Authors: David Brin
Un destello de color a la izquierda llamó su atención. Jacob se acercó al panel que tenía al lado, sacó el micro y lo conectó en modo personal.
—Helene, mire a uno ocho por sesenta y cinco. Creo que tenemos más compañía.
—Sí. —La voz de deSilva inundó suavemente la parte de la sala ocupada por su cabeza—. Lo veo. Parece hallarse en su forma estándar. Veamos qué hace.
El segundo espectro se aproximó, vacilante, desde la izquierda. Su estructura amorfa y ondulante era como una mancha de aceite en la superficie del océano. Su forma no se parecía en nada a la de un hombre.
La doctora Martine contuvo el aliento bruscamente cuando vio al intruso, y empezó a ponerse el casco.
—¿Cree que deberíamos avisar a Bubbacub? —preguntó Jacob rápidamente.
Ella lo pensó un instante, y luego miró al primer solariano. Todavía agitaba sus «brazos», pero no había cambiado de posición. Ni Bubbacub.
—Dijo que se le avisara si se movía —dijo.
Miró ansiosamente al recién llegado.
—Tal vez yo debería ocuparme de este nuevo y dejar que él siga con el primero, y no molestarle.
Jacob no estaba seguro. Hasta ahora Bubbacub era el único que había encontrado algo positivo. Los motivos de Martine para no informarle de la llegada del segundo solariano eran sospechosos.
¿Estaba envidiosa del éxito del pil?
Oh, bueno, el eté odia ser interrumpido de todas formas, pensó Jacob, y se encogió de hombros.
El recién llegado se acercó cuidadosamente, con pequeños impulsos y paradas, hacia el lugar donde su primo más grande y brillante ejecutaba su representación de un hombre furioso.
Jacob miró a Culla.
¿Debería decírselo al menos a él? Parece tan concentrado en el primer espectro. ¿Por qué no lo ha anunciado Helene? ¿Y dónde está Fagin? Espero que no se esté perdiendo esto.
En algún lugar de las alturas se produjo un destello. Culla se agitó.
Jacob alzó la cabeza. El recién llegado había desaparecido. El primer espectro se encogió lentamente y se desvaneció.
—¿Qué ha pasado? —preguntó Jacob—. Tan sólo he vuelto la cabeza un momento...
— ¡No lo shé, Amigo-Jacob! Eshtaba mirando para ver shi la conducta vishual del sher podría revelar algunash pishtas shobre shu naturaleza, cuando de repente apareció otro. El primero atacó al shegundo con un deshtello de luz, y lo hizo marcharshe. ¡Entoncesh también él she marchó!
— ¡Tendrían que haberme anunciado la llegada del segundo —dijo Bubbacub. Estaba de pie, con el vodor una vez más alrededor de su cuello—. No im-porta. Sé todo lo que necesitaba saber. Informaré a la hu-mana deSilva.
Se volvió y se marchó. Jacob se puso en pie para seguirle. Fagin les esperaba, junto a deSilva y la Cámara del Piloto. —¿Lo viste? —susurró Jacob.
—Sí. Bastante bien. Estoy ansioso por oír lo que ha descubierto nuestro estimado amigo.
Con un gesto teatral, Bubbacub pidió a todo el mundo que le escuchara.
—Dijo que es viejo. Lo cre-o. Es una ra-za muy vieja.
Sí, pensó Jacob. Eso es lo primero que Bubbacub querría averiguar.
—Los so-larianos di-cen que mataron al chimpancé. LaRo-que lo mató también. Empezarán a matar a hu-manos si no se mar-chan para siempre.
—¿Qué? —exclamó deSilva—. ¿De qué está hablando? ¿Cómo podrían ser responsables LaRoque y los Espectros?
—No pierda la cal-ma, se lo a-consejo. —La voz del pil, moderada por el vodor, tenía un tono de amenaza—. El so-lariano me dijo que hicieron que el hombre lo hiciera. Le dieron su ira. Le dieron su necesidad de matar. Le dieron también la verdad.
