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Authors: Esquilo

Orestíada (11 page)

BOOK: Orestíada
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CORIFEO. Ea, despierta, y tú, despierta a esta, y yo a ti. ¿Duermes? Levanta, sacúdete ya el sueño; vamos a ver si es solo un rumor sin sentido ese preludio.

CORO.

ESTROFA 1.ª
¡Ay, ay, ay, ay! ¡Qué dolor, amigas! ¡Oh, sí, qué sufrimiento el mío!, ¡dioses, qué dolor tan agudo! ¡Qué insoportable mal! La fiera ya las redes ha saltado y se escapa. Vencida por el sueño dejé escapar mi presa.

ANTÍSTROFA 1.ª
¡Ay, ay! Hijo de Zeus, qué ladrón eres. Tú, un joven dios, a númenes antiguos pisoteas, amparo a un suplicante ofreciendo, a un impío mortal, cruel contra sus padres. Tú, tú, todo un dios, me hurtaste un matricida. ¿Quién podrá sostener que esto es justicia?

ESTROFA 2.ª
Del fondo de mis sueños me ha llegado un ultraje que ha herido entraña y corazón cual aguijón que un carretero empuña. Aún siento el cruel, muy cruel escalofrío que me ha causado este feroz verdugo.

ANTÍSTROFA 2.ª
¡Estos jóvenes dioses! Es así como actúan, forzando la justicia. Mirad el trono ensangrentado —ombligo del mundo— de arriba abajo, cargado con la mancha terrible de la sangre.

ESTROFA 3.ª
¡Él, un profeta, su propio santuario ha manchado! Ha ensuciado su
morada por un impulso propio, no invitado por nadie. Ha honrado a los mortales transgrediendo las leyes de los dioses. ¡Ha aniquilado a las antiguas Moiras!

ANTÍSTROFA 3.ª Y
también para mí es aborrecible, mas no podrá arrancarlo de mis garras. Aunque buscara asilo bajo tierra no se vería libre. Dondequiera se vuelva habrá de hallar un numen vengativo que en el rostro le imprima los estigmas.

(Aparece
APOLO).

APOLO. ¡Fuera, os ordeno yo, y a toda prisa, salid ya de mi templo! Retiraos; ¡dejad ya la profética morada! Si no, recibiréis blanca y alada sierpe salida de estos arcos de oro, y hará brotar la negra sangre humana entre estertores, y echar los coágulos de sangre que chupasteis. Que no es esta mansión para vosotras adecuada. Porque vuestro lugar se encuentra donde hay sentencias que siegan las cabezas, y vacían los ojos; do hay degüellos; donde se aja la flor de los mancebos, aniquilando su semilla, donde mutilaciones hay, lapidaciones, y donde en larga queja el empalado lanza sus ayes. ¿No me habéis oído?, monstruos abominables de los dioses, ¿en qué fiestas hacéis vuestras delicias? Y a fe que vuestro aspecto es el más apto para este horror. La cueva de un león de sangre alimentado deberíais habitar, pero no manchar, en este templo sagrado, a otros. ¡Fuera, fuera, rebaño sin pastor! Vuestro rebaño no lo quiere ninguno de los dioses.

CORIFEO. Príncipe Apolo, escúchame: de cuanto ha sucedido no eres mero cómplice. Eres el responsable. Tú lo has hecho.

APOLO. ¿Y cómo fue? Amplía tu discurso.

CORIFEO. Tu voz oracular, al extranjero que matara a su madre le ordenó.

APOLO. Mi oráculo pidió vengar a un padre.

CORIFEO. Y luego prometiste protegerlo.

APOLO. SÍ, que buscara asilo en este templo.

CORIFEO. ¿Por qué injurias a sus perseguidores?

APOLO. NO merecen pisar el santuario.

CORIFEO. Esta es misión que tengo encomendada.

APOLO. ¿Y qué misión? Dime tu cometido.

CORIFEO. Expulsar del hogar al matricida.

APOLO. Y, ¿si una esposa mata a su marido...?

CORIFEO. Esta sangre vertida no es la suya.

