Mundo Anillo (4 page)

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Authors: Larry Niven

Tags: #Ciencia Ficción

BOOK: Mundo Anillo
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—Sí —dijo Interlocutor-de-Animales—, es lo que había entendido. Pero no le veo el sentido.

—La evolución se basa en la supervivencia del más apto. Durante varios cientos de años kzinti, los más aptos de vuestra especie han sido aquellos de sus miembros que han estado dotados de la astucia o la paciencia suficientes para eludir el combate con los seres humanos. Los resultados están a la vista. Hace casi doscientos años kzinti que reina la paz entre hombres y kzinti.

—¡Pero no tendría sentido! ¡Jamás conseguiríamos ganar una guerra!

—Ello no arredró a vuestros antepasados.

Interlocutor-de-Animales se tragó su whisky caliente. Su pelada cola sonrosado como la de un ratón comenzó a agitarse furiosamente.

—Vuestra especie ha sido diezmada —dijo el titerote—. Todos los kzinti actuales son descendientes de los que lograron escapar a la muerte en las guerras entre hombres y kzinti. Entre nosotros, hay quien aventura que los kzinti poseen ahora la inteligencia o la empatía o el comedimiento necesario para relacionarse con otras razas.

—Y por ello te arriesgas a viajar con un kzin.

—Sí —dijo Nessus, y se estremeció de pies a cabeza—. Tengo importantes razones para ello. Me han dado a entender que si demuestro mi arrojo y me sirvo de él para prestar un valioso servicio a mi especie, se me permitirá reproducirme.

—No parece un compromiso muy firme —comentó Luis.

—Existe además otro motivo para incluir a un kzin en el grupo. Deberemos hacer frente a medios hostiles plagados de peligros desconocidos. ¿Quién me protegerá? ¿Habría alguien más capacitado para ello que un kzin?

—¿Para proteger a un titerote?

—¿Parece una locura?

—Más bien —dijo Interlocutor-de-Animales—. También me hace reír un poco. ¿Y qué pinta éste, este Luis Wu?

—En diversas ocasiones hemos cooperado con éxito con los hombres. No es de extrañar que hayamos seleccionado al menos un humano. Luis Gridley Wu es un tipo que ha demostrado su capacidad de supervivencia, pese a toda su despreocupación y su temerario proceder.

—No cabe duda de que es despreocupado, y temerario. Me desafió a un combate cuerpo a cuerpo.

—¿Habrías aceptado de no estar presente Hroth? ¿Le hubieras hecho daño?

—¿Para que me hicieran volver a casa deshonrado por haber provocado un grave incidente interespecies? Pero eso es lo de menos —insistió el kzin—. ¿No crees?

—Tal vez no sea tan intrascendente. Luis sigue vivo. Ahora sabes que no puedes dominarle por el miedo. ¿Crees en las consecuencias?

Luis guardaba un discreto silencio. Si el titerote deseaba atribuirle una calculada serenidad, Luis Wu no tenía nada que objetar.

—Has estado hablando de tus razones —dijo Interlocutor—. Hablemos ahora de las mías. ¿Qué puedo ganar embarcándome?

Con esto entraron de lleno en los detalles del trato.

El hiperreactor de quantum II era como un elefante blanco para los titerotes. Una nave así equipada podía recorrer un año luz en un minuto y cuarto, mientras que con medios convencionales se requerían tres días para cubrir esa distancia. Sin embargo, las naves convencionales podían transportar carga.

—Incorporamos el motor a un fuselaje Número Cuatro de Productos Generales, el mayor que fabrica nuestra compañía. Cuando nuestros científicos e ingenieros acabaron su trabajo, la maquinaria del hiperreactor ocupaba casi todo el espacio disponible. Viajaremos algo apretados.

—Un vehículo experimental —dijo el kzin—. ¿Ha sido sometido a un número suficiente de pruebas?

—El vehículo ha hecho un viaje hasta el núcleo de la galaxia y ha regresado.

¡Pero había sido su único viaje! Los titerotes no podían probarlo por su cuenta, ni podían buscar otras razas dispuestas a hacerlo, pues se hallaban en plena migración. La nave prácticamente no llevaría carga, pese a tener más de kilómetro y medio de diámetro. Y, otro detalle, era imposible detenerla sin hacerla regresar al espacio original.

—De nada nos sirve —dijo Nessus—. Pero vosotros podríais utilizarla. Nuestro propósito es ceder la nave a la tripulación, junto con copias de los planos para la construcción de otras iguales. Sin duda podréis perfeccionar el modelo por vuestra cuenta.

—Podría hacerme un nombre —dijo el kzin—. Un nombre. Tengo que ver esa nave en funcionamiento.

—Cuando hagamos el viaje al espacio exterior.

—El Patriarca me concedería un nombre a cambio de esa nave. Estoy seguro. ¿Qué nombre podría escoger? Tal vez... —El kzin emitió un agudo gruñido.

El titerote respondió en la misma lengua.

Luis se revolvió irritado en su silla. No comprendía la Lengua del Héroe. Estuvo a punto de abandonarlo todo, pero entonces tuvo una idea. Se sacó del bolsillo la instantánea del titerote y la arrojó al regazo peludo del kzin, que estaba sentado en el otro extremo de la habitación.

