En el tercer día limpió y cortó otro árbol y lo llevó casi hasta el pie de la nave recorriendo una distancia de casi cien metros. Se estaba haciendo un experto en esa antigua y olvidada técnica de mover objetos sobre rodillos. Habiendo llegado hasta ese punto sintió la necesidad de conseguir llevar a la nave los cuatro conos antes de terminar el período de trabajo en el exterior, y decidió pasar el cuarto día fuera; los suministros de su campamento eran más que suficientes.
Pero el cuarto día no fue un éxito, como a veces ocurre en empresas que tienen tan buen comienzo. El cuarto árbol estaba a cien metros de distancia; la sierra de cadena empezó a engancharse y el generador se desconectaba a menudo. Al fin logró cortar el cono y elevarlo, y la operación de arrastre marchó bien hasta llegar a la mitad de la distancia que le separaba de la nave; entonces entró en una zona de tierras blandas, en la que los rodillos se hundían en el polvo profundo; el cono perdió su inercia y chocó con la superficie. Tuvo que extender láminas de plástico por debajo de los rodillos, pero como no había suficientes sólo podía hacer avanzar el cono dando una vuelta; luego tenía que cambiar las láminas de plástico y ponerlas delante. Cuando cayó la noche aún le quedaban cuarenta metros que recorrer.
No quería regresar a la nave con el trabajo a medias; después de todos los fracasos y errores estúpidos que le habían sobrevenido desde el momento en que llegó a este mundo, estaba decidido a superar este obstáculo y lograr un resultado visible y positivo. No cejaría en el empeño hasta que tuviera esos cuatro conos dispuestos para clavarlos en el suelo. Durmió otra noche en el campamento y estuvo todo el día siguiente trasladando el cono. Le costó ocho horas hacerlo avanzar veinte metros, pero al final llegó de nuevo a un terreno firme y liso. A partir de allí el cono rodó bien, y alcanzó la nave a media tarde. Antes del ocaso había llevado los cuatro conos al lugar donde los colocaría y, satisfecho, consideró que ya había hecho bastante en ese día.
La primera etapa del proyecto había concluido. En la segunda tenía que hacer cuatro agujeros e introducir en ellos los conos boca abajo.
Sin embargo, debía trabajar en otros dos proyectos de largo alcance, y tenía que dedicar su tiempo, por partes, a cada uno de ellos.
Un problema crucial era el de las bacterias que hacían que, hasta el presente, debiera estar siempre completamente aislado. Cuando su capacidad de aislamiento se hubiera agotado debería haber descubierto ya cuáles eran los peligros y qué podía hacerse para evitarlos o curar las posibles enfermedades.
Por eso estuvo las dos semanas siguientes dentro de la nave, trabajando en el laboratorio o con el computador, estudiando bacteriología, cultivando tejidos humanos y experimentando en ellos con muestras de aire, agua, plantas y tejidos animales de este planeta. No salió al exterior para nada y volvió a seguir las costumbres de la vida espacial, usando las máquinas de ejercicios gimnásticos para mantenerse en forma. Se le iba a presentar una gran cantidad de trabajo físico pesado si quería construir la torre. Después de dos semanas de estudio apenas si comenzaba a comprender lo que era la bacteriología y a darse cuenta de que tendría que dedicar por lo menos un año a estudiarla antes de poder empezar a solucionar el problema de la inmunización ante los gérmenes de Capella.
Finalmente se cumplió el plazo de dos semanas que había marcado y se dispuso a reanudar la construcción de la torre. Era éste un trabajo en el que los resultados se verían fácilmente y, además, descubrió que le gustaba trabajar con las manos. Almacenó su campamento para una semana de estancia y se puso a trabajar haciendo el primer agujero para los conos. A bordo de una nave espacial no hay oportunidades para practicar el arte de cavar, porque en realidad cavar es un arte. Casi todos los habitantes de la Tierra lo han practicado alguna vez en su vida; por el contrario, la única experiencia de Tansis había sido la de excavar cuatro tumbas. En esta ocasión estaba dispuesto a cavar un agujero realmente grande de dos metros de profundidad y tres de ancho en su parte superior, y que iría disminuyendo gradualmente hacia dentro. Supuso que eso costaría una o dos horas de trabajo pesado pero agradable, semejante a un paseo a paso ligero. Tan sólo tardó cinco minutos en darse cuenta de su equivocación. Cavaba con toda la fuerza de sus brazos, inclinando la espalda; muy pronto se encontró jadeante, le dolía la espalda y sólo había causado una pequeña depresión en la arena seca y polvorienta. Por cada paletada que extraía parecía que entraba casi la misma cantidad de arena por los bordes del orificio. Como todos los que hicieron este trabajo antes que él, empezó a descansar cierto tiempo sobre su azada, intentando imaginar que el orificio era más grande de lo que parecía.
