Read Olympos Online

Authors: Dan Simmons

Olympos (75 page)

BOOK: Olympos
2.34Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

—Veo los datos —dijo Orphu—, pero tengo problemas para visualizar a la criatura. No puede ser tan fea.

—Nosotros la estamos mirando y nos cuesta creer lo que vemos —dijo el general Beh bin Adee—. Y es así de fea.

—¿Hay alguna teoría sobre lo que es esa cosa o de dónde procede? —

preguntó Mahnmut.

—Está asociada con los lugares de hielo azul, y se la vio originalmente en la antigua ciudad de París y el complejo de hielo azul más grande — dijo Cho Li—. Pero no te refieres a eso. Simplemente, no conocemos su origen.

—¿Han visto los moravecs alguna vez una imagen de algo parecido en todos nuestros siglos de observar la Tierra por telescopio desde el espacio de Júpiter o el espacio de Saturno? —preguntó Orphu.

—No —dijeron al unísono Asteague/Che y Suma IV.

—La criatura-cerebro-manos no viaja sola —dijo el Retrógrado Sinopessen, mostrando otra serie de imágenes holográficas y proyecciones en pantalla plana—. Estas cosas la acompañan en cada uno de los dieciocho sitios donde hemos visto al cerebro.

—¿Humanos? —preguntó Orphu. Los datos eran confusos.

—No del todo —respondió Mahnmut. Describió las escamas, los colmillos, los brazos demasiado largos y los pies palmípedos de las formas de las imágenes.

—Y según los datos, hay cientos de estas criaturas —dijo Orphu de Io.

—Miles —corrigió el centurión líder Mep Ahoo—. Hemos visto las imágenes tomadas simultáneamente en sitios distintos por miles de kilómetros y hemos contado al menos tres mil doscientas formas de aspecto anfibio.

—Calibán —dijo Mahnmut.

—¿Qué? —la suave voz de Asteague/Che parecía sorprendida.

—En Marte, Integrante Primero —dijo el pequeño europano—. Los hombrecitos verdes hablaron de Próspero y Calibán... de
La Tempestad
de Shakespeare. Las cabezas de piedra, recuerdas, se suponía que eran imágenes de Próspero. Nos advirtieron acerca de Calibán. La cosa se parece a y habla como algunas de las versiones de Calibán en los montajes de esa obra a lo largo de los siglos.

Ninguno de los moravecs tuvo nada que decir al respecto.

—Hay once nuevos Agujeros Brana en la Tierra desde que empezamos a medir este repunte de actividad cuántica, hace dos semanas —dijo por fin Beh bin Adee—. Por lo que sabemos, la criatura-cerebro ha generado o al menos está usando todos esos Agujeros para transportarse. La criatura y esos seres escamosos de aspecto anfibio que llamas Calibán. Y hay una pauta respecto dónde aparecen.

Más imágenes holográficas cobraron solidez sobre la mesa y Mahnmut las describió por tensorrayo, pero Orphu ya había absorbido los datos subyacentes.

—Todos los campos de batalla o los lugares de antiguas masacres históricas o atrocidades humanas —dijo Orphu.

—Exactamente —respondió el general Beh bin Adee—. Advertiréis que la ciudad de París fue la primera abertura cuántica Brana. Sabemos que hace más de dos mil quinientos años, durante el Enfrentamiento del Agujero Negro del Imperio de la Unión Europea con el Surinato Islámico Global, más de catorce millones de personas murieron en París y sus alrededores.

—Y los otros sitios de los Agujeros Brana encajan con esa categoría

—dijo Mahnmut—. Hiroshima, Auschwitz, Waterloo, HoTepsa, Stalingrado, Ciudad del Cabo, Montreal, Gettysburg, Khanstaq, Okinawa, el Somme, New Wellington... todos sitios históricos sangrientos de hace milenios.

—¿Tenemos algún tipo de turista Cerebro intermembrana viajando en

Calabi-Yau? —preguntó Orphu.

