Jai Shing les interrumpió.
—Bueno —dijo ácidamente —, ¿podéis dejar las alabanzas mutuas para otro momento, y explicarme cómo vamos a detener la plaga de cintamanis? ¿Debo entender que sabéis por fin de dónde vienen?
—Es muy sencillo. Los cintamanis se originaron en los juggernauts... las regiones H... las regiones con hipoxantina, me refiero... ¡No son otra cosa que genes de cintamani intercalados en los genes del juggernaut!
Saboreó la sorpresa. El eunuco no dijo nada, pero el silencio que siguió a las palabras de Jonás fue muy significativo.
—Pero... ¿cómo llegan hasta allí?
—Mediante la infección ordinaria —afirmó Lilith—. Estaba equivocada... Yo creía que los cintamanis invadían a un juggernaut, lo devoraban y luego, reproducidos por millares de millones, podrían invadir otro. Pero la situación resulta ser más compleja. El cintamani invade al juggernaut, pero, en lugar de devorarlo, incorpora su ADXN al ADXN del juggernaut. Ese es el origen de las regiones H.
—Parece una locura.
—Oh, no. Tiene una lógica. Para el cintamani es más ventajoso. De este modo puede reproducirse cada vez que el juggernaut huésped se reproduce. Esto es más lento, pero más económico que el ciclo completo de infección, muerte del juggernaut, y nueva infección. Así evita el problema de encontrar nuevo huésped, que en el espacio interestelar no debe de ser tarea fácil. Además, ¿recuerda los casos de cruce de ADXN entre juggernauts? ¿La asombrosa capacidad evolutiva de éstos, a pesar de reproducirse asexualmente?
—¿Los cintamanis?
—Los cintamanis.
—No son parásitos... Son simbiontes —comprendió de pronto Han.
—Más que eso. Se han adaptado tan perfectamente a los juggernauts que han entrado a formar parte de ellos. Nosotros mismos llevamos en nuestras células un ejemplo de algo similar: las mitocondrias. Se cree que originariamente fueron bacterias parásitas que acabaron por fusionarse a su huésped, y colaborando con él. Aunque aun hoy la fusión no es total, pues las mitocondrias poseen su propio ADN, independiente del ADN de las células de nuestro organismo. En el caso de los cintamanis es como... si, como la parte viajera de su sistema reproductor. Algo ideal en el espacio. Pueden dividir su información genética en millones de cápsulas, que recorren grandes distancias hasta comunicarlas a otro juggernaut. Los cintamanis transmiten de esta forma sus mejoras genéticas, y el superhostil medio espacial se encarga de realizar la selección natural.
—Pero los cintamanis devoran a sus huéspedes. Nuestras mitocondrias no nos atacan a nosotros.
—Por supuesto. Imagine esto: el juggernaut muere. Por cualquier causa; son inmortales, pero no indestructibles. ¿Qué diablos hacen allí los cintamanis? Les conviene largarse cuanto antes. ¿Cuál es su única fuente de energía?, la que les permitirá crecer y guardar reservas calóricas para el largo viaje que les aguarda? Los propios tejidos del hospedador. Los genes inactivos vuelven a vivir, se forman cintamanis activos, devoran al hospedador e infectan otro nuevo, que no lleve genes de cintamani... No devoran a su huésped más de lo que un embrión humano devora a su madre.
—O nuestras propias bacterias intestinales, que tras habernos servido durante toda la vida, a nuestra muerte, inician la putrefacción a partir del intestino. Para, tarde o temprano pasar al aire donde colonizar a otro ser humano, al que le servirá, durante la digestión.
—Muy bien. Es un símil perfecto —corroboró Jonás.
—Un momento —dijo Hari —: ¿De dónde evolucionaron los cintamanis?
—¿Qué quieres decir?
—Sí. Si los cintamanis fueron los que hicieron posible la evolución, eso quiere decir que antes de ellos ésta no se producía entre los juggernauts. ¿No? ¿Queréis decir que fueron diseñados por los creadores de los juggernauts? ¿Para qué producir una criatura que haría evolucionar a los juggernauts descontroladamente?
—Desde mi punto de vista —dijo Lilith —, los cintamanis son una mutación casual, y aislada, de algún órgano del juggernaut. El que no exista cruce genético no quiere decir que la evolución se haya detenido, simplemente discurre más lenta. El primer juggernaut que produjo cintamanis se aseguró con ello la supervivencia de sus genes, y por lo tanto no tardó en imponerse a los demás.
—También es posible —añadió Jonás— que los cintamanis fueran diseñados exactamente igual que los juggernauts. ¿Para qué? Si la función de los juggernauts era la de constituir un rebaño que cruzara el vacío intergaláctico, a sus constructores les interesaba el cruce genético como único medio para asegurar las mejoras que fueran surgiendo, y su capacidad de adaptación a un nuevo medio ambiente, como era Akasa-puspa, no se perdieran
—Perdonadme —dijo una voz infantil —, todo lo que decís es terriblemente interesante, pero yo aún no he escuchado la solución al caso que nos ocupa...
