Ban Cha volvió a teclear algo.
—Fíjese —dijo —, éste es el sector del espacio visto por el telescopio óptico.
La pantalla mostraba una imagen parcialmente negra. Ninguna estrella cercana a la vista. Aquello era el final del cúmulo, el limite más exterior de Akasa-puspa. Más allá sólo miles de años luz de vacío intergaláctico, y en un extremo de la imagen, la borrosa imagen de uno de los nubosos brazos espirales de la Galaxia.
—Y esto —continuó Ban Cha —, es la imagen que nos dio el infrarrojo.
La pantalla cambió de color. Ahora era toda ella de un frío tono azul pálido. En su centro destacaba un punto rojo. Eran colores falsos; lo que la imagen reflejaba era calor, no luz.
—¿Qué es eso? —preguntó Jonás—. ¿Un gigante gaseoso?
—Eso fue lo primero que pensamos. Un gigante gaseoso. Helio e hidrógeno calientes, con pequeñas reacciones termonucleares en su interior, pero demasiado pequeño para brillar.
—¿Quiere decir que no se trata de eso? ¿Qué otra cosa podría ser...?
—Ni en un millón de años lo adivinaría. —Ban Cha volvió a utilizar el ratón. La flechita se dirigió hacia el pequeño punto, y dibujó un cuadrado en torno a él.
Ban Cha estiró, y el cuadrado aumentó de tamaño hasta llenar la pantalla.
Jonás contuvo el aliento. Lo que estaba viendo era cualquier cosa menos un gigante gaseoso. Cualquier cosa menos un objeto natural.
La imagen lo mostraba asombrosamente nítido con sus colores ficticios. Un núcleo rabiosamente grana, luego un espacio vacío, frío, y una cáscara anaranjada. Sí, una cáscara. De eso no había duda, la imagen la mostraba como un espectro de cambiantes colores anaranjados girando en torno al núcleo super-caliente.
Jonás comprendió de pronto.
—¡Es un artefacto!, una especie de mandala. Pero esférica, en vez de toroidal o cilíndrica. El Imperio las ha construido durante siglos. ¿Qué tiene eso de extraordinario? ¿La central de energía atómica central? Tal vez sea una nave espacial...
Jonás se detuvo súbitamente. ¡Una nave espacial!
—Sí —dijo Lilith —, tal vez sea una nave espacial como las que muchos postulan que se utilizaron para cruzar el vacío intergaláctico. Esto podría resultar sorprendente, tal vez extraordinario, pero lo realmente terrorífico es su tamaño.
—¿Su tamaño?
—Es un objeto artificial, de eso no hay duda; nada en la naturaleza podría crear ese cascaron perfectamente esférico. Por lo tanto, hemos descubierto una obra de algún tipo de inteligencia. ¡Y los juggernauts vienen de allí!
—¿Cuánto mide ese artefacto? —preguntó nerviosamente Jonás, recordando las limitaciones de las naves generacionales: demasiado pequeñas para mantener una ecología estable.
—No puede haber error alguno —dijo Ban Cha mortalmente serio—. Al principio pensamos eso, que se trataba de un error en nuestros cálculos, repasamos una y mil veces las mediciones... Finalmente tuvimos que aceptar que estábamos ante un objeto artificial de... ¡225 millones de kilómetros de radio!
La primera reacción de Jonás fue la de incredulidad. ¿Se estaban burlando de él? Aquello era... No, no bromeaban. No había más que ver sus rostros. Estaban tan aterrorizados como él.
Inmediatamente llegó el pánico, un miedo supersticioso que empezó a helarle los huesos, un terror semejante al de un salvaje enfrentándose a las fuerzas de Dios. Su bien cimentado ateísmo se tambaleó durante un segundo.
¡Una máquina de 225 millones de kilómetros de radio! ¡Casi media hora-luz de diámetro! ¿Qué tecnología poseería la civilización capaz de construir algo así? Todo lo realizado por el Imperio en su época de gloria eran ridículas obras en un hormiguero.
¿Seguirían allí los constructores? En ese caso poco importaba si eran dioses o no. Ni siquiera la Hermandad podría diferenciarlos de éstos.
Buscó un asiento donde dejarse caer y meditar...
Necesitaba pensar en todo aquello.
CEROSólo los cuerpos son perecederos; el espíritu eterno que los anima no tiene fin ni medida, por eso lucha impávido como un héroe.
BHAGAVAD-GITA (18.8)
«CATALOGO DE ARMAS DE LA UTSARPINI»
REPETIDORA MODELO 21
Longitud: | 908 mm. |
Peso: | 7,450 kg. |
Cañones: | 403 mm. |
Calibre: | 21 mm. |
Rayado: | 6 estrías |
Cadencia de tiro: | 200 dpm. |
Vel. inicial: | 369 m/s. |
Versiones: | 21-A: bayoneta retráctil de 35 cm. alimentación por cargador (sod.) 21-B: cañón reforzado, bocacha lanzagranadas adaptable, alimentación por cinta. Ambos modelos con bipié cortaalambres. |
—Faltan cinco minutos —anunció el sargento de la infantería de marina Bana Jalandhar.
