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Authors: Dan Simmons

Olympos (79 page)

BOOK: Olympos
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Aquiles se queda mirando, con odio e incredulidad.

—Pero yo deseaba a Tetis —continúa Zeus—. Así que me la follé. Pero primero tomé la forma de Peleo... un niño-hombre vulgar y mortal de quien Tetis estaba medio enamorada en esa época. Pero el esperma que te concibió es el esperma divino de Zeus, Aquiles, hijo de Tetis, no te confundas en eso. ¿Por qué si no crees que tu madre te apartó de ese idiota de Peleo e hizo que te educara un centauro viejo?

—Mientes —gruñe Aquiles.

Zeus sacude la cabeza casi con tristeza.

—Y tú morirás dentro de un segundo, joven Aquiles —dice el padre de todos los dioses y hombres—. Pero morirás sabiendo que te he dicho la verdad.

—No puedes matarme, señor de los cangrejos. Zeus se frota la barba.

—No, no puedo. No directamente. Tetis se encargó de eso. Cuando se enteró de que yo era el amante que se la tiró, no ese gusano sin polla de Peleo, también supo de las predicciones de las Parcas y de que yo te mataría con la certeza con que mi padre, Cronos, se comía a sus hijos antes de arriesgarse a sus revueltas y venganzas cuando crecieran. Y yo habría hecho eso, joven Aquiles (te habría devorado cuando eras un bebé), si Tetis no hubiera conspirado para sumergirte en las llamas de probabilidad del puro fuego celestial cuántico. Eres una rareza cuántica única en el universo, hijo bastardo de Zeus y Tetis. Tu muerte (y ni siquiera yo conozco los detalles, las Parcas no los comparten) está absolutamente marcada.

—Entonces lucha conmigo ahora, señor de las heces —grita Aquiles, y avanza, la espada y el escudo preparados.

Zeus alza una mano. Aquiles se detiene. El tiempo mismo parece petrificarse.

—No puedo matarte, mi impetuoso bastardo —murmura Zeus, como para sí—, ¿pero y si arraso tu carne de tus huesos y luego disuelvo esa misma carne en las células y moléculas que la constituyen? Incluso el universo cuántico podría tardar lo suyo en reconstituirte, siglos tal vez, y no creo que fuera un proceso indoloro.

Detenido a mitad de su zancada, Aquiles sabe que todavía puede hablar pero no lo hace.

—O tal vez podría enviarte a alguna parte —dice Zeus, señalando hacia el techo—, donde no haya aire que respirar. Eso será una situación interesante para que la resuelva la singularidad de probabilidad del fuego celestial.

—No hay ningún sitio aparte de los océanos sin aire para respirar — replica Aquiles, pero entonces recuerda sus jadeos y su debilidad en las altas pendientes del Olimpo justo el día anterior.

—El espacio exterior demostrará la mentira de esa afirmación —dice Zeus con una sonrisa enloquecedora—. En algún lugar más allá de la órbita de Urano, tal vez, o allá en el Cinturón Kuiper. O el Tártaro servirá. El aire allí es casi todo metano y amoníaco, convertirá tus pulmones en churrascos, pero si sobrevivieras a unas pocas horas de terrible dolor, podrías conversar con tus abuelos. Se comen a los mortales, ¿sabes?

—Vete al carajo —grita Aquiles.

—Así sea —dice Zeus—. Que tengas buen viaje, hijo mío. Corto, agónico, pero bueno.

El rey de los dioses mueve la mano derecha con un sencillo y breve movimiento en arco y las losas del suelo bajo los pies de Aquiles empiezan a disolverse. Un círculo se abre en el suelo del salón de los banquetes de Odiseo hasta que el de los pies ligeros parece quedar flotando en el aire encendido por las llamas. De debajo de él, desde el horrible pozo lleno de nubes de azufre, se alzan negras montañas como dientes podridos, lagos de plomo líquido, el borboteo y el fluir de lava siseante y el movimiento en sombras de enormes seres inhumanos, llega el constante rugido y los gritos de los monstruos que una vez fueron llamados Titanes.

Zeus mueve de nuevo la mano, levemente, y Aquiles cae al pozo. No grita cuando desaparece.

Después de un minuto de contemplar las llamas y las negras nubes tan abajo, Zeus mueve la palma de izquierda a derecha, el círculo se cierra, el suelo se vuelve sólido y se compone de nuevo de losas una vez más, y el silencio vuelve a la casa de Odiseo, a excepción de los patéticos ladridos del famélico perro llamado
Argos
, que está fuera en algún lugar del patio.

Zeus suspira y se teletransporta para iniciar su venganza sobre los dioses, que nada sospechan.

58

Próspero se quedó atrás mientras Moira conducía a Harman por el balcón de mármol sin barandilla, subía un tramo de escaleras de hierro al descubierto, lo rodeaba de nuevo, volvía a subir, hasta que el suelo del Taj se convirtió en un círculo que parecía estar a muchos kilómetros por debajo. El corazón de Harman latía con fuerza.

