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Authors: Eva P. Valencia

Otoño en Manhattan (15 page)

BOOK: Otoño en Manhattan
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Capítulo 20

 

Marta
trató de ponerse nuevamente en contacto con Gabriel, pero cada vez que lo
intentaba saltaba el contestador. Le dejó un par de mensajes y esperó en la
calle varios minutos más. Una sensación de preocupación le invadió. Sabía que
para Gabriel su familia era lo primero. Idolatraba a su padre.

La puerta acristalada se deslizó a ambos
lados abriéndose de par en par. Iván se acercó abrazándola por detrás,
colocando su barbilla entre el hueco de su cuello, inspirando el olor de sus
cabellos.

—Cariño, he salido de cuidados
intensivos y ya no estabas. Me tenías muy preocupado. He dejado a mi madre con
él.

Marta se desprendió de sus brazos y se
giró, quería mirarle a los ojos porque tenía que decirle que había roto su
promesa.

—Gabriel ha llamado al teléfono de tu
padre, he contestado y hemos estado hablando.

Iván abrió mucho los ojos y la sonrisa
se le borró de la cara.

—Se ha sorprendido mucho que fuese yo y
no tu padre quién contestara a la llamada.

—¿Y qué le has dicho?

—La verdad.

La expresión de él se endureció en
cuestión de segundos.

—Marta, no tenías que habérselo
contado... No aún...

Iván se cruzó de brazos.

—Pues yo creo que os equivocáis, y que
tiene todo el derecho del mundo a saberlo... —le dijo bastante molesta.

—¡Maldita sea, Marta...! —Alzó la voz—.
Tenías que haber esperado a ver que nos decía el doctor.

—Iván... ¡Tu padre está muy grave..!Y se
muere… —Exclamó ella con la mirada clavada en sus ojos como si no fuese
realmente consciente de la gravedad del problema—. Es posible que no
sobreviva... Gabriel debe de estar al tanto y a su lado, y con tu madre... y
contigo...

Al oír sus palabras, a Iván se le hizo
un nudo en la garganta. Por desgracia era cierto. El infarto había
dañado considerablemente su cerebro, y de sobrevivir, las probabilidades
de volver a ser la misma persona eran ínfimas.

Iván tragó saliva costosamente.

—Lo siento Iván... —Marta le rodeó el
cuello con los brazos y le abrazó con fuerza.

—No, perdóname tú a mí... estoy muy
nervioso  —dijo acariciándole el largo de los cabellos—. Hiciste bien...
yo en tu caso hubiese hecho lo mismo.

—Ya lo sé... —sorbió por la nariz a la
vez que se secaba las lágrimas de los ojos.

Iván buscó un pañuelo en su bolsillo
para entregárselo.

—Deberías ir a casa para descansar un
poco.

—No te preocupes, estoy bien.

—Sé que no has comido nada desde el
mediodía —le regañó.

—Tengo el estómago cerrado, no podría
comer nada en estos momentos...

—No seas testaruda... El médico te ha
recomendado reposo —volvió a fruncir el ceño—. Recuerda, que has tenido ligeras
pérdidas...

Marta se llevó la mano al vientre y el
corazón le empezó a correr deprisa.

—Márchate a descansar, si no lo haces
por ti, hazlo por el bebé...

La besó en los labios y luego en la
frente. Marta tomó conciencia. Tenía razón, no arreglaba nada permaneciendo más
tiempo en aquel hospital y en el hipotético caso de que su padre despertara,
daba por hecho que querría ver primero a su hijo y a su esposa, antes que a
ella.

—De acuerdo. Iré a casa, comeré algo y
me estiraré en la cama —dijo a regañadientes.

—Buena chica —sonrió dulcemente por fin
complacido.

Marta se despidió con un nuevo beso,
abrió el paraguas y se perdió entre la lluvia y la oscuridad de aquella noche
del mes de septiembre, conduciendo su 206 por las calles del centro de
Barcelona hasta el ático de Iván.

Él por el contrario, se quedó pensativo.
La última conversación entre Gabriel y él, no fue precisamente agradable. Y
conociendo a su hermano, daba por sentado que cogería el primer vuelo para
regresar lo antes posible. Sacó de su bolsillo trasero el paquete de tabaco y se
llevó uno a la boca.

Aquella noche amenazaba con ser muy
larga.

 

* * *

 

Antes de salir de aquel apartamento,
Gabriel miró de nuevo a los temerosos y grises ojos de Scott. Él era un niño
menudo para su edad, de rubios cabellos rizados y algo desgarbado, y hasta
donde se podía intuir a través de su ropa dos tallas más grandes, algo
desnutrido.