—O algo peor —respondió Cho Li—. Los rayos de neutrinos y taquiones que surgen de los lugares que esta... cosa... visita transportan algún tipo de compleja información codificada. Los rayos son interdimensionales, no direccionales en nuestro universo. No podemos conectar con ellos para decodificar los mensajes o su contenido.

—Creo que el cerebro es un fantasma —dijo Orphu de Io.

—¿Fantasma? —dijo el Integrador Primero Asteague/Che. Orphu explicó el término.

—Creo que está sorbiendo algún tipo de energía oscura de esos lugares —dijo el gran ioniano.

—Eso parece improbable —trinó el Retrógrado Sinopessen—. No conozco ninguna energía... grabable que quede por el simple hecho de una acción violenta. Esto es metafísica... absurdo... no ciencia.

Orphu encogió cuatro de sus múltiples brazos articulados.

—¿Creéis que esa gran criatura-cerebro pueda ser algo que los posthumanos o los antiguos diseñaron y biofacturaron durante los años dementes después del rubicón? —preguntó el centurión líder Mep Ahoo—.

¿Y la criatura Calibán y los robots sin cabeza, asesinos también? ¿Todos artefactos de ingenieros de ARN enloquecidos? ¿Como las plantas y vida animal anacrónicas reintroducidas en el planeta?

—No el ser grande —dijo el alto ganimediano, Suma IV—. Lo habríamos visto antes. La criatura cerebro llegó de otro universo a través de los Agujeros Brana hace sólo unos días. No sabemos de dónde proceden las cosas Calibán, ni las criaturas jorobadas que están diezmando a los humanos antiguos. Bien podrían ser producto de manipulación genética. No olvidemos que los posthumanos se diseñaron a sí mismos a partir del poso genético humano, hace más de mil quinientos años estándar.

—Y yo he visto holos de dinosaurios y aves terroríficas y tigres de dientes de sable surcando esta Tierra —dijo el centurión líder Mep Ahoo.

—¿Los seres metálicos jorobados han matado al diez por ciento de la población de antiguos? —preguntó Mahnmut, que era un poco puntilloso respecto al uso adecuado de la palabra «diezmar».

—Lo han hecho —contestó el general Beh bin Adee—. Probablemente a más. Y sólo en el tiempo de nuestro viaje desde Marte.

—Entonces ¿qué hacemos ahora? —preguntó Orphu de Io—. Aunque si nadie tiene una respuesta inmediata, yo tengo una sugerencia.

—Adelante —dijo el Integrante Primero Asteague/Che.

—Creo que deberían descongelar a los mil soldados rocavec que llevamos, usar la nave de contacto y la docena de moscardones atmosféricos que hay a bordo cargados hasta los topes de soldados, y unirnos a la lucha.

—¿Unirnos a la lucha? —repitió el navegante calistano, Cho Li.

—Empezando por convertir con bombas nucleares a esa criatura cerebro en pus radiactivo —dijo Orphu—. Luego desembarcar a los soldados moravec y defender a los humanos. Matar a esos Calibanes y las cosas jorobadas sin cabeza que están matando a los humanos por todas partes. Unirnos a la lucha.

—Qué extraordinaria sugerencia —dijo Cho Li, sorprendido.

—Apenas tenemos información suficiente para decidir un curso de acción en este punto —dijo el Integrante Primero Asteague/Che—. Por lo que sabemos, la criatura-cerebro (como la llamamos tan respetuosamente) puede que sea el único organismo sentiente y pacífico de la Tierra. Quizá sea una especie de arqueólogo o antropólogo o historiador interdimensional.

—O un espectro —dijo Mahnmut.

—Nuestra misión era vigilar —dijo Suma IV en un tono que pretendía ser definitivo—. No iniciar una guerra.

