Muerto Para El Mundo (15 page)

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Authors: Charlaine Harris

BOOK: Muerto Para El Mundo
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—Le llamaré para informarle de lo que averiguo en casa de Adabelle —dijo Alcide.

El coronel cogió el teléfono y consultó una libreta con tapas de piel de color rojo antes de marcar el número. Miró de reojo a Alcide.

—Tampoco responde en la tienda. —Irradiaba más calor que un radiador. Y teniendo en cuenta que en la casa del coronel Flood hacía tanto frío como fuera, el calor fue bienvenido.

—Deberíamos nombrar a Sookie amiga de la manada.

Adiviné que aquello era algo más que una simple recomendación. Lo que estaba diciendo Alcide era importante, pero no tenía ninguna intención de dar explicaciones al respecto. Empezaba a cansarme de tantas conversaciones elípticas a mi alrededor.

—Discúlpenme, Alcide, coronel —dije lo más educadamente que me fue posible—. Teniendo en cuenta que los dos tienen planes en los que ponerse a trabajar, tal vez Alcide podría llevarme otra vez hasta donde dejé aparcado el coche.

—Naturalmente —aceptó el coronel, y leí en su mente que se alegraba de que por fin me largara—. Alcide, nos vemos aquí de nuevo en..., ¿cuánto? ¿Unos cuarenta minutos? Seguiremos hablando entonces sobre el tema.

Alcide miró el reloj y accedió a regañadientes.

—Me pasaré por casa de Adabelle de camino hacia el coche de Sookie —dijo, y el coronel asintió, como si fuera algo meramente formal.

—No sé por qué Adabelle no responde al teléfono en el trabajo, y tampoco creo que esté con los de ese aquelarre —me explicó Alcide cuando subimos en su camioneta—. Adabelle vive con su madre y no se llevan muy bien. Pero pasaremos primero por su casa. Adabelle es la segunda de a bordo de Flood, y es además nuestra mejor rastreadora.

—¿Qué es lo que pueden hacer los rastreadores?

—Irán a Fangtasia y tratarán de seguir el rastro de olor que dejaron allí los brujos. Eso los conducirá a su guarida. Si pierden el rastro, tal vez podamos pedir la ayuda de los aquelarres de Shreveport. Tienen que estar tan preocupados como nosotros.

—Me temo que el personal de urgencias que haya ido a Fangtasia haya podido borrar todo rastro de olor —dije con pesar. Ver a un hombre lobo seguir un rastro por la ciudad tenía que ser un verdadero espectáculo—. Y sólo porque lo sepas, Hallow ha contactado ya con todos los brujos de la zona. En Bon Temps hablé con una wiccana que había sido convocada a una reunión con el grupo de Hallow en Shreveport.

—Esto es más importante de lo que me imaginaba, pero estoy seguro de que la manada sabrá cómo gestionarlo —dijo con confianza Alcide.

Alcide recorrió marcha atrás el camino de acceso a casa del coronel e iniciamos nuestro recorrido por Shreveport. Aquel día me paseé por la ciudad más de lo que lo había hecho en toda mi vida.

—¿De quién fue la idea de que Bill se marchase a Perú? —me preguntó de repente Alcide.

—No lo sé. —Me pilló por sorpresa—. Creo que fue de su reina.

—¿Pero no te lo explicó él directamente?

—No.

—Debió de recibir la orden de ir allí.

—Me imagino.

—¿Y quién tiene el poder de darle una orden así? —preguntó Alcide, como si la respuesta fuera a servirle para aclarar las cosas.

—Eric, naturalmente. —Puesto que Eric era el sheriff de la Zona Cinco—. Y la reina. —Me refería a la jefa de Eric, la reina de Luisiana. Sí, lo sé. Es una tontería. Pero los vampiros se consideraban una organización maravillosa y moderna.

—Y ahora resulta que Bill se ha ido y Eric está en tu casa. —La voz de Alcide estaba forzándome a llegar a una conclusión evidente.

