía permitirme hasta estar en un lugar más seguro.

—Tienes que salir de aquí —le dije con la voz más baja que pude conseguir—. Tienes que salir de esta zona ahora mismo.

—¡Se llevará a mi hijo!

—Te garantizo que no.

Holly pareció interpretar alguna cosa en la escasa visión que tenía de mi cara.

—Espero que los mates a todos —dijo, con toda la pasión que puede llevar acumulada un susurro—. Sólo merece la pena salvar a Parton, Chelsea y Jane. Han sido chantajeados igual que yo. Habitualmente no son más que wiccanos que lo único que quieren es vivir tranquilos. No queremos que nadie sufra ningún daño.

—¿Qué aspecto tienen?

—Parton es un chico de unos veinticinco años, cabello castaño, bajito, con una marca de nacimiento en la mejilla. Chelsea tendrá unos diecisiete, lleva el pelo teñido de rojo. Jane..., Jane no es más que una anciana. Ya sabes, cabello blanco, pantalones de pinzas, una blusa de flores. Gafas. —Mi abuela habría regañado a Holly por poner a todas las ancianas en el mismo saco, pero ya no estaba en este mundo y yo no tenía tiempo para llevarle la contraria.

—¿Por qué Hallow no ha puesto como centinela a alguno de sus mejores sicarios? —pregunté, por simple curiosidad.

—Para esta noche han montado un hechizo importante. Me cuesta creer que el hechizo para alejar a la gente de aquí no haya funcionado contigo. Tienes que ser muy resistente. —Y entonces Holly me dijo, casi riéndose—: Además, ninguno quería salir a pasar frío.

—Vamos, lárgate de aquí —dije de forma casi inaudible, y la ayudé a incorporarse—. Olvídate de dónde dejaras aparcado el coche. Vete de aquí en dirección norte. —Por si acaso no sabía hacia dónde quedaba el norte, se lo señalé.

Holly se marchó corriendo, sin que sus zapatillas Nike hicieran apenas ruido sobre el pavimento. Fue como si su cabello teñido de negro absorbiera toda la luz de la farola al pasar por debajo de ella. El olor que rodeaba la casa, el olor a magia, se intensificó. Me pregunté qué hacer a continuación. Tenía que asegurarme de algún modo de que los tres wiccanos que había en el interior del edificio, los que se habían visto obligados a servir a las órdenes de Hallow, no sufrirían ningún daño. No se me ocurría cómo hacerlo. ¿Podría salvar aunque fuera a uno de ellos?

Durante los sesenta segundos siguientes tuve una concatenación de ideas e impulsos abortivos. Pero todos conducían a un callejón sin salida.

Si irrumpía en el edificio y gritaba "¡Parton, Chelsea, Jane..., salid!", el grupo de brujos se pondría en alerta y se protegería contra un ataque inminente. Alguno de mis amigos —o de mis aliados— moriría.

Si me quedaba por allí e intentaba explicar a los vampiros que en el interior del edificio había tres personas inocentes, lo más probable es que me ignoraran. O, si sentían un arranque de piedad, salvarían a todos los brujos y seleccionarían luego a los inocentes, lo que daría a los brujos tiempo para contraatacar. Los brujos no necesitaban armas físicas.

Ya era demasiado tarde cuando me di cuenta de que tenía que haber conservado la compañía de Holly y utilizarla para entrar en el edificio. Aunque poner en peligro a una madre asustada tampoco era una buena alternativa.

Noté entonces la presión de algo grande y caliente en el costado. Unos ojos y unos dientes brillando bajo la luz nocturna de la ciudad. A punto estaba de ponerme a gritar cuando reconocí al lobo como Alcide. Era muy grande. El pelo plateado que tenía alrededor de los ojos hacía más oscuro si cabe el resto de su pelaje.

Le pasé el brazo por encima del lomo.

—Allí dentro hay tres personas que no deben morir —le dije—. No sé qué hacer.

Como Alcide era en ese momento un lobo, tampoco sabía qué hacer. Me miró a la cara. Gimoteó, sólo un poquito. Se suponía que a aquellas alturas ya tendría que haber regresado a donde estaban aparcados los coches, pero yo seguía allí, en zona de peligro. Noté movimiento a mi alrededor. Alcide desapareció para situarse en la posición que tenía asignada, junto a la puerta trasera del edificio.

—¿Qué estás haciendo aquí? —dijo furioso Bill, aunque sonara extraño en forma de susurro—. Pam te dijo que te marcharas en cuanto hubieses contado la gente que había en el interior.

—Ahí dentro hay tres personas que son inocentes —le susurré—. Son gente de aquí. Los han obligado.

Bill dijo algo para sus adentros, algo que no era muy gracioso.

Le transmití las descripciones que Holly me había dado.

Notaba la tensión en el cuerpo de Bill y entonces apareció Debbie. ¿En qué estaría pensando para agruparse con el vampiro y la humana que más le odiaban?

—Te he dicho que te quedaras allí —le dijo Bill con voz amenazadora.

—Alcide me ha rechazado —me explicó, como si yo no hubiera estado presente cuando sucedió.

—¿Qué esperabas? —Me exasperaba que hubiese aparecido y que, encima, se hiciese la dolida. ¿Acaso no había oído hablar de la responsabilidad?

—Tengo que hacer alguna cosa para recuperar su confianza.

Pues si quería ganarse un poco de respeto, se había equivocado de lugar.

—Entonces ayúdame a salvar a los tres inocentes que hay ahí dentro. —Volví a explicar mi problema—. ¿Por qué no te has transformado en tu animal?

—Porque no puedo —dijo amargamente—. Ha abjurado de mí. Ya no puedo volver a transformarme junto a la manada de Alcide. Y si lo hiciera, tendrían licencia para matarme.

