Este extraordinario relato nos ofrece una perspectiva inédita: el interior de la mente de un joven autista de 27 años. Afectado por el síndrome de Aspenger, Daniel Tammet es capaz de realizar complicadas operaciones aritméticas con la velocidad el rayo, puede aprender un idioma en tan sólo unos días y ha establecido un nuevo récord al memorizar y recitar más de 22500 decimales del número pi. Percibe los números con formas, colores y texturas; los números son sus amigos y en cualquier lugar o situación, nunca abandonan su pensamiento. Cuando se siente estresado o triste, cierra los ojos y cuenta. Su sorprendentes habilidades lo han convertido en una celebridad mundial y está siendo estudiado por los más relevantes neurólogos. En este libro, con una prosa asombrosamente clara y cálida, Daniel nos relata los acontecimientos más relevantes de su vida, desde su frustrante y aislada infancia hasta el momento actual.
Daniel Tammet
Nacido en un día azul
ePUB v1.0
Dejavuh14.11.12
Título original:
Born on a blue day
Daniel Tammet, 2006.
Traducción: Miguel Portillo
Editor original: Dejavuh (v1.0)
ePub base v2.0
Me gustaría dar las gracias a las siguientes personas, sin las cuales este libro nunca habría nacido:
Mis padres, Jennifer y Kevin, por todo su amor y paciencia y por todo lo que me han enseñado.
Mis hermanos, Lee, Steven y Paul, y mis hermanas, Claire, Maria, Natasha, Anna-Marie y Shelley, por su amor y comprensión.
Rehan Qayoom, mi mejor amigo en mi etapa escolar.
Elfriede Corkhill, mi profesor favorito.
Lan y Elaine Moore, Lan y Ana Williams, y Olly y Ash Jeffrey, mis mejores amigos.
Birute Ziliene, la persona en quien pienso cuando recuerdo mi estancia en Lituania.
Sigridur Kristinsdóttir, mi tutora islandesa.
Suzy Seraphina-Kimel y Julien Chaumon, por su ayuda con el sitio web Optimnem.co.uk.
Martin, Steve, Toby, Dan y Nicola, el equipo que se halla tras el documental
Brainman
.
Karen Ammond, por enseñarme el poder del entusiasmo.
Andrew Lownie, mi agente literario.
Rowena Webb, Helen Coyle y Kerry Hood, de Hodder, por su ayuda y su consejo con el libro.
Bruce Nichols y el equipo de free Press por su ayuda con la edición estadounidense.
Finalmente, Neil, mi pareja, por ser él mismo.
Nací el 31 de enero de 1979, un miércoles. Sé que era miércoles porque para mí esa fecha es azul, y los miércoles siempre son azules, como el número nueve o el sonido de voces discutiendo. Me gusta la fecha de mi nacimiento porque visualizo la mayoría de sus números con formas suaves y redondeadas, similares a los cantos rodados de una playa. Y eso es porque son números primos: 31, 19, 197, 97, 79 y 1979. Todos ellos son divisibles sólo por sí mismos y por la unidad. Puedo reconocer todos los números primos hasta 9973 por su cualidad «cantorrodada». Así es como funciona mi cerebro.
Sufro una afección conocida como síndrome del genio autista, de la que se sabía poco antes de que la describiese el actor Dustin Hoffman en la película
Rain Man
, que ganó un Óscar en 1988. Al igual que Raymond Babbitt, el personaje de Hoffman, yo también siento una necesidad casi obsesiva por el orden y la rutina, que afecta virtualmente a todos los aspectos de mi vida. Por ejemplo, cada mañana, para desayunar, como exactamente 45 gramos de copos de avena; peso el tazón con una báscula electrónica para asegurarme. A continuación cuento el número de prendas de vestir que me pondré antes de salir de casa. Siento ansiedad si no puedo beber mis tazas de té todos los días a la misma hora. Cuando me estreso demasiado y no puedo respirar bien, cierro los ojos y cuento. Pensar en números me ayuda a calmarme.
Los números son mis amigos y siempre han estado cerca de mí. Cada uno de ellos es único y cuenta con su propia «personalidad». El 11 es simpático y el 5 es chillón, mientras que el 4 es tímido y tranquilo. Es mi número favorito, me recuerda a mí mismo. Algunos son grandes: 23, 667, 1179, mientras que otros son pequeños: 6, 13, 581. Algunos son preciosos, como 333, y otros feos, como 289. Para mí, cada número es especial.