Jacob terminó de resumir las observaciones de Bubbacub a la doctora Martine.
—... y entonces terminó diciendo que sólo había una forma de que los solarianos pudieran haber influido en LaRoque desde tanta distancia. Y si usaron ese método quedaban explicadas las faltas de referencias en la Biblioteca. El uso de ese poder es tabú. Bubbacub quiere que nos quedemos el tiempo suficiente para comprobarlo y que luego salgamos de aquí.
—¿Qué poder? —preguntó Martine. Estaba sentada, con el burdo casco psi terrestre sobre el regazo. Culla escuchaba a su lado, con otro fino liquitubo entre los labios.
—No es pi-ngrli. Eso se usa a veces legalmente. Además no puede llegar tan lejos, y de todas formas él no pudo encontrar rastro. No, creo que Bubbacub planea usar esa cosa parecida a una piedra.
—¿La reliquia lethani?
—Sí.
Martine sacudió la cabeza. Miró hacia abajo y jugueteó con un mando del casco.
—Es tan complicado... No lo comprendo en absoluto. Nada ha salido bien desde que regresamos a Mercurio. Nada es lo que parece ser. —¿Qué quiere decir?
La parapsicóloga hizo una pausa, y luego se encogió de hombros.
—Ya no se puede estar segura de nada... Yo estaba convencida de que el tonto pique entre Peter y Jeffrey era verdadero e inofensivo a la vez. Ahora descubro que fue inducido artificialmente y que resultó letal.
Y supongo que también tenía razón respecto a los solarianos. Sólo que no fue idea suya, sino de ellos.
—¿Cree que de verdad son nuestros Tutores perdidos?
—¿Quién sabe? Si es cierto, es una tragedia que no podamos volver aquí a hablar con ellos.
—Entonces acepta la historia de Bubbacub sin reservas.
—¡Sí, claro! Es el único que ha logrado establecer contacto, y además lo conozco. Bubbacub nunca podría confundirnos. ¡La verdad es el trabajo de su vida!
Pero Jacob sabía ahora a quién se refería cuando dijo que ya no se podía estar seguro de nada. La doctora Martine estaba aterrada.
—¿Está segura de que Bubbacub fue el único que entabló algún tipo de contacto?
Sus ojos se abrieron de par en par, pero luego miró hacia otro lado. —Parece que es el único con esa habilidad.
—¿Entonces por qué se quedó detrás con el casco puesto cuando Bubbacub nos reunió a todos para comunicarnos su informe?
—¡No tiene que interrogarme de esa forma! —respondió ella acaloradamente—. Quise intentarlo una vez más. ¡Tenía celos de su éxito y quise probar otra vez! Fracasé, por supuesto.
Jacob no se dejó convencer. La irritación de Martine parecía inadecuada y estaba claro que sabía más de lo que decía.
—Doctora Martine, ¿qué sabe acerca de una droga llamada «Warfarin»?
—¡Usted también! —La doctora se ruborizó—. Le dije al médico de la base que nunca había oído hablar de ella, y desde luego no sé cómo apareció entre las medicinas de Dwayne Kepler. ¡Es decir, si alguna vez ha estado allí!
Se dio la vuelta.
—Creo que será mejor que me vaya a descansar, si no le importa.
Quiero estar despierta cuando vuelvan los solarianos.
Jacob ignoró su hostilidad: un poco de presión de su otro yo podría haber despejado sus sospechas. Pero estaba claro que Martine no diría nada más. Se puso en pie. Ella le ignoró mientras bajaba su asiento.
Culla se encontró con él junto a las máquinas de refrescos.
—¿Eshtá moleshto, Amigo-Jacob?
—No, creo que no. ¿Por qué lo pregunta?
El alto extraterrestre parecía cansado. Los finos hombros estaban caídos, aunque le brillaban los grandes ojos.
—Eshpero que no she tome demashiado mal eshta noticia que ha anunciado Bubbacub.
