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Authors: Charlaine Harris

Muerto Para El Mundo (12 page)

BOOK: Muerto Para El Mundo
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También yo.

Le di una palmadita en la espalda al marcharme, pero Holly ni siquiera se levantó de su viejo sofá. Se quedó mirándome con sus desesperados ojos castaños, como si en cualquier momento fuera a entrar alguien dispuesto a cortarle la cabeza.

Aquella mirada me asustó más que sus palabras, más que sus ideas, y abandoné Kingfisher Arms lo más rápidamente posible, intentando fijarme en la cara de las pocas personas que me vieron dirigirme hacia el aparcamiento. No reconocí a nadie.

Me pregunté por qué podían querer a Jason los brujos de Shreveport, cómo habrían establecido la conexión entre la desaparición de Eric y mi hermano. ¿Cómo acceder a ellos y descubrirlo? ¿Me ayudarían Pam y Chow, o habrían seguido ellos sus propios pasos?

¿Y de quién sería la sangre que habían bebido esos brujos?

Desde que los vampiros nos dieron a conocer su existencia, hace ya de eso casi tres años, habían empezado a ser perseguidos en un nuevo sentido. En lugar de temer que los aspirantes a Van Helsing les clavaran una estaca en el corazón, los vampiros tenían pavor a unos empresarios modernos conocidos como "drenadores". Los drenadores viajaban en equipo, seleccionaban a los vampiros utilizando distintos métodos, los ataban con cadenas de plata (siguiendo normalmente emboscadas cuidadosamente planificadas), les extraían la sangre y la almacenaban en viales. Dependiendo de la edad del vampiro, un vial de sangre podía cotizarse entre los doscientos y los cuatrocientos dólares en el mercado negro. ¿Cuál era el efecto de beber esta sangre? Impredecible, en cuanto la sangre abandonaba el cuerpo del vampiro. Supongo que en parte ahí estaba la gracia. Lo más normal era que quien bebiera la sangre ganara fuerza durante unas cuantas semanas, tuviera mayor agudeza visual, disfrutara de la sensación de gozar de buena salud y mejorara su atractivo. Todo dependía de la edad del vampiro del cual se había extraído la sangre y de la frescura de la misma.

Naturalmente, los efectos acababan esfumándose, a menos que bebieras más sangre.

Un porcentaje de la gente que probaba la sangre de vampiro sacaba dinero de donde fuera para obtener más. Los yonquis de sangre de vampiro eran extremadamente peligrosos, claro está. La policía de las ciudades contrataba vampiros para gestionar este asunto, pues a los policías normales y corrientes los hacían papilla.

De vez en cuando, había algún aficionado a la sangre de vampiro que se volvía loco, a veces de forma tranquila y limitándose a farfullar incoherencias, otras de forma espectacular y asesina. Resultaba imposible predecir quién acabaría así, y la transformación podía producirse incluso la primera vez que se consumía esta sangre.

Y como resultado de todo ello, había hombres encerrados en celdas de aislamiento de instituciones mentales y vibrantes estrellas de cine que debían su éxito a los drenadores. Extraer sangre de los vampiros era una trabajo arriesgado, claro está. A veces, el vampiro se escapaba, con resultados predecibles. Un tribunal de Florida, en un famoso caso, teniendo en cuenta que los drenadores solían abandonar a sus víctimas, había sentenciado la venganza del vampiro como homicidio justificado. Los drenadores solían abandonar al vampiro vacío de sangre, debilitado y sin poder moverse, en el mismo lugar donde lo habían atacado. Allí, debilitado, moría con la salida del sol, a menos que tuviera la buena suerte de ser descubierto y salvado durante las horas de oscuridad. En este caso, tardaba años en recuperarse de la extracción, años durante los cuales tenía que ser ayudado por otros vampiros. Bill me había contado que existían refugios para vampiros que habían sufrido drenajes, cuya localización era extremadamente secreta.

Brujas con el poder físico de los vampiros... Parecía una combinación muy peligrosa. Cuando pensaba en el aquelarre que se había instalado en Shreveport seguía imaginándomelo integrado sólo por mujeres, y debía corregirme. Holly había mencionado que en el grupo también había hombres.

Pasé por delante de un banco y miré el reloj que había en el edificio. Vi que era poco más del mediodía. Unos minutos antes de las seis sería completamente de noche; Eric se despertaría un poco antes de esa hora. Tenía tiempo de ir hasta Shreveport y estar de regreso para entonces. No se me ocurría otro plan, y lo que no podía hacer era volver a casa y esperar sentada sin hacer nada. Incluso gastar gasolina era mejor que eso, ya que mi preocupación por Jason iba en aumento. Podía aprovechar el tiempo para devolver la escopeta a su sitio, aunque mientras estuviera descargada y la munición guardada en un lugar aparte, era legal llevar el arma en el coche.

