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Authors: Dan Simmons

Olympos (74 page)

BOOK: Olympos
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Esta Savi más joven no era flaca. Sus músculos no se habían atrofiado con la edad de siglos. Su cabello (en todas partes) era oscuro, no el negro que había pensado al principio, el negro brillante del hermoso cabello de Ada, sino marrón muy oscuro. Las nubes se habían disipado en la cara norte de Chomolungma y a la brillante luz reflejada del sol naciente, parte del cabello de la mujer brillaba cobrizo. Harman pudo ver los diminutos poros de su piel. Sus pezones, advirtió, eran más pardos que rosados. Su barbilla tenía el hoyuelo central de Savi y su firmeza, pero las arrugas que recordaba en su ceño y alrededor de su boca y las comisuras de sus ojos no estaban aún allí.

«
¿Quién es?», se preguntó por enésima vez.

«No importa quién sea realmente, se gritó a sí misma la mente de Harman. Si Próspero dice la verdad, es la mujer con la que tienes que acostarte para que despierte y te enseñe las cosas que tienes que aprender para llegar a casa.»

Harman se inclinó hacia adelante hasta que su pecho quedó parcialmente sobre la mujer dormida. Estaba tendida de espaldas con los brazos a los lados, las palmas contra el material acolchado, las piernas levemente separadas. Sintiéndose un violador de la cabeza a los pies, Harman usó la rodilla derecha para mover su pierna izquierda a un lado, y luego la rodilla izquierda para separar su pierna derecha. Ella no podría haber estado más abierta y vulnerable ante él.

Y él no podría haberse sentido menos excitado.

Harman apoyó su peso en las manos hasta que empezó a hacer flexiones sobre la forma supina. Se obligó a alzar la cabeza por fuera del campo de fuerza que zumbaba levemente y tragó grandes bocanadas de aire congelado. Cuando bajó de nuevo la cabeza hacia el campo de energía del sarcófago, se sintió como un ahogado que se hunde por tercera vez.

Harman depositó su peso sobre la mujer dormida. Ella no se rebulló ni se movió. Sus pestañas eran largas y oscuras, pero no había ni el más mínimo aleteo ni sensación de que sus ojos se movieran bajo los párpados como había visto hacer a Ada tantas veces cuando él la veía dormir a su lado a la luz de la luna. Ada.

Cerró los ojos y la recordó, no herida e inconsciente en la Roca Hambrienta como había mostrado el paño turín rojo de Próspero, sino tal como la había visto durante los ocho meses que habían pasado juntos en Ardis Hall. La recordó a su lado por la noche, cuando despertaba y la veía dormir. Recordó el olor a hembra y jabón limpio junto a él por la noche en su cuarto, ante el ventanal de la antigua mansión de Ardis.

Harman sintió que empezaba a excitarse.

«
No pienses en ello. No pienses en el ahora. Sólo recuerda.»

Se permitió recordar aquella primera vez con Ada, hacía ahora nueve meses, tres semanas y dos días. Habían estado viajando con Savi, Daeman, y Harman y acababan de encontrar a Odiseo en la Puerta Dorada de Machu Picchu. Cada uno de ellos tenía un cubículo para dormir separado, esa noche, las grandes y redondas esferas que colgaban de la torre naranja del antiguo puente como uvas de una parra, las que colgaban bajo la viga de apoyo horizontal a unos cientos de metros sobre las ruinas de abajo.

Después de que todos se fueran a su domi a dormir, sorprendidos porque los suelos eran tan transparentes como el suelo de cristal de aquella cripta
(
«No, no pienses en eso ahora
»)
, Harman salió de su habitación y llamó a la puerta de Ada. Ella lo dejó pasar y él advirtió lo brillantes que eran esa noche sus ojos oscuros.

Había ido a su habitación esa noche para hablar de algo, no para hacerle el amor. O eso pensaba en ese momento. Ya había herido una vez los sentimientos de Ada: en Cráter París, lo recordaba ahora, en la casa de la madre de Daeman, en el alto domi de Marina sobre las torres de tribambú, al borde del ojo rojo del cráter. Y Ada había arriesgado su vida (o al menos un faxeo a la fermería orbital) escalando desde su balcón hasta el suelo, sobre trescientos metros de negro agujero para reunirse con él aquella noche. Y él le había dicho que no. Había dicho «esperemos». Y ella lo había hecho, aunque sin duda ningún hombre la había rechazado ni había evitado antes a la hermosa Ada de Ardis Hall.

Pero esa noche en la esfera-domi transparente que colgaba de la Puerta Dorada de Machu Picchu, con las montañas que más tarde identificó como los rocosos Andes alzándose alrededor y las ruinas fantasmales a trescientos metros por debajo, había acudido a hablar con ella de... ¿qué? Oh, sí, había ido a su habitación para persuadirla de que se quedara en Ardis Hall con Hannah y Odiseo mientras Daeman y él iban con Savi a aquel lugar legendario llamado Atlántida donde podría haber una nave espacial esperándolos para llevarlos a los anillos. Él se había mostrado muy convincente. Y había mentido entre dientes. Le dijo a la joven Ada que sería mejor que presentara a Odiseo a todos los de Ardis Hall, que Daeman y él sólo estarían fuera unos cuantos días. En realidad, temía que Savi los llevara a un peligro terrible (y lo había hecho, a cambio de su propia vida), y ya incluso entonces Harman no quería que Ada corriera ningún riesgo. Incluso entonces, sentía que sería su propia carne y su propia alma quien sufriría si ella sufría algún daño.

