Muerto Para El Mundo (14 page)

Read Muerto Para El Mundo Online

Authors: Charlaine Harris

BOOK: Muerto Para El Mundo
12.89Mb size Format: txt, pdf, ePub

—¿Qué sucede?

Respiré hondo, tratando de decidir por dónde empezar.

—En Shreveport hay un aquelarre de brujos malvados —dije de entrada—. Beben sangre de vampiro y hay algunos de ellos que son cambiantes.

El que respiró hondo entonces fue Alcide.

Levanté una mano, indicándole que no había acabado aún.

—Se han trasladado a Shreveport para hacerse con el imperio financiero de los vampiros. Le han echado un maleficio o un embrujo a Eric, y le han borrado la memoria. Anoche entraron en Fangtasia con la intención de descubrir el lugar donde descansan los vampiros durante el día. Hechizaron también a dos de las camareras. Una de ellas está en el hospital y la otra ha muerto.

Alcide ya había sacado el teléfono móvil de su bolsillo.

—Pam y Chow han escondido a Eric en mi casa, y tengo que estar de vuelta antes de que anochezca para ocuparme de él. Y Jason ha desaparecido. No sé quién lo ha secuestrado, ni dónde está, o si está... —Vivo. Pero no podía pronunciar la palabra.

La respiración de Alcide se convirtió en un silbido. Se quedó mirándome, sin soltar el teléfono. No sabía a quién llamar primero. Y no lo culpaba por ello.

—No me gusta que Eric esté en tu casa —dijo—. Te pone en peligro.

Me conmovió que por encima de todo pensase en mi seguridad.

—Jason pidió mucho dinero por ello y Pam y Chow accedieron —dije, incómoda.

—Pero Jason no está allí para ser objeto de todas las críticas, y tú sí.

Incuestionablemente cierto. Pero había que reconocer que Jason no había planificado las cosas para que salieran de aquella manera. Le conté a Alcide lo de la sangre que había visto en el embarcadero.

—Podría ser una pista falsa, una mancha de cualquier animal —dijo—. Pero si el grupo sanguíneo coincide con el de Jason, entonces sí que puedes empezar a preocuparte. —Bebió un sorbo de café—. Tengo que hacer algunas llamadas —dijo.

—¿Eres el jefe de la manada de Shreveport, Alcide?

—No, qué va, no tengo esa importancia, ni mucho menos.

Me parecía imposible, y se lo dije. Me cogió la mano.

—Los jefes de la manada suelen ser más viejos que yo —dijo—. Y hay que ser muy duro para eso. Duro de verdad.

—¿Tienes que luchar para convertirte en el jefe de la manada?

—No, es a través de elecciones, pero los candidatos tienen que ser muy fuertes e inteligentes. Hay una especie de..., bueno, podría decirse que tienes que superar un examen.

—¿Escrito? ¿Oral? —Alcide se sintió aliviado cuando vio que sonreía—. ¿O más bien una prueba de resistencia? —dije.

Movió afirmativamente la cabeza.

—Más bien eso.

—¿No crees que el jefe de tu manada debería estar al corriente?

—Sí. ¿Y qué más hay?

—¿Por qué lo hacen? ¿Por qué habrán elegido Shreveport? Si tan malos son, si utilizan sangre de vampiro y no se cortan cometiendo fechorías, ¿por qué no establecerse en una ciudad más próspera?

—Muy buena pregunta. —Alcide se puso a pensar, entrecerrando sus ojos verdes—. Jamás oí hablar de un brujo que tuviese ese poder. Tampoco he oído hablar nunca de que un brujo pueda ser también cambiante. Me inclinaría por pensar que es la primera vez que esto sucede.

—¿La primera vez?

—Sí, la primera vez que un brujo intenta hacerse con el control de una ciudad, que intenta hacerse con los bienes de la comunidad sobrenatural de una ciudad —dijo.

—¿Qué lugar ocupan los brujos en la jerarquía sobrenatural?