Había unas cuantas ventanitas redondas en la pared recubierta de libros de la cúpula que parecía ascender hasta el infinito. Harman no las había visto desde abajo ni desde fuera, pero permitían que entrara luz y le dieron una excusa para detenerse a respirar y hacer acopio de valor. Esperaron un minuto mientras Harman contemplaba los lejanos picos de las montañas que brillaban helados con la luz de la mañana. Masas de nubes habían llenado los valles al norte y al este, ocultando los glaciares. Harman se preguntó hasta dónde veía más allá de los picos y los glaciares y las masas de nubes hasta el polvoriento horizonte casi curvo. ¿Ciento cincuenta kilómetros? ¿Doscientos? ¿Más?

—No tiene importancia —dijo Moira en voz baja. Harman se volvió.

—Lo que hiciste para despertarme —dijo ella—. No tiene importancia. Lo lamentamos. En realidad, no tenías elección. Los mecanismos para incitarte fueron colocados en su sitio antes de que naciera el tatarabuelo de tu tatarabuelo.

—¿Pero cuáles son las probabilidades de que yo descienda de este Ferdinand Mark Alonzo Khan Ho Tep tuyo? —preguntó Harman. No podía ocultar el pesar en su voz... ni quería hacerlo.

Sorprendentemente, Moira se echó a reír. Era la risa de Savi, rápida y espontánea, pero carecía del regusto de amargura que Harman había oído en la diversión de la anciana.

—Las probabilidades son del cien por cien —dijo Moira. Harman sólo pudo manifestar su confusión en silencio.

—Ferdinand Mark Alonzo se aseguró, cuando el siguiente linaje de humanos antiguos estaba siendo... preparado y decantado, de que algunos de sus cromosomas estuvieran en todos los varones del linaje.

—No me extraña que seamos débiles y estúpidos e ineptos —dijo Harman—. Todos somos un puñado de primos endogámicos.

Había sigleído un libro sobre genética básica hacía menos de tres semanas, aunque parecían haber pasado años. Ada estaba durmiendo a su lado mientras él veía las letras doradas correr desde el libro hasta su mano, su muñeca y su brazo.

Moira volvió a reírse.

—¿Estás preparado para subir el resto del camino hasta el armario de cristal?

La cúpula transparente en lo alto del Taj Moira era mucho más grande de lo que parecía desde abajo. Harman calculó que tendría al menos veinte o veinticinco metros de ancho. Allí no había pasillos de mármol ni escaleras mecánicas de hierro; todas las pasarelas de negro hierro forjado terminaban en el centro de la cúpula y todo brillaba por la luz del sol que entraba por los ventanales que rodeaban la cúpula puntiaguda del Taj.

Harman nunca había estado a tanta altura, ni siquiera en la torre de la Puerta Dorada de Machu Picchu, a doscientos metros sobre la carretera suspendida, y nunca se había sentido abrumado por una sensación tan intensa de caída. La plataforma estaba tan alta que podía mirar hacia abajo y cubrir todo el círculo del suelo de mármol del Taj con la mano abierta. El laberinto y la entrada a la cripta de la primera planta estaban tan lejos que parecían los microcircuitos bordados en un paño turín. Harman se obligó a no mirar hacia abajo mientras seguía a Moira por la última escalera que conducía desde la red de pasarelas a la plataforma de hierro forjado de la cúpula misma.

—¿Es esto? —preguntó, señalando a una estructura de unos tres metros que se alzaba en el centro de la plataforma.

—Sí.

Harman esperaba que el supuesto armario de cristal fuera otra versión del sarcófago de cristal de Moira, pero esa cosa no se parecía en absoluto a un ataúd. Tenía facetas de cristal y vigas geodésicas metálicas del color del peltre viejo. La palabra «dodecaedro» se le vino a la cabeza, pero Harman la había aprendido sigleyendo y no estaba seguro de que el término fuera correcto. El armario de cristal era un objeto multifacetado de doce caras, de aspecto vagamente esférico a excepción de las superficies planas, compuesto por una docena de placas de cristal transparente o de cristal enmarcado por finas barras de metal bruñido. Docenas de tubos y cables multicolores iban desde las paredes de la cúpula hasta la negra base metálica del objeto. Dispersos por la plataforma, cerca del armario, había sillas de rejilla metálica, instrumentos extraños con pantallas oscuras y teclados y placas microfinas de plástico transparente vertical, de un metro y medio o metro ochenta de altura.

—¿Qué es este lugar? —preguntó Harman.

—El nexo del Taj.

Moira activó varios de los instrumentos de pantalla y tocó un panel vertical. El plástico desapareció mientras un panel de control visual ocupaba su lugar. Las manos de la mujer danzaron sobre las imágenes virtuales. Las paredes del Taj emitieron un sonido grave y un líquido dorado (no amarillo, sino dorado, aparentemente más denso que el agua) empezó a manar en la base del armario de cristal.

Harman se acercó al dodecaedro.

—Se está llenando de líquido.

—Sí.

—Es una locura. No puedo entrar ahí ahora. Me ahogaría.

—No.

—¿Esperas que me meta en ese armario cuando tiene diez palmos de líquido dorado?

—Sí.

Harman negó con la cabeza y retrocedió, deteniéndose a dos metros del borde de la plataforma de cristal.