—¿Piensas que Eric lo organizó todo? ¿Piensas que le ordenó a Bill ausentarse del país, que fue él quien ordenó a los brujos invadir Shreveport, que le echasen el maleficio, que le obligasen a correr medio desnudo en plena noche por donde se suponía que debía yo pasar, y que Pam, Chow y mi hermano hablaron previamente entre ellos para que Eric se quedase en mi casa?

Alcide se quedó planchado.

—Veo que ya le habías dado bastantes vueltas a todo esto.

—Alcide, no tengo estudios, pero tampoco soy tonta. —Intenta estudiar algo cuando puedes leerles la mente a todos tus compañeros de clase, y eso sin mencionar al profesor. Pero leo mucho, y he leído cosas muy buenas. Naturalmente, la mayoría de lo que leo son novelas románticas y de misterio. De modo que he leído un poco de todo y poseo un extenso vocabulario—. No creo que Eric montase tanto lío para conseguir que me acostase con él. ¿Es eso lo que estás pensando? —Efectivamente, sabía que era aquello. Por mucho que fuera un hombre lobo, podía leerle la mente.

—Hombre, dicho así... —Alcide seguía sin sentirse satisfecho. Pero, en fin, este tipo era el que se había creído a pies juntillas a Debbie Pelt cuando ella le dijo que yo había vuelto con Bill.

Me pregunté si conseguiría encontrar a alguna bruja que pudiera echarle un maleficio de la verdad a Debbie Pelt, a quien odiaba porque había sido cruel con Alcide, me había insultado gravemente, me había quemado mi chal favorito e intentado matarme por poderes. Además, llevaba un peinado estúpido.

Alcide creería en la honestidad de Debbie aunque hablara mal de él a sus espaldas, y hablar mal a espaldas de los demás era la especialidad de la auténtica Debbie.

De haber sabido Alcide que Bill y yo nos habíamos separado, ¿habría intentado algo? ¿Habría una cosa llevado a la otra?

Seguro que sí. Y allí estaría yo, unida a un chico que creía en la palabra de Debbie Pelt.

Miré de reojo a Alcide y suspiré. Era un hombre casi perfecto en muchos sentidos. Me gustaba su aspecto, comprendía su forma de pensar y me trataba con gran consideración y respeto. Es verdad que era un hombre lobo, pero podía perdonarle ese par de noches al mes. Y también que, según Alcide, sería difícil que un embarazo de un hijo suyo llegara a buen término, pero era posible, al menos. El embarazo era una posibilidad que ni siquiera se contemplaba con un vampiro.

¡Para ya! Alcide no se había ofrecido para ser el padre de mis hijos y seguía aún viéndose con Debbie. ¿Qué habría sucedido con el compromiso de Debbie con ese tal Clausen?

Con el lado menos noble de mi carácter —suponiendo que mi carácter tuviera un lado noble—, confié en que llegara pronto el día en que Alcide se diera por fin cuenta de lo bruja que era en realidad Debbie y se tomara en serio aquel descubrimiento. Independientemente de si Alcide se liaba después conmigo, se merecía algo mejor que Debbie Pelt.

Adabelle Yancy y su madre vivían en una calle cortada de un barrio de clase media-alta, no muy lejos de Fangtasia. La casa estaba emplazada en lo alto de un jardín en pendiente que se elevaba por encima de la calle, por lo que el camino de acceso subía y accedía a la casa por la parte trasera. Pensé que Alcide aparcaría en la calle y subiríamos caminando por el sendero enladrillado que daba acceso a la puerta principal, pero al parecer decidió que quería dejar su vehículo fuera de la vista. Examiné la calle y no vi a nadie, y mucho menos a nadie que vigilara la casa por si llegaban visitantes.

En la parte posterior de la casa, formando ángulo recto con ella, el garaje para tres coches de la casa estaba limpio como una patena. Cualquiera pensaría que allí nunca se aparcaban coches, que el reluciente Subaru acababa de extraviarse por la zona. Bajamos de la camioneta.

