Read Nacida bajo el signo del Toro Online
Authors: Florencia Bonelli
Hacia el final del encuentro, la abuela Laura apretó la mano de Gómez para llamar su atención.
—¿Cuáles son tus intenciones con mi nieta, Lautaro?
—Vivir con ella para siempre, señora.
A Camila la surcó un escalofrío. Su prima y su amiga suspiraron.
Por último, Lautaro Gómez se convirtió en el responsable de la alegría de Juan Manuel Pérez Gaona al propiciar que Ximena lo entrevistase para el puesto de gerente de Compras de la empresa familiar. Sin mencionar que el sueldo duplicaba el de la aseguradora, el trabajo resultaba más atractivo. Ximena le había prometido una pronta respuesta, tal vez para mediados de mayo.
—Yo creo que me llamará antes —dijo Juan Manuel, que a duras penas disimulaba la ansiedad—. Necesita cubrir el puesto de inmediato.
—Ojalá, papi. No sé si hice mal en mencionarle a Lautaro lo de la quiebra —se angustió—. ¿Y si no te da el puesto por eso?
—No te preocupes, mi amor. Prefiero que todo quede claro entre Ximena y yo. Le hablé sobre el tema. Fui sincero y le expuse cómo se dieron las cosas, que fueron las importaciones de telas chinas y no otra cosa rara las que desataron los problemas en la fábrica, sin soslayar las cuestiones sindicales, que Ximena también padece a diario. ¿Sabés? —dijo, para animarla—. Está interesada en que me haga cargo de la parte de Compras y de todo el proceso productivo. Mi
know-how
en materia de procesos industriales no es para desdeñar.
—¡Qué bueno, papi! —Camila le rodeó el cuello con los brazos y lo besó.
—Le hablé de la teoría que expone Goldratt, el autor de
La meta
, para solucionar los problemas de restricciones o cuellos de botellas y quedó muy impresionada.
—Sos un genio.
♦♦♦
El día de su cumpleaños, el martes 10 de mayo, Camila se levantó antes de lo habitual. Se preparó un café con leche y lo colocó en el escritorio junto a la computadora. Se conectó a internet y seguidamente a Facebook. Intuía que Lautaro le había preparado una sorpresa en el muro. No se equivocó. El mensaje era de las dos de la mañana. “Porque quiero ser el primero en todo en tu vida, incluso el primero en desearte feliz cumpleaños, me quedé hasta esta hora para decirte: ¡Feliz cumple, mi amor! Sos lo más lindo que tengo en la vida”. Un estrangulamiento doloroso le endureció el cuello, y el corazón le palpitó de manera tan alocada, que lo sintió en los oídos. Sabía a qué aludía con lo de “quiero ser el primero en todo en tu vida”. El día anterior, después de un beso particularmente apasionado, Gómez le había susurrado al oído:
—Camila, quiero hacerte el amor. —Debió de percibir su nerviosismo porque le aclaró—: Cuando vos estés lista. No te sientas presionada por mí, te lo pido. Sé que sos virgen y que sería tu primera vez.
¿Por qué la escandalizaba e inquietaba tanto la pregunta de su novio? Después de todo, pensó, se suponía que hacer el amor era normal, lo que se esperaba. Para Camila, en cambio, tener relaciones sexuales, aun con Lautaro, a quien amaba, se presentaba como una empresa dura de afrontar. Si bien era consciente de que los besos no bastaban para calmar el deseo, imaginarse desnuda con él se convertía en un pensamiento intolerable. “Vos parecés una modelo de revista”, había declarado el día en que Karen les sacó la fotografía. ¿Pensaría lo mismo después de conocer sus piernas con forma de jamón y sus pocitos de celulitis? ¿Le gustarían sus rodillas del tamaño de un melón y sus pantorrillas pulposas? No obstante sentirse hermosa desde que Lautaro le había confesado que la quería, sus complejos físicos afloraron a la mención de compartir la máxima intimidad entre un hombre y una mujer. Definitivamente, no estaba preparada.