—No, no, no. Es demasiado absurdo.

—Como quieras, pero es el único modo de poder ganar el conocimiento de estos libros —dijo Moira—. El fluido es el medio que permite la transmisión de los contenidos de estos millones de ejemplares. Conocimiento que necesitarás si vas a ser nuestro Prometeo en la lucha contra Setebos y su ralea. Conocimiento que necesitarás si vas a educar a tu propio pueblo. Conocimiento que necesitarás, mi Prometeo, si vas a salvar a tu amada Ada.

—Sí, pero si el agua lo llena... sea cual sea ese líquido, tendrá tres metros o más de profundidad. No soy buen nadador... —empezó a decir Harman.

De repente Ariel apareció junto a ellos en la plataforma, aunque Harman no oyó sus pasos sobre el suelo metálico. La pequeña figura llevaba algo abultado envuelto en lo que parecía ser un paño turín rojo.

—¡Ariel, querido! —exclamó Moira. Su voz tenía un tono de deleite y emoción que Harman no le había oído antes... ni siquiera a Savi cuando la conoció.

—Saludos a Miranda —dijo el espíritu, retirando el paño rojo y entregando a Moira una especie de antiguo instrumento de cuerda. El pueblo de Harman tocaba música y cantaba, pero conocía pocos instrumentos y no fabricaba ninguno.

—¡Una guitarra! —dijo la mujer posthumana, tomando el extraño instrumento que le ofrecía el espíritu verde y tocando las cuerdas con sus largos dedos. Las notas que produjo le recordaron a Harman la propia voz de Ariel.

Ariel se inclinó y habló formal:

Toma

a este esclavo de la música, por su bien,

ya que es esclavo tuyo.

Y enséñale toda la armonía

en la que tú, y sólo tú,

puedes hacer brillar al complacido espíritu,

hasta que la alegría vuelva a definirse,

y, demasiado intensa, se convierta en dolor;

con mi permiso y mandato

de tu propio príncipe Ferdinand

el pobre Ariel envía esta silenciosa prenda

de más de lo que jamás podrá ser hablado.

Moira le hizo una reverencia al espíritu, colocó sobre la mesa el instrumento y besó a Ariel en la brillante frente verde.

—Te doy las gracias, amigo mío, a veces amistoso sirviente, nunca esclavo. ¿Cómo le ha ido a mi Ariel desde que me fui a dormir?

Cuando moriste, la silenciosa luna

en su desvanecimiento interlunar

no está más triste en su celda

que el abandonado Ariel.

Cuando vives de nuevo en la tierra,

como una estrella invisible nacida,

Ariel te guía por el mar

de la vida desde tu natividad.

Moira se llevó la mano a la mejilla y luego miró a Harman, y después al espíritu-avatar de la biosfera.

—¿Os habéis encontrado antes?

—Nos hemos encontrado —dijo Harman.

—¿Cómo es el mundo, Ariel, desde que lo dejé? —preguntó Moira, dando de nuevo la espalda a Harman.

Muchos cambios han acaecido

desde que Ferdinand y tú iniciasteis

vuestro rumbo de amor, y Ariel aún

ha seguido tus pasos, y servido a tu voluntad.

Con voz menos formal, como si concluyera alguna ceremonia oficial, el espíritu de la biosfera añadió:

—¿Y cómo te va a ti, mi señora, ahora que has vuelto a nacer entre nosotros?

Ahora pareció que le tocaba a Moira el turno de ser más formal y cadenciosa de lo que Harman había oído jamás en la voz de Savi.

Este templo, triste y solitario,

está a salvo del trueno de la guerra,

forjado tiempo atrás por gigantesca jerarquía

contra la rebelión: esta vieja imagen de aquí,

cuyos rasgos tallados se arrugaron mientras caía,

es de Próspero; Yo, Miranda, quedé suprema

y única sacerdotisa de esta desolación.

Para su horror, Harman vio que la mujer posthumana y la entidad de la biosfera inhumana estaban sollozando abiertamente.

—Este mortal que no ha hecho ningún daño, a pesar de que su nombre implica lo contrario,* ¿ha venido al armario de cristal para ser ejecutado?

—No —respondió Moira—. Para ser educado.

59

El huevo de Setebos eclosionó durante la primera noche de vuelta a las ruinas de Ardis Hall.

Ada se sorprendió al ver la devastación que imperaba en su antiguo hogar. Estaba inconsciente cuando la rescataron en el sonie la noche del ataque, y a causa de su contusión y otras heridas sólo tenía recuerdos parciales de las horribles horas anteriores. Vio a la luz del día las ruinas de su vida y su hogar y sus recuerdos. Todo aquello le hizo querer caer de rodillas y llorar hasta quedarse dormida, pero como dirigía al grupo de cuarenta y cuatro supervivientes que remontaban la última colina, camino de Ardis, con el sonie revoloteando con ocho de los más gravemente heridos y enfermos, mantuvo la cabeza alta y los ojos secos mientras caminaba entre las ruinas calcinadas, mirando a derecha e izquierda solamente para señalar artículos y restos que podían ser rescatados para su nuevo campamento.

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