Todos se volvieron hacia el eunuco.
—¿A qué se refiere?
—¿Sabéis o no cómo detener la destrucción de rickshaws?
Jonás carraspeó.
—Yo creo que tengo una idea al respecto.
—Magnífico. ¿De qué se trata? —preguntó Jai Shing burlonamente.
—Los cintamanis sólo pueden activarse tras la muerte del juggernaut. Lo que demuestra que éstos no son inmortales como muchos piensan. Probablemente vivan mil o dos mil años, pero al final, ya sea por envejecimiento, o por accidente, mueren. ¿Qué le indica al cintamani que su anfitrión ya ha muerto, y que puede empezar a reproducirse?
—¿Qué?
—No lo sé. Pero tengo una idea de cómo averiguarlo. Capturemos otro juggernaut. Analicemos su química orgánica cuando aún está vivo, lo matamos, y sometámosle al mismo análisis después de muerto. Las diferencias al comparar los dos análisis nos mostrarán los cambios en su química que disparan la producción de cintamanis.
—¿Y...?
—Es muy sencillo. Una vez tengamos la sustancia que inhibe la producción de cintamanis, no tendremos más que espolvorearía por el interior de los rickshaws. Podríamos acelerar contenedores llenos de un gas con esa sustancia X, y que una vez en el interior del rickshaw lo liberaran.
—Es una buena idea, pero hay un problema —intervino el ayudante de Lilith.
—¿De qué se trata?
—No sabemos cómo conseguir otro juggernaut. Hemos estado rastreando la zona con los radares de la Vijaya, sin resultado alguno.
—Tal vez, en este tema —dijo Hari— pueda ayudaros. Le eché un vistazo a los datos sobre los avistamientos de juggernauts, cuando Jonás me pidió que los recuperara del ordenador... —Se detuvo un momento, como si ordenara mentalmente sus ideas—. Estoy seguro de que advertí una cierta relación entre todos los casos. No puedo explicaros de qué se trataba, pero estoy acostumbrado a tratar con ordenadores, y allí había una relación.
—Bien, en ese caso nos pondremos todos manos a la obra —dijo Jai Shing—. Lilith, ¿quién es el mejor técnico en ordenadores de que disponemos?
Lilith meditó un momento.
—Ban Cha. El analista de la Vijaya.
—Estupendo, le avisaremos. Reverendo, ¿cuento con su ayuda?
—Por supuesto.
—En ese caso, ya no hay más que hablar. Esperaremos resultados, y a ver si se aclara finalmente todo este asunto.
Jonás Chandragupta era un hombre feliz. Se encontraba en su dormitorio, dispuesto a pasar durmiendo las siguientes doce horas. Desde que había llegado a la base del juggernaut, se encontró envuelto en un torbellino tal de acontecimientos que apenas dispuso de tiempo para dedicarlo al descanso.
Finalmente todo se había resuelto. Pronto localizarían un juggernaut, y tras los análisis necesarios, tendrían la solución final para contener la plaga de cintamanis. Por lo que a él concernía, ya había cumplido. El trabajo restante lo podría finalizar un estudiante de bioquímica de primero.
Si, se sentía feliz. Exultantemente feliz. Casi deseaba echarse a reír y a saltar por toda la cámara. Después de esto no podrían negarle la licencia. Regresaría a Martyaloka, y allí volvería a ser un civil. Ocho meses más de viaje de regreso..., y se acabó la estúpida vida militar.
Esta era una oportunidad de oro para iniciar una nueva vida. Su pasado estaba muerto, ya había perdido demasiado el tiempo recordando lo que ya no podía cambiar. El hombre que desembarcaría en Límite sería alguien muy distinto de aquel joven biólogo que abandonó su planeta seis años antes...
Se dejó caer en la cama de agua de diseño imperial y se estiró sobre ella satisfecho. Para un hombre agotado, una cama de agua en baja gravedad era algo muy semejante al Nirvana. Se durmió casi al instante.
Fue cruelmente despertado por un obstinado zumbido. Se frotó los ojos intentando alejar de ellos el sueño. Miró el reloj.
¡Apenas había dormido un par de horas!
Buscó con la vista el origen del sonido.
La luz indicadora del videófono parpadeaba insistentemente.
Se levantó maldiciendo todos los nombres de Dios.
—¿Qué sucede? —preguntó lo más bruscamente que pudo tras pulsar el contestador.
El rostro del reverendo Hari sonreía desde la pantalla. Aquello era lo último que Jonás hubiera necesitado ver para tranquilizares.
—¿Te he despertado?
—Sí. ¿Qué sucede?
—Pensé que te gustaría estar al tanto de lo que fuéramos descubriendo. ¿Acaso he cometido un error despertándote?
—No... es igual. ¿Habéis descubierto algo?
—Sí, yo estaba en lo cierto. Existía una relación entre todos los juggernauts avistados: una parte de ellos viajaba en una determinada dirección, y el resto en la contraria.