—La verdad es que son humanos que siguen siendo humanos. —Se encogió de hombros—. Normalmente, los sobs consideran a los brujos como simples aficionados. Hay que vigilarlos, ya que practican la magia y nosotros somos criaturas mágicas, pero...

—No los consideráis una gran amenaza.

—Eso es. Pero parece que tendremos que replanteárnoslo. Dices que su bruja líder bebe sangre de vampiro. ¿Sabes si los drena ella misma? —Marcó un número y se acercó el teléfono al oído.

—No lo sé.

—¿Y en qué se transforma? —Los cambiantes podían elegir, pero siempre había un animal con el que tenían mayor afinidad, su animal habitual. Un cambiante podía calificarse a sí mismo de "hombre lince" u "hombre murciélago" siempre que no corriera por allí un hombre lobo que pudiera oírle. Los hombres lobo se mostraban muy críticos con cualquier criatura de dos naturalezas que pretendiese considerarse como tal.

—Bueno, es como... tú —dije. Los hombres lobo se consideraban los reyes de la comunidad de criaturas de dos naturalezas. Sólo se transformaban en un animal, y en el mejor, además. El resto de la comunidad de criaturas de dos naturalezas respondían a las críticas de los hombres lobo llamándolos "lobos matones".

—Oh, no. —Alcide se quedó horrorizado. Justo en aquel momento, el jefe de su manada respondió al teléfono.

—Hola, soy Alcide. —Silencio—. Siento molestarle cuando sé que está ocupado en el jardín. Pero ha sucedido algo importante. Necesito verle lo antes posible. —Un nuevo silencio—. Sí, señor. Con su permiso, iré acompañado por otra persona. —Transcurridos un par de segundos, Alcide pulsó una tecla para dar por finalizada la conversación—. ¿No crees que Bill tendría que saber dónde viven Pam y Chow? —me preguntó.

—Estoy segura de que lo sabe, pero no está aquí para decírmelo. —Eso en el caso de que quisiera hacerlo.

—¿Y dónde está? —El tono de voz de Alcide sonó engañosamente tranquilo.

—Está en Perú.

Estaba mirando mi servilleta, que había doblado en forma de abanico. Cuando levanté la vista hacia el hombre que tenía a mi lado, vi que estaba mirándome con una expresión de incredulidad.

—¿Se ha ido? ¿Te ha dejado sola?

—Él no sabía que iba a pasar todo esto —dije, intentando no sonar como si me pusiese a la defensiva. Pero entonces pensé: "¿Qué estoy diciendo?"—. Alcide, no he visto a Bill desde que regresé de Jackson, excepto el día que vino a verme para decirme que se iba al extranjero.

—Pero si me dijo que habías vuelto con Bill —dijo Alcide, con un tono de voz muy extraño.

—¿Quién te dijo eso?

—Debbie. ¿Quién si no?

Me temo que mi reacción no fue muy elogiosa.

—¿Y tú crees a Debbie?

—Me dijo que se había pasado por el Merlotte's de camino para mi casa y que os había visto a Bill y a ti muy acaramelados.

—¿Y la creíste? —A lo mejor, si seguía insistiendo así, acababa diciéndome que sólo estaba bromeando.

Alcide parecía un corderito; bueno, todo lo corderito que un hombre lobo pueda llegar a parecer.

—De acuerdo, fue una tontería por mi parte —admitió—. Trataré el asunto con ella.

—Eso es. —Hay que disculparme si no lo dije en un tono muy convincente. Era una frase que ya había oído muchas veces.

—¿De verdad que Bill está en Perú?

—Por lo que yo sé, sí.

—¿Y tú estás sola en tu casa con Eric?

—Eric no sabe que es Eric.

—¿No recuerda su identidad?

—No. Y, por lo que parece, tampoco recuerda su carácter.