Jacob se dio la vuelta y miró a Culla.
—¿Tomármelo mal, Culla? Sus declaraciones son datos. Eso es todo.
Me decepcionaría si resulta que el proyecto Navegante Solar tiene que terminar. Y tendré que encontrar un medio de verificar lo que Bubbacub dice antes de reconocer que es necesario... buscando una referencia en la Biblioteca, por ejemplo. Pero por lo demás, mi emoción más fuerte es la curiosidad. —Jacob se encogió de hombros, irritado ante la pregunta. Le picaban los ojos, probablemente por sobredosis de luz roja.
Culla sacudió lentamente su gran cabeza redonda.
—Creo que esh lo contrario. Dishculpe mi preshunción, pero creo que eshtá muy preocupado.
Jacob sintió un instante de cálida ira. Estuvo a punto de estallar, pero consiguió controlarse.
—¿De qué está hablando, Culla? —dijo lentamente.
—Jacob, ha hecho un buen trabajo permaneciendo neutral en el conflicto interno de shu eshpecie. Pero todosh losh sho-fontesh tienen opinionesh. Le duele deshcubrir que Bubbacub hizo contacto donde los humanosh fracasharon. Aunque nunca ha expreshado shu poshtura en la Cueshtión del Origen, shé que no she shiente feliz al deshcubrir que la humanidad tuvo en efecto un Tutor.
Jacob volvió a encogerse de hombros.
—Es cierto, sigue sin convencerme esa historia de que los solarianos elevaran a la humanidad en el pasado remoto y luego nos abandonaran antes de terminar el trabajo. Nada tiene sentido.
Jacob se frotó la sien derecha. Sentía la proximidad de un dolor de cabeza.
—Y la gente se ha estado comportando de forma muy peculiar en este proyecto. Kepler sufrió una especie de histeria inexplicable y depende por completo de Martine. LaRoque se comportó de forma más exagerada que de costumbre, a veces autodestructivamente. Y no olvide su supuesto sabotaje. Luego la propia Martine pasa de su emotiva defensa de LaRoque a su temor a decir nada que pudiera molestar a Bubbacub. Eso me hace preguntarme... —Hizo una pausa.
—Tal vez los sholarianos shon reshponshablesh de todo eshto. Shi pudieron hacer que el sheñor LaRoque cometiera un asheshinato deshde tan lejosh, podrían haber caushado también otrash aberracionesh.
Jacob cerró los puños. Miró a Culla y apenas pudo reprimir su furia. Los brillantes ojos del alienígena eran opresivos. No quería que le mirase.
—No me interrumpa —dijo, con los labios tensos, y con toda la calma que pudo acumular.
Podía sentir que había algo raro. Una nube parecía rodearle. Nada estaba muy claro pero seguía experimentando la necesidad de decir algo importante. Cualquier cosa.
Miró rápidamente en derredor.
Bubbacub y Martine estaban otra vez en sus puestos. Ambos llevaban los cascos y miraban en su dirección. Martine hablaba.
¡Zorra! Probablemente le está diciendo a ese oso arrogante todo lo que dije. ¡Pelota!
Helene deSilva se detuvo junto a los dos mientras hacía sus rondas, distrayendo su atención de Culla y Jacob. Por un momento, Jacob se sintió mejor. Deseaba que Culla se marchara. ¡Era una lástima que hubiera que tratarlo así, pero un pupilo tenía que saber cuál era su sitio!
DeSilva terminó de hablar con Bubbacub y Martine, y empezó a dirigirse a las máquinas de refrescos. Una vez más, los ojitos negros de Bubbacub le miraron.
Jacob gruñó. Se dio la vuelta para evitar aquella mirada y contempló la máquina de bebidas.
¡A la mierda con todos! He venido a tomar un trago y eso es lo que voy a hacer. ¡De todas formas, ellos no existen!
La máquina se agitó ante él. Una voz interna gritaba algo sobre una emergencia, pero decidió que la voz tampoco existía.