—Podemos hacer ambas cosas por el precio de una —dijo Orphu—. Tenemos a bordo de la
Reina Mab
potencia de fuego para crear una diferencia en lo que quiera que esté pasando allá abajo. Y aunque no nos lo habéis dicho oficialmente a Mahnmut ni a mí, sabemos que debe haber un puñado de naves de guerra moravec camufladas siguiendo a la
Mab
. Ésta podría ser una oportunidad maravillosa para golpear a esa cosa, a todas esas cosas, y dejarlas tiesas antes de que sepan que estamos enzarzados en una pelea.

—Qué extraordinaria sugerencia —repitió Cho Li—. Absolutamente extraordinaria.

—Ahora mismo —dijo Asteague/Che con aquella extraña voz de James Mason que Mahnmut recordaba de las películas planas—, nuestro objetivo no es iniciar una guerra, sino dejar a Odiseo en esa ciudad asteroide del anillo polar, tal como solicita la Voz.

—Y antes de eso —dijo Suma IV—, tenemos que decidir si continuamos con el lanzamiento de la nave de contacto mientras estamos al amparo de la maniobra de aerofrenado, o esperar a después del encuentro con la ciudad orbital de la Voz y la entrega de nuestro pasajero humano.

—Tengo una pregunta —dijo Mahnmut.

—¿Sí? —el Integrante Primero Asteague/Che era también europano, y por tanto casi del mismo tamaño que el diminuto Mahnmut. Los dos se miraron de placa visora a placa visora mientras el administrador esperaba.

—¿Quiere nuestro pasajero humano que lo entreguen a la Voz? —preguntó Mahnmut.

Se hizo un silencio roto solamente por el zumbido de los ventiladores, los informes de comunicación entre monitores y el ocasional estampido de los impulsores de altitud del casco.

—Santo cielo —dijo Cho Li—. ¿Cómo hemos podido pasar por alto el preguntárselo?

—Estábamos ocupados —dijo el general Beh bin Adee.

—Yo se lo preguntaré —dijo Suma IV—. Aunque será embarazoso en este punto si Odiseo dice que no.

—Tenemos preparados sus atuendos —dijo el Retrógrado Sinopessen.

—¿Atuendos? —bramó Orphu de Io—. ¿Es mormón nuestro hijo de

Laertes?

Ninguno respondió. Todos los moravecs tenían cierto interés por la historia y la sociedad humana (estaba programado en su ADN evolucionado y sus circuitos que se mantuviera ese interés) pero muy pocos estaban tan inmersos en el pensamiento humano como el enorme ioniano. Los otros tampoco habían desarrollado un sentido del humor tan extraño.

—Odiseo ha llevado ropa de diseño nuestro mientras ha estado a bordo de la
Reina Mab
—trinó el Retrógrado Sinopessen—. Pero la ropa que llevará durante el encuentro con el asteroide orbital de la Voz tendrán todo tipo de nanoaparatos de grabación y transmisión que podamos concebir. Seguiremos su experiencia en tiempo real.

—¿Incluso aquellos que vayamos a bajar a la Tierra en la nave de contacto? —preguntó Orphu.

Se produjo un silencio molesto. Los moravecs no solían cohibirse con frecuencia, pero eran capaces de ello.

—No se te ha elegido para formar parte de la tripulación de esa nave —

dijo por fin Asteague/Che cortante, pero no en tono desagradable.

—Lo sé —dijo Orphu—, pero creo que puedo convenceros de que la misión de la nave de contacto debe ser iniciada durante el aerofrenado de la
Mab
y que yo tengo que estar a bordo. El rinconcito de la bodega del sub de Mahnmut me servirá. Tiene todas las conexiones que necesito y me gusta la vista.

—La bodega del sumergible no tiene vistas —dijo Suma IV—. Excepto a través del enlace de vídeo, que podría interrumpirse si la nave de contacto fuera atacada.

—Estaba siendo irónico —respondió Orphu.

—Además —dijo Cho Li, emitiendo un ruido como un animalito que se aclarara la garganta—, tú estás técnica, ópticamente, ciego.

—Sí, me he dado cuenta. Pero más allá de las prácticas de contrato adecuadas para acción afirmativa... no importa, no merece la pena explicarlo, puedo daros tres motivos de peso por los que tengo que ser incluido en la misión que bajará a la Tierra.