Vaya donde vaya o haga lo que haga, los números nunca están muy lejos de mi pensamiento. En una entrevista en el programa de David Letterman en Nueva York, le dije que se parecía al 117, alto y desgarbado. Más tarde, fuera, en la numéricamente apropiada Times Square, levanté la mirada hacia los elevados rascacielos y me sentí rodeado de nueves, el número que asocio con sensaciones de inmensidad.
A mi experiencia visual y emocional de los números los científicos la llaman sinestesia. Se trata de una extraña mezcla neurológica de los sentidos, cuyos resultados más comunes son la capacidad para ver letras y números en colores. La mía es de un tipo poco común y muy compleja, pues veo los números como formas, colores, texturas y movimientos. Por ejemplo, el número 1 es de un blanco brillante y luminoso, como si alguien me enfocase a los ojos con una linterna. El 5 es como un trueno, o como el sonido de olas rompiendo contra las rocas. El 37 es grumoso como las gachas, mientras que el 89 me recuerda a la nieve cayendo.
Probablemente, el caso más famoso de sinestesia fue el registrado a lo largo de un período de treinta años a partir de la década de 1920 por el psicólogo ruso A. R. Luria, sobre un periodista de nombre Shereshevski, con una memoria prodigiosa. «S», como le llamaba Luria en sus notas para el libro
The Mind of a Mnemonist
, contaba con una afinada memoria visual que le permitía «ver» palabras y números con formas y colores diferentes. «S» era capaz de recordar una matriz de 50 dígitos tras estudiarla durante tres minutos. Y podía acordarse de ella tanto inmediatamente después como muchos años más tarde. Luria reconoció que las experiencias sinestésicas de Shereshevski conformaban la base de su notable memoria de corto y largo alcance.
Utilizando mis propias experiencias sinestésicas desde mi primera infancia, he crecido con la capacidad de manejar y calcular enormes cifras sin tener que realizar un esfuerzo consciente, igual que el personaje de Raymond Babbitt. De hecho, se trata de un talento común entre otros genios autistas de la vida real (a los que a veces se denomina «calculadores relámpago»). El doctor Darold Treffert, médico de Wisconsin y uno de los principales investigadores del síndrome del genio autista, ofrece el ejemplo de un ciego con «una facultad de cálculo desarrollada hasta un grado casi maravilloso» en su libro
Extraordinary People
:
Cuando le preguntaron cuántos granos de maíz debía haber en cualquiera de las 64 cajas, con 1 en la primera, 2 en la segunda, 4 en la tercera, 8 en la cuarta y demás, dio instantáneamente respuestas para la decimocuarta (8192), la decimoctava (131 072) y la vigésimo cuarta (8 388 608), ofreciendo las cifras de la caja cuadragésimo octava (140 737 488 355 328) en seis segundos. También dio el total de las 64 cajas correctamente (18 446 744 073 709 551 616) en cuarenta y cinco segundos.
Mi tipo favorito de cálculo es la potencia multiplicadora, es decir, multiplicar un número por sí mismo durante un número concreto de veces. Multiplicar una cifra por sí misma se denomina elevarla al cuadrado; por ejemplo, el cuadrado de 72 es 72 x 72 = 5184. Los cuadrados siempre tienen formas simétricas en mi mente, lo que hace que para mí resulten especialmente bellos. Multiplicar el mismo número tres veces por sí mismo es elevarlo al cubo o «elevarlo a la tercera potencia». El cubo o tercera potencia de 51 equivale a 51 x 51 x 51 = 132 651. En mi cabeza veo cada resultado de una multiplicación de este tipo con una forma particular. Al crecer la suma y su resultado, también se tornan más complejas las formas y colores mentales que experimento. Veo el 37 a la quinta potencia —37 x 37 x 37 x 37 x 37 = 69 343 957— como un enorme círculo compuesto de círculos más pequeños que discurren, desde la parte superior, en el sentido de las agujas del reloj.
Cuando divido un número por otro, en mi cabeza veo una espiral que rota en sentido descendente conformando rizos cada vez más grandes, que parecen torcerse y curvarse. Distintas divisiones producen diferentes tamaños de espirales y curvas variables. A partir de mis imágenes mentales puedo calcular una operación como 13/97 (0, 1340206…) hasta casi cien decimales.
Cuando calculo nunca escribo nada, porque siempre puedo manejar las operaciones en mi cabeza y porque me resulta mucho más fácil visualizar la respuesta utilizando mis formas sinestésicas en lugar de intentar seguir las técnicas «me llevo uno» de los libros de texto que dan en el colegio. Cuando realizo una multiplicación, veo los dos números con formas específicas. Luego la imagen cambia y aparece una tercera, que es la respuesta correcta. Este proceso se realiza en cuestión de segundos y de manera espontánea. Es hacer operaciones matemáticas sin tener que pensar.