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Authors: Dan Simmons

Olympos (72 page)

BOOK: Olympos
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—¿Sycórax? —dijo Harman—. ¿La bruja que dijiste era la madre de Calibán?

—Sí.

Harman empezó a preguntar cómo podrían llegar a los anillos orbitales para activar la fermería, la energía y el sistema fax de emergencia, pero entonces recordó que el sonie de Savi que tenían en Ardis podía volar hasta los anillos. Harman inspiró profundamente.

—Harman, amigo de Nadie —dijo Próspero—, tienes que escucharme ahora. Puedes dejar este lugar cuando la
eiffelbahn
comience a ponerse de nuevo en marcha dentro de una hora y cincuenta y cuatro minutos. O puedes salir y saltar a tu muerte en el Glaciar Khombu. Todas las opciones son tuyas. Pero es tan seguro como que la noche sigue al día que nunca verás a tu Ada de nuevo, ni regresarás a lo que queda de Ardis Hall, ni verás a tus amigos Daeman, Hannah y los demás sobrevivir a esta guerra con los voynix y calibani, ni verás de nuevo una Tierra verde no convertida en azul y muerta por el hambre de Setebos, si no despiertas a Moira.

Harman se apartó del magus y cerró los puños. Próspero se apoyaba en su báculo como si le sirviera para caminar, pero Harman sabía que un movimiento de Próspero con ese bastón lo haría volar por encima de la barandilla y caer a la muerte en las paredes de mármol repujadas de joyas a docenas de metros más abajo.

—Tiene que haber otro modo de despertarla —dijo con los dientes apretados.

—No lo hay.

Harman golpeó la barandilla de hierro.

—Nada de todo esto tiene sentido.

—No infectes tu mente con la extrañeza de todo este asunto —dijo Próspero, y sus palabras resonaron bajo la alta cúpula—. Moira te librará de todas esas preocupaciones. Pero primero debes despertarla.

Harman negó con la cabeza.

—No creo que yo descienda de ese Ahman Comosellame Khan Ho Tep

—dijo—. ¿Cómo podría? Los antiguos fuimos creados por los posts siglos después de que el pueblo de Savi desapareciera en el Fax Final y...

Próspero sonrió.

—Precisamente. ¿De dónde crees que se sacaron vuestros moldes ADN y vuestros cuerpos almacenados, amigo de Nadie? Moira podrá explicarte todo esto y más. Ella es una posthumana, la última de su especie. Ella sabe cómo puedes leer todos esos libros antes de que nuestra cabina
eiffelbahn
salga de esta estación. Puede que sepa cómo podéis derrotar a los voynix (o los calibani), o quizá incluso derrotar a Calibán y su señor, el mismísimo Setebos. Pero tendrás que decidir pronto si la vida de tu Ada merece una pequeña infidelidad. Nos queda una hora y cuarenta y cinco minutos antes de que la
eiffelbahn
empiece a funcionar de nuevo. Mil cuatrocientos años de sueño o más no pueden desprenderse en un instante. Moira necesitará algún tiempo para despertar, para comer, para comprender nuestra situación, antes de que esté preparada para viajar con nosotros.

—¿Ella vendría con nosotros? —dijo Harman estúpidamente—. ¿En la
eiffelbhan
? ¿De vuelta a Ardis?

—Casi con toda seguridad.

Harman agarró la barandilla con tanta fuerza que los nudillos se le pusieron primero rojos y luego blancos. Finalmente soltó el hierro y se volvió hacia el magus, que esperaba.

—De acuerdo. Pero tú espera aquí. O mejor aún, vuelve a la cabina. Fuera de la vista. Lo haré, pero tengo que estar solo.

Próspero simplemente desapareció de la existencia. Harman esperó en la alta barandilla un minuto, inhalando el olor correoso de los libros antiguos, y luego bajó corriendo los escalones.