APOLO. ¿No consideras, pues, y sin honores quieres dejar los juramentos de Hera, que las bodas sanciona, y los de Zeus? ¿Y sin honor a Cipris, que ha quedado según tu propia cuenta, desdeñada, ella que fuente ha sido para el hombre de todas las delicias? Porque el lecho do el destino juntó a esposa y esposo es más fuerte que todo juramento, por ley sagrada protegido. Y si tú te muestras tan blanda contra aquellos que entre sí se asesinan, y no buscas, mirándolos con ira, su castigo, niego que sea justo que persigas a Orestes. Pues estoy viendo que pones mucho empeño en un caso, mas que el otro lo tomas con más calma. Será Palas la que habrá de entender en esta causa.

CORIFEO. Nunca esperes que suelte yo a este hombre.

APOLO. Prosigue, pues, su caza; más fatigas con ello tú te buscas.

CORIFEO. No cercene tu lengua mis derechos.

APOLO. Pues yo no los deseo.

CORIFEO. Eres grande, se dice, junto al trono de Zeus. Empero yo —pues que me mueve la sangre de una madre— a este individuo habré de perseguir, y cual sabueso sus huellas seguiré.

APOLO. Voy a otorgarle mi protección, salvaré al suplicante. Porque entre dioses y hombres es terrible la ira de un suplicante, si queriendo, alguien lo traiciona.

(Desaparecen todos. Cambia ahora el lugar de la escena, que es la colina del Areópago de Atenas.
ORESTES
está abrazado a la estatua de
ATENEA).

ORESTES. Diosa Atenea. heme aquí por las órdenes de Loxias. Acoge con piedad a este maldito, que no es un ser manchado, ni es impuro: quebrantado y gastado a fuerza de pisar la casa ajena y recorrer, cruzando mar y tierra, mil caminos, a tu templo he llegado, obedeciendo los preceptos proféticos de Loxias. Aquí, a tu imagen abrazado, diosa, espero el resultado de este pleito.

(Entra el
CORO).

CORIFEO. He aquí una prueba, y bien patente, de que este es nuestro hombre. Así que sigue del mudo delator estos indicios. Porque al igual que un perro a un cervatillo herido, tras él vamos, persiguiendo la sangre que gotea. Y mis entrañas palpitan de fatiga por dar caza a este hombre. He recorrido todos los lugares del mundo, y, en mi vuelo sin alas, en mi búsqueda, he cruzado el mar entero como veloz nave. Y ahora él está oculto en un rincón: sonríe el olor de sangre humana.

CORO. Mira, vuelve a mirar, dirige tu mirada a todas partes, que no vaya a escapar el matricida, sin pagar por su crimen.

(Descubre a
ORESTES).

Está aquí, está aquí, de nuevo un protector ha conseguido. Abrazado a la estatua de una diosa pretende someterse al juicio por un crimen que cometió su mano.

Mas esto no es posible: que la sangre vertida de una madre no puede recogerse, ¡por los dioses!, y una vez derramada el líquido se escapa. A cambio habrás de concederme que yo chupe de tu cuerpo vivo su rojo humor. ¡Pueda yo en ti encontrar el alimento de un brebaje que nadie probaría!

Voy a secarte vivo para luego bajo tierra arrastrarte y allí habrás de sufrir todo el castigo que merece tu acción de matricida.

Verás lo que recibe allí, cual la justicia exige, aquel mortal que haya pecado contra un huésped o un dios, o bien contra sus padres, a sabiendas de lo que hacía. Bajo tierra es Hades un terrible exactor de mortales: con su mente en donde toda acción es registrada, él lo contempla todo.

