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Authors: Charles Logan

Tags: #Ciencia Ficción

Naufragio (7 page)

BOOK: Naufragio
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Por el rabillo del ojo divisó ciertos movimientos en el agua, cerca del bote. Había una sombra oscura que se movía de prisa, que aparecía y desaparecía al sumergirse en las olas y salir de ellas. Luego, consternado, observó que un rostro le miraba a través de la ventana del fondo de la lancha. Mirando de soslayo notó ciertos movimientos en el lado que daba a la orilla y en torno a la lancha: una media docena de formas largas y oscuras se sumergían y se agitaban a gran velocidad. Mirando de nuevo hacia abajo comprobó que dos rostros le estaban observando. Les devolvió la mirada, aterrorizado, temiendo que pudieran atacarle. Sus manos le temblaban mientras contemplaba esas caras, y luego las formas suaves y oscuras que entraban y salían del agua a todo su alrededor.

Desde el mismo momento en que aterrizó en este planeta le había acompañado el temor a ser atacado, temor patente en ocasiones, pero que había disminuido mucho en la última semana. Mas ahora toda esa ansiedad y esa tensión controladas en su interior le hicieron temblar y sudar; su corazón latía con fuerza y sólo pensó en la huida. Sin atreverse a lanzar otra mirada a esas caras y formas que se agitaban, puso el motor a toda máquina. El agua hervía lanzando un chorro de espuma detrás de él, mientras el bote aceleraba su marcha siguiendo un trayecto en diagonal hacia la orilla. A velocidad alarmante la línea azul de la capa de cintas se abalanzaba hacia él y antes de poder detener el motor la lancha había chocado con la hierba, había dado una vuelta de campana y lo había lanzado, a él y a su equipo, haciéndolo rodar y rodar sobre el suelo suave y mullido.

Se quedó allí tendido, asustado y tembloroso durante algunos momentos; luego se puso de rodillas y miró hacia el mar, temiendo que sus enemigos llegaran a tierra. Vio las formas que saltaban en el agua a muchos metros de distancia de la orilla, pero ningún monstruo se acercó reptando hacia él. Buscó la lancha con la mirada y la vio deslizándose y dando bandazos pendiente abajo hacia el río. Mientras la miraba, desapareció de golpe por encima de la orilla. Se puso en pie de un salto y corrió tras ella. El bote aún estaba allí, casi en vertical sobre la proa; el chorro de aire silbaba hacia arriba, haciendo que la lancha se agitara arriba y abajo y creando olas de gran tamaño en el riachuelo. Se deslizó con cuidado hacia abajo, y colgándose de un lado desconectó el motor. Al cesar el rugido se dejó caer, lentamente, hasta que sus pies descansaron en el agua que llenaba la parte delantera de la lancha. Lanzó un profundo suspiro y esperó que los latidos del corazón se calmaran.

Después de unos minutos comenzó a analizar con calma la situación. Sorprendentemente, el bote parecía encontrarse en perfecto estado; estaba aún hinchado, y el motor se encontraba, evidentemente, en buenas condiciones. Tendría que sacarlo de allí antes de que cayera del todo y el río lo llevara al mar; también debía recoger su equipo que estaba todo desparramado por la orilla.

Lentamente salió de la lancha y hundió sus pies en la capa de cintas de la parte superior de la orilla, agarrando la lancha por los bordes de goma húmedos, intentando levantarla hacia arriba. El bote era muy ligero de peso, pero el agua de la proa lo hacía pesado y lo anclaba, y Tansis no estaba en una buena posición de equilibrio para hacer mucha fuerza tirando y empujando.

Agotado y con la sensación de ser un estúpido y un inútil, se sentó en el suelo. Hubiera deseado no encontrarse solo. Con la ayuda de otros todo sería muy diferente. En sus treinta y un años de vida nunca había estado solo, excepto durante una o dos breves horas de trabajo en el espacio exterior junto a la nave-base o en una nave de exploración, y en esos casos había mantenido contactos permanentes con los demás. En una nave espacial se podía sufrir del exceso de compañía humana, pero nunca de aislamiento. Nunca había conocido una soledad tan inmensa como la que ahora sentía. No había nadie que pudiera ayudarle, nadie con quien hablar, nadie que se preocupara ni que se burlara de él. Y esta sensación se extendería ante él como un desierto vacío y terrible mientras le durara la vida.

Aunque… ¡tal vez no estaba solo! ¿Qué serían aquellos rostros que vio? ¿Serían seres inteligentes? ¿Serían personas? Podrían ser enemigos o no, pero en todo caso podía intentar entablar amistad con ellos. La posibilidad de que fueran algún tipo de gente era infinitamente preferible a la soledad total. Sintió que se había comportado como un estúpido al desperdiciar lo que pudiera haber sido el primer encuentro de un ser humano con una raza extraña y sensible.