Por primera vez en mi vida, miré por el retrovisor para ver si me seguían. No domino las técnicas de espionaje y si alguien me seguía, la verdad es que no lo vi. Me paré a echar gasolina y comprar un refresco sólo para comprobar si alguien se detenía en la gasolinera detrás de mí, pero no se paró nadie. Perfecto, pensé, confiando en que Holly siguiera sana y salva.

Mientras conducía, repasé la conversación que había mantenido con ella. Me di cuenta de que había sido la primera charla que había tenido con Holly en la que no se había mencionado ni una sola vez el nombre de Danielle. Ambas habían sido uña y carne desde la escuela primaria. Es probable que incluso tuvieran la regla a la vez. Los padres de Danielle, miembros acérrimos de la iglesia baptista, habrían sufrido un ataque de enterarse del tema, de modo que no era de extrañar que Holly hubiese sido tan discreta.

Nuestra pequeña ciudad de Bon Temps había abierto las puertas lo suficiente como para tolerar la presencia de vampiros, y tampoco los gays lo pasaban muy mal (dependiendo básicamente de cómo expresaran sus preferencias sexuales). Pero estaba segura de que habría cerrado las puertas a cal y canto para los wiccanos.

La peculiar y bella Claudine me había dicho que la ciudad de Bon Temps le resultaba atractiva por su peculiaridad. Me pregunté qué más estaría aguardando para revelarse.

Capítulo 5

Fui primero a ver a Carla Rodríguez, mi pista más prometedora. Había mirado antes la vieja dirección que tenía de Dovie, con quien había intercambiado felicitaciones de Navidad. Me costó un poco dar con la casa. Estaba alejada de las zonas de compras, que eran mis únicas paradas habituales en Shreveport. En el barrio donde vivía Dovie, las casas eran pequeñas, estaban pegadas las unas a las otras y había algunas que estaban en un estado de conservación deplorable.

Cuando Carla en persona me abrió la puerta, experimenté una sensación de triunfo. Tenía un ojo morado y estaba resacosa, señales ambas de que la noche anterior había sido movidita.

—Hola, Sookie —dijo, identificándome un momento después—. ¿Qué haces aquí? Anoche estuve en el Merlotte's, pero no te vi. ¿Sigues trabajando allí?

—Sí. Pero era mi noche libre. —Ahora que me encontraba frente a frente con Carla, no sabía muy bien cómo explicarle lo que necesitaba. Decidí ser directa—. Mira, Jason no ha ido a trabajar esta mañana y me preguntaba si podría estar contigo.

—No tengo nada contra ti, cariño, pero Jason es el último hombre del mundo con quien me acostaría —dijo Carla sin alterarse. Me quedé mirándola, y leí que estaba diciéndome la verdad—. No pienso poner la mano en el fuego por segunda vez, ya que la primera me quemé. Eché un vistazo por el bar, pensando que quizá lo vería por ahí, pero, de haberlo visto, ten por seguro que habría dado media vuelta.

Asentí. Comprendí que no tenía nada más que decir sobre el tema. Intercambiamos los comentarios habituales por mera educación, charlé un poco con Dovie, que apareció con un bebé en brazos, y decidí que había llegado el momento de irme. Mi pista más prometedora se había evaporado en sólo dos frases.

Intentando contener mi desesperación, cogí el coche, me dirigí a una estación de servicio cercana que estaba muy concurrida y aparqué para consultar el mapa de Shreveport. Tardé muy poco en descubrir cómo ir desde el barrio donde vivía Dovie al bar de los vampiros.

Fangtasia estaba en un centro comercial que había junto a un Toys 'R' Us. Estaba abierto todos los días desde las seis de la tarde, pero los vampiros no hacían acto de presencia hasta que era completamente de noche, lo que dependía de la época del año. La fachada de Fangtasia estaba pintada de color gris y el neón con el nombre del local era rojo. "El bar de los vampiros de Shreveport", rezaba la leyenda añadida recientemente en letra más pequeña bajo la exótica caligrafía del nombre del bar. Hice una mueca de desagrado al ver el conjunto y aparté la vista.

Hacía un par de veranos, un pequeño grupo de vampiros de Oklahoma había intentado montar otro bar en Bossier City para hacerle la competencia. Después de una noche de agosto especialmente calurosa y corta, desaparecieron para siempre y el edificio que estaban renovando se incendió y quedó destrozado.

A los turistas les encantaban las historias entretenidas y pintorescas como aquéllas. Servían para sumar emoción a la aventura de pedir bebidas carísimas (a camareras humanas vestidas con impresionantes ropajes negros de "vampiresa") y ver a genuinos chupadores de sangre, técnicamente muertos pero vivos. Eric obligaba a los vampiros de la Zona Cinco a aparecer por Fangtasia unas cuantas horas a la semana para cumplir con tan poco atractivo deber. La mayoría de sus subordinados no estaba muy por la labor de exhibirse, pero, en contrapartida, aquello les proporcionaba una buena oportunidad de ligar con "colmilleros", aficionados a los colmillos que, de hecho, se morían por recibir un mordisco. Los encuentros nunca tenían lugar en el local, pues Eric tenía sus normas establecidas sobre el tema. Igual que la policía local. El único mordisco legal que podía tener lugar entre humanos y vampiros era el que se produjera entre adultos que actuaran libremente y que, además, se realizara en privado.