53

Fue un grupo harapiento de cuarenta y cinco hombres y mujeres muertos de frío que recorrió el trayecto de doce kilómetros desde la Roca Hambrienta hasta el faxpabellón.

Daeman los guiaba, llevando la mochila con el Huevo de Setebos que brillaba y ocasionalmente se agitaba, y Ada caminaba a su lado a pesar de su contusión y sus costillas rotas. Los primeros kilómetros a través del bosque fueron lo peor: el terreno era árido y rocoso, la visibilidad pobre, había empezado a nevar otra vez y todos estaban preparados para el ataque de los invisibles voynix. Cuando pasaron treinta minutos, y luego cuarenta y cinco, y después una hora sin que fueran atacados (ni rastro de los voynix) todos empezaron a relajarse un poco.

A treinta metros sobre ellos, Greogi, Tom y los ocho supervivientes malheridos de Ardis llenaban el sonie. Greogi se adelantaba, sobrevolaba el bosque, y luego volvía, manteniéndose a baja altura el tiempo suficiente para gritar su información.

—Voynix por delante a eso de un kilómetro, pero se retiran... se apartan de vosotros y el huevo.

A través del golpeteo del dolor de cabeza y el dolor más sordo de su muñeca y sus costillas rotas (respirar le dolía), Ada encontró poco consuelo en el hecho de que los voynix estuvieran sólo a un kilómetro de distancia. Los había visto correr a toda velocidad, los había visto saltar de los árboles. Las criaturas podrían alcanzarlos en un minuto. El grupo disponía de unos veinticinco rifles de flechitas o pistolas, pero no muchos cargadores de munición. Debido a su muñeca rota y sus costillas vendadas, Ada no llevaba ningún arma, lo cual la hacía sentirse indefensa mientras caminaba al frente con Daeman, Edide, Boman y unos cuantos más. La nieve caída tenía un palmo más de profundidad que en el bosque y a Ada apenas le quedaban fuerzas para seguir avanzando.

Incluso después de salir de la parte más rocosa y densa del bosque, todavía dirigiéndose al sudeste para llegar a la carretera que se extendía entre Ardis y el faxpabellón, el grupo siguió viajando con terrible lentitud a causa de aquellos que, aunque podían andar, estaban más seriamente heridos o enfermos, incluidos los que habían sido víctimas de la hipotermia las dos últimas noches. Siris, la otra médico, caminaba con ellos y pasaba de adelante a atrás de la fila continuamente, asegurándose de que los heridos y enfermos recibían ayuda y recordando a los líderes que redujeran el ritmo.

—No lo comprendo —dijo Ada cuando salieron a un amplio prado que recordaba de un centenar de excursiones de verano.

—¿El qué? —preguntó Daeman. Llevaba la mochila con el brillante huevo por delante, los brazos extendidos, como si oliera mal. En realidad, Ada había advertido que olía mal: a una mezcla de pescado podrido y algo salido de un estercolero. Pero seguía brillando y vibraba de vez en cuando, así que presumiblemente el pequeño Setebos de su interior seguía vivo.

—¿Por qué se apartan los voynix mientras tenemos esta cosa? —dijo

Ada.

—Deben tenerle miedo —respondió Daeman. Pasó la mochila de la mano derecha la izquierda. Llevaba una ballesta en la mano libre.

—Sí, eso está claro —dijo Ada, hablando con más brusquedad de lo que pretendía. El dolor de cabeza, de costillas y brazos acababa con su paciencia—. Quiero decir, ¿cuál es la conexión entre esta... cosa del Cráter París y los voynix?

—No lo sé.

—Los voynix han estado por aquí... siempre —dijo Ada—. Este monstruo Setebos llegó hace una semana.

—Lo sé —dijo Daeman—. Pero siento que de algún modo están conectados. Tal vez lo han estado siempre.

Ada asintió, dio un respingo de dolor al asentir y continuó caminando. Se hablaba poco en las filas mientras atravesaban otra zona de denso bosque, cruzaban un arroyo familiar que ahora estaba casi congelado y bajaban una empinada colina de hierbas y matorrales congelados.