—Es el coche de la madre de Adabelle. —Alcide puso mala cara—. Tiene una tienda de vestidos de novia. Seguro que has oído hablar de ella: Verena Rose. Verena se ha medio jubilado y ya no trabaja a tiempo completo. Se pasa por la tienda el tiempo justo para volver loca a Adabelle.

Nunca había estado en la tienda, pero las novias de toda la zona iban a comprar allí. Tenía que ser un establecimiento muy rentable. La casa era de ladrillo visto, estaba en un estado de conservación excelente y no tendría más de veinte años. El jardín estaba cuidado, rastrillado y pulidamente ornamentado.

Alcide llamó a la puerta trasera y abrieron enseguida. La mujer que apareció en la puerta estaba tan bien conjuntada y acicalada como el resto de la casa. Su cabello de color gris acero estaba recogido en un pulido moño e iba vestida con un traje chaqueta de color verde oliva y zapatos bajos de charol marrón. Nos miró a Alcide y a mí y no encontró lo que estaba buscando. Abrió la segunda puerta de cristal.

—Alcide, qué alegría verte —mintió desesperadamente. La mujer estaba tremendamente confusa.

Alcide la miró.

—Tenemos problemas, Verena.

Si su hija era miembro de la manada, significa que también Verena era una mujer lobo. Observé a la mujer con curiosidad y me recordó a una de las amigas más afortunadas de mi abuela. Verena Rose Yancy era una mujer atractiva que estaría rondando los setenta, bendecida con la suerte de disfrutar de unos ingresos seguros y de su propia casa. No lograba imaginármela corriendo a cuatro patas por el campo.

Era evidente que a Verena le importaba un pimiento el problema que pudiera tener Alcide.

—¿Has visto a mi hija? —preguntó, y esperó la respuesta con ojos aterrados—. No puede haber traicionado a la manada.

—No —dijo Alcide—. Pero el jefe de la manada nos ha enviado a buscarla. Anoche no se presentó a una reunión de jefes.

—Anoche me llamó desde la tienda. Dijo que tenía una reunión imprevista con una desconocida que la había llamado justo cuando iba a cerrar. —La mujer se frotó las manos, literalmente—. He pensado que quizá se reunió con esa bruja.

—¿Ha tenido noticias de Adabelle desde entonces? —pregunté con mi tono de voz más amable.

—Anoche me acosté enfadada con ella —dijo Verena, mirándome directamente por vez primera—. Pensé que habría decidido pasar la noche en casa de alguna de sus amistades. Una de sus amigas —explicó, mirándome con las cejas arqueadas para que comprendiera el sentido de sus palabras—. Nunca me avisa con tiempo. Se limita a decirme: "Ya me verás cuando venga" o "Ya nos veremos mañana por la mañana en la tienda" o cualquier otra cosa. —Un estremecimiento recorrió el delgado cuerpo de Verena—. Pero ni ha pasado por casa, ni me responde en la tienda.

—¿Tenía que abrir hoy? —preguntó Alcide.

—No. El miércoles es el día que cerramos, pero siempre acude allí para trabajar con los libros de contabilidad y sacarse todo el papeleo de encima. Es lo que hace siempre —repitió Verena.

—¿Por qué no nos acercamos Alcide y yo a la tienda para inspeccionar? —le ofrecí con educación—. A lo mejor ha dejado una nota. —No era de esas mujeres a las que les darías unos golpecitos de aliento en el brazo, de modo que me reprimí y no hice aquel gesto que me habría parecido natural, sino que empujé la puerta de cristal para cerrarla dejándole claro que ella se quedaba allí y no tenía que acompañarnos. Lo comprendió a la primera.

