Nubes de kétchup (6 page)

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Authors: Annabel Pitcher

Tags: #Drama, Relato

BOOK: Nubes de kétchup
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Quedaban cinco minutos de clase de Lengua cuando el tiempo desapareció y un nombre lo reemplazó en la pantalla.

SANDRA SANDRA SANDRA

Mi teléfono se puso a moverse ruidosamente sobre el pupitre, dio un par de sacudidas y luego empezó a derrapar hacia el estuche.

SANDRA SANDRA SANDRA

—¿Todo bien, Zoe?

Pegué un brinco. Era la señora Macklin, volviéndose desde la pizarra. No fui capaz ni de asentir. Un chico con pecas se echó a reír.

—¡Cállate, Adam! —le gritó Lauren desde la otra punta de la clase, porque estábamos sentados por orden alfabético y no creo, señor Harris, que sea irse demasiado de la lengua decirle que el apellido de Lauren empieza por W y el mío por J. El chico cerró la boca, pero seguía con la sonrisa puesta. Había más gente sonriendo, dándose codazos y señalando hacia mí.

—¿Qué te pasa, Zoe? —me preguntó la señora Macklin mirándome por encima de las gafas con esos amables ojos azules suyos llenos de preocupación.

—Estoy bien —logré decir.

SANDRA SANDRA SANDRA SANDR

Dejó un mensaje. Cuando sonó el timbre desaparecí en los lavabos de chicas sin darle a Lauren tiempo de preguntarme qué me pasaba. Con el corazón martilleándome, me desmoroné sobre el retrete, las imágenes me daban vueltas en la cabeza: policía y cárceles y monos de color naranja y juzgados y titulares de los periódicos que clamaban «¡CULPABLE!». Seguro que Sandra había descubierto la verdad de lo del 1 de mayo. El pánico me empezó por las puntas de los dedos y fue trepándome por los brazos hasta el pecho y de ahí directo al cuero cabelludo, empujándome las raíces del pelo.

—¿Hay alguien ahí? —preguntó alguien dando un golpe en la puerta del retrete.

—Sí —grité, agarrando con manos temblorosas mi teléfono.

—Pues date prisa —dijo la chica, y yo asentí con la cabeza a pesar de que ella no me estaba viendo, y le di a la tecla para escuchar el mensaje, no fuera a ser que cambiase de opinión.

Hubo una pausa. Muy larga. Cerré los ojos. Por fin se oyó la voz de Sandra, apagada y ronca y llena de esas vacilaciones que hacían que las frases sonasen entrecortadas. Me pedía que fuera alguna vez a visitarla. Abrí un ojo. A ella le parecía que nos iba a venir muy bien a las dos. Abrí el otro. Me dijo que no pasaba un solo día sin que se preguntara qué tal me estaba yendo, y justo antes de colgar dijo que para ella sería muy importante que me dejara caer por allí de vez en cuando.

—En realidad nadie más… lo entiende, ¿a que no? La gente es que…, bueno, no tiene ni la menor idea.

Ni que decir tiene que no le devolví la llamada; borré el mensaje y metí el teléfono en mi bolso lo más al fondo que pude, enterrándolo bajo los milenios de mi libro de Historia. Cuando me encontré con Lauren en la sala de música, ella me tendió un sándwich y se quedó mirándome, pero no me preguntó por qué no era capaz de comérmelo, solo comentó que el pollo estaba aún más correoso que de costumbre.

Se despide,

Zoe

Calle Ficticia, 1

Bath

27 de octubre

Querido señor Harris:

Siento que haya pasado tanto tiempo, pero últimamente se me está haciendo todo muy cuesta arriba y hasta suspendí el examen sobre la reproducción de las plantas. No se vaya usted a pensar que estaba respondiendo preguntas sobre tulipanes montándoselo ahí en plan guarro, porque no es así como funciona y de hecho es mucho más interesante que eso, por lo menos para mí, porque me gustan las Ciencias, y no es por presumir, pero ese examen lo habría bordado si no llega a venir mi padre a mi cuarto la noche en la que se suponía que estaba repasando.

Me dijo que se había encontrado con Sandra en el pasillo de las verduras del supermercado y que a ella se le habían llenado los ojos de lágrimas en las que no tenían nada que ver las cebollas.

—Tiene muchas ganas de verte —dijo mi padre mientras yo contemplaba mi libro de Biología deseando que se callara—. Dice que te ha llamado un par de veces pero que no lo coges.

—Pues que no me llame cuando estoy en el instituto —farfullé, y luego me sentí mal. Sandra no tiene la culpa de nada de esto. Hinqué la punta del bolígrafo en un diagrama de una flor, muerta de ganas de que mi padre se marchara.

—Parece que está muy triste —continuó mi padre sentándose en el borde de mi cama—. Fatal de verdad. —Hice una mueca, porque el sentimiento de culpa estaba llegando a dolerme—. Ha adelgazado una tonelada. Se ha quedado en los huesos…

—¡Vale! ¡Ya lo he pillado! —le espeté tirando el bolígrafo al suelo.

