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Authors: Charles Logan

Tags: #Ciencia Ficción

Naufragio (20 page)

BOOK: Naufragio
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Durante varias semanas más, Tansis cultivó su depósito de protozoos; con gran satisfacción comprobó que se habían multiplicado y habían convertido el agua en la misma sopa orgánica que se encontraba en la cima de los árboles. Pudo hacer una comida de papilla rosa, y la consideró un gran éxito personal.

Un día, al regresar del depósito, pasó junto a montones de follaje cortado y marchito, de los numerosos «relojes de arena» que utilizó en sus trabajos de construcción. Le molestaba ver ese desperdicio, y una vez en el interior de la nave preguntó al computador para qué se utilizaban en la Tierra tiras de follaje largas y finas. El computador inmediatamente le dio una lista extraordinariamente larga: cestería, alfombras, cuerdas, rafia, sillas de enea, tejidos, mimbres…, y así sucesivamente, porque éste era el tipo de problemas en que el computador demostraba su perfección.

Todas esas cosas eran nuevas para Tansis, porque en las naves espaciales no había tiras largas de follaje. Preguntó al computador cuál sería la más apropiada de esas técnicas para un material como el del follaje de cintas.

La respuesta del computador fue alfombrillas.

Y por ello, después de aprender todo lo que sabía el computador sobre el tema, Tansis tejió una alfombra. Luego hizo un bastidor y tejió otra mejor, y luego otra, y otra más; todas en el exterior, naturalmente, en su lugar favorito bajo la capa de cintas. Las colocó en las plataformas de la torre sobre el suelo. La primera con que adornó la torre voló en la noche. No lo había previsto. Pensaba en el viento como un nativo de la Tierra piensa en la electricidad o en el magnetismo: es decir, una fuerza natural que puede impulsar generadores. No estaba acostumbrado a los fenómenos meteorológicos. Nunca encontró aquella primera alfombrilla, pero las demás las ató a los tableros y, al cabo de cierto tiempo, tuvo una en cada plataforma. Cuando estaba totalmente seca, la cinta era de un color gris con una trama atractiva de finas líneas blancas.

Aquella larga lista de artesanías que le dio el computador le había interesado, y aprendió un poco de cada una de ellas. Le apasionaba en particular la idea de tejer con cintas de diferentes colores. Fabricó tintes en el laboratorio, coloreó las cintas con varios tonos metálicos, y luego tejió alfombras con diseños previos. Comenzó un proyecto de largo alcance: cubrir varios metros cuadrados de tierra bajo la capa de cintas con alfombras multicolores.

También inventó un juego. Al acabar de cortar discos y planchas de los troncos de los «relojes de arena» le quedaron muchos discos pequeños, que no le eran de ninguna utilidad. Se divertía jugando con ellos a los bolos por la tierra lisa y dura de algunas zonas del desierto, intentando ver a cuánta distancia podría lanzarlos rodando antes de caer al suelo. Luego intentó tirar uno de ellos contra un objeto distante para ver su puntería. Finalmente colocó de pie un grupo de ellos a cierta distancia y jugó a los bolos para ver cuántos podía derribar. A ese juego no podía jugar bajo la capa de cintas porque el suelo estaba cubierto de raíces, pero se habituó a jugar una partida al día en una zona de tierra dura cerca de la nave, que limpió de piedras.

Un par de meses más tarde, la curiosidad y la impaciencia le dominaron, y bajó al extremo sur de la isla para observar de nuevo la bahía rocosa donde esperaba que algún día podría navegar.

Se detuvo en la colina que dominaba la bahía, mirando al mar y con la esperanza de ver de nuevo las criaturas marinas. En sus sueños, la jornada misteriosa comenzaba siempre en esta bahía, y tenía la sensación de que éste era el lugar más idóneo para encontrarse con ellas, si es que estaban en el mar alrededor de la isla.

El agua estaba agitada, y las olas y la espuma azotaban las rocas de la orilla. Durante largo tiempo observó fascinado cómo las olas cubrían y descubrían los largos salientes rocosos que avanzaban y se adentraban en las aguas de la bahía. La visión del mar en constante cambio y movimiento, de las nubes de espuma blanca, de la violencia al chocar contra las rocas que no parecían dar señales de doblegarse ni de sufrir ningún daño le mantuvieron absorto. Luego, de modo inequívoco, vio a una de las criaturas marinas que se movía en el centro de la bahía. Nadaba siguiendo las olas y saltaba entrando y saliendo de ellas para hundirse de nuevo en su seno. Luego avanzaba hacia otra ola, y desaparecía para salir segundos más tarde en el frente de la ola, y saltaba hacia delante compitiendo con la ola, para vencerla en su carrera, pasarla y dejarla atrás.

Alegre y excitado al ver de nuevo a las criaturas, se apresuró pendiente abajo hacia la orilla. A lo largo de todos aquellos meses de estudio, trabajo y preocupaciones había tenido esa esperanza, y pese a todo se había resignado a desilusionarse. Tai vez sólo se encontraran en aquella costa del continente; tal vez nunca se aventuraran en el océano, lejos. Probablemente había desperdiciado su única oportunidad; y sin embargo había continuado pensando en que llegaría el momento en que no tuviera nada urgente que hacer y pudiera buscarlas de nuevo… Y aquí estaban y no había tenido que entrar en el mar, en lancha, para verlas.

A mitad de camino pendiente abajo se detuvo. Si bajara un poco más ya no podría dominar toda la bahía, y la visión quedaría confusa por la espuma y las olas. Por ello se quedó a mitad de camino de la colina y estudió con sus anteojos aquella criatura. Se movía con tremenda potencia, aunque no tuviera miembros. Tenía aletas finas y largas acabadas en punta siguiendo la parte superior y la cara inferior del cuerpo, que se ondulaban al moverse, y en su extremo posterior notaba un movimiento complejo: se ensanchaba —como ocurría en el extremo delantero— pero tenía alrededor muchas aletas pequeñas. La parte de atrás proporcionaba la mayor parte de la propulsión necesaria, mediante un movimiento confuso de parpadeo de la aleta de la cola.

Se preguntaba si la criatura podría verle, pero no daba señales de ello. Claro que, ¿por qué debería verlo? En este mundo no había animales terrestres. Para una criatura como aquélla, la tierra debería de ser un lugar vacío y sin interés. Debería navegar de nuevo para entablar contacto. Recorrió la bahía con los anteojos buscando más animales. No vio ningún otro, pero era difícil distinguir objetos en ese mar inquieto y denso. Había tenido suerte al distinguir a éste, porque a esa distancia era muy pequeño y, en gran parte, del mismo color del mar.

Cuando volvió a buscarlo en el mar no pudo hallarlo. Estuvo diez minutos inspeccionando la zona en que había aparecido, pero se había desvanecido entre olas confusas y entre la espuma. De cualquier modo, sabía ya que se encontraban aquí, y ese descubrimiento le dio nuevos ánimos: había algo importante que buscar y tenía algo importante que hacer. Si eran seres inteligentes y pudiera entablar contacto con ellos, podría convertirse en lo más significativo que podría hacer aquí.

Al regresar a la nave, después de este paseo casual y sin preparativos, decidió volver a navegar. Había ciertos inconvenientes: en primer lugar el mar estaba mucho más agitado que la vez anterior. No podía soportar la idea de marearse de nuevo. Probablemente se encresparía aún más conforme avanzara el invierno. No se fiaba mucho de aquella lancha hinchable en un mar de este tipo. Era muy pequeña y se balanceaba en el agua como un corcho, y no confiaba mucho en sus posibilidades a bordo de ella.

Durante todo el viaje de regreso, un recorrido de unos veinticinco kilómetros, estuvo sumido en sus pensamientos y apenas si se dio cuenta del paisaje que atravesaba. Si él era hábil construyendo cosas y había mucha madera, ¿por qué no construía un bote de verdad, más grande, más pesado y más marinero que esa pequeña lancha saltarina? Apenas podía esperar el momento de regresar a la nave para pedir al computador toda la información posible sobre barcas y botes.

Estuvo una larga tarde aprendiendo muchas cosas sobre navíos, y todos sus tipos. Se dio cuenta de que su construcción era una técnica antigua y considerable; que a no ser que construyera la nave correctamente se hundiría pronto, y que construirla con la calidad mínima le llevaría largo tiempo. Cuando repasó los depósitos se dio cuenta, con gran tristeza, de que no tenía clavos suficientes para unir los maderos del bote. En realidad, sus trabajos de construcción estaban llegando a su fin. La nave no había sido equipada para hacer construcciones, y Tansis había utilizado lo que tenía de modo muy liberal al montar su torre y su depósito. Era inútil suponer que pudiera construir un bote sin asegurar los maderos o sin calafatearlos.

Después de estar otro día dando vueltas sobre lo mismo, de muy mala gana llegó a la conclusión de que no podría construir un bote, y de que una balsa de maderos atados con cuerdas no sería bastante fuerte. Y además, incluso si lograra construir una, ¿cómo la llevaría a la bahía? Si la construyera en la nave, tendría que navegar con ella dando la vuelta a la isla, y no podía emprender un viaje tan largo en un bote desconocido. Si lo construyera en la bahía, tendría que llevar allá todas las herramientas y el generador, y recorrer veinticinco kilómetros cada día antes de iniciar el trabajo.

Finalmente intentó entablar contacto con los desconocidos en la punta de uno de los largos salientes rocosos, atrayendo su atención con cohetes de señales.

Otra vez emprendió la marcha a la bahía, llevando las zapatillas caseras, cohetes de señales y un purificador de aire para recargar los depósitos. La gran vagoneta a motor estaba ahora inservible, pues los engranajes los había utilizado para los generadores de viento; por ello cargó la vagoneta manual y la llevó arrastrando veinticinco kilómetros hasta la bahía meridional.

Cuando estaba en la ladera, dominando la bahía, trató de localizar aquella criatura marina, pero después de media hora abandonó la búsqueda y bajó a la playa, trepando por el mayor de los salientes rocosos. Al principio la marcha fue fácil, y la roca bastante resistente, pero al descender hacia el agua se hizo resbaladiza; todas las grietas y orificios de la roca estaban además rellenos de plantas marinas. Tansis notó con sorpresa que las plantas crecían siguiendo una línea casi recta por la roca al nivel del agua. Evidentemente, a esos vegetales les gustaba este tipo de roca, y éste era, por tanto, el lugar donde debería recogerlos. Era una pena no haber aterrizado con su nave en la bahía; ello le habría solucionado muchos problemas.

Tenía que avanzar con gran precaución, y se alegraba de no pisar la roca directamente con las botas recubiertas de aislamiento; si así lo hubiera hecho, hubiera caído al agua de cabeza. Con mucho cuidado siguió avanzando hasta el extremo de la roca, y quedando encajado en una gran grieta a unos cinco metros del extremo de un dique natural, por encima del mismo nivel del mar.

Al mirar el agua oscilante y agitada, agradeció la solidez de las rocas entre las que se encontraba. Las olas continuaban su vaivén adelante y atrás, y salpicaban el dique a pocos metros de su refugio. Periódicamente, una ola grande rompía contra la roca y le rodeaba de espuma. Las primeras veces agachó la cabeza e intentó evitar el remojón; luego se dio cuenta de que era estúpido intentarlo; no habría nada que pudiera mojarlo mientras llevara puesto el traje espacial.

Allá abajo, casi al nivel del mar, no podía escudriñar la bahía buscando aquellas criaturas; tendría que utilizar los cohetes para atraer su atención, y luego esperar. Sacó uno: un cilindro que sostuvo en la mano con el brazo extendido; oprimió un botón. Con un golpe sordo y un chisporroteo el cohete se elevó hacia arriba, dejando en su mano el casco del cilindro. A unos sesenta metros de altura explotó con un estallido brillante, descendieron al suelo, lentamente, rastros de luz rojos y verdes.

Luego esperó.

El agua se elevaba y descendía, incansablemente, y oía el rugido del mar a su alrededor. Arriba y abajo, arriba y abajo. Estaba fascinado contemplándolo. Una ola inesperada batió la roca a su lado, y el agua cayó sobre él. Otra ola de gran tamaño se alzó y cayó al pie de la roca, desapareció y el agua le fue inundando hasta más arriba de las rodillas; luego desapareció tan repentinamente como había subido; de nuevo tenía tan sólo la roca delante de él.

Sintió una náusea repentina, se notó frío y se puso a temblar. Temía ya lo que iba a suceder, y esta vez iba a ser de modo repentino y totalmente cierto. No iba a pasarle el mareo; iba a caer enfermo. Podía sentir cómo subía el vómito a la garganta y se sintió presa de la desesperación. Era demasiado tarde para regresar a tierra firme. No podía pensar en arrastrarse de nuevo por aquellas rocas resbaladizas si podía marearse en cualquier momento. No podía permanecer tampoco durante veinticinco kilómetros dentro de aquel casco maloliente y sucio.

De repente sacó el cuchillo, cortó la película de aislamiento del cuello, soltó las presillas, desenroscó el casco y se lo quitó. Al fin lo había hecho. Todo era preferible a pasar el día dentro de un traje manchado. Lo había hecho con el tiempo justo. Se apoyó sobre la roca y notó que ya estaba mareado. La espuma le golpeó la cara, dejándole sin aliento. Aunque estaba a punto de marearse de nuevo, el trallazo repentino del agua hizo que el estómago lo pensara mejor. El mareo desapareció. Le temblaban las piernas, y se inclinó de nuevo contra la roca, con la cabeza hacia abajo, mientras intentaba controlarse.

El agua avanzaba otra vez hacia él; parecía enfrentarse con el mar cara a cara en el último extremo de la tierra. Ahora pudo olerlo por primera vez. Era húmedo y salado, pero tenía otro olor bastante agradable que sólo podía describir como un olor a fresco, y a puro. Para alguien nacido y criado en el ambiente artificial de una nave espacial, tan acostumbrado al aire viciado y reciclado, el aire realmente fresco representaba una experiencia nueva.

Levantó la cabeza y se tocó la cara con las manos; notaba en el rostro la sensación de que alguien le hubiera golpeado y le hubiera dejado sin sentido. Le dolían los oídos y había en ellos un silbido y un ruido de movimiento impetuoso. Éste era su primer contacto con el viento. Le escocían los ojos y su rostro estaba húmedo, y pudo notar en los labios el sabor de la sal.

Para ser su primer encuentro con los elementos de la naturaleza, no podía haber elegido circunstancias más sobrecogedoras, por mucho que hubiera buscado. Aquí, en el borde mismo de una roca que dominaba el mar, al mismo nivel de las olas, con un viento de unos veinte nudos lanzándole nubes de espuma, y además respirando aire de Capella.

BOOK: Naufragio
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