La tienda de vestidos de novia y de ceremonia de Verena Rose estaba en una vieja vivienda de una manzana de casas de dos pisos. El edificio había sido renovado y estaba en un estado de conservación tan magnífico como la residencia de los Yancy, y no me sorprendió que tuviera aquella categoría. El ladrillo visto pintado de blanco, las persianas de color verde oscuro, el reluciente hierro forjado de la barandilla de las escaleras y los detalles de latón de la puerta eran muestras de elegancia y de atención al detalle. Comprendí enseguida que quien aspiraba a demostrar su clase tenía que acudir allí para adquirir su vestido de novia.

Situado a cierta distancia de la calle, con una zona de aparcamiento detrás de la tienda, el edificio tenía una tribuna de dimensiones considerables en la parte delantera. En el interior del ventanal de la tribuna se veía un maniquí sin rostro luciendo una brillante peluca castaña. Tenía los brazos colocados de tal manera que cogía con elegancia un precioso ramo de flores. Incluso desde la camioneta, me di cuenta de que el vestido de novia, con su larga cola bordada, era absolutamente espectacular.

Aparcamos en el camino de acceso, olvidándonos del aparcamiento trasero, y bajamos del vehículo. Caminamos hacia la puerta de entrada y, cuando estábamos ya cerca, Alcide maldijo casi para sus adentros. Por un momento me pareció que una plaga de insectos había traspasado el ventanal y aterrizado sobre el níveo vestido. Pero al instante me di cuenta de que las manchas oscuras eran con toda seguridad gotas de sangre.

La sangre se había esparcido sobre el bordado blanco y se había secado. Era como si el maniquí hubiese resultado herido, e incluso me cuestioné esa posibilidad durante un segundo de locura. En el transcurso de los últimos meses había visto muchas cosas que de entrada también parecían imposibles.

—Adabelle —dijo Alcide, como si estuviera rezando.

Nos quedamos inmóviles en los primeros peldaños que ascendían hacia el porche, con la mirada clavada en la tribuna. El cartel de "CERRADO" colgaba en el encarte oval de cristal de la puerta y las persianas venecianas estaban cerradas. No detecté ondas cerebrales que salieran de la casa. Me tomé mi tiempo para comprobarlo. Las malas experiencias me habían demostrado que este tipo de comprobaciones siempre eran buena idea.

—Cosas muertas —dijo Alcide, levantando la cara para respirar la fría brisa, cerrando los ojos para concentrarse mejor—. Cosas muertas, dentro y fuera.

Apoyé la mano izquierda en la barandilla de hierro forjado y ascendí un peldaño. Miré a mi alrededor. Mi vista se posó en algo que había en el parterre de debajo de la tribuna, algo de color claro que destacaba sobre el mantillo de corteza de pino. Le di un codazo a Alcide y señalé en silencio con la mano derecha.

Junto a una azalea podada, había una mano..., una mano suelta. Noté el escalofrío que recorría el cuerpo de Alcide al comprender qué era aquello. Fue ese momento en el que intentas reconocer algo como cualquier cosa excepto como lo que en realidad es.

—Espera aquí —dijo Alcide, con su voz grave y ronca.

Encantada de esperar.

Pero cuando abrió la puerta de acceso a la tienda, que no estaba cerrada con llave, vi lo que había en el suelo. Tuve que reprimir un grito.

Fue una suerte que Alcide llevara consigo su teléfono móvil. Llamó al coronel Flood, le explicó lo que había ocurrido y le pidió que fuera a casa de la señora Yancy. A continuación llamó a la policía. No quedaba otro remedio. Era una zona transitada y era muy probable que alguien nos hubiera visto acercándonos a la puerta de la tienda.

Era el día de encontrar cadáveres..., tanto para mí como para la policía local de Shreveport. Sabía que en el cuerpo había algunos policías que eran vampiros. Esos vampiros, naturalmente, tenían que trabajar en el turno de noche, por lo que los policías con los que hablamos eran seres humanos normales y corrientes. Entre ellos no había ningún hombre lobo ni ningún cambiante, ni siquiera un humano con poderes telepáticos. Los agentes de la policía eran gente normal y corriente que prácticamente nos tomaron como sospechosos.

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