—De todos modos, ¿en qué te transformabas?

—En lince.

De lo más adecuado.

—Vamos —dije. Empecé a avanzar hacia el edificio. Odiaba a aquella mujer, pero si podía servirme de algo, tenía que aliarme con ella.

—Espera, tengo que volver a la puerta trasera con los hombres lobo —dijo Bill—. Eric ya está allí.

—¡Pues ve!

Intuí que había alguien más detrás de mí y me arriesgué a mirar de refilón. Era Pam. Me sonrió enseñándome los colmillos, lo que resultó un poco turbador.

Tal vez si los brujos del interior no hubieran estado realizando algún ritual, y no hubieran confiado tanto en su poco dedicada centinela y en su propia magia, no habríamos conseguido llegar a la puerta sin que detectaran nuestra presencia. Pero la fortuna nos favoreció durante esos pocos minutos. Pam, Debbie y yo llegamos a la puerta principal del edificio y allí nos encontramos con el joven hombre lobo, Sid. Lo reconocí incluso con su cuerpo de lobo. Bubba iba con él.

De repente se me ocurrió una idea. Me alejé unos metros de allí con Bubba.

—¿Puedes ir corriendo hasta donde están los wiccanos, los que están de nuestro lado? ¿Sabes dónde están? —le susurré.

Bubba movió afirmativamente la cabeza.

—Diles que dentro hay tres wiccanos y que están allí porque les han obligado. Pregúntales si pueden preparar algún hechizo que nos ayude a diferenciarlos de los demás.

—Se lo diré, señorita Sookie. Son muy cariñosos conmigo.

—Eres un buen compañero. Rápido, y sin hacer ruido.

Asintió de nuevo y desapareció en la oscuridad.

El olor que rodeaba el edificio estaba intensificándose hasta tal punto que empezaba a costarme respirar. Impregnaba el ambiente de tal manera, que me acordé de que tenía que ir a comprar velas aromáticas en alguna tienda.

—¿Dónde has enviado a Bubba? —preguntó Pam.

—Con los wiccanos. Hay tres de ellos ahí dentro y tienen que hacerlos destacar de alguna manera para que no los matemos.

—Pero tiene que regresar enseguida. ¡Tiene que ser él quien entre!

—Pero... —Estaba desconcertada ante la reacción de Pam—. Él tampoco puede entrar sin una invitación, igual que tú.

—Bubba tiene el cerebro dañado, degradado. No es del todo un verdadero vampiro. Puede entrar sin necesidad de una invitación expresa.

—¿Por qué no me lo dijiste? —Pam se limitó a levantar las cejas. Pensándolo bien, era cierto que recordaba que Bubba había entrado en lugares sin previa invitación. Nunca conseguía atar cabos a tiempo.

—Pues en este caso seré yo quien entre primero por la puerta —dije, con un tono más desenfadado de lo que en realidad sentía—. ¿Y luego os invito a pasar?

—Eso es. Con tu invitación será suficiente. El edificio no les pertenece.

—¿Lo hacemos ya?

Pam bufó de forma casi inaudible. Sonreía bajo el resplandor de la farola, animada de pronto.

—¿Esperas recibir una invitación formal?

Que el Señor me salve del sarcasmo de los vampiros.

—¿Crees que Bubba tendrá tiempo suficiente para llegar hasta donde están los wiccanos?

—Seguro. Vamos a darles una buena paliza a esos brujos —dijo contenta. Adiviné que el destino de los wiccanos ocupaba un lugar muy poco destacado en su lista de prioridades. Todo el mundo parecía pensar lo mismo menos yo. Incluso el joven hombre lobo enseñaba los colmillos.

—Yo doy una patada y tú entras —dijo Pam. Me dio un pellizquito en la mejilla, casi sorprendiéndome.

"Me gustaría tanto no estar aquí", pensé.

Me incorporé, me coloqué detrás de Pam y observé con pavor reverencial cómo preparaba la pierna y atizaba una patada en la puerta con la fuerza de cuatro o cinco mulas. La cerradura quedó hecha añicos, la puerta se abrió y los tablones de madera claveteados encima crujieron. Entré corriendo y grité "¡Pasad!" a los vampiros que tenía detrás de mí y a los vampiros que estaban en la puerta trasera. Por un extraño instante, estuve sola en la morada de los brujos y todos se volvieron asombrados a mirarme.

La estancia estaba llena de velas y de gente sentada sobre cojines en el suelo; durante el rato que habíamos esperado fuera, todos los ocupantes del edificio se habían trasladado a aquella sala y estaban sentados con las piernas cruzadas formando un círculo, todos con una vela encendida delante, un recipiente y un cuchillo.

De los tres que tenía que intentar salvar, la "anciana" era la más reconocible. En el círculo sólo había una mujer con cabello blanco. Iba maquillada con lápiz de labios de color rosa, un poco corrido, y tenía una mancha de sangre seca en la mejilla. Rodeada por el caos, la agarré por el brazo y la empujé hacia una esquina. En la sala sólo había tres hombres. El hermano de Hallow, Mark, que estaba siendo atacado por un par de lobos. El segundo hombre era de mediana edad, tenía las mejillas hundidas y el pelo sospechosamente negro, y no sólo estaba murmurando algún tipo de maleficio, sino que además estaba sacando una navaja automática de la chaqueta que había en el suelo, a su derecha. Estaba demasiado lejos de mí para hacer alguna cosa al respecto; tenía que confiar en que los demás supieran protegerse. Entonces divisé al tercer hombre, con una marca de nacimiento en la mejilla... Tenía que ser Parton. Se tapaba la cabeza con las manos. Me imaginaba cómo se sentiría.

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