ORESTES. Formado fui en la desgracia, y muchos ritos catárticos yo conozco, y también sé el momento en que hay que hablar y tampoco ignoro cuándo hay que callar. Y en el caso presente orden me ha dado de que tome la palabra un pedagogo muy sabio. Porque se halla adormecida y marchitada la sangre de mi mano; está lavada ya la mancha matricida. Estaba aún fresca, en verdad, cuando ella fue conjurada en los altares del dios, y con el rito de Febo, que limpia de todo crimen: con la sangre de un lechón. Largo sería el relato si os tuviera que contar a cuántos me he aproximado sin causar con mi presencia daño a nadie. Porque el tiempo sabe, mientras envejece, borrarlo todo. Y ahora con mi boca, que ya es pura, invoco piadosamente a Palas Atena, diosa de esta tierra, y que así acuda a darme su protección. Pues sin ayuda de lanzas hará de mí y de esta tierra y del pueblo de Argos, fiel y eterno aliado al tiempo. Y ahora, ya esté en la tierra de Libia, cabe las aguas del Tritón, que un día viera su nacimiento, los pies levantando u ocultando para enviar un socorro a sus amigos; o bien se encuentre en el llano flegro revistando sus ejércitos cual un valiente caudillo, ¡que acuda a mí!, porque siendo un numen, bien puede oírme aun de lejos, y que al fin me libere de mis penas.

CORIFEO. No, ni Apolo ni la fuerza de Palas evitarán que vayas a tu ruina, totalmente abandonado y sin conocer el gozo del alma, sombra sin sangre, y pastura de los dioses. ¿No me contestas, sino que rechazas, escupiendo, mis palabras, tú, la víctima engordada para mí, y que ha sido reservada para el sacrificio? Vivo, pues que no sacrificado en el altar has de ser mi banquete. Ahora escucha el mágico canto que te atará con sus hechizos.

CORO.
(Que va rodeando a
ORESTES). Nuestro coro anudemos, pues que está decidido que vamos a entonar nuestra musa de horrores y a proclamar de qué suerte reparte nuestro conjunto los destinos de los hombres. Nos consideramos rectas justicieras; contra el hombre que tiene limpias las manos no se precipita nunca nuestra cólera. Así vive su vida sin daño alguno. Pero cuando uno ha pecado como ha hecho este individuo y quiere tener ocultas sus manos ensangrentadas, nos erguimos ante él en testigos de los muertos, y cual de sangre exactoras a su vista aparecemos, hasta la gota postrera.

ESTROFA 1.ª
Madre que me engendraste, ¡oh Noche, madre mía!, implacable castigo de quienes ven la luz o la han perdido, escucha mis plegarias. El retoño de Leto pretende arrebatarme mis honores, de esta liebre privándome, cabal ofrenda para la sangre expiar vertida de una madre.

EFIMNIO 1°
Sobre la víctima nuestra, este canto, que es delirio y un extravío mortal de la mente, himno de Erinia que las almas encadena, un himno sin lira que va marchitando a los hombres.

ANTÍSTROFA 1.ª
El destino implacable me ha hilado una misión que debo mantener con toda solidez. Acosar a los hombres que, en su loca maldad, al crimen se han lanzado, hasta que, al fin, desciendan bajo tierra. Y una vez muertos ya ni entonces se ven libres de mi acoso.

EFIMNIO 1.°
Sobre la víctima nuestra este canto, que es delirio y un extravío mortal de la mente, himno de Erinia que las almas encadena, un himno sin lira que va marchitando a los hombres.

ESTROFA 2.ª
Ya desde el nacimiento —nosotras proclamamos— esta misión fatal nos fue asignada. Intervenir en ella no es lícito a las manos de los dioses;
ninguno es comensal de mis banquetes. Conmigo nada tienen que ver los blancos peplos.

EFIMNIO 2.°
Para mí reservé la total destrucción de los hogares, cuando algún Ares doméstico asesina algún deudo. Entonces nos lanzamos en su persecución y, por fuerte que sea, al fin lo aniquilamos con el peso de la sangre derramada.

ANTÍSTROFA 2.ª
Es librar nuestro empeño, a otros de esta empresa; eximir a los dioses, con nuestra diligencia, de comenzar procesos. Pues Zeus considera indigna de su audiencia esta raza execrable, ensangrentada.