El grupo de hombres que se hacinaban, hombro con hombro, en la sala de descompresión, se vio recorrido por una ola de ansiedad que se tradujo en golpeteo y chasquidos de las armaduras entre sí.
Tenían un aspecto temible, como un insecto veteado en rojo y gris. Los trajes de vacío de los infantes habían sido desarrollados a partir de las primitivas armaduras utilizadas por los subandhus yavanas en el combate. Muchos de sus rasgos habían sido diseñados originalmente para provocar el terror en los enemigos; abundaban los ángulos agudos y las protuberancias semejantes a púas. Un grueso anillo de hierro protegía la zona más vulnerable de cualquier traje espacial: el cuello. Por encima de este collarín sólo sobresalía la parte superior del casco, como una cúpula con una rendija para los ojos. Esto restringía de tal forma la visión, que se hacía necesario un par de espejos retrovisores rectangulares que sobresalían como dos cuernos a ambos lados de la cabeza.
El conjunto se completaba con el pesado fusil ametrallador de calibre veintiuno y la aparatosa mochila que contenía el soporte vital capaz de mantener al infante con vida en el vacío.
La sala no contaba con espacio suficiente para que los veinte infantes que la ocupaban pudieran sentarse, y a pesar de la escasa gravedad, tras seis horas de permanecer de pie, cargados con todo aquel equipo, los hombres empezaban a protestar y a gruñir, al compás de los "clang" "clang" producidos por el incesante golpeteo de las hombreras de las armaduras.
—¡Cabo, abra las compuertas! —ordenó secamente Bana.
Las batallas siempre son una rareza en la vida de un soldado. La mayor parte del tiempo lo pasa viajando de un lugar a otro. Pero por mucho que un infante tenga que esperar, siempre llega el momento en que la puerta se abre, y todo es igual a partir de entonces.
Meses de aburrimiento seguidos de segundos de terror —pensó el sargento Bana mientras saltaba al vacío.
—Ahí va el primer grupo —comentó Isvaradeva.
Se encontraba junto al capitán Chait Rai, al otro lado de la puerta que conducía a la cámara de descompresión, observando la salida de los infantes a través de un monitor.
Los hombres habían formado grupos de cinco miembros. En cada grupo, cuatro hombres eran arrastrados por el quinto que se servía de un pequeño impulsor a base de hidrato de hidracina y agua oxigenada.
El capitán Chait Rai se volvió hacia sus hombres y les ordenó que ocuparan sus puestos en la cámara de descompresión.
—Sabemos que los laboratorios se encuentran en la zona ecuatorial del casco vacío del juggernaut —dijo Chait Rai mientras repasaba mentalmente el plan—. El sargento Bana irá primero. Avanzará con sus hombres por la cara exterior hasta pasar el punto medio. Yo iré en la segunda expedición seis horas después. Intentaremos sorprender a los romakas entre dos fuegos. Contaremos para todo esto con el apoyo de nuestros infantes del interior. Si nos ajustamos al plan prefijado, pocas cosas pueden salir mal.
—Las cartas ya están repartidas —dijo Isvaradeva mientras pensaba que, en algo tan imprevisible como un grupo de hombres armados, muchas cosas podían salir mal —; a partir de ahora poco podremos hacer para cambiar la situación.
—Si le sirve de algo, le diré que creo que ha hecho lo adecuado, Comandante.
En ese momento el último de los infantes ya había entrado en la cámara. Chait Rai se colocó el casco de su armadura, y saludó militarmente a Isvaradeva.
—Intentaré comunicar con usted en cuanto me sea posible, Comandante —dijo, a modo de despedida. Y siguió a sus hombres en la cámara de descompresión.
Tras él, uno de los cabos cerró y aseguró la escotilla de acceso.
—Lo siento. Pero sin una orden directa del propio Gramani Jai Shing no puedo permitirle acceder al compartimento de salida.
El infante de marina de la Utsarpini Ozman Nasser se encogió de hombros.
—Esto me parece ridículo. ¿Sabe cuánto tiempo tardaré en ponerme este traje? —dijo, exhibiendo la escafandra de vacío de lona y caucho que llevaba descuidadamente sobre su brazo derecho—. Estaré ahí dentro a su merced mientras me lo coloco. ¿Cómo iba a engañarle? Usted sólo tendría que abrir la compuerta al vacío y...
Pero mientras hablaba, sabía que el guardián no se iba a dejar convencer. A pesar del uniforme de la Marina que llevaba puesto, el otro hombre lo observaba como un guerrero que mide a su oponente. Su proyector de partículas estaba listo para entrar en acción.