Volvió a recordar los rostros que le habían mirado desde abajo. Tenían dos grandes ojos de color muy oscuro, aunque no podía decir de qué color exactamente, y la mirada que leyó en ellos era de interés y de curiosidad. Lo que permanecía en su memoria por encima de todo era la expresión de los ojos; el resto de la cara apenas si podía recordarlo, excepto que era muy oscura y cóncava. Lo único que podía recordar de los que vio nadando alrededor del bote era una cintura estrecha, como de abeja, y el color oscuro también recordaba que eran alargados y de contornos suaves.

Debería saber algo más sobre ellos. ¿Qué le importaba encontrarse en peligro? Era mucho mejor que años y años de penalidades y de muerte por sus propias manos. Se sentía alborozado y alegre por lo que hacía unos minutos le había llenado de desesperación. Sobre todo temía la soledad, y como reacción frente a ella se dejó llevar por una extraña esperanza.

Caminó de nuevo por la orilla del río hacia la costa, y miró al mar. Todo estaba de nuevo tranquilo, excepto las olas que batían; las formas oscuras que saltaban habían desaparecido. Continuó recorriendo la costa en busca de sus objetos perdidos. La mayor parte fue fácil de encontrar, porque estaban pintados de color naranja y blanco brillantes, al igual que su propio traje y que la nave. Elaboró un plan de acción mientras continuaba buscando su equipo. En vez de intentar sacar el bote del río lo metería en el agua y lo llevaría flotando corriente abajo hasta el mar. Podría amarrar la lancha en el riachuelo, más tarde, y entrar y salir de ella utilizando la escalera, evitando así todos los problemas que había tenido para meterla en el agua. Fue aquel fracaso inicial el que le había desequilibrado y le había causado aquel pánico al ver a las extrañas criaturas.

Empujar el bote río abajo era bastante fácil: la proa rellena de agua servía de puntal y al empujar la lancha hacia arriba actuaba de palanca; así se deslizaba hacia abajo, de lado, y flotaba. Manteniéndola sujeta con la cuerda entró en ella utilizando la escalera. La achicó todo cuanto pudo, subió a bordo su equipo y se dispuso a intentarlo de nuevo. Navegó lentamente, mirando a su alrededor, temiendo ver de nuevo las formas que saltaban y temiendo también no verlas. Durante unos quinientos metros no apareció nada, y decidió que la orilla había quedado demasiado lejos y tendría que acercarse un poco a ella. Luego los vio de nuevo, pero más lejos. Procedían de mar adentro, y no se acercaron más que a unos treinta metros. Fueron dando una curva alrededor del bote hasta que lo rodearon por completo, manteniendo la distancia.

Miró hacia abajo, a la ventana del fondo, pero allí no había ninguna cara. Miró fijamente, más abajo, y pudo divisar vagas formas oscuras deslizándose por el agua, muy por debajo de él. Los que estaban en la superficie no saltaban como habían hecho antes, sino que se escurrían mitad dentro y mitad fuera del agua; sin ninguna duda estaban concentrando su atención en él. Los estudió con sus anteojos. Estaba claro que tenían cintura de abeja, y llegó a la conclusión de que debían pertenecer a la categoría de criaturas de doble cono.

Hasta ese momento había visto tres grandes clases de animales, aparte de las especies microscópicas que eran demasiado variadas para poder clasificarlas con facilidad. Primero estaban los animales finos y alargados, como gusanos; luego, el tipo esférico: ambos eran formas primitivas. Luego estaban los animales del doble cono, más evolucionados. Estas últimas criaturas que había visto eran las más avanzadas de todas. En primer lugar, eran mucho más grandes, de casi tres metros de largo, y sus movimientos eran potentes. En la cabeza había un rostro cóncavo, como un cazo; los ojos estaban situados en el borde de arriba, y tenían una mancha circular blanquecina en el centro de la cara, que supuso sería la boca. El extremo posterior se agrandaba y parecía tener una aleta trasera complicada, que estaba en constante movimiento y que, evidentemente, le servía de propulsión.

Agitó la mano saludando a las criaturas distintas, y se preguntó cómo podría comunicarse con inteligencias extrañas. Se sentía desmayado, y repentinamente preocupado por su estómago. Cambió de posición y decidió que mejor sería no agitar el brazo de nuevo, pues parecía que eso le mareaba. Bajó la cabeza y luego la elevó con rapidez, pues le entraba una angustia terrible y tuvo la certeza de que iba a caer enfermo. Se sentía débil y tembloroso, y se dio cuenta de que estaba sudando. Era realmente desagradable sentirse enfermo dentro del traje protector, y el único remedio era quitárselo lo más pronto posible. Tendría que volver a la nave.

Moviéndose muy despacio y con mucho cuidado, confiando en que la angustia desapareciera y así dejara de estar enfermo, puso el motor en marcha y dirigió la proa hacia la boca del río. Durante algunos minutos el mareo se calmó, y aún pudo saludar otra vez con el brazo a los animales marinos. Volvió entonces la sensación de enfermedad, y esta vez peor que nunca. Tragó aire varias veces, y apenas si se atrevía a respirar; luego, temblando, notó un dolor en el estómago y cayó hacia delante, sufriendo el horror de encontrarse enfermo y a punto de explotar dentro de la prisión de su casco.