Mi padre jugueteaba nerviosamente con el borde del edredón.

—Solo he pensado que igual te gustaba saber que no estás sola, cariño. Solo eso. No debería haberte dicho nada. —Mi padre se puso de pie con esfuerzo y me acarició la coronilla—. Ojalá pudiera sufrirlo yo por ti —murmuró, y para serle sincera habría dado lo que fuese por traspasar mi dolor directamente a su pecho. Y como era horrible querer eso me puse a llorar. No me merezco una familia cariñosa ni amigos, ni siquiera a alguien como usted, y por eso llevaba un tiempo sin escribir.

Pero esta noche me he dado cuenta de que debe de sentirse usted muy solo en su celda sin mis cartas. No es por ofenderle ni nada, pero no me puedo imaginar que tenga usted un montón de amigos en el Corredor de la Muerte, o sea, estoy segura de que no es el mejor lugar para relacionarse con la gente y de que tampoco estará todo el mundo contando chistes y chocando los cinco por entre los barrotes de la celda. Puede que usted haya llegado a apoyarse en mí tanto como me apoyo yo en usted. Es posible que nos necesitemos el uno al otro y que yo no deba sentirme tan mal por contarle mi historia, cosa que necesito desesperadamente hacer porque me está reconcomiendo por dentro y usted es la única persona en el mundo que podría entenderlo. No puedo seguir esperando ni un segundo más, así que empiezo por la mañana siguiente a la fiesta de Max, conmigo tumbada en la cama sufriendo la primera resaca de mi vida y haciendo probablemente un sonido como este:
ayaaayhuuy
.

Tercera parte

Sorpresa sorpresa, a mi madre le dio lo mismo ver que me encontraba peor que nunca en mi vida. Abrió de un tirón las cortinas. El sol me dio un puñetazo entre los ojos con su puño de un amarillo vivo.

—Arriba —ordenó mi madre abriendo mi ventana, que daba al jardín de atrás—. A ducharse. A desayunar. A quitar el polvo.

—¿Quitar el polvo? —chirrié.

—Y luego, a pasar la aspiradora. Y puedes limpiar el cuarto de baño también. —Yo me tapé la cabeza con el edredón. Mi madre tiró de él hacia abajo—.
Eso es la bebida
, Zoe. Pero ¿en qué estabas pensando?

—No tenía intención de beber. Y ni siquiera bebí tanto.

—A tu edad es intolerable que bebas nada. Intolerable del todo. Este es un año importante para ti, Zoe. Estás empezando la secundaria. Tienes que trabajar en clase. Sabes que tu padre y yo tenemos muchas esperanzas puestas en ti. No tiene sentido que te enfurruñes —dijo al ver la cara que yo estaba poniendo. No me gustaban nada esas conversaciones sobre el instituto. Me repateaban de verdad—. Puede que seas inteligente, pero si pretendes entrar en Derecho, vas a tener que sacar las mejores notas. —Yo le eché una mirada a «Pelasio el Simpasio», que estaba encima de mi mesa—. Escribir no da dinero —dijo mi madre con firmeza—. El Derecho, en cambio, sí. Eso ya lo hemos hablado, y tú estuviste de acuerdo conmigo.

—Sí, ya —murmuré, aunque no era verdad. Cada vez que hablábamos de mis estudios futuros pasaba lo mismo. Me resultaba más fácil seguirle a mi madre la corriente, dijera ella lo que dijese, porque me sentía como si estuviera en deuda con ella o algo así por lo mucho que se estaba esforzando.

—Pues vale. Vas a tener que estudiar mucho. No tires tus oportunidades por la ventana.

—Fueron solo un par de copas, mamá. No lo volveré a hacer.

—¡No vas a tener ocasión de volver a hacerlo! —dijo recogiendo del suelo mis vaqueros y colgándolos en el armario—. Vas a estar dos meses castigada. Y te guardo yo el teléfono.

Me pasé una hora sin moverme. La verdad es que no podía. Solo con levantar la cabeza para beber un poco de agua ya me entraban náuseas. Mi padre le dijo a Dot que tenía gripe, así que ella vino corriendo a mi cuarto en pijama con una corona de cartulina azul. Por delante le había escrito: «Te vas a poner bien fijo», solo que como se había saltado la efe en realidad ponía: «Te vas a poner bien ijo». En su propia cabeza llevaba otra corona aún más grande hecha de cartulina rosa. Sonrió cuando vio que yo me ponía la mía.

—Ahora podemos ser el rey y la reina del mundo y también del universo —dijo por signos.

Yo hice una reverencia y levanté el edredón.

—Meteos dentro, majestad.

Dot trepó a mi cama y nos quedamos ahí siglos abrazadas, con las puntas de las coronas sobresaliendo por encima de la almohada.