El kzin la cogió con cuidado entre sus acolchados dedos negros.

—Parece una estrella con un halo —comentó—. ¿Qué es?

—Guarda relación con nuestro lugar de destino —dijo el titerote—. No puedo deciros más, al menos de momento.

—¡Cuánto misterio! Bueno, ¿cuándo partimos?

—Calculo que será cuestión de días. En estos momentos mis agentes trabajan afanosamente en la búsqueda de un cuarto miembro que se adecue a las exigencias de nuestra expedición.

—Y tendremos que esperar a que lo encuentren. Luis, ¿podemos reunirnos con los demás invitados?

Luis se puso en pie y se desperezó.

—Desde luego, vamos a animarlos un poquito. Interlocutor antes de salir de aquí me gustaría hacerte una sugerencia. Bueno, no te lo tomes como un ataque personal. No es más que una idea...

Los invitados se habían distribuido en varios grupos: los que miraban el tride, mesas de bridge y de póquer, grupos de dos o más personas entregados a la práctica del amor, los que gustaban de contar aventuras y las víctimas del tedio. Sobre la hierba, bajo un difuso sol de madrugada, un grupo de víctimas del tedio y xenófilos se habían reunido en torno a Nessus e Interlocutor-de-Animales; entre ellos figuraban también Luis Wu, Teela Brown y un atareado suministrador de bebidas.

El césped había sido cuidado según la vieja fórmula inglesa: sembrar y pasarle el rodillo durante quinientos años. Los quinientos años habían culminado en un desastre financiero, a resultas del cual Luis Wu se encontró repentinamente rico, en tanto que cierta venerable familia noble descubría que lo había perdido todo en la Bolsa. Era un césped verde y brillante, indiscutiblemente auténtico; nadie había manoseado aún sus genes en busca de dudosas mejoras. La verde ladera iba a morir junto a una pista de tenis donde unas figuras diminutas corrían, saltaban y agitaban sus desmesuradas palas matamoscas con gran energía.

—El ejercicio es algo maravilloso —dijo Luis—. Nunca me canso de observar a quienes lo practican.

La risa de Teela le sorprendió. Luis pensó fugazmente en los millones de chistes que ella nunca había oído, los viejos chistes que nadie contaba ya. Casi todos los chistes que sabía Luis estaban pasados de moda. El pasado y el presente no hacían buena pareja.

El suministrador de bebidas quedó suspendido junto a Luis en posición inclinada. Luis tenía la cabeza en el regazo de Teela y la inclinación del suministrador respondía a su deseo de alcanzar el tablero de mandos sin incorporarse. Consiguió pedir dos mochas, cogió las ampollas en cuanto cayeron de la ranura y le tendió una a Teela.

—Me recuerdas a una chica que conocí hace tiempo —dijo—. ¿Has oído hablar de Paula Cherenkov?

—¿La dibujante de Boston?

—Sí. Ahora vive en Lo Conseguimos.

—Mi tatarabuela. Fuimos a verla una vez.

—Me causó una grave zozobra del corazón, ya hace años. Te le pareces como una gota de agua a otra.

El gorgeo de Teela provocó un placentero estremecimiento en las vértebras de Luis.

—Prometo no causarte ninguna zozobra del corazón si me explicas lo que es.

Luis se quedó pensativo un instante. Era una frase de su invención, creada para describir lo que le había ocurrido en esa ocasión. No la había empleado muchas veces, sin embargo nunca había tenido que explicarla. Siempre habían sabido a qué se refería.

La mañana era tranquila y serena. Si se acostara dormiría doce horas seguidas. Las toxinas de la fatiga le habían provocado una agotadora excitación. Le complacía poder apoyar la cabeza en el regazo de Teela. La mitad de los invitados de la fiesta eran mujeres y entre ellas había muchas ex esposas o ex amantes de Luis. Para empezar la fiesta, Luis había celebrado su cumpleaños con tres mujeres; las tres habían sido muy importantes para él en su momento, y viceversa.

¿Tres? ¿Cuatro? No, tres. Y ahora le parecía sentirse inmune a las zozobras del corazón. Doscientos años de vida habían curtido su lacerada personalidad. Y ahí estaba ahora, con la cabeza en el regazo de una desconocida que parecía la réplica exacta de Paula Cherenkov.

—Me enamoré de ella —explicó—. Hacía años que nos conocíamos. Incluso habíamos salido juntos alguna vez. Entonces, una noche, empezamos a hablar y... Pals, me enamoré. Creí que ella también me amaba. Esa noche no nos acostamos... juntos, quiero decir. Le pregunté si se casaría conmigo. Me rechazó. Estaba absorbida por su carrera. No tenía tiempo para bodas, eso dijo. No obstante, decidimos hacer un viaje al Parque Nacional del Amazonas, una semana de una especie de sucedáneo de luna de miel. La semana siguiente fue una sucesión de grandes alegrías y profundas depresiones. Primero, la exaltación. Había comprado los billetes y tenía reservada una habitación en el hotel. ¿Te has enamorado alguna vez tan perdidamente como para llegar a considerarte indigna del otro?