Ella llevaba un finísimo camisón corto de seda cuando él ordenó que la puerta del cubículo se abriera la noche que acudió a él. La luz de la luna se reflejaba pálida en sus brazos y pestañas mientras él hablaba seriamente de que se quedara en Ardis Hall con aquel extraño Odiseo.

Y entonces la besó. No: sólo besó a Ada en la mejilla al final de su conversación, como un padre o un amigo podrían besar a una niña. Fue ella quien lo besó primero a él, un beso pleno, abierto, lento, mientras lo rodeaba con sus brazos y lo atraía y permanecía allí de pie a la luz de la luna y las estrellas. Recordó haber sentido sus jóvenes senos contra su pecho a través de la fina seda de su camisón azul.

Recordó haberla llevado a la pequeña cama que reposaba contra la pared curva y transparente del cubículo. Ella lo ayudó a quitarse la ropa, ambos ahora llenos de prisa torpe pero elegante.

¿Había sacudido la tormenta las montañas más altas y restallado justo cuando empezaron a hacer el amor en aquella estrecha cama? No mucho después, desde luego. Harman recordaba la luz de la luna sobre el rostro vuelto de Ada y su resplandor en sus pezones cuando acariciaba cada pecho y se los llevaba a los labios.

Pero recordaba la pared de viento golpeando el puente, haciendo mecer el cubículo peligrosamente, justo cuando empezaban a mecerse y moverse, Ada debajo de él, rodeando con las piernas sus caderas, buscándolo con su mano derecha para encontrarlo y guiarlo...

Nadie lo guió ahora mientras se rozaba contra el sexo de la mujer de la urna de cristal. «Esto no va a funcionar —pensó entre la urgencia de sus propios recuerdos y el deseo renovado—. No estará lubricada. Tendré que..»

Pero el resto de ese pensamiento se perdió cuando advirtió que ella no se resistía a sus esfuerzos, sino que se mostraba suave y abierta e incluso húmeda, como si hubiera yacido allí esperándolo durante todos estos años.

Ada había estado dispuesta para él: húmeda de excitación, los labios tan cálidos como su cálido sexo, sus brazos insistentes a su alrededor, sus dedos arqueados sobre su espalda desnuda mientras se movía suavemente dentro de ella y con ella. Se habían besado hasta que el beso sólo hizo que Harman (el de los Cuatro Veintes y noventa años esa misma semana, el más viejo de los viejos que Ada conocía o había conocido jamás) sintió una lujuria y una excitación propias de un adolescente.

Se habían movido mientras el cubículo se mecía con los salvajes arrebatos de viento: suavemente al principio, eternamente según pareció, y entonces con pasión creciente y menos contención mientras Ada lo instaba a perder contención, mientras Ada se abría a él y le instaba a hundirse más profundamente en ella, besándolo y abrazándolo con el poderoso círculo de sus brazos y el apretón de sus piernas y el rastro de sus uñas.

Y cuando se corrió, Harman latió dentro de ella durante lo que parecieron ser largos momentos. Y Ada respondió con una serie de latidos internos que parecían temblores surgiendo de un epicentro infinitamente profundos hasta que él sintió como si fuera su manecita la que apretara con más fuerza su interior, soltando, apretando de nuevo, en vez de todo su cuerpo.

Harman latió dentro de la mujer que parecía Savi y no podía serlo. No se entretuvo sino que salió inmediatamente, el corazón latiendo de culpa y algo parecido al horror mientras se llenaba de amor hacia Ada y recuerdos de Ada.

Rodó de lado y yació jadeante y entristecido junto al cuerpo de la mujer, en los cojines de seda metálica. El aire cálido revoloteaba a su alrededor, tratando de hacerlo dormir. Harman sintió en ese momento que podía dormir... podía dormir durante un milenio y medio igual que hacía esta desconocida, dormir y dejar atrás todo el peligro de ese mundo y sus amigos y a su única, perfecta, traicionada amante.

Un pequeño movimiento lo arrebató de las garras del sueño.

Abrió los ojos y su corazón casi se detuvo cuando se dio cuenta de que los ojos de la mujer estaban abiertos. Ella había vuelto la cabeza y lo estaba mirando con fría inteligencia, un nivel de conciencia casi imposible después de haber estado dormida tanto tiempo.

—¿Quién eres? —preguntó la joven con la voz de Savi, la muerta.

55

Al final no fue sólo la elocuencia de Orphu sino una miríada de factores que decidió a los moravec a lanzar la nave estratosférica junto con
La Dama Oscura.