Al final hice mis tareas, arrastrándome por toda la casa en pijama. Mientras fregaba el cuarto de baño, mi mente saltaba entre los dos chicos, así que dibujé dos corazones de lejía amarilla dentro de la taza del retrete.

Cuando tiré de la cadena, el agua se puso toda espumosa, que daba la casualidad de que era exactamente como yo me sentía, con toda la emoción burbujeándose a sí misma. No podía esperar a contárselo a Lauren, me imaginaba la cara que iba a poner cuando le describiera el beso con Max. Igual me lo encontraba a la hora de comer. Y al Chico de Ojos Castaños también. Intercambiaríamos sonrisas secretas delante del pescado frito con patatas fritas, con un punto de sal y de vinagre y de amor cosquilleándonos en la nariz.

En conjunto, me sentía de bastante buen humor. Mi padre y mi madre apenas me habían dicho nada, aunque tampoco hablaban gran cosa entre ellos, seguramente reconcomiéndose aún con lo de la noche anterior. Mi padre estaba en el garaje sacándole brillo al BMW y mi madre estaba ocupada con Dot, practicando la lectura de labios que el logopeda le había puesto de deberes.

—Banco —decía muy claramente mi madre—. Banco. Banco. Banco.

—¿Manco? —preguntaba Dot por signos.

Soph hizo una mueca. Vestida de negro de la cabeza a los pies, estaba tumbada en el suelo del cuarto de estar con
Calavera
, su conejo blanco. A su lado había un libro de Matemáticas. Dot estaba sentada en el regazo de mi madre en un butacón de cuero, arrugando las cejas por debajo de su corona rosa.

—Casi —dijo mi madre, pero le salió una arruga en mitad de la frente.

—¿Podemos parar ya? —preguntó Dot por signos, rascándose la punta de la nariz y poniendo cara de hartura.

—Yo me he quedado atascada en la pregunta cuatro —anunció Soph, pero mi madre le ajustó a Dot la corona en la cabeza y continuó.

Soph cogió su libro de Matemáticas y lo sostuvo en alto, con la piedra de su anillo del humor lanzando destellos de un azul oscuro.

—Averigua el promedio medio de los siguientes números… ¿Cómo puede un promedio ser
medio
? No tiene ningún…

—Detrás —la interrumpió mi madre. Dot se mordió el labio inferior, pensando—. Detrás —volvió a decir mi madre. Señaló con el dedo hacia su espalda para darle a Dot una pista—.
Detrás
.

—¿Detrás? —preguntó Dot por signos, y ahí mi madre aplaudió.

—¡Buena chica! —dijo sacudiéndole el brazo a Dot para festejarlo. Dot soltó una risita y mi madre le dio un beso en la mejilla. Soph tiró el libro de Matemáticas al suelo.

—¿Un boli? —murmuró, y yo asentí.

Soph me tendió uno rojo. Estábamos agazapadas entre los zapatos de mi madre en el armario grande del cuarto de mis padres en el que siempre fumábamos bolis y hablábamos de cosas que requerían oscuridad. Soph se puso un bolígrafo azul en la boca e hizo como que aspiraba. Sopló sin que le saliera nada y le dio al boli tres golpecitos encima de las zapatillas de deporte de mi madre como para desprenderse de la ceniza. Yo le di una calada al mío y exhalé despacio.

—¿Qué tal la fiesta? —preguntó Soph—. Qué borracha estabas, Zo. Cuando llegaste venías dando unos hipidos que parecían los sonidos que hacen las focas.

La empujé con el pie porque se había puesto a imitarlos ruidosamente.

—¡Calla!

Soph sonrió, apoyando la barbilla en las rodillas, el largo pelo cayéndole alrededor de las piernas.

—Y ¿qué tal es?

—Qué tal es ¿el qué?

—Emborracharse —susurró, con los ojos verdes destellando en la oscuridad.

Lo pensé un instante.

—Mareante.

—Pero ¿mareante bueno o mareante malo?

—Mareante intermedio. Al principio bastante divertido, pero luego me encontraba fatal.

—¿Qué bebiste?

—Vodka y un whisky que me dio un chico.

—Un chico. ¿Lo besaste?

—Pues claro —dije dándole una larga y sofisticada calada a mi boli.

—¿Quién era?

—Uno que se llama Max.

—¿Guapo?

—Guapísimo. En el instituto es lo más y le cae bien a prácticamente todo el mundo.

—Y entonces ¿por qué te besó? —dijo con una sonrisita cómplice.

Volví a darle una patada, pero decidí decirle la verdad.

—No lo sé. Estaba borrachísimo. —Algo se me encogió por dentro, pero mantuve el tono de despreocupación—. Lo más probable es que mañana ni se acuerde. Ya sabes cómo son los chicos.

Soph dejó caer su bolígrafo en una de las deportivas de mi madre y empezó a juguetear con los cordones.

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