—Eso está bien —dijo Alcide, misteriosamente. Nunca se había tomado a Eric con humor, como yo. Yo siempre había recelado de Eric, pero valoraba su astucia, su determinación y su talento natural. Si podía decirse de un vampiro que tenía "alegría de vivir", Eric la tenía en cantidades industriales.

—Vayamos a ver al jefe de la manada —dijo Alcide, con un humor mucho más sombrío. Salimos del reservado después de que él pagara los cafés y sin que llamara al trabajo para justificar su ausencia ("No tiene sentido ser el jefe si no puedo desaparecer de vez en cuando"). Me abrió la puerta de su camioneta y emprendimos el camino de vuelta a Shreveport. Estaba segura de que la señorita Crispada pensaría que nos habíamos largado a un motel o que estábamos en el apartamento de Alcide, lo que siempre era mejor que llegase a descubrir que su jefe era un hombre lobo.

Por el camino, Alcide me contó que el jefe de la manada era un coronel retirado del Ejército del Aire que había estado destinado en la base aérea de Barksdale, en Bossier City, y que había acabado instalándose en Shreveport. La única hija del coronel Flood se había casado con un hombre de la ciudad y el coronel Flood se había instalado aquí para estar cerca de sus nietos.

—¿Sabes si su esposa también es mujer lobo? —pregunté. Si resultaba que la señora Flood era también mujer lobo, parecía evidente que su hija lo fuera también. Los licántropos que logran sobrevivir los primeros meses de vida viven durante mucho tiempo, exceptuando que mueran por accidente.

—Lo era. Falleció hace unos meses.

El jefe de la manada de Alcide vivía en un barrio modesto con casitas tipo rancho construidas en parcelas minúsculas. El coronel Flood estaba recogiendo piñas en su jardín, una actividad muy doméstica y pacífica para un hombre lobo tan destacado. Aunque iba vestido con ropa de civil, me lo imaginé con el uniforme del Ejército del Aire. Tenía abundante pelo blanco, cortado muy corto, y un bigote que parecía estar recortado con regla, de lo exacto que era por los dos lados.

El coronel debía de sentir curiosidad después de recibir la llamada de Alcide, pero nos invitó a entrar en su casa sin perder la compostura. Le dio unas cuantas palmaditas en la espalda a Alcide y se mostró muy educado conmigo.

La casa estaba tan pulida como su bigote. Habría superado la inspección.

—¿Queréis tomar algo? ¿Un café? ¿Chocolate caliente? ¿Un refresco? —El coronel gesticuló en dirección a la cocina, como si hubiera allí un criado a la espera de recibir órdenes.

—No, gracias —dije, pues el café que había tomado en Applebee me había dejado llena. El coronel Flood insistió en que nos sentáramos en el salón, que era un estrecho rectángulo con una zona de comedor en un extremo. A la señora Flood debían de gustarle las aves de porcelana. Debían de gustarle mucho. Me pregunté cómo se comportarían los nietos en aquel salón y permanecí sentada con las manos unidas en mi regazo por temor a romper algo.

—Y bien, ¿en qué puedo ayudarte? —le preguntó el coronel Flood a Alcide—. ¿Queréis permiso para casaros?

—Hoy no —dijo Alcide con una sonrisa. Bajé la vista para que nadie viera mi expresión—. Mi amiga Sookie tiene una información que ha compartido ya conmigo. Se trata de un tema muy importante. —Su sonrisa se quedó en nada—. Quiere explicarle todo lo que sabe.

—¿Y por qué tendría que escucharla?

Comprendí enseguida que estaba preguntándole a Alcide quién era yo, que si estaba obligado a escucharme, necesitaba conocer mis intenciones. Pero Alcide se sintió ofendido por mí.

—No la habría traído si no fuese importante. No se la habría presentado si no diera mi sangre por ella.

No sabía muy bien a qué se refería con aquello, pero lo interpreté como que Alcide refrendaba mi honestidad y se ofrecía a pagar en algún sentido en el caso de que mi palabra demostrara ser falsa. En el mundo sobrenatural, nada es sencillo.

