Nacida bajo el signo del Toro (11 page)

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Authors: Florencia Bonelli

BOOK: Nacida bajo el signo del Toro
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—¿Qué Luna tiene?

—En Tauro. Mirá qué interesante. Él entiende la parte afectiva como una energía que para vos es natural.

—Explicame, no entiendo.

—Para él, la parte afectiva se entiende a partir del contacto con el cuerpo de la madre, que será fuente de seguridad y de alimentos, por eso es una Luna con mucho contacto físico, mucho mimo. Es una Luna muy sensorial y sensual, como lo es Tauro.

—¡Es una Luna lindísima! —se exaltó Camila, mientras recordaba el modo en que Lautaro había respondido a las caricias de Ximena.

—Sí, y por eso mismo, por ser tan linda, por darnos una sensación tan placentera, es difícil superarla.

—¿Hay que superarla?

—Siempre hay que superar la Luna, siempre hay que madurar. No podemos quedarnos en los sentimientos que albergábamos cuando éramos niños. En el caso de esta Luna, no podemos suponer toda la vida que, sin contacto físico, no hay amor.

—¡Camila! —El llamado airado de su padre la devolvió al habitáculo del automóvil—. Hija, ¿no me oís? Estoy diciéndote que te quiero en casa a las cuatro y media.

—¡Cuatro y media! —Bárbara reaccionó incorporándose y plantando la cara entre los asientos delanteros—. Pero, Juan Manuel, eso es muy temprano.

Camila apretó la mandíbula. ¡Cómo le molestaba que Bárbara tutease a su padre!

—Lo lamento, Bárbara. Quiero que mi hija esté de vuelta a esa hora. ¿A qué hora le dijiste a tu papá que fuese a buscarlas?

—A las seis.

—Por favor, llamalo y pedile que vaya a las cuatro, cuatro y cuarto. Si tu papá no puede buscarlas a esa hora, yo no tengo problema de hacerlo.

—Ya lo llamo.

Camila habría preferido que su papá le ordenase regresar a las tres y media. “Tengo tantas ganas de ir a ese boliche como de ponerme a bailar desnuda en la calle”. Se preguntó por qué Bárbara habría cambiado de boliche a último momento. Le había propuesto ir a uno en la Costanera, llamado Promenade. Esa noche, cuando se presentó en su casa, le advirtió que irían a Dolmen, en Villa Urquiza. Ante el cambio, Josefina y Juan Manuel pusieron mala cara.

—Es mejor que Promenade —les aseguró Bárbara, y Camila admiró la soltura y la desfachatez con que se dirigía a sus padres—. Es para menores de dieciocho.

—¿Sirven alcohol? —preguntó Josefina.

—¡Claro que no! —se escandalizó Bárbara.

Dolmen no defraudó las expectativas de Camila: era oscuro, frío y mundano. El rechazo la asoló al entrar en la recepción, donde los patovicas no les exigieron los documentos ni revisaron la mochila de Bárbara. A la una y media, la pista estaba prácticamente vacía.

—Vení, vamos a ocupar un lugar.

Se acomodaron en unas tarimas cubiertas por una moqueta negra que despedía un olor punzante.

—¡Qué asco! —se quejó Camila.

—Es el ignífugo. Tiene olor a meada de gato, ¿no? Después de lo que pasó en Cromañón en el 2004, todos se cuidan de cumplir con estas cosas.

—¿Por qué te gusta venir a estos lugares? Es horrible.

—Ahora te parece horrible, porque está vacío. Cuando empiece a llenarse y pongan música zarpada, vas a ver, es recopado. ¿Cómo te fue hoy con Gómez? ¿Qué tal se portó el caracúlico?

—Bien.

—¿Estudiaron mucho? Me imagino, los dos bochos del curso juntos...

—Tenemos dos días para hacer el trabajo, así que sí, trabajamos mucho.

—¿Te trató bien?