La reunión moravec en el puente había tenido lugar mucho antes del plazo de dos horas que había sugerido Asteague/Che. Los acontecimientos se sucedían con demasiada rapidez. Veinte minutos después de su conferencia en el casco de la
Reina Mab
, Mahnmut y Orphu volvieron al puente de la nave para conferenciar verbalmente en plena atmósfera y gravedad terrestres a nivel del mar con el calistano Cho Li, el Integrante Primero Asteague/Che, el general Beh bin Adee y su teniente Mep Ahoo, el ominoso Suma IV, un agitado Retrógrado Sinopessen y media docena de otros integrantes moravecs y rocavecs militares.

—Ésta es la transmisión que hemos recibido hace ocho minutos —dijo el navegante Cho Li. Casi todo el mundo la había escuchado, pero la reprodujo por tensorrayo de todas formas.

Las coordenadas de la emisión máser eran las mismas de la transmisión anterior (desde el asteroide del tamaño de Fobos en el anillo polar de la Tierra), pero esta vez no había ninguna voz humana, sólo una cadena de coordenadas de encuentro y ritmos delta-v.

—La dama quiere que le llevemos a Odiseo directamente a su casa — dijo Orphu—, y que no nos entretengamos al otro lado de la Tierra por el camino.

—¿Podemos hacerlo? —preguntó Mahnmut—. ¿Detenernos justo en la órbita polar?

—Podemos hacerlo si usamos de nuevo las bombas de fisión para una desaceleración de alta-g durante las próximas nueve horas —dijo Asteague/Che. Pero no queremos hacer eso por diversos motivos.

—Disculpadme —dijo Mahnmut—. Sólo soy un conductor de sumergibles, no navegante ni ingeniero, pero no veo cómo vamos a reducir nuestra velocidad de todas formas dada la débil desaceleración que recibimos de los motores de iones. ¿Tenemos algo especial guardado para el último tramo de frenada?

—Aerofrenada —dijo el pequeño calistano de muchos brazos, Cho Li.

Mahnmut se echó a reír imaginándose a la
Reina Mab
(los trescientos

nueve metros de masa no aerodinámica repleta de vigas y soportes) aerofrenando a través de la atmósfera de la Tierra hasta que cayó en la cuenta de que Cho Li no estaba bromeando.

—¿Se puede aerofrenar esta cosa? —dijo por fin.

El Retrógrado Sinopessen avanzó sobre sus plateadas patas arácnidas.

—Por supuesto. Siempre habíamos planeado aerofrenar. La placa impulsora de sesenta metros de ancho con su cobertura ablativa se retrae y se transforma levemente para servir muy bien como escudo calorífico. El campo de plasma que nos rodeará durante la maniobra no debería ser un impedimento: podremos incluso comunicar vía máser si queremos. Nuestros planes originales eran maniobrar y aerofrenar suavemente a una altura de ciento cuarenta y cinco kilómetros por encima del nivel del mar con varias pasadas para regular nuestra órbita (la parte difícil será atravesar los abarrotados anillos artificiales p y e, ya que no tenemos nada comparable a la Abertura Cassino del anillo-F libre de escoria alrededor de Saturno), pero esos cálculos fueron bien fáciles. Sólo tenemos que esquivarlos. Ahora, como parece que se nos ha ordenado aparecer en la ciudad-asteroide de la dama en el anillo-p, planeamos caer treinta y siete kilómetros y perder velocidad mucho más rápidamente, estableciendo la órbita elíptica adecuada para la cita al primer intento.

Orphu silbó.

Mahnmut trató de visualizarlo.

—¿Caeremos a ciento y pico de metros de la superficie? Podremos verles la cara a los humanos que haya abajo.

—No tanto —dijo Asteague/Che—. Pero será más dramático que lo que habíamos planeado. Dejaremos un rastro en el cielo. Pero los humanos antiguos de abajo probablemente estarán demasiado distraídos ahora mismo para advertir la estela.

—¿Qué quieres decir? —preguntó Orphu de Io.

Asteague/Che transmitió la serie más reciente de fotografías. Mahnmut describió los elementos que Orphu no podía captar a través de los receptores de datos.

Más imágenes de matanza. Comunidades humanas destruidas, cuerpos humanos dejados como carroña para los cuervos. Las imágenes infrarrojas mostraban edificios calientes y cadáveres fríos y el movimiento de las criaturas jorobadas igualmente frías y sin cabeza que se encargaban de la matanza. Ardían fuegos donde antes había casas y ciudades modestas en el lado nocturno del planeta. Por todas partes los humanos antiguos parecían estar siendo atacados por las criaturas metálicas sin cabeza que los expertos moravec no podían identificar. Y en cuatro continentes, las estructuras de hielo azul se multiplicaban y crecían y ya aparecían imágenes de una única y enorme criatura semejante a un cerebro humano con ojos, sólo que el cerebro tenía el tamaño de un almacén, y luego los videos mostraban imágenes verticales de la criatura corriendo sobre lo que parecían ser manos gigantescas con brazos como tallos extendiéndose como ganglios. Obscenas probóscides brotaban de los orificios alimentarios y parecían beber o alimentarse de la tierra misma.

BOOK: Olympos
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