Gabriel se le aproximó un par de pasos,
pero él enseguida retrocedió chocando contra la pared. 

—Tranquilo... —murmuró enseñándole las
palmas de sus manos en forma de rendición—. No voy a acercarme más, te lo
prometo... lo que voy a hacer es quedarme justo aquí —señaló un punto en el
suelo.

Gabriel sintió lástima y se culpó por no
haberse dado cuenta antes de que Scott necesitaba ayuda. Alguien en quién poder
confiar. Un amigo, tal vez. A su mente regresaron aquellos recuerdos de un niño
de su misma edad, muy delgado, moreno y con unos inexpresivos ojos azules que
le observaban escondiéndose detrás de la falda de su madre. Su madre biológica
había fallecido tras una larga enfermedad y en solo unos meses su padre no
pudiendo aguantar la presión, lo abandonó. Gabriel enseguida lo aceptó, aunque
fuese tres años mayor. Cumpliendo así por fin sus sueños, un hermano era cuanto
había deseado. Esas fueron las mejores navidades de toda su vida. Aquel niño
inseguro y triste, se convirtió en su hermano para el resto de su vida.

Sus
ojos se desviaron hacia la mesita junto al sofá. Sobre ella había unos platos
con restos de comida. Probablemente hacía horas que no había probado
bocado. 

—¿Has comido hoy? —le preguntó
observando detenidamente su reacción.

Scott meditó la pregunta y luego negó
con la cabeza. A Gabriel, se le encogió el alma. No comprendía cómo dejaban al
cuidado de un menor a una persona que a leguas se veía que no era apta para
ello. Aunque fuese su abuelo y le amparase la ley. ¿Dónde estaban los
asistentes sociales cuándo más se les necesitaba? Daba por hecho que allí nadie
había puesto un puñetero pie en mucho tiempo. Y sin ir más lejos, quedaba
pendiente el tema del padre, un convicto amenazando con regresar en cuanto le
soltaran de la prisión.

«Menuda mierda de vida tenía aquel
chaval. Nadie debería de permitir que un niño sufriera, a ningún nivel».

—¿Te gustan las hamburguesas? Yo tampoco
he comido todavía... si quieres, puedo preparar dos así de grandes —hizo un
gesto exagerado separando mucho las manos. 

—Sí... —dijo en un leve susurro.

A juzgar por cómo arrugó la comisura de
los labios, Gabriel creyó apreciar una sonrisa.

—Vale... Voy a mi apartamento, que es
aquel que está allí enfrente —dijo señalando con el dedo a la puerta—.Y en
menos de diez minutos volveré con dos de las hamburguesas más grandes
y más pringosas que hayas visto en toda tu vida...

Y así lo hizo.

Con la mente dividida entre ese crío y
su padre debatiéndose entre la vida y la muerte, colocó las hamburguesas sobre
la plancha mientras abría dos bollos de pan. Cortó tiras de lechuga y rodajas
de tomate. Abrió la nevera buscando las lonchas de queso y el
ketchup
.
Pronto estuvieron listas, así que regresó con los platos, las latas de CocaCola
y el bote de
ketchup
, tratando de hacer malabares para pulsar el timbre
con el codo.

La puerta se entreabrió de nuevo
lentamente.

Gabriel se topó con aquellos ojos grises
que se abrieron como platos al ver aquellas enormes hamburguesas. Pasó al
salón, dejándolo todo sobre la mesa. Los cuatro gatos empezaron a maullar a la
vez y a saltar como locos nada más oler la comida. Los empezó a capturar uno a
uno y a encerrarlos en otra habitación, al menos así no molestarían mientras
comían.

Satisfecho, arrastró una de las sillas y
se sentó. Miró de reojo a Scott que permanecía en aquel rincón. En su rincón.
Sabía perfectamente que era cuestión de tiempo que se acercara a comer. Así
que, levantó el trozo de pan que cubría la hamburguesa y comenzó a tirar
cantidades astronómicas de
ketchup
, deslizando el dedo por el sobrante
de salsa que resbalaba del bote, chupándose el dedo. 

—Hum... ¡Está de muerte! —Dijo
disfrutando como un niño y guiñándole el ojo para tratar de romper aquella
barrera invisible que se alzaba entre ellos—. Venga... que se enfría —hizo un
gesto con la cabeza animándole a venir.

Scott dudó, pero era tanta el hambre que
tenía, que sus pies comenzaron a caminar solos. Gabriel le observaba por el
rabillo del ojo, parecía que se había relajado un poco sentándose a su lado. El
crío alargó la mano para coger el bote de
ketchup
, intentando abrir la
tapa pero no lo conseguía.