—Normal —mintió.

—¿Te quedaste a almorzar en su casa?

—Sí.

—¿Estaban la madre y la hermana?

—¿Cómo sabés que tiene una hermana?

—No sé, alguien me dijo una vez. No me acuerdo. ¿Qué tal la hermana? ¿Piola?

—Sí, muy piola.

—¿Es linda? Porque, si se parece a Gómez, es un bicho.

—Es muy linda.

—¿Te gusta Gómez, Cami?

—Oy, qué manía con eso. Que si me gusta Gálvez, que si me gusta Gómez… ¡No me gusta nadie!

—Bueno, no te enojes. Te preguntaba, nada más. ¿Somos amigas o no? Las amigas se cuentan secretos. ¡Ah, mirá! Ahí viene Lucía.

—¿Ese quién es? No sabía que tuviese novio.

—¡Qué más querría ella! Pero no, no es su novio. Es un fato que tiene. Germán va a la escuela técnica que está cerca de nuestro cole. Lucía está muerta con él, pero él está de novio desde hace años con una minita de su barrio. Capaz que hoy la minita estaba enferma o no la dejaban salir, y por eso curte con Lucía.

Camila observó a la pareja que se acercaba y le dieron ganas de boxear a Lucía. No la soportaba, menos aún en el papel de gatona, exacerbado por los
hot pants
violetas y las botas de charol blanco hasta las rodillas. “¿Por qué no tendrás un poquito de dignidad, idiota?”. Aunque debía admitir que, con un físico escultural, daban ganas de vestirse así.

Lucía la saludó con mala cara, que se agrió aún más cuando Germán dijo:
—Barby, no sabía que tuvieras una amiga tan copada. ¿Sos rubia teñida o de verdad?

—¡De verdad, tonto! —intervino Bárbara—. Y dejala en paz. Está conmigo.

—¿Son tortilleras?

El corazón de Camila dio un vuelco y deseó salir corriendo de ese lugar y de esa gente.

—¡Qué pelotudo que sos! Ella y yo somos amigas. Como hermanas —añadió, y se aferró al brazo de Camila.

—Lo decía en joda. Se nota que tu amiga no es torti.

—¿Querés acabarla con Camila? —se quejó Lucía.

—Tomá, Barby —la invitó Germán, y le extendió un cigarrito liado a mano—, te dejo dar una pitada de mi porro para que me perdones.

—Al fin algo bueno.

Camila había percibido el aroma a hierba dulzona que se desprendía de las ropas de Lucía y de Germán, y enseguida reconoció que se trataba de marihuana; a diario, la olía a la salida del colegio y en los baños, durante el recreo.

—Hoy te tocaba a vos —Lucía le recordó a Bárbara—. ¿Trajiste el escabio?

—Obvio —contestó la otra, y abrió la mochila.

Camila no daba crédito a sus ojos: Bárbara extrajo varias botellas, envueltas en un plástico con burbujas, y vasos de telgopor. Germán y Lucía la ayudaron a desembarazarlas de la protección y a abrirlas. Había vodka, fernet, whisky, licor, ron y gaseosa. Comenzaron a beber. Camila aceptó un poco de gaseosa, y Lucía bufó y elevó los ojos al cielo.

—¡Ey, hola, princesas!

Camila se congeló con el vasito a medio camino: Sebastián Gálvez la miraba con ojos chispeantes y le regalaba una sonrisa cautivadora. No sabía que el más lindo del curso concurriera a esos boliches para menores. ¿Acaso no tenía diecinueve? Bárbara saltó de la grada y se lanzó al cuello del recién llegado.

—¡Hola, Sebita lindo! Qué bueno que viniste. ¡Estás divino!

—Gracias, Barby. Hola, Cami. —Se inclinó y la besó en la mejilla con deliberada lentitud, apoyando la boca sobre la piel—. Mmmm —lo oyó ronronear cerca de su oído—. Qué rico perfume.