Siguió trabajando obstinado varias horas más, pero sus períodos de descanso se hacían cada vez más largos y el trabajo parecía más descorazonador. Al cabo de dos horas ya no pudo continuar y tuvo que retirarse al campamento para lavarse bien y descansar. El agujero tenía sólo un metro de profundidad y poco más de anchura, y sabía que no podría ni siquiera doblar esas medidas en el mismo día. A ese paso, el simple trabajo de excavar los agujeros de soporte podría llevarle semanas enteras. Como no tenía idea de que hubiera un modo de cavar correcto y otro incorrecto, no se le ocurrió intentar mejorar su técnica. Supuso que el problema radicaba en que el suelo era seco y arenoso, y en la mayor gravedad.
Reanudó el trabajo; sin embargo, se encontraba ya tieso, jadeaba con facilidad y los brazos se cansaban rápidamente. Los períodos de descanso se hicieron cada vez más largos y el agujero apenas aumentaba. Se dio cuenta de que tendría que extraer arena del agujero mientras que cada vez más arena se deslizaba y entraba por los lados, en una ducha continua que le cubría las botas. Comenzó a tener la sensación de que tendría que excavar todo el maldito desierto para hacer un hoyo.
Totalmente descorazonado, regresó al campamento para comer, ducharse y descansar de nuevo. Aún era mediodía y así no iba a ninguna parte. Ahora se daba cuenta del auténtico tamaño de la tarea que se había propuesto y empezó a pensar en otra solución posible. ¿Explosivos tal vez? No, eso ni pensarlo; estaba demasiado cerca de la nave. ¿Algún tipo de herramienta a motor? No, no podía encontrar a bordo nada que ni siquiera pudiera ser adaptado para hacer ese trabajo. Una azada le parecía la única herramienta útil y, sin embargo, le estaba agotando. Pero, ¿era realmente necesario enterrar los troncos? Tenían tres metros de diámetro, y allí donde estaban situados sobre la arena, al pie de la nave, parecían lo bastante robustos; en realidad semejaban las mismas patas de aterrizaje de la nave. Tal vez los manuales de construcción le habían engañado al insistir tanto en la necesidad de excavar cimientos. Suponiendo que sustentara la torre en conos de base ancha, como una nave, ¿no bastaría así? Tendría que modificar sus planos y consultar de nuevo al computador, lo que significaba una nueva entrada por la esclusa de aire, pero por otra parte pasar una semana allí fuera, cavando de ese modo, sería una pérdida de pulverizadores de película de aislamiento, porque por cada hora de trabajo permanecía dos en la tienda, descansando.
Regresó al interior de la nave y volvió a dibujar los planos y los pasó al computador. Sin dudarlo, el computador los consideró correctos en cuanto a estabilidad.
Muy contento por el pesado trabajo que se había quitado de encima salió de la nave y se puso a trabajar colocando los cuatro conos en sus posiciones, a las distancias exactas que los planos marcaban. Luego colocó el equipo de taladro por encima de uno de los conos, y taladró en su cima un orificio, de un metro de profundidad y sesenta centímetros de ancho. Luego hizo lo mismo en los otros tres conos.
Inmediatamente pasó a la etapa siguiente del plan, con días de adelanto sobre el calendario previsto. Regresó al campamento bajo la capa de cintas y después de comer y descansar cogió una sierra de cadena y un generador, y eligió uno de los troncos que parecían columnas y que sustentaban el techo. Todos los troncos eran prácticamente idénticos y tenían sesenta centímetros de diámetro tanto en la parte superior como en la base, y tres metros de altura. Éstos formarían la estructura de la torre, y su longitud invariable de tres metros sería el módulo a partir del cual construiría la torre; tres metros a cada lado; tres metros de altura por piso.
Después de haber aserrado «relojes de arena», cortar troncos de cintas de sesenta centímetros no resultó ser ningún problema, y suprimir una columna de las filas inacabables de troncos espaciados no suponía ninguna diferencia en el techo de la capa de cintas; tan sólo un muy ligero combamiento. Mientras cortara columnas a intervalos muy espaciados, no correría el riesgo de echar a perder la cueva de la capa de cintas.
Ya estaba acabando el día, pero no podía detenerse antes de haber arrastrado el tronco de tres metros al orificio de entrada y haberlo subido al exterior. Una vez fuera lo llevó al cono más próximo, y utilizando como polea el equipo de taladrar, lo levantó verticalmente y lo dejó caer en el orificio abierto en el cono. Tendría que fijarlo con cemento plástico, pero eso podría hacerlo mañana. Le alegraba mantenerse a cierta distancia, en la penumbra que caía, y admirar la primera esquina de su torre, imaginando ya la torre de unos veinticuatro metros de altura.
Pasó la mañana siguiente cortando tres columnas más del bosque, bajo la capa de cintas, sacándolos fuera y colocándolos en los conos. Sus músculos le dolían aún debido a los malos tratos que les había dado el día anterior, pero ignoró dolores y penas movido por el ansia de ver avanzar la torre.
Después de la comida de mediodía se quedó dormido y no reanudó el trabajo hasta media tarde. El resto de la jornada estuvo bajo la capa de cintas, ocupada en aserrar cuatro columnas más y en amontonarlas junto al orificio de entrada.
Al día siguiente hizo algún trabajo de auténtica carpintería rebajando las puntas de los maderos. Éstos harían de vigas horizontales sobre la parte superior de los cuatro postes verticales. Las puntas rebajadas formarían superficies planas para acoplar a los extremos aserrados de los que estaban en vertical, y unió ambos con escarpias de acero. En la nave había algunas escarpias de acero largas que servían de mucha utilidad a un equipo de exploraciones en su primera visita a un planeta.
La próxima etapa consistió en atar otros cuatro postes verticales a los ángulos del primer piso. En esta ocasión no podía introducirlos en ningún orificio. Tendría que enlazarlos con jabalcones diagonales de un metro y medio de largo, cortados en sus ángulos. Los postes verticales deberían tallarse en dos lados para que quedaran planos y presentaran una superficie plana para los jabalcones.
Desde este momento el crecimiento de la torre fue más lento, porque Tansis tenía que tallar cuidadosamente cada pieza por separado para que se acoplara y encajara bien con las otras. Después de siete días había completado ya tres pisos de la torre, que tenía ahora doce metros de alto, y acababa de sobrepasar el nivel de la esclusa de aire. Nunca en su vida había disfrutado tanto con el trabajo en una semana; nunca su trabajo había dado resultados tan ostensibles; había descubierto además que le encantaba trabajar con sus manos.
De ahora en adelante el trabajo sería más duro, porque se encontraría ya por encima del ascensor hidráulico que iba de la esclusa de aire al suelo y que había utilizado para subir los maderos a la torre. Estuvo muy tentado de volver a equipar el campamento y continuar trabajando otra semana más, pero recordó la urgencia de las otras tareas. Tenía que descubrir un procedimiento de inmunidad frente a las bacterias y tenía que conseguir convertir los alimentos, y ambas cosas eran tan vitales como la obtención de energía adicional.
Regresó a la nave para preparar su próximo proyecto, que era efectuar un recorrido circular por toda la isla, una distancia de unos cien kilómetros. Durante esa excursión quería efectuar una investigación geológica preliminar y encontrar un lugar en la costa oeste donde establecer un campamento.
Después de un día de descanso, cuyo momento clave fue una comida suculenta de los almacenes de la nave, comenzó a preparar el equipo de la expedición. Para ello sacó y montó una vagoneta accionada por energía, sobre la que podría trasladar sus aparatos. La nave no disponía de un vehículo digno de tal nombre, aunque en la nave principal hubieran unos seis que hubieran sido transportados a este planeta en el tercer aterrizaje. Esta vagoneta servía sólo para mover equipos voluminosos y una vez salía al exterior no podía regresar a la nave, porque no podía ni aislarse ni mantenerse aislada, y era demasiado grande para que cupiera en los depósitos exteriores.
Sobre esa vagoneta colocó una tienda, células solares, baterías, una bomba de aire con su purificador, un purificador de agua, comida, herramientas, un traje de protección de recambio, película de aislamiento en pulverizadores, y un equipo de radio. La vagoneta funcionaba con pilas y podía recorrer más de cien kilómetros sobre terreno plano a la velocidad de la marcha humana. No estaba previsto que nadie se montara en ella, pero Tansis iba a darse ese gusto.
A media mañana se dispuso a iniciar el recorrido hacia el sur, con la vagoneta rodando silenciosamente a su lado sobre neumáticos de baja presión.
Decidió no alejarse mucho de la costa y cruzó la capa de cintas. Después de una hora de camino salió de la zona que ya conocía bien por sus viajes a la orilla del mar, y se dirigió al promontorio meridional, donde terminaba la isla formando una península curvada y en punta como una garra.
El suelo era bastante uniforme entre la capa de cintas y la playa, con una anchura de tres o cuatro kilómetros. Era un desierto de color gris ocre, y su vehículo levantaba un rastro de polvo detrás de él. Parecía que allí jamás había llovido, porque no había cauces de ríos desecados sino simplemente polvo y arena, con algunas rocas aisladas de piedra pómez gris o blanca acribilladas de orificios causados por el aire. Al comienzo caminó en línea recta cerca de la costa, más allá de las formaciones de árboles «reloj de arena» que acababan a menos de un kilómetro del agua salada, pero más tarde cambió el rumbo hacia atrás, a la zona donde crecían, simplemente para variar de paisaje. Aparte del aspecto cambiante de la montaña y de sus laderas, el panorama era terriblemente aburrido. Vigilaba el suelo con atención en busca de alguna roca interesante, pero sólo vio manchas de piedra pómez y basalto.