—Usted es un militar como yo —dijo el guardián—. Por favor, comprenda que he recibido unas órdenes y que debo cumplirlas.
—Muy bien, llame... —Ozman señaló el interfono—. Compruebe que he recibido permiso del mismísimo Jal Shing. Vamos, ¿a qué espera?
El guardián pareció dudar un momento. Finalmente se dirigió al aparato de comunicación sin dejar de encañonarle.
Empezó a marcar el número de las habitaciones privadas del eunuco.
Ozman cambió el traje de vacío de brazo, con un movimiento natural.
Un dardo de acero se clavó en el pecho del guardián. Este observó la pequeña flecha con mudo asombro. ¡Se suponía que los hombres de la utsarpini no estaban armados!
Reaccionó tarde. Alzó su arma hacia Ozman, pero éste giró rápidamente sobre sí mismo, y se la arrancó de las manos de una certera patada. Acto seguido, saltó hacía el guardia, y le hundió la tráquea con un golpe dado con el canto de su mano derecha.
Konarak señaló con un sutil gesto de la cabeza las cámaras que les observaban desde las cuatro esquinas de la habitación que los Imperiales habían asignado a los hombres de la utsarpini.
En silencio, se dirigió hacia uno de los puntos ciegos bajo una de las cámaras. Gwalior le siguió.
El infante de marina garrapateó rápidamente sobre una cuartilla, y se la pasó a Gwalior.
El mensaje decía:
"Mi comandante, estamos aquí en misión de combate. Nuestras órdenes vienen directamente del Comandante. Los infantes, Ozman y Chanakesar están cumpliendo en estos momentos los planes perfilados. Le transmito las órdenes del Comandante de que usted, y el resto de los marinos aquí presentes, se mantengan al margen."
Gwalior asintió. Dobló cuidadosamente el papel, lo dejó sobre uno de los ceniceros de pie, y lo quemó aplicándole la llama de su mechero. A continuación se encendió un cigarro, y se sentó tranquilamente junto a Jonás.
Chanakesar entró en esos momentos. Con la misma actitud silenciosa de Konarak tomó uno de los maletines de instrumentos de biología, y se dirigió a otro de los puntos ciegos.
—A pesar de las miradas reprobatorias de Gwalior, Jonás se levantó, y se acercó a observar las acciones del infante.
Este había abierto el maletín sobre una silla, sacó uno de los microscopios ópticos que contenía, y desmontó su píe. Encendió un mechero de alcohol, y colocó la base ahorquillada del microscopio sobre la llama. El metal empezó rápidamente a deformarse.
Jonás había observado atónito esta operación, hasta que súbitamente lo comprendió todo.
¡Metales con memoria de forma! Había oído hablar de ellos, pero por lo que sabía era uno de los secretos militares mejor guardados: Se forjaba una pieza en una determinada aleación, a alta temperatura. Acto seguido se la dejaba enfriar, y se sometía a deformación mecánica, hasta que el resultado no guardara ninguna semejanza con la pieza original.
El objeto permanecería así hasta que alguien le aplicara calor. Entonces, al alcanzar la temperatura crítica, el metal recuperaría la forma original en la que fue forjado.
Lo que el infante tenía ahora en sus manos había perdido toda su semejanza con un pie de microscopio. Tras unos minutos mas de trabajo, Jonás comprobó que aquel hombre había construido ante sus ojos, con ése y otros elementos, una pequeña ballesta del tamaño de una pistola. Varias agujas de disección, tras añadirles sendas plumas improvisadas con papel de filtro, se convirtieron en cortos pero efectivos dardos.
Pero no había terminado su trabajo. Desmontó uno de los oculares, y extrajo de su interior una espesa materia arcillosa. ¡Explosivos! Poco a poco fue añadiendo más de aquel material grisáceo que salía de los más insólitos lugares hasta que formó una bola de aproximadamente medio kilo de peso.
Jonás se volvió, furioso, hacía Gwalior. Una vez más le habían puesto en peligro. Habían desafiado las órdenes de los imperiales, y además utilizando su material para ello. Si los guardias de la Vijaya hubieran descubierto todo aquello, él hubiera sido el primero en ser fusilado.
Abrió la boca para protestar indignado, pero Gwalior le hizo callar aplicando su dedo índice a sus labios, mientras le dirigía una mirada asesina.
Mientras tanto, el infante había abierto una lata de cerveza de una conocida marca imperial, la había vaciado de su contenido, e introducía cuidadosamente pegotes de la masa explosiva mezclados con los más heterogéneos objetos metálicos: tuercas y arandelas del desmontado microscopio, y tornillos de acero provenientes del respaldo de una de las sillas de la sala.
Para completar el conjunto pidió a Gwalior su mechero, y tras desmontar el mecanismo piezoeléctrico de éste, lo clavó en la masa de explosivo.
Al ver esto, Jonás se apartó prudentemente al extremo opuesto de la habitación.