Camila retiró la cara, incluso se desplazó unos centímetros sobre la grada para alejarse. El comportamiento de Gálvez la había avasallado.

—Hola —contestó, al tiempo que se preguntaba por qué, después de una semana de rehuirla, la saludaba como si nada hubiese ocurrido. Le molestó su inconstancia.

—Miren lo que tengo —habló Germán, y sacudió una bolsita con varias cápsulas bicolor.

—¿Es cristal? —preguntó Bárbara. —Germán asintió—. ¡Bravo! Dame una. ¿Cuánto cuesta?

—Doscientos mangos. A vos te la dejo a ciento cincuenta.

—¡A la mierda! Cuesta un huevo y medio.

—Me la pagás cuando puedas.

—No, Bárbara —masculló Camila, y la retuvo por el antebrazo—. No tomes eso, por favor.

—El cristal es lo más, Cami. Te parece que vivís en otro mundo, lleno de amor y paz. ¡Dale, probá!

—No.

—Dejala, Barby —terció Lucía—. Ella se lo pierde.

Germán le extendió la cápsula y Bárbara se quedó mirándola. La mano de Camila seguía oprimiéndole el antebrazo.

—No —dijo al cabo—, no voy a tomar.

Los demás apuraron la droga con un trago de alcohol. Germán y Gálvez comenzaron a charlar, lo mismo Lucía y Bárbara, que evaluaban a los que poblaban la pista. Camila sorbía su Coca-Cola y destinaba vistazos a Sebastián. Objetivamente, era magnífico; sin embargo, el encanto se había esfumado. Lo recordó peleando con Gómez; evocó la torpeza de sus brazos y piernas en comparación con la agilidad de su rival y la derrota denigrante; experimentó vergüenza ajena. Él también había consumido cristal, y los efectos empezaban a notarse: sonreía sin pausa.

“¡Lautaro!”, tenía ganas de gritar. “Sacame de aquí”. Hasta las cuatro estaría atrapada en esa caverna llena de humo, olores y ruido. “Lautaro”. Deseaba estar con él. Le dio por reír, y se cubrió los labios con el vaso de telgopor. El sentimiento la desbordaba, la desconcertaba. El día anterior habría expresado que se trataba de algo impensable. En ese momento, lo añoraba como nunca había añorado a un chico, ni siquiera a Sebastián Gálvez durante el verano. De una manera extraña, se sentía unida a Lautaro Gómez, como si él fuera ella, y ella, él.

Como el
disc-jockey
tuvo un momento de lucidez y puso un tema que le gustaba (“Grace Kelly

, de Mika), Camila accedió a bailar. Después de todo, meditó, lo más sensato sería ponerle onda y pasarla lo mejor posible. La música surtió efecto, y en unos minutos se encontró envuelta por la placentera sensación que le causaba la sucesión de melodías. Bailaba tratando de soslayar que Bárbara estuviese borracha y que siguiese pitando el porro provisto por Germán y bebiendo fernet con Coca. En varias ocasiones, la vio alejarse de la pista para atender el celular; discutía con quien hablaba y regresaba alterada a la pista.

Como nunca, lamentó no tener un celular; habría llamado a su papá para pedirle que fuese a buscarla. “¡Disfrutá!”, se obligó. Después de haber anhelado la amistad de Bárbara y de Lucía, resultaba casi escandaloso que no se divirtiese en su primera salida.

Sebastián bailando frente a ella, atento a sus comentarios y movimientos, constituía otro hecho que rayaba en la inverosimilitud. Sus ojos, más negros que verdes, fulguraban en la penumbra. El estilo de su ropa le otorgaba un aire canchero. Los bíceps se le marcaban bajo la manga larga y ajustada de la remera blanca, y los jeans le ceñían la cintura y las caderas delgadas. No cesaba el desfile de chicas que buscaban atraer su mirada. Él, sin embargo, las despedía con galantería antes de dirigir un vistazo a Camila y guiñarle un ojo. El tema “Without you

, de David Guetta, operó en él como un pase mágico. Camila apreció en su semblante el deleite que la música le despertaba. Saltó sobre ella, la tomó de las manos, la atrajo hacia su cuerpo con un jalón brusco e intentó besarla en la boca. Camila apartó la cara a tiempo.