Gabriel frunció el ceño.

«Pues sí que estaba débil el muchacho...
ni siquiera es capaz de levantar una simple tapa...»

—Si me lo dejas, te ayudo —acercó la
mano muy lentamente para que no se asustara.

Scott se lo pensó.

Si quería
ketchup
, tendría que
dárselo, así que le puso el bote sobre la palma de su mano y por primera vez le
miró a los ojos sin titubear. Gabriel esbozó una amplia sonrisa, Scott había
dado un paso de gigante.  

—Toma campeón —le dijo mientras le
devolvía el bote abierto.

El tiempo que duró aquella comida,
ninguno de los dos abrió la boca a no ser que fuese para comer. Scott devoró la
hamburguesa sin dejar siquiera las migas, incluso relamió todo el plato.

—Bueno, chaval... me tengo que ir, he de
hacer un viaje muy largo y una chica guapísima me está esperando... se llama
Jessica —alzó la mano con la intención de pasársela por aquellos cabellos
alborotados pero se arrepintió y cerró la mano en un puño—. Ya verás cómo un
día también te gustará una chica.

Sus gestos le delataron, empezó a
removerse con intranquilidad y agachó la cabeza ruborizándose. Por lo visto a
Scott le gustaba una niña.

 

Cuando Gabriel regresó a su apartamento,
empezó a preparar las maletas sin tener muy claro qué llevarse, no sabía cuánto
tiempo se quedaría en Barcelona, podrían ser días o incluso semanas.

Poco después, sonó el timbre.

Acabó de cerrar la cremallera de la
maleta y la llevó junto al recibidor, apoyándola en la pared. Pasó las manos
por el pelo en un par de ocasiones y después abrió la puerta.

—Hola Jess —le sonrió invitándola a
pasar. Sus ojos inevitablemente vagaron por su cuerpo como de costumbre.
Jessica era una mujer muy bella. Vestida en esta ocasión con un ajustado traje
en dos piezas, americana y falda lápiz en tonos berenjena.

Ella dio unos pasos hacia el interior
del salón, deteniéndose al escuchar cerrarse la puerta tras de sí. Se giró en
silencio encontrándose con su intensa mirada. El aire como siempre comenzó a
cargarse de electricidad entorno a ellos.

—Gabriel... siento mucho lo de tu padre
—dijo acercándose hasta él.

Hizo una pausa cuando vio que la
expresión de Gabriel había cambiado. Se le notaba cansado y realmente
preocupado.

—Ya verás como todo saldrá bien —le
intentó relajar con su voz cálida mientras le colocaba la palma de la mano
sobre su torso.

Gabriel la miró a los ojos perdiéndose
en su mirada mientras ella rodeaba con sus brazos el cuello y lo abrazaba,
apretándose contra su pecho, enredando sus dedos entre los cabellos rebeldes de
su nuca, que tanto le gustaban.

Gabriel contuvo el aire unos segundos en
sus pulmones.

—Creo que...  voy a echarte de
menos —le susurró lentamente al oído mientras surcaba un camino de besos por
todo su cuello.

«Yo también»
,
pensó Jessica. Aunque no se atreviera o no quiso confesárselo. No cabía duda
que Gabriel para ella era “
especial”
. En el corto espacio de tiempo que
hacía que se conocían, se había convertido sin duda en un amante perfecto y no
solo a nivel sexual.

—Tu
avión sale en hora y media, deberíamos de irnos ya —le informó despegándose
poco a poco de su cuerpo.

Gabriel se detuvo de nuevo a mirarla,
quería recordar cada trazo de su precioso rostro.

Jessica notó por primera vez en su vida
una extraña sensación que le presionaba su vientre. ¿Era amor?... No, eso eran
palabras mayores. Quizás se empezaba a encaprichar de Gabriel.

Sujetando su cara entre sus manos, él
acercó su boca a la de ella y la besó profundamente con amargo sabor de
despedida.

—¿Qué tendrán tus besos...? —musitó él
tratando de recuperar el aliento.

Ella le devolvió una sonrisa traviesa.

—Venga... vámonos ya... —le estiró de la
camiseta hacia ella llevándole de nuevo hasta sus labios—. Si no, me obligarás
a arrastrarte hasta tu cama y te haré perder el avión... y eso no me lo
perdonaría nunca...

Jessica lo atrajo con fuerza a su boca,
besándole con vehemencia y posesión. Deslizando sus manos por  el interior
de la camiseta, pellizcando una de sus nalgas. Gabriel sintió un ligero
estremecimiento en su piel.

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