Jonás lo pensó un momento. Desistió, su cerebro aún parecía aletargado.
—¿Y eso qué significa?
—Se mueven en una sola órbita. Yo diría que se trata de una elipse muy excéntrica. Estamos calculándola... Deberías de venir aquí, estos ordenadores romakas son... No sé cómo me voy a acostumbrar de nuevo a nuestros viejos procesadores de válvulas... Aquí aún no has formulado la pregunta, cuando ya tienes la respuesta... ¡Y programando en lenguaje corriente... !
—¿Habéis localizado ya algún juggernaut?
—Todavía estamos en proceso de calcular la elipse. Una vez tengamos los focos, la cosa estará clara. Si aún queda algún juggernaut por ahí fuera, seguro que lo encontraremos viajando por esa órbita.
—Estupendo. Despiértame entonces —y se volvió a dormir.
Fue como si el videófono hubiera empezado a sonar de nuevo, apenas puso su cabeza en la almohada.
Miró su reloj. Había pasado media hora.
El rostro del reverendo estaba demacrado y sudoroso. Sus ojos parecían acabar de enfrentarse con los de su Creador. Le hubiera sorprendido saber lo cerca que había estado de acertar en esa primera impresión.
El sueño abandonó a Jonás al instante. Jamás había visto a Hari de esa forma. Se sintió realmente impresionado. ¿Qué estaba pasando?
Le hizo esta pregunta al religioso.
—Es mejor que vengas —respondió—. Estamos en la sala de ordenadores.
Jonás se dirigió hacia allí mientras era invadido, a cada paso, por negros pensamientos. La posibilidad de acabar con todo y regresar a Límite inmediatamente le parecía ahora más lejana que unos momentos antes.
Recordó con un estremecimiento el rostro del religioso. No podía imaginar muchas cosas capaces de transformar así el semblante de un hombre, y algunas eran demasiado horribles para ser ciertas.
En la sala de ordenadores le esperaba Han, junto a Ban Cha, Lilith, y Jai Shing. Todos estaban mortalmente serios.
Jai Shing era el que tenía un aspecto más impresionado. Se retorcía frenéticamente las manos y paseaba nervioso de un lado a otro.
Miró alrededor; algunas pantallas estaban encendidas, mostrando imágenes multicolores sin sentido para Jonás.
El ya había visitado aquella sala, y había quedado impresionado por las diferencias con su visita a la cámara del C.I.C. de la Vajra. Unas pocas terminales, silenciosas impresoras láser, grandes monitores policromos, y un ambiente limpio y relajado. Todo seguía igual, excepto lo último. El ambiente allí, en aquellos momentos, no tenía nada de relajado.
—¿Alguien puede decirme qué está pasando? —se atrevió a preguntar.
Nadie parecía ansioso por explicárselo. Finalmente Ban Cha empezó a hablar.
—Recibió una llamada del reverendo... Estábamos intentando encontrar los focos de la órbita elíptica de los juggernauts...
—Si... ¿Los han encontrado?
Ban Cha estaba sentado en una silla giratoria. Sin decir palabra se volvió hacia la terminal que tenía a su espalda.
Tomó el ratón conectado al ordenador, y lo deslizó sobre la superficie de trabajo.
Las imágenes empezaron a tomar forma en la pantalla principal. Primero un punto de luz. Después varios puntos menores, aparentemente dispuestos al azar.
—El punto grande representa nuestra posición actual. —Una flecha apareció en la pantalla; Ban Cha la movió sirviéndose del ratón—. Los puntos menores son avistamientos de juggernauts efectuados en el pasado. —Tecleó algo, y una línea azul empezó a unir los puntos. Era una amplia curva. Una elipse delgada y aplastada como un fino huso—. Uno de los focos no fue difícil de calcular: se trataba de alguna estrella en el núcleo de Akasa-puspa.
—Sí, eso ya se suponía —dijo Jonás.
—Bien, el otro foco nos dio más trabajo. Como ve, es una elipse bastante excéntrica, por lo tanto debía de estar muy alejado del primero...
—Teníamos muchos puntos de la elipse —dijo Hari —; el problema es que las estrellas próximas la perturban. Tuvimos que incluir en el programa del ordenador las influencias de las estrellas próximas, una a una; luego introducir las más alejadas. Afortunadamente, cuanto más alejadas, más débil es su influencia, y hay tantas que aproximadamente se cancelan. Finalmente logramos calcular la situación del segundo foco con un margen de error de unos cientos de kilómetros.
—¿Entonces? ¿Cuál era el problema?
—Pues que cuando dirigimos hacia esa zona los telescopios de la Vijaya no encontrásemos nada.
—¿Nada?
—Nada. Ninguna estrella, ningún objeto visible.
—Eso no es posible.
—Por supuesto. Allí debía de existir alguna masa, utilizada por los juggernauts para variar su órbita... Fue al teniente Ban Cha a quien se le ocurrió la idea de utilizar el telescopio de infrarrojos. Y encontramos... será mejor que te lo muestre...