—Qué piel suave. Qué bien olés, Cami.

—Soltame, Sebastián. —Se lo quitó de encima con un empujón.

—¡Ey, vení!

Camila se alejó en dirección al baño. Bárbara la detuvo antes de que entrase.

—¡Amiga! —Se le colgó al cuello—. Amiga, no te enojes —habló con acento pastoso y aliento a fernet—. Sebas está copado con vos.

—Pero yo no. ¿Podrías llamar a tu papá para que venga a buscarnos más temprano? No aguanto este lugar. Quiero irme.

—¿Mi viejo? —Bárbara emitió una carcajada distorsionada por el efecto del alcohol y de la marihuana—. Mi viejo no tiene idea de dónde estoy. Ni creo que le interese.

—¿No le dijiste que veníamos acá? —Bárbara negó con una sacudida que amenazó su equilibrio—. Lo llamaste desde el auto para avisarle que nos viniese a buscar más temprano. —La risita de Bárbara fue respuesta suficiente—. ¿Fingiste que lo llamabas? ¿No va a venir a buscarnos? —Otra sacudida de cabeza—. ¡Bárbara, te voy a matar! ¿Cómo nos volvemos?

—¡En remís! ¿De qué otro modo?

—¡Mi papá me va a matar! Me dijo que nada de remises. ¡Qué voy a hacer! Me dijiste que tu papá venía a buscarnos. ¡Me mentiste! ¡Sos de lo peor!

Bárbara la abrazó de nuevo y le habló al oído.

—No te enojes conmigo, Cami. No vos, que me salvaste la vida. Sos la única amiga verdadera que tengo.

Camila cesó de respirar. Sus dudas acerca del episodio en el subte acababan de esclarecerse. Apartó a Bárbara con un empujón suave y la mantuvo a distancia aferrándola por los hombros. Se miraron fijamente. El celular de Bárbara debió de comenzar a vibrar, porque se lo quitó del bolsillo trasero del pantalón y atendió de mal modo.

—¡Hola! ¡Ya te dije que me dejes de joder! ¡No pienso decirte nada! ¡Imbécil!

Lo apagó antes de guardarlo. Las lágrimas desbordaron y le formaron surcos negros en las mejillas. Los limpió con el dorso de la mano, en un gesto impaciente y airado. Levantó la vista y se topó con la mueca inquisitiva de Camila.

—¡No quiero que me tengas lástima!

—No te tengo lástima. Vení, entremos en el baño así te lavás. Estás muy borracha, Barby. Te va a hacer bien descansar un poco.

—¡Ay, la perfecta! ¡La que nunca se puso en pedo! —Se sacudió las manos de Camila y regresó corriendo a la pista.

Camila soltó el aliento. “¿Qué mierda hago acá?”. Enseguida se preguntó de qué modo regresaría a su casa. Tuvo miedo. Ni loca tomaba un taxi sola. No tenía celular para llamar a un remis, que, por otra parte, tampoco representaba una opción segura; había escuchado historias de chicas violadas por remiseros. “¡Lautaro!”, volvió a gritar para sus adentros, y esta vez, las lágrimas mojaron sus mejillas. Entró en el baño e intentó calmarse. Le sucedía cuando era presa del pánico: su cerebro dejaba de funcionar. Aunque el baño olía a vómito y a orín, decidió quedarse. Eligió el compartimiento más limpio, bajó la tapa del inodoro con el pie, la cubrió con papel higiénico y se sentó. Oyó el chirrido de la puerta al abrirse.

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