El sonie descendió.

—Otro medio kilómetro hasta la carretera —informó Greogi—. Los voynix se han dirigido más al sur. Tres kilómetros al menos.

Cuando llegaron a la carretera se produjo cierta agitación entre los supervivientes, susurros impacientes, gente dándose palmadas en la espalda. Ada miró hacia el oeste, hacia Ardis Hall. El puente cubierto apenas se veía desde la curva de la carretera que llevaba a la mansión, pero no había ni rastro de ella, por supuesto, ni siquiera una columna de humo negro en el aire. Por un momento creyó que iba a vomitar. Manchas negras danzaron ante sus ojos. Se detuvo, apoyó las manos en las rodillas y bajó la cabeza.

—¿Te encuentras bien, Ada? —era Laman quien hablaba. El hombre de la barba sólo vestía harapos, uno de los cuales le vendaba la mano derecha, donde había perdido cuatro dedos durante la batalla con los voynix en Ardis.

—Sí —contestó ella. Se levantó, le sonrió y se apresuró para alcanzar al grupito de cabeza.

Ahora quedaba poco más de un kilómetro hasta el faxpabellón y todo parecía familiar, excepto la nieve. No había ni rastro de voynix. El sonie revoloteaba cerca, desaparecía trazando grandes círculos y luego regresaba, Greogi indicaba que podían continuar mientras hacía descender el aparato y luego continuaba volando hacia delante.

—¿Adónde vamos a faxear, Daeman? —preguntó Ada. Oyó la falta de afecto en su voz, pero estaba demasiado cansada y dolorida para poner energía en sus palabras.

—No lo sé —dijo el hombre esbelto y musculoso que antaño fuera el esteta regordete que intentaba seducirla—. Al menos no sé adónde ir a la larga. Chom, Ulanbat, Cráter París, Bellinbad y el resto de los nódulos más poblados probablemente han sido cubiertos por el hielo azul de Setebos. Pero conozco un nódulo despoblado por el que paso de vez en cuando... está en el trópico. Cálido. No es más que un pueblecito abandonado, pero está en el océano... en algún océano, en alguna parte... y tiene una laguna. No he visto más animales que lagartos y unos cuantos cerdos salvajes, pero no parecen tenerle miedo a la gente. Podríamos pescar, cazar, fabricar más armas, cuidar de nuestros heridos... pasar desapercibidos hasta que se nos ocurra un plan.

—¿Cómo nos encontrarán Harman, Hannah y Odiseo-Nadie? —preguntó Ada.

Daeman guardó silencio un minuto y Ada casi pudo oírlo pensar: «Ni siquiera sé si Harman está vivo. Petyr dijo que desapareció con Ariel.» Pero lo que dijo fue:

—Eso no es un problema. Algunos de nosotros faxearemos de vuelta aquí regularmente. Y podemos dejar una especie de nota permanente en Ardis Hall con el código del faxnódulo de nuestro escondite tropical. Harman sabe leer. No creo que los voynix puedan.

Ada sonrió débilmente.

—Los voynix pueden hacer un montón de cosas que ninguno de nosotros nunca imaginó que fueran capaces de hacer.

—Sí —dijo Daeman. Y luego permanecieron en silencio hasta que llegaron al fax-pabellón.

El faxpabellón estaba prácticamente igual que como Daeman lo había visto cuarenta y ocho horas antes. La empalizada había sido derribada. Había sangre humana seca por todas partes, pero los voynix o los animales salvajes se habían llevado los cadáveres de los ardisitas que habían combatido hasta la muerte tratando de defender el pabellón. La estructura en sí continuaba intacta, sin embargo, y la columna del faxnódulo todavía se alzaba en su centro.

La banda de humanos se detuvo en la entrada. Cohibidos, miraban hacia el bosque por encima del hombro. El sonie aterrizó y los demás ayudaron a los heridos o los transportaron.