—No hemos decidido aún que la misión vaya a llevarse a cabo —dijo Asteague/Che—, pero por favor, explícanos tus motivos para ser incluido. Los Integrantes Primeros tenemos que tomar varias decisiones en los próximos quince minutos.

—En primer lugar, por supuesto —bramó Orphu—, está el obvio hecho de que seré un embajador espléndido ante cualquier raza sentiente que encontremos después de aterrizar.

El general Beh bin Adee hizo un sonido brusco.

—¿Eso será antes o después de que los conviertas en pus radiactivo? —preguntó.

—Segundo, está el hecho menos obvio pero destacado de que ningún moravec de esta nave (quizá ningún moravec existente) sabe más sobre la ficción de Marcel Proust, James Joyce, William Faulkner y George Marie Wong (además de sobre la poesía de Emily Dickinson y Walt Whitman) que yo,
ergo
ningún moravec conoce la psicología humana mejor que yo. Si vamos a hablar con humanos antiguos, mi presencia será indispensable.

No sabía que también estudiaste a Joyce, Faulkner, Wong, Dickinson y Whitman
, tensorrayó Mahnmut.

Nunca había salido el tema
, respondió Orphu.
Pero he tenido tiempo de leer en el duro vacío y el azufre del Toro de Io en los últimos mil doscientos años estándar de mi existencia.

¡Mil doscientos!
, tensorrayó Mahnmut. Los moravecs estaban diseñados para tener vidas largas, pero tres siglos estándar era generoso para la media de la existencia vec. El propio Mahnmut tenía poco menos de ciento cincuenta años.
¡Nunca me dijiste que eras tan viejo!

Nunca había salido el tema
, transmitió Orphu de Io.

—No he entendido todas las conexiones lógicas de la parte verbal antes de que tensorrayaras con tu amigo —dijo Asteague/Che—, pero por favor, continúa. Creo que dijiste que tenías tres motivos de peso para ser incluido.

—El tercer motivo por el que me merezco una plaza en la nave lanzadera —dijo Orphu—, figurativamente hablando, por supuesto, es que lo he descubierto.

—¿Descubierto qué? —preguntó Suma IV. El ganimediano de buckycarbono negro no estaba comprobando de manera visible su cronómetro, pero su voz sí.

—Todo —respondió Orphu de Io—. Por qué hay dioses griegos en Marte. Por qué hay un túnel a través del espacio y el tiempo hasta otra Tierra donde todavía se libra la Guerra de Troya de Homero. De dónde salió este Marte imposiblemente terraformado. Qué están haciendo Próspero y Calibán, dos personajes de una antigua obra de Shakespeare, esperándonos en esta Tierra real, y por qué la base cuántica de todo el Sistema Solar está siendo jodida por esos Agujeros Brana que siguen apareciendo... Todo.

56

La mujer que parecía una joven Savi se llamaba en efecto Moira, aunque en las siguientes horas Próspero la llamó a veces Miranda y una vez se refirió sonriente a ella como Moneta, cosa que aumentó la confusión de Harman. Su rubor, por otro lado, era tan grande que no pudo decir nada más. Durante la primera hora que pasaron juntos, Harman no pudo mirar a Moira, mucho menos a los ojos. Mientras Moira y él comían lo que pasaba por ser el desayuno y Próspero se sentaba a la mesa, Harman finalmente consiguió mirar en dirección a la mujer pero no pudo mirarla a los ojos. Entonces se dio cuenta de que probablemente parecía que le estaba mirando los pechos, así que desvió de nuevo la mirada.

BOOK: Olympos
2.34Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Other books

Capital Punishment by Penner, Stephen
Sleep Tight by Jeff Jacobson
Unknown by Braven
Lucky Strikes by Louis Bayard
Gaze by Viola Grace
Sweet Surrender by Catherine George
White Horse Talisman by Andrea Spalding