Sí que es una máquina extraña, pensó. Espero que no sea tan complicada como la de la Bradbury. Esa no fue nada amistosa.
No, ésta tenía un puñado de botones tridimensionales transparentes que destacaban de los demás. De hecho, había filas y filas de pequeños botones, todos ellos asomando al espacio.
Extendió la mano para pulsar uno al azar, pero se contuvo. Oh-oh. ¡Esta vez leeremos las etiquetas!
¿Qué es lo que quiero? ¿Café?
La pequeña voz interior gritaba Gyroade. Sí, eso es sensato. Una bebida maravillosa, Gyroade. No sólo es deliciosa, sino que también te pone a tono. Una bebida perfecta para un mundo de alucinaciones.
Tuvo que admitir que sería una buena idea beber un poco. Pero había algo que parecía un poco extraño. ¿Por qué todo se desarrollaba tan despacio?
Su mano se movió como un caracol hacia el botón deseado. Vaciló unas cuantas veces pero por fin la controló. Estaba a punto de pulsarlo cuando la vocecita regresó, esta vez suplicándole que se detuviese.
¡Vaya, hombre! Me das un buen consejo y luego te asustas.
¡Maldita sea! De todas formas, ¿quién te necesita?
Pulsó el botón. El tiempo se aceleró un poco, y Jacob oyó el sonido del líquido.
¿Quién demonios necesita a nadie? Maldito sea el largiru-cho de Culla. El gordo Bubbacub y su fría consorte humana.
Incluso el loco de Fagin... por traerme de la Tierra a este lugar estúpido.
Se inclinó y sacó el liquitubo de su ranura. Tenía un aspecto delicioso.
El tiempo se aceleró, casi de vuelta a la normalidad. Ya se sentía mejor, como si le hubieran aliviado de una gran presión. Antagonismos y alucinaciones parecieron desvanecerse. Sonrió a Helene deSilva, que se acercaba. Luego se volvió para sonreírle a Culla.
Más tarde me disculparé por ser tan brusco, pensó. Alzó el tubo en un brindis.
—... estado gravitando ahí fuera, justo al borde de la detección —decía deSilva—. Estamos preparados, así que sería mejor que...
—¡Alto, Jacob! —gritó Culla.
DeSilva soltó una exclamación y dio un brinco para agarrarle la mano. Culla añadió sus leves fuerzas para quitarle el tubo de los labios.
Aguafiestas, pensó él amistosamente. Le demostraré a un alienígena debilucho y a una nonagenaria lo que un hombre puede hacer.
Los apartó, pero ellos siguieron atacando. La comandante incluso intentó algunas tretas desagradables, pero él las esquivó y se llevó la bebida a la boca, lenta, triunfalmente.
Una pared se rompió y el sentido del olfato que no recordaba haber perdido regresó como una apisonadora. Tosió una vez y miró el tubo que tenía en la mano.
Hervía marrón y venenoso con burbujas y grumos. Lo arrojó al suelo. Todo el mundo lo miraba. Culla decía algo desde el lugar donde había caído. DeSilva se incorporaba, alerta. Los otros humanos se congregaban alrededor.
Pudo oír el preocupado silbido de Fagin desde alguna parte.
¿Dónde está Fagin?, pensó, mientras se tambaleaba hacia adelante.
Consiguió dar tres pasos y entonces se desplomó en la cubierta delante de Bubbacub.
Volvió en sí lentamente. Le resultó difícil porque sentía la frente tensa. Notaba la piel estirada como el cuero de un tambor. Pero no se trataba de cuero seco. Estaba húmedo, primero de sudor y luego de algo más, algo frío.
Gruñó y alzó la mano. Tocó piel, la mano de alguien, cálida y suave. Por el olor notó que era una mujer.
Jacob abrió los ojos. La doctora Martine estaba sentada cerca, con un paño en la negra mano. Sonrió y le acercó un liquitubo a los labios.