Detuve el coche automáticamente en la parte posterior del centro comercial. Bill y yo solíamos utilizar la entrada de empleados. Allí, el acceso era una simple puerta gris en una pared gris, con el nombre del bar escrito con letras adhesivas compradas en Wal-Mart. Justo debajo de ellas, un gran letrero negro escrito a mano rezaba: SÓLO PARA EMPLEADOS. Levanté la mano dispuesta a llamar, pero me di cuenta enseguida de que el pestillo interior no estaba corrido.

La puerta estaba abierta.

Y aquello era mala, pero que muy mala señal.

Aun estando a plena luz de día, se me erizó el vello de la espalda. De pronto, deseé tener a Bill a mi lado. No es que echara de menos su tierno amor. Muy probablemente, el hecho de que añorara a mi antiguo novio porque es un tipo absolutamente letal era un claro indicio del nocivo estilo de vida que yo llevaba.

Aunque la zona pública del centro comercial estaba concurrida, la zona de servicios estaba desierta. El silencio estaba lleno de posibilidades, y ninguna de ellas era agradable. Apoyé la frente contra la fría puerta gris. Decidí regresar al coche e irme volando de allí, una decisión que habría sido asombrosamente inteligente.

Y me habría largado, de no haber oído aquel gemido.

E incluso entonces, si hubiera visto cerca una cabina, habría llamado al teléfono de emergencias y me habría quedado fuera del local hasta que hubiera llegado el coche patrulla. Pero no había cabina a la vista y no podía soportar la idea de que alguien necesitara de verdad mi ayuda y yo se la negara por estar muerta de miedo.

Junto a la puerta trasera había un gran cubo de basura. Abrí un poco la puerta —haciéndome a un lado un momento para evitar cualquier posible cosa que pudiera salir de allí— y coloqué el cubo de basura de tal modo que sujetase la puerta abierta. Cuando entré, tenía piel de gallina por todo el cuerpo.

Fangtasia es un local sin ventanas que precisa de luz eléctrica las veinticuatro horas de los siete días de la semana. No había ninguna luz encendida y el interior estaba oscuro como la boca del lobo. La luz invernal que entraba débilmente por la puerta abierta se extendía por un vestíbulo trasero que desembocaba en el bar propiamente dicho. A la derecha estaba la puerta que daba acceso al despacho de Eric y al despacho del contable. A la izquierda estaba la puerta del almacén, donde se ubicaba también el lavabo de los empleados. El vestíbulo terminaba en una puerta inmensa que servía para quitarle de la cabeza a cualquier juerguista la idea de entrar en la trastienda del club. Y por vez primera, encontré aquella puerta abierta. Más allá estaba la oscura y silenciosa cueva del bar. Me pregunté si habría alguien sentado debajo de las mesas o acurrucado en los reservados.

Contuve la respiración con la intención de poder detectar el más mínimo sonido. Pasados unos segundos, oí algo que rascaba y un nuevo gemido de dolor, procedente del almacén. La puerta estaba entreabierta. Di cuatro silenciosos pasos en dirección a ella. El corazón me latía con fuerza y, con un nudo en el estómago, palpé la pared en busca del interruptor de la luz.

El resplandor me hizo pestañear.

Belinda, la única colmillera medianamente inteligente que había conocido en mi vida, estaba tendida en el suelo del almacén con una extraña y contorsionada postura. Tenía las piernas dobladas, los talones prácticamente pegados a las caderas. No había rastro de sangre y, de hecho, no tenía en su cuerpo ninguna señal de herida visible. Era como si estuviese sufriendo un terrible e interminable calambre en las piernas.

Me arrodillé junto a Belinda, sin dejar de mirar en todas direcciones. No percibí más movimientos en el almacén, aunque sus rincones estaban abarrotados con montañas de cajas de distintos licores y había incluso un ataúd, que se utilizaba para un espectáculo que realizaban de vez en cuando los vampiros en fiestas especiales. La puerta del lavabo de los empleados estaba cerrada.

—Belinda —susurré—. Belinda, mírame.

Detrás de las gafas, Belinda tenía los ojos rojos e hinchados, las mejillas llenas de lágrimas. Pestañeó y centró la mirada en mi cara.

—¿Siguen aquí? —le pregunté, segura de que comprendería a qué me refería—. Los que te han hecho esto.

—Sookie —dijo con una voz ronca y débil que me llevó a preguntarme cuánto tiempo llevaría allí en aquel estado y esperando ayuda—. Gracias a Dios. Dile al amo Eric que intentamos detenerlos. —Incluso agonizando, seguía representando su papel: "Dile a nuestro caudillo que luchamos hasta la muerte".

—¿A quiénes intentasteis detener? —le pregunté.

—A los brujos. Entraron anoche después de que cerráramos, después de que Pam y Chow se hubieran ido. Sólo quedábamos Ginger y yo...

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