EFIMNIO 2.°
Para mí reservé la total destrucción de los hogares, cuando algún Ares doméstico asesina algún deudo. Entonces nos lanzamos en su persecución y, por fuerte que sea, al fin lo aniquilamos con el peso de la sangre derramada.

ESTROFA 3.ª Y
las glorias humanas, aun las más ilustres bajo el cielo, cual cera se derriten bajo tierra, aniquiladas por mi negro asalto, por los malignos ritmos de mis piernas.

EFIMNIO 3.°
De un brinco, desde arriba, yo lanzo la pesada potencia de mis plantas que hacen caer incluso al más ligero, infortunio en verdad insoportable.

ANTÍSTROFA 3.ª Y
aunque cae, lo ignora, en su loca quimera; tal es la negra noche que ha extendido su mancha sobre sus ojos. «Bruma sombría —dice el pueblo— sobre su hogar se abate».

EFIMNIO 3.°
De un brinco, desde arriba, yo lanzo la pesada potencia de mis plantas, que hacen caer incluso al más ligero infortunio, en verdad insoportable.

ESTROFA 4.ª
La desgracia le aguarda; que en medios somos ricas, tenaces en la empresa, sin perder la memoria de toda fechoría; Augustas e Impecables, para los hombres; siempre con la misión humilde por todos despreciada, que nos mantiene lejos de los dioses, en cenagal sin luz, misión tan dura para el que tiene ojos como para aquel hombre que los tiene cerrados.

ANTÍSTROFA 4.ª
Así pues, ¿qué mortal no ha de sentir respeto ni temor al oír de mis labios las leyes que las Moiras me asignaron, y fue ratificada por los dioses? Antigua es mi misión. No me faltan honores, aunque tenga mi estancia bajo tierra, envuelta en la tiniebla que nunca el sol visita.

(Aparece
ATENEA).

ATENEA. De lejos, del Escamandro, unas voces he escuchado que mi nombre proclamaban, cuando posesión tomaba de la tierra, rico lote con la lanza conquistada, que me asignaron los príncipes y caudillos de los griegos, para ser mía por siempre, y como don escogido para el pueblo de Teseo. Y desde allí yo he acudido sin volar, pero girando infatigables mis pies, y haciendo que resonaran de mi égida los pliegues, después de uncir a mi carro unos vigorosos potros. Y yo ahora, al distinguir un corro que en esta tierra es nuevo, no tiemblo, no, mas me invade la sorpresa. ¿Quiénes sois, pues? Mi pregunta a todos va dirigida: a este extranjero abrazado a mi imagen, y a vosotras a ningún ser parecidas. Pues los dioses no os contemplan cual diosas entre los dioses, ni vuestro aspecto semeja aspecto humano ninguno. Pero no es justo insultar sin tener ninguna queja, que lo veta la equidad.

CORIFEO. Hija de Zeus, te enterarás de todo en mis pocas palabras. De la Noche las tristes hijas somos. Nuestro nombre en la morada nuestra, bajo tierra, es el de Maldición.

ATENEA. Muy bien; ya sé vuestra ralea y vuestro nombre.

CORIFEO. Pronto, sabrás también mis horrendas funciones.

ATENEA. Si alguna de vosotras me lo aclara...

CORIFEO. Expulsar de su hogar al asesino.

ATENEA. Y ¿do acaba la fuga del culpable?

CORIFEO. Donde no se conoce la alegría.

ATENEA. Y ahora, ¿con tu grito, a este persigues?

CORIFEO. Justo estimó dar a su madre muerte.

ATENEA. Pero, ¿forzado, acaso, o bien temiendo la cólera de alguno?

CORIFEO. Y, ¿qué aguijón puede llevar incluso al matricidio?

ATENEA. Hay dos partes presentes, pero solo un alegato escucho.

CORIFEO. Es que no quiere ni aceptar ni prestar un juramento.

ATENEA. Quieres llamarte justa, antes que obrar justamente.

CORIFEO. ¿Cómo es esto? Explícate. Ciencia no te falta.

ATENEA. Un juramento no puede a la injusticia dar victoria.

CORIFEO. Interroga y emite un recto fallo.

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