Releyó el saludo que Lautaro había escrito en su muro –no le pasó por alto que lo hiciera público, como una estrategia para marcar territorio, habría dicho Alicia– y se instó a espantar los fantasmas y los demonios. Ese día era su cumpleaños número dieciséis y quería darse un respiro de los problemas.
No lo consiguió: un momento más tarde, llegó un mensaje privado de Soyelquesoy. “¡Feliz cumple, Camila! Hoy, para vos, hay a un regalo especial. Abrí el archivo adjunto y disfrutá”. Con la flecha del mouse en la palabra “borrar”, luchó contra la curiosidad y perdió. No era un dibujo, sino una fotografía de Gómez y Bárbara Degèner charlando en el dojo del instituto de karate. Era de calidad y nítida, por lo que no había sido tomada con un celular. ¿Con la cámara nueva de Karen, tal vez?
Camila analizó la imagen durante largos segundos. No había nada de malo en la manera en que se miraban mientras hablaban; en realidad, Bárbara hablaba; Gómez la observaba con la seriedad de costumbre. Sin embargo, a Camila la urgió una desazón incontrolable. Con un simple pijama blanco y holgado y una coleta mal recogida en la nuca, Bárbara estaba preciosa, y la mirada que Gómez le destinaba, Camila la juzgó cargada de deseo. ¿Lo habría llamado “Lauti”? ¿Qué estaría diciéndole? ¿Habría practicado con ella algún kata? ¿Habrían terminado en el suelo, agitados y mirándose a los ojos? Los circundaba una armonía inusual, como si no acostumbrasen tratarse mal e insultarse. ¿Por qué Soyelquesoy le enviaba una fotografía de Gómez con Bárbara? ¿Soyelquesoy sería Bárbara? Si lo era, había necesitado un cómplice, alguien que tomase la fotografía. ¿Lucía? ¿Sebastián? No, resultaba improbable. En esos últimos días, la amistad con Bárbara se había afianzado, y Camila la percibía sincera.
Como de costumbre, Lautaro estaba esperándola en la vereda. A pesar de que Nacho los miraba con una sonrisa avergonzada, la besó en los labios y la abrazó. Al susurrarle: “Feliz cumple, mi amor”, destruyó la desazón causada por la fotografía. Era la segunda vez que la llamaba así ¡y cómo le gustaba!
Una vez solos, ya en el subte, Lautaro le preguntó:
—¿Leíste el mensaje que te escribí en Facebook? —Camila asintió—. ¿Y? ¿Te gustó?
Le pegó la boca al oído para confesarle:
—No me gustó, sino que lo amé.
Gómez giró hasta que sus labios se rozaron. Sin apartarlos, declaró:
—Dije la verdad, Camila: sos lo más lindo que tengo en esta vida.
Pasaron una mañana agradable. Sus compañeros le cantaron “Que lo cumplas feliz”, y, en el primer recreo, Lautaro le entregó una bolsa con chocolates y bombones.
—Este regalo es un adelanto. Lo demás te lo doy esta tarde.
—¿Hay más?
—Obvio.
—No, esta tarde no me lo des. Tendrías que hacerlo en la casa de Alicia y no quiero. Me gustaría que fuese un momento especial, para nosotros dos.
—Sí —acordó él, y le apretó la mano.
—Dámelo el sábado, que es mi día favorito. Tengo pensado preparar una cena para festejar. Esta vez tengo ganas de festejar. Porque te tengo a vos.
—Sí —repitió él, sin pestañear, absorto en el movimiento de los labios de Camila.
Por la tarde, Alicia la recibió con un abrazo.
—¡Feliz cumple, Cami querida!
La sorprendió que lo recordara. Siempre estaban hablando de su signo, de Tauro, pero dudaba de que, con tantos pacientes y clientes, recordase el día exacto. Lucito le entregó un regalo y le llenó de saliva la mejilla para darle un beso.
—¡Es divino! —exclamó al mismo tiempo que admiraba el conjunto compuesto por una blusa y una falda—. ¡Ali, qué divino! ¡No tendrías que haber gastado tanto!