Hizo un esfuerzo tremendo para refrenar los espasmos, mientras vaciaba todo su desayuno y casi las seis comidas anteriores, después de lo cual comenzó un agonizante vómito seco. La ansiedad que sentía al encontrarse en una lancha que se dirigía a la costa, y al no poder hacer nada en absoluto, empeoraba su situación. Y tal vez esa misma ansiedad logró dominar los vómitos al levantarse jadeante y mirar con ojos llenos de lágrimas por el visor del traje, sucio y húmedo, la mancha confusa de la costa que se acercaba rápidamente hacia él. Hizo girar el bote bruscamente a la izquierda, y entonces la orilla se le acercaba por la derecha, pero con un ángulo diferente, y giró de nuevo a la izquierda. Casi instantáneamente vio la costa delante de él y giró de izquierda a derecha, y de nuevo a la izquierda, conforme la costa parecía irle rodeando por todas partes. Se dio cuenta, aliviado, de que debía de haber regresado al río. Por suerte, no por cálculo, había regresado al punto de partida.

Detuvo el motor y se puso en pie con piernas temblorosas; no se atrevía a dar un paso hacia delante dentro de la lancha, que se mecía suavemente. Las riberas del río comenzaron ahora a deslizarse hacia atrás, y se dio cuenta de que de nuevo estaba flotando río abajo. Puso en marcha el motor y dirigió la lancha a la orilla, intentando agarrarse de las cintas que se enroscaban por encima de él. Con un disgusto que casi le provocó de nuevo el vómito descubrió que eran de material resbaladizo, y las soltó. Comenzó a lanzar juramentos, y con rabia y furia agarró la escalera, la extendió y violentamente metió un extremo en la capa de cintas de la orilla. El motor estaba aún en marcha y la proa golpeaba contra la orilla. La lancha comenzó a girar en círculos dentro del agua bajo la presión de la corriente, hasta que quedó colocada de costado junto a la orilla y comenzó a moverse de nuevo lentamente, río arriba. La escalera se ladeó, cambiando de posición. Tansis, casi al borde de la desesperación, aflojó la marcha del motor hasta lograr que su potencia igualara la fuerza contraria de la corriente, y el bote quedara en posición estable. Luego, lo más rápido que pudo, trepó por la escalera y pasó a tierra firme.

Se sentó en el borde de la ribera, sintiéndose peor que nunca. Ya no se encontraba enfermo, sino agotado y exhausto, con un sabor asqueroso en la boca. Tenía sed, estaba sofocado y apenas si podía ver lo que estaba haciendo.

Después de amarrar el bote a la capa de cintas, regresó con dificultad a la nave, con el único deseo de salir del traje, tomar una ducha y beber un trago de agua.

Se quedó en la nave varias horas, contento de encontrarse en un ambiente familiar. Se sentó en la cabina de la sala de reuniones, incapaz de pensar en nada, y seguramente debió de quedarse dormido.

Se despertó sintiéndose hambriento; tomó un almuerzo ligero, después de lo cual se sintió listo para enfrentarse de nuevo con la vida. Después de vagar por la nave durante un rato, su conciencia comenzó a reprocharle lo que había hecho con la lancha.

Pasó por la esclusa de aire y caminó hasta donde había dejado la lancha. Paró el motor y luego estudió el problema de cómo sacar el bote del agua y deshincharlo. No estaba seguro de que fuera a utilizarlo otra vez, pero le molestaba tener que abandonarlo. Toda una vida a bordo de una nave espacial le habían marcado una aversión profunda al desperdicio. Resolvió el problema deshinchándolo a medias y sacándolo luego a rastras a la orilla, para allí plegarlo. Decidió trasladarse a otro lugar tan pronto como regresara a bordo.

Una vez en la cabina de mando, Tansis escudriñó los mapas fotográficos. Unos mil quinientos kilómetros al norte la cordillera montañosa parecía estar cubierta de nieve, y los bosques terminaban. No creía que tuviera gran utilidad intentar dirigirse allá arriba. Sin embargo, había un pico solitario a unos ochenta kilómetros de donde estaba sentado, también con nieve en la cima. Le interesaba ver nieve, y encontrar tierra al descubierto, sin capa de cintas. Con certeza esa materia vegetal no cubriría todo el continente palmo a palmo.

No se detuvo a considerar la dificultad que podría tener un aterrizaje en la cima de una montaña, aunque era de vital importancia que la nave descansara sobre tierra llana. Si la nave se derrumbaba al perder el equilibrio, eso sería el desastre total, un segundo naufragio. Pero estaba demasiado inquieto para preocuparse de ello; demasiado decidido a huir una vez más de la desgracia y del fracaso con la misma esperanza de que el próximo lugar de aterrizaje fuera mejor y pudiera solucionar sus problemas.

Dirigiendo la nave con control manual voló por encima de media docena de cordilleras paralelas hacia un saliente de una montaña, grande y redondeado, con un casquete de nieves claramente visible. El manejo manual de la nave exigía decisiones rápidas, porque al estar suspendido en el aire buscando un lugar de aterrizaje se consumían grandes cantidades de combustible.

BOOK: Naufragio
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