—Nada en diez kilómetros —dijo Greogi—. Es extraño. Los pocos voynix que he visto huían hacia el sur como si los estuvierais persiguiendo.

Daeman miró el huevo que latía lechosamente en su mochila y suspiró.

—No los estamos persiguiendo —dijo—. Sólo queremos largarnos de aquí.

Contó a Greogi y los demás su plan.

Hubo un breve conato de discusión. Algunos de los supervivientes querían faxear a localizaciones familiares para ver si sus amigos y seres queridos estaban vivos. Caul estaba seguro de que el nódulo de Loman Estate no habría sido invadido por esa cosa Setebos de la que les había hablado Calibán. Su madre estaba allí.

—¡De acuerdo, mirad! —gritó Daeman por encima de las voces elevadas—. No sabemos dónde puede estar ahora Setebos. El monstruo convirtió la enorme ciudad de Cráter París en un castillo de hilos de hielo azul en menos de veinticuatro horas. Han pasado más de cuarenta y ocho horas desde que regresé y fui la última persona en faxear. Ésta es mi propuesta...

Ada advirtió que todos dejaban de farfullar. La gente escuchaba. Aceptaban a Daeman como líder igual que una vez habían aceptado su propio liderazgo... y el de Harman. Tuvo que reprimir la urgente necesidad de sollozar.

—Decidamos si vamos a continuar juntos o no —dijo Daeman, su voz grave llegaba con facilidad a todos—. Podemos votar y...

—¿Qué significa «votar»? —preguntó Boman. Daeman lo explicó.

—Así que si uno más de la mitad de nosotros... vota por permanecer juntos, ¿entonces todos tendremos que hacer lo que los otros quieran? — dijo Oko.

—Durante algún tiempo —respondió Daeman—. Pongamos... una semana. Estamos más seguros viajando juntos que por separado. Y tenemos personas heridas y enfermas que no pueden defenderse. Si todos faxeamos en direcciones distintas ahora, ¿cómo vamos a volver a encontrarnos?

¿Dejamos que los que quieren marcharse solos se lleven los rifles de flechitas y las ballestas, o se las quedan los del grupo mayor que quieren permanecer juntos?

—¿Qué haremos durante esa semana... si accedemos a ir contigo a ese paraíso tropical? —preguntó Tom.

—Lo que ya he dicho —respondió Daeman—. Recuperarnos. Encontrar o construir más armas. Construir una especie de perímetro defensivo allí... recuerdo una islita más allá del arrecife. Podríamos construir algún tipo de barca, emplazar nuestros hogares y defensas en la isla...

—¿Crees que los voynix no saben nadar? —preguntó Stoman.

Todos se rieron nerviosos, pero Ada miró a Daeman. Era humor chusco (una expresión que había aprendido sigleyendo los viejos libros de la biblioteca de Ardis Hall), pero había roto la tensión.

Daeman se rió también.

—No tengo ni idea de si los voynix saben nadar, pero si no saben, esa isla será el lugar ideal para nosotros.

—Hasta que hayamos engendrado tantos hijos que ya no quepamos —dijo Tom.

Más gente se rió abiertamente esta vez.

—Y enviaremos equipos de reconocimiento desde el faxnódulo de allí

—dijo Daeman—. Desde el primer día. De esa forma, tendremos alguna idea de lo que está sucediendo en el mundo y qué nódulos son seguros para faxear. Y al cabo de una semana, todo el que quiera marcharse podrá hacerlo. Pienso que es mejor para todos que permanezcamos juntos hasta que nuestros enfermos mejoren y hasta que todos tengamos una oportunidad de comer y dormir.

—Votemos —dijo Caul.

Lo hicieron, vacilantes, con más risas ante la idea de levantar las manos que por decidir un asunto tan serio. La votación fue de cuarenta y tres contra nueve a favor de permanecer juntos; tres de los heridos más graves no votaron porque estaban inconscientes.

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