—Oigamos tu historia, joven mujer —dijo con energía el coronel.

Le expliqué todo lo que le había contado ya a Alcide, intentando excluir los datos más personales.

—¿Dónde se reúne este aquelarre? —me preguntó cuando hube acabado. Le conté lo que había leído en la mente de Holly.

—Esta información no es suficiente —dijo Flood sucintamente—. Necesitamos a los rastreadores, Alcide.

—Sí, señor. —A Alcide le brillaron los ojos al pensar que iba a entrar en acción.

—Los convocaré. Todo lo que acabo de oír me hace replantearme de nuevo algo extraño que sucedió anoche. Adabelle no se presentó a la reunión del comité de planificación que estaba programada.

Alcide se quedó sorprendido.

—No es buena señal.

Intentaban mostrarse crípticos en mi presencia, pero no tuve que hacer un gran esfuerzo para leer las mentes de los dos hombres lobo. Flood y Alcide estaban preguntándose si Adabelle —¿podría decirse que era su vicepresidenta?— habría faltado a la reunión por algún motivo inocente o si el aquelarre la habría engatusado para actuar en contra de su propia manada.

—Adabelle ha estado un tiempo teniendo roces con el liderazgo de la manada —le explicó el coronel Flood a Alcide, con el fantasma de una sonrisa en sus finos labios—. Confiaba en que encontraría suficiente la concesión de haber salido elegida como la segunda de a bordo.

Por los retazos de información que pude extraer de la mente del jefe de la manada, el grupo de Shreveport era básicamente patriarcal. El liderazgo del coronel Flood resultaba asfixiante para Adabelle, una mujer moderna.

—Es posible que un cambio de régimen le resultara atractivo —dijo el coronel Flood, después de una perceptible pausa—. Si los invasores conocen un poco cómo funciona nuestra manada, es muy probable que hayan decidido realizar intentos de aproximación con Adabelle.

—No creo que Adabelle traicionara nunca a la manada, por descontenta que se sienta con la situación actual —dijo Alcide. Parecía estar bastante seguro—. Pero me preocupa que anoche no acudiera a la reunión y que esta mañana no haya podido localizarla por teléfono.

—Me gustaría que te desplazaras a casa de Adabelle mientras yo aviso a la manada para que entre en acción —sugirió el coronel Flood—. Si a tu amiga no le importa.

Tal vez a su amiga le gustaría regresar cuanto antes a Bon Temps y ver a su inquilino. Tal vez a su amiga le gustaría continuar buscando a su hermano. Aunque, sinceramente, no se me ocurría nada más que hacer para seguir buscando a Jason y faltaban aún más de dos horas para que Erie se levantara.

Dijo entonces Alcide:

—Coronel, Sookie no es miembro de la manada y no tendría por qué cargar con estas responsabilidades. Tiene sus propios problemas y se ha desviado de su camino para darnos a conocer el gran problema que ni siquiera nosotros sabíamos que se nos echaba encima. Tendríamos que habernos enterado. Hay alguien en la manada que no está siendo honesto con nosotros.

La cara del coronel Flood se quedó seria, como si acabase de tragarse una anguila viva.

—Tienes toda la razón —dijo—. Gracias, señorita Stackhouse, por haber perdido el tiempo viniendo hasta Shreveport para contarle a Alcide un problema... que deberíamos haber conocido antes nosotros.

Asentí a modo de reconocimiento.

—Y pienso que tienes razón, Alcide. Alguno de nosotros tendría que haber estado ya al corriente de la presencia de otra manada en la ciudad.

Other books

The Awakening by Nicole R. Taylor
Wickedly Magical by Deborah Blake
Animals and the Afterlife by Sheridan, Kim
A Deadly Grind by Victoria Hamilton
Rylan's Heart by Serena Simpson
The Infidelity Chain by Tess Stimson
Wizard's Funeral by Kim Hunter