—No.

—Yo era joven. Pasé dos días intentando convencerme de que Paula Cherenkov no estaba fuera de mi alcance. Y lo conseguí. Entonces ella me telefoneó y anuló el viaje. Ni siquiera recuerdo por qué, pero tenía alguna razón de peso. Esa semana la invité a cenar un par de veces. Sin resultado. Procuré no presionarla. Es probable que nunca advirtiera la gran tensión en que vivía yo. Subía y bajaba como un yo-yo. Luego, ella intentó rebajar el tono de la relación. Le era simpático. Lo pasábamos bien juntos. Quería que fuésemos buenos amigos. Yo no era su tipo —concluyó Luis—. Creí que estábamos enamorados. Es posible que ella también lo creyese, la primera semana o algo así. No fue cruel. Simplemente no había comprendido nada.

—Pero, ¿y la zozobra?

Luis levantó la vista hacia Teela Brown. Se encontró con la mirada inexpresiva de sus ojos plateados, y comprendió que ella no había entendido ni media palabra.

Luis estaba acostumbrado a tratar con extraterrestres. El instinto o la práctica le habían enseñado a captar aquellas situaciones en que un concepto resultaba demasiado extraño y era imposible absorberlo o comunicarlo. Entre él y Teela había surgido una laguna parecida, fundamental, en la interpretación.

¡Qué monstruosa brecha separaba a Luis Wu de esa chica de veinte años! ¿Era posible que hubiera envejecido de un modo tan drástico?

Teela, con la mirada vacía, esperaba una explicación.

—¡Nej! —farfulló Luis, y se puso en pie de un salto. Las manchas de barro comenzaron a deslizarse lentamente por su túnica y por fin se desprendieron del dobladillo.

Nessus, el titerote, estaba disertando sobre ética. Hizo una pausa (para mayor deleite de sus admiradores, hablaba literalmente por las dos bocas) para responder a la pregunta de Luis. No, no había tenido noticias de sus agentes.

Interlocutor-de-Animales, en el centro de otro grupo, se había desparramado sobre la hierba como un montículo anaranjado. Dos mujeres le rascaban la piel detrás de las orejas, esas curiosas orejas de los kzinti, capaces de extenderse como rosados parasoles chinos o de plegarse y quedar aplastadas contra la cabeza. En ese momento las tenía muy abiertas y Luis pudo ver el dibujo que llevaba tatuado en cada una.

—Y bien —le interpeló Luis—. ¿No he estado demasiado brillante?

—En absoluto —rugió el kzin sin moverse.

Luis se rió para sus adentros. Los kzinti son criaturas temibles, sin duda. ¿Pero quién teme a un kzin cuando le están rascando las orejas? Los invitados se habían relajado un poco al verlo en esa posición, y el kzin también parecía encontrarse a sus anchas. A todo ser superior a un ratón de campo le gusta que le rasquen las orejas.

—Se han estado turnando —murmuró el kzin, medio dormido—. Un macho se acerca a la hembra que me está rascando y observa que le gustaría ser objeto de iguales atenciones. Los dos desaparecen juntos. Y otra hembra viene a sustituir a la que acaba de marcharse. Debe de tener gran aliciente esto de pertenecer a una raza con dos sexos racionales.

—A veces complica terriblemente las cosas.

—¿En serio?

La muchacha situada junto al hombro izquierdo del kzin (tenía la piel negra como el espacio, salpicada de estrellas y galaxias, y sus cabellos recordaban la fría cascada blanca dé la cola de un cometa) levantó la vista un momento.

—Teela, ven a sustituirme —dijo, sin darle importancia—. Tengo hambre.

Teela se arrodilló complaciente junto a la cabezota anaranjada. Luis dijo:

—Teela Brown, Intérprete-de-Animales. Espero que...

Junto a ellos sonó una fuerte música disonante.

—...lo paséis bien. ¿Qué fue eso? Oh, Nessus. ¿Qué?

La música procedía de las extraordinarias gargantas del titerote. Nessus se había interpuesto sin miramientos entre Luis y la chica.

—¿Eres Teela Jandrova Brown, número de identidad IKLU-GGTYN?

La muchacha le miró sorprendida, pero sin asustarse.

—Ese es mi nombre. He llegado a olvidar mi número. ¿Sucede algo?

—Llevamos casi una semana rastreando la Tierra en tu busca. ¡Y ahora te encuentro en una fiesta a la que he venido a dar por pura casualidad! Ya me oirán mis agentes.

—Oh, no —protestó débilmente Luis.

Teela se levantó, algo incómoda.

—No me he escondido, ni de ti ni de ningún otro... extraterrestre.

—¡Un momento! —Luis se interpuso entre Nessus y la muchacha—. Nessus, salta a la vista que Teela Brown no es una exploradora. Tendrás que buscar otra persona.

—Pero Luis...

—Un momento. —El kzin comenzó a incorporarse—. Luis, deja que el herbívoro escoja a quien le dé la gana para su expedición.

—¡Pero, mírala bien!

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