—¿Qué te importa a vos cuánto gasté? Lo vi y me dije: “Camila quedará como una reina con esta pollera y esta blusita”. Son tan románticas...
En una tonalidad rosa pálido, la blusa de gasa tenía estampados rosas y lazos de colores más vivos que iban desde el fucsia hasta el rojo, con detalles en verde manzana, lavanda y azul. A la falda, de un algodón bien armado y en la misma tonalidad rosa de la blusa, la embellecían detalles en puntillas y moños. La delicadeza de las prendas la conmovía. Nunca imaginó poseer un conjunto que debía de costar una fortuna.
De repente, extendió la falda en el aire, asaltada por una preocupación: ¿le entraría?
—Es tu talle —dijo Alicia—. No te preocupes, taurina, te va a entrar.
Sin meditarlo, Camila devolvió el abrazo a su vecina. No quería llorar.
—Ey, ¿por qué esas lágrimas?
La pregunta bastó para que las compuertas se abriesen, y el llanto desbordara. Sin palabras, Alicia la condujo al sofá y la acunó. Lucito les hablaba en su media lengua desde el corralito.
—No sé por qué lloro —admitió Camila.
—Te han sucedido muchas cosas últimamente. Es lógico que estés sensible.
—Hoy va a ser mi primer cumpleaños sin mi papá en casa.
—Eso duele.
—Mucho. Además…
—¿Además, qué? —la instó Alicia.
—Hoy me llegó otro anónimo.
—Ajá. ¿Qué dice esta vez?
—Me manda un regalo para mi cumpleaños —dijo, y subrayó la palabra “regalo” al ejecutar el ademán de entrecomillarla—. Una foto.
—¿De quién?
—De quiénes, deberías decir. De Lautaro y de Bárbara.
—¿Juntos? —Camila asintió—. ¿En el colegio?
—No, en el instituto de karate. Bárbara empezó a tomar clases este año.
—¿La foto es, digamos, comprometedora?
—No hay nada en la foto, pero…
—Pero te dieron celos igualmente. —Camila volvió a agitar la cabeza para afirmar—. Es normal. Bárbara es una chica muy linda y vos, muy insegura. —Camila rio con desgano—. Decime una cosa, ¿Lautaro te da motivos para estar celosa de Bárbara?
—No, al contrario. A veces creo que la odia. A veces se tratan muy mal.
—¿Ah, sí?
—Sí. Lautaro no se la banca y no quiere que seamos amigas.
—Y vos, ¿qué pensás de Bárbara?
—Me cae bien, a pesar de que es un desastre. No sé por qué me cae bien, en realidad.
—Vos la salvaste aquella vez en el subte. Eso creó un lazo fuerte entre ustedes.
—Puede ser. —Camila bajó la vista y se incorporó en el sillón—. Ayer... —comenzó, y se detuvo.
—¿Qué pasó ayer?
—Lautaro… Él me dijo que quería hacer el amor conmigo.
—¿Así te dijo? ¿“Camila, quiero hacer el amor con vos”?
—Camila asintió—. Ese escorpiano es un gran seductor.
—¿Sí?
—¡Por supuesto! Otro, con menos
savoir-faire,
te habría dicho —Alicia impostó la voz para imitar la de un hombre zafio—: “Camila, ¿querés coger?”.
Se rieron al unísono, y Lucito soltó un chillido para acompañarlas. Camila dejó su sitio en el sofá y lo sacó del corralito.
—¿Qué sentiste cuando Lautaro te dijo que quería hacer el amor con vos?
—Me sentí… no sé… muy rara. La verdad es que, a pesar de que casi todas las chicas que conozco han tenido sexo, para mí eso es algo que… no sé… algo que no tiene que ver conmigo. Que
nunca
tendrá que ver conmigo. —Su mirada se detuvo en el cuadro
L’Origine du monde,
y deseó poseer la desvergüenza de la modelo de Courbet. Después de todo, su cuerpo se parecía bastante al de la mujer, aunque con vello pubiano más rubio.
—Decime qué es lo primero que te viene a la mente cuando pensás en hacer el amor.
—En que voy a estar desnuda.
—No tiene por qué ser así. Se puede hacer el amor con toda la ropa puesta y con las luces apagadas.
—Sí, tal vez, pero, en algún momento, habrá que desnudarse, ¿no?
—Si vos querés, si vos estás lista. Cami, ¿cuál es el problema de desnudarse?
—No quiero que Lautaro vea mi cuerpo.
—¿Por qué? ¿Tenés algún defecto?
—¡Miles! Mis piernas son dos jamones llenos de celulitis. Y tengo muchos lunares. Mi dermatóloga dice que es típico de las pieles tan blancas. ¡Me gustaría ser negra!
Alicia soltó una carcajada.
—Perdón —se disculpó enseguida—. Me dio risa tu vehemencia y también que tu Luna en Virgo sea tan fuerte. Solo te digo una cosa: así como Lautaro te hace sentir hermosa con mirarte, te hará sentir hermosa en la cama. Tenés que tratar de entender cómo piensa y siente él. Los hombres son muy distintos de nosotras. La verdad es que no tienen tantas vueltas. Les gustamos como somos, con celulitis, flaccidez y estrías. Lo que el hombre detesta es el histeriqueo. Nos prefieren relajadas y contentas, es todo lo que piden.
—Hay hombres muy preocupados por que sus chicas estén delgadas —mencionó, al recordar al novio tenista de su amiga Emilia.
—No son hombres que valgan la pena. —Alicia suspiró y abandonó el sofá—. Puedo equivocarme en esto que voy a decirte, pero no creo. El día en que decidas entregarte a tu escorpiano, serás la mujer más feliz del mundo.
Un cosquilleo la recorrió de pies a cabeza, y una sonrisa tímida le dio brillo a su gesto opacado.
—Cami, sacate este tema de la cabeza. Tenés demasiadas cosas en que pensar. No te eches una más en el morral. Cuando llegue el momento, todo fluirá fácilmente y serás feliz. Lautaro te adora y besa el suelo que pisás.
La declaración la dejó aturdida y halagada. “Y besa el suelo que pisás”.
—¿Sí? ¿Te parece?
—Me parece. Y ahora, señorita, a gozar de este día.
♦♦♦
El sábado siguiente, el elegido para festejar su cumpleaños, Camila se levantó muy temprano y se fue a lo de Alicia. Necesitaba charlar con ella. Al regresar, se dio cuenta de que Josefina tenía mala cara por no haberla encontrado al despertar.
—Estaba con Alicia.
—¿Y por qué te vas con Alicia justo hoy, que hay que preparar todo para el festejo de tu cumpleaños?
Como no le respondería: “Porque necesitaba su consejo y su paz”, se decidió por una mentira.
—Fui a cobrar lo que me debía, así pago la factura del cable que vence el lunes. ¿Le avisaste a la abuela de la cena?
—Sí. ¿Qué vas a ponerte esta noche?
—El conjunto que me regaló Alicia.
—La blusa es muy transparente —objetó Josefina—. Usá una camiseta debajo.
—Sí, ya lo había pensado.
—¿A qué hora viene Lautaro a cenar?
—A las nueve. Invité a Alicia y a Lucito también.
Josefina acentuó la mala cara, pero no objetó. Contraatacó de otra manera.
—¿No vas a invitar a tu prima Anabela y a Emilia?
—No, mamá.
¿Por qué a Josefina nunca le bastaba con lo que ella hacía? Siempre pedía más, siempre había algo que reprochar, alguna imperfección que destacar. Quería estar relajada; Anabela y Emilia representaban dos potenciales competidoras por la atención de Lautaro. No se olvidaba de la tarde en lo de la abuela Laura, cuando ninguna se molestó en disimular cuánto lo admiraban, sobre todo Anabela.
—O las invitás vos o las invito yo. Decidí.
—Invitalas vos —dijo, y se marchó a su dormitorio.