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Authors: Charles Logan

Tags: #Ciencia Ficción

Naufragio (30 page)

BOOK: Naufragio
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—No hay información.

—Conecte los purificadores —ordenó Tansis.

—Ya están conectados. Se conectaron hace setenta y tres días.

—Están desconectados; fueron desconectados hace unos treinta días y se suponía que deberían conectarse de nuevo. ¿Cuándo fueron cambiadas las bombas de aire por última vez?

—Las bombas de aire se cambiaron por última vez hace treinta y un días.

—Entonces debe haber habido una evacuación de aire hace treinta y un días; y no se conectarían los purificadores con las bombas.

Hubo una pausa de varios segundos.

—La información del proceso de datos es inconsistente. Las bombas fueron cambiadas coincidiendo con una evacuación de aire hace treinta y un días. Se conectaron de nuevo. Los purificadores se conectaron por última vez hace setenta y tres días. Existe información de una verificación completa de los sistemas de la nave hace setenta y tres días, y luego hace treinta y un días. La verificación de hace setenta y tres días implicó una evacuación de aire. Las operaciones de hace treinta y un días son ambiguas.

Tansis se sentía desesperado. El computador estaba olvidando cosas, y su sistema de memoria fallaba. Durante treinta y un días el aire introducido por bombeo en la nave había sido filtrado pero no había sido purificado. Esto último no era un desastre, pero la avería del computador lo era, y la última comprobación completa de todos los sistemas debía de haber sido defectuosa, o bien el computador lo repasó todo pero no almacenó la información. La avería probablemente era pequeña y limitada, porque la máquina aún funcionaba bien en todo lo demás, contestaba racionalmente y su onda de pulso aún era firme. Pero si no siempre conectaba o desconectaba en el momento necesario, a partir de ahora cualquier cosa podía ocurrir en la nave.

Todo parecía hundirse. Durante un largo tiempo Tansis estuvo sentado en el asiento de mando, con la cabeza hundida en las manos, sin pensar en nada constructivo. Estaba demasiado cansado y agotado para actuar con decisión o para dominar sus pensamientos. Estaba intranquilo y sin embargo parecía resignado. No sabía cuál era el problema más grave ni qué trabajo debería hacer en primer lugar. ¿Acaso conseguir más alimentos? ¿Hacer ese depósito? ¿O tal vez intentar rectificar la avería del computador?

Debió de quedarse dormido, porque era ya de noche cuando salió de una pesadilla confusa; había estado a punto de hundirse con la gran nave de la expedición, que había aterrizado de modo extraño en el océano y se estaba hundiendo con todos los tripulantes luchando por salir de ella. Sus piernas estaban débiles; sentía a la vez hambre y náuseas y era incapaz de pensar. No podía ni pensar nada ni hacer nada. Se fue a la cama y soñó varias veces en la nave que se hundía y naufragaba en el mar.

Al día siguiente se encontraba tan débil que sabía que no podría continuar su trabajo en el depósito, ni se atrevía a alejarse de la nave. Obtener comida del mar era un trabajo agotador; sacar agua y evaporarla era tan molesto que no podría hacerlo; más tarde, en el laboratorio, cometió errores estúpidos en la compleja preparación química y estropeó la comida que estaba elaborando. Se sentó en el laboratorio, lloró, y se desvaneció en un sueño.

Más tarde, agotado por el sueño del naufragio, entró a trompicones en la sala y con las luces encendidas y la música a toda potencia se tumbó en un sofá intentando descansar, pero no dormir. Y sin embargo, a pesar de todos sus esfuerzos continuaba desvaneciéndose, y de nuevo le venían aquellos sueños.

Nunca supo cuánto tiempo estuvo tumbado en el sofá, despertándose, adormeciéndose y durmiéndose: mucho tiempo, pensó; horas, o tal vez días. ¿Acaso era el aire no purificado el que le hacía estar así, todo el aire que había respirado en el interior en el último mes, o sería acaso la comida, o la falta de ella? ¿Cuánto tiempo había pasado desde que comió por última vez? No podía recordarlo, y no quería comer.

Debería preparar más comida, pero eso estaba ya más allá de sus posibilidades. No podía enfrentarse con la monotonía y el esfuerzo rutinario de rascar el depósito, una tarea dura; y, ¿por qué molestarse si no quería comer?

Lo que le hizo, al fin, ponerse en pie, tembloroso, fue la tristeza de encontrarse totalmente solo. Tenía que ir a ellos y sentir su simpatía. Necesitaba que alguien se ocupara de él. No podía continuar aquí tumbado, con miedo a dormirse, sin poder hacer nada. Lentamente se abrió paso por la esclusa de aire, donde la pantalla indicaba algo y una luz se encendía y se apagaba, centelleante; pero no se molestó en leerlo. Descender por la escalera fue terrorífico, porque apenas podía mantener el equilibrio mientras bajaba, y le temblaban las piernas.

Llegó al suelo, cayó de rodillas, mirando al depósito de evaporación. ¡ Cómo lo odiaba! Era un potro de tortura, una terrible fábrica sin paga, sin vacaciones, sin alegría alguna de cara al futuro. Su disgusto y su rabia le dieron las fuerzas necesarias para ponerse en pie y caminar hacia la playa.

Allí se encontraba uno de ellos, quien por primera vez le saludó sin esperar que él lo hiciera antes. Nadó hacia él, y luego giró y le observó. Lentamente Tansis caminó siguiendo la orilla, y continuó la marcha hasta llegar a la roca; allí vio a muchas criaturas marinas reunidas ante él. Luego, cuando ya no pudo caminar, gateó por la roca hasta su lugar acostumbrado, el único donde había encontrado algún momento de alegría en este mundo sombrío, y vio a una multitud de extraños, todos alrededor de la roca, seguramente muchos más de los veintidós que hasta entonces había conocido. Estaba demasiado agotado para contarlos, y además, ¿qué utilidad tenía saber la cifra exacta? Todos habían venido porque sabían y se preocupaban, y eso valía mucho más que un millón en cifras.

Se quedaron allí, moviéndose lentamente adelante y atrás, mirándole a los ojos; él también les miró, y luego se quitó el casco, esa barrera que le separaba de este mundo, y lo dejó caer.

Sentía que su simpatía y su afecto se volcaban sobre él. Ellos lo sabían, como él también lo sabía, y sin embargo no se ponían tristes. Le respetaban y estaban llenos de una emoción que no podía reconocer del todo. Parecían estar llenos del presentimiento de algo tremendo. Estaban rezando; no, no exactamente; más bien estaban en unión mística con todas las cosas, y lo hacían por él. Estaban ayudándole, dándole fuerzas y esperanza. Él estaba contento y no tenía ni miedo ni remordimientos. No estaba solo: tenía muchos buenos amigos; y lloró.

Y allí, sobre